Por: Alvaro Ramis
Si existe un fantasma que recorre nuestro mundo es el fantasma de la extrema derecha. El triunfo de Donald Trump en Estados Unidos ha desatado una ola de émulos e imitadores que se han alzado en distintas latitudes: en Europa está el éxito del Frente Nacional, en Francia; el gobierno de coalición entre conservadores y ultraderechistas liderados por Sebastián Kurz, en Austria; el ingreso al Parlamento alemán de Alternativa para Alemania, y la radicalización del Partido Popular español con la violenta represión al referéndum de independencia catalán. En América Latina esa ola también avanza, especialmente en la Argentina de Macri, donde la violencia policial contra los movimientos sociales genera niveles inauditos de odiosidad social y política. En Brasil es posible que el sucesor de Temer sea Jair Bolsonaro, un parlamentario de extrema derecha que promueve la venta libre de armas y políticas abiertamente racistas.
¿Es posible situar el triunfo de la derecha chilena dentro de esta misma lógica? Por un lado, parecería que esta analogía no es válida, ya que Piñera es un representante de la derecha tradicional, neoliberal, pero atemperada por la historia y el pragmatismo comercial. Sin embargo, Piñera en 2017 no es el mismo que en 2009, entre otras razones porque su triunfo se explica por la alianza de tres tipos de derecha diferentes. En primer lugar, por su coalición Chile Vamos, hegemonizada por Renovación Nacional y los parlamentarios de la UDI y Evópoli, radicalizada en su forma y fondo luego de su paso por el gobierno. Además, luego de la segunda vuelta se le debe sumar la nueva ultraderecha liderada por José Antonio Kast y la llamada “derecha social”, de Manuel José Ossandón, que más que social se debería interpretar como una expresión neopopulista y conservadora.
Esta es la coalición que ganó el 17 de diciembre, representando un discurso y una acción política de derecha mucho más fuerte y radical que la que representaba en 2009, todavía llena de culpas y vergüenzas por el pasado pinochetista. Hoy ese pasado parece olvidado y la nueva derecha saca a relucir sus discursos radicales sin complejos. ¿Cómo fue posible este triunfo? Para responder hay que separar las causas inmediatas de las causas remotas. Empezaremos por las inmediatas.
PIÑERA Y SU EJERCITO
EN LAS SOMBRAS
Siguiendo la distribución de votos que proyectó Criteria Research entre la primera y segunda vuelta, y sobre la base de los resultados finales de ambas elecciones, se constatan tres hechos relevantes:
1. Alrededor de un 80% de las personas que votaron por el Frente Amplio (FA) lo hicieron en segunda vuelta por Guiller. Al respecto es muy evidente la votación de la comuna de Valparaíso en primera y segunda vuelta, donde Guillier logró un 55,51%, cifra 10 puntos por sobre su media nacional.
2. Pero aunque el 100% de los votos por Goic, Sánchez, Navarro, MEO y Artés hubiesen ido a Guiller, no hubiera sido suficiente para impedir que Piñera resultara ganador, aunque en ese contexto el resultado hubiera sido más estrecho.
3. A los votantes de la primera vuelta Piñera sumó un altísimo porcentaje de los electores de José Antonio Kast y una porción no menor de quienes votaron por Goic y MEO.
Pero más allá de ese monto de votos, provenientes de la primera vuelta, la verdadera novedad en la segunda vuelta fue la movilización de más de 300.000 nuevos electores que se sumaron a Piñera. De esa forma se explica que la participación general subiera de 46,70% a 49,02%. Este incremento está muy focalizado en las comunas donde tradicionalmente la derecha obtiene sus mejores votaciones. Así, Piñera subió en Las Condes de 73,9% en primeva vuelta a 81,1%, en Vitacura de 81,1% a 88%, en Zapallar de 63,2% a 72,5%, en Pucón de 58,6% al 67,5%, en Lo Barnechea de 80,3% al 86,5%. En comunas similares los porcentajes son muy parecidos. Y en todos estos territorios no sólo subió su votación porcentual, sino en votación real.
De esa forma Piñera logó 3,8 millones de votos, sumando 900 mil votos a los 2,9 millones de la primera vuelta. Y 300 mil votos más que los 3,6 millones que logró en la segunda vuelta de 2009. En cambio, Guillier logró casi 3,2 millones de votos, 400 mil votos por debajo de los 3,6 millones de votos que sumaron las candidaturas de centro e Izquierda en primera vuelta.
Lo anterior lleva a concluir que no caben las recriminaciones de la Nueva Mayoría al FA y a los votantes de Beatriz Sánchez, ya que las cifras prueban un trasvase de votos muy significativo desde ese sector hacia Guillier, porcentualmente mucho mayor que desde Goic y MEO. Pero a la vez queda claro que el candidato oficialista no logró movilizar a votantes “nuevos” en segunda vuelta. Al parecer ni el llamado a continuar las reformas ni el “antipiñerismo” fueron suficientes para lograr ese efecto. Por su parte el candidato de Chile Vamos consiguió mantener su votación, sumar a Kast, incorporar muchos votos del ossandonismo, ya que en Puente Alto subió del 26 al 46%.
Pero lo impresionante es el margen del crecimiento de Piñera, sobre la base de nuevos votantes que no lo hicieron en la primera vuelta. Este efecto lo logró movilizando un verdadero “ejercito clandestino”, formado por 50.000 apoderados de mesa, que nadie percibió que se estaba articulando. Para lograr este reclutamiento la derecha ocupó la estrategia del engaño, por medio de su extraña denuncia de votos marcados a favor de Beatriz Sánchez y Guillier en la primera vuelta del 19 de noviembre. Esa denuncia, que no acompañó de ninguna prueba que la respaldara, dio pie a que Beatriz Sánchez anunciara su voto a favor de Guillier, por lo cual el comentario general fue que Piñera se había equivocado en esa estrategia de descalificar los resultados. Lo que no percibimos era que en sus adherentes esta denuncia sí tuvo mucha credibilidad y le sirvió para alimentar la campaña de reclutamiento de apoderados.
Personalmente, estando en La Serena el miércoles 29 de noviembre, caminando por la calle Gregorio Cordovez a las 7 de la tarde, pleno centro comercial de la ciudad, vi una gran reunión de apoderados de mesa de Piñera. Lo llamativo era que se trataba de una reunión masiva, donde se hacía un análisis de la coyuntura electoral, y se invitaba a las personas a sumar tres nuevos adherentes a la campaña. Esta invitación, centrada en las redes directas de una base de adherentes de confianza tuvo mucho éxito.
El 17 de diciembre en la escuela de la población Herminda de la Victoria, en Cerro Navia, todas las mesas tenían apoderados de Piñera, en su mayoría provenientes del barrio alto de Santiago. La misma imagen se repitió en muchas comunas, donde en camionetas 4×4 y modernas Van fueron repartiendo a los apoderados piñeristas por la periferia. La clave no estuvo en la defensa de los votos. Esa fue la excusa. Lo importante fue la cadena de adherentes que estos apoderados movilizaron en los días previos.
La derecha, buena lectora de Sun Tzu y El arte de la guerra , aplicó varias máximas del estratega chino:
“Cansa a los enemigos manteniéndolos ocupados y no dejándoles respirar”. Mientras Guillier y el FA se centraron en complejos debates sobre las definiciones programáticas en la segunda vuelta, Piñera atacó los territorios formando su ejército en la sombra.
“Aparenta inferioridad y estimula su arrogancia”. Mientras Piñera atravesó la campaña a la segunda vuelta entre errores y chascarros, la campaña de Guillier resumaba optimismo por las adhesiones internacionales y la fuerza de las adhesiones de grandes personalidades.
“La rapidez es la esencia de la guerra”. La derecha logró movilizar una enorme masa de votantes nuevos en menos de un mes, y sin llamar la atención, solamente por el miedo a la derrota.
CAUSAS ESTRUCTURALES DE LA DERROTA
El arma más fuerte que utilizó la derecha fue el discurso del temor. Las referencias a Venezuela (la caricatura de Chilezuela), y un resucitado anticomunismo de la guerra fría, que parecían temas anacrónicos, hicieron efecto en la derecha sociológica, que no está muy armada de ideas, pero adhiere subjetivamente a los temores más atávicos que despierta y cultiva el conservadurismo.
El miedo se unió a otros dos conceptos claves: una política fundamentada en el orden y en el mantenimiento del statu quo y el bienestar individual, lo cual hace eco en una parte importante de la sociedad chilena que sin ser de derecha ha naturalizado estas expectativas. En este contexto los resultados de la primera vuelta no se pueden interpretar como la izquierdización del país. Pero tampoco del resultado de la segunda se puede desprender una derechización de la población. Lo que se ha abierto es una nueva distribución del poder.
En ese contexto se ha comenzado a plantear la hipótesis de constituir un “bloque por los cambios” que reúna a los sectores de Izquierda de la Nueva Mayoría, al bacheletismo más convencido, y al FA. Esa idea es todavía muy germinal y deberá pasar por muchos filtros antes de ser realidad. Pero no parece posible que exista una oposición coherente y fuerte si no se establece un acuerdo de esas características en el próximo Parlamento. Para que sea posible es importante que el nivel de desconfianza baje, y suba de forma significativa un grado de generosidad y perspectiva de largo plazo, que hoy por hoy no abunda en nuestra atomizada Izquierda.
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