De esa manera disminuye el riego de ser secuestrado por los mismos políticos que han creado las condiciones de profunda inequidad, lucro y ausencia total del Estado en educación y en toda la sociedad: han construido un país para ricos y otro para pobres.
Al agüaite, añejos baluartes levantan consignas que antes, no hace mucho, despreciaron con esmero y reprimieron con la misma fruición que hoy demuestran los actuales regentes. Salivan en abundancia cuando ven esas maravillosas manifestaciones populares que ya se quisieran para ellos. Ni cortos ni perezosos, inventan maneras de pasar inadvertidos, y, en forma simultánea, ofrecen como cosa de ellos y de manera urgente, lo que nunca quisieron siquiera escuchar.
Los estudiantes no van a caer en el juego de los que ofrecen mucho de este mundo y tanto más del otro. Sólo deben confiar en sus propias fuerzas y no endosar su energía a los que nunca han hecho nada por cambiar el actual estado de cosas. Los estudiantes son la mejor expresión de lo que tanto se ha echado de menos en estos veinte años de neoliberalismo, de política secuestrada en salones en que las expresiones populares no tienen cabida y de políticos que acordaron el actual sistema. Un aire fresco recorre Chile, el aire que dejan los estudiantes a su paso.
Los políticos del sistema estarán ensayando fórmulas para capitalizar esa maravilla que marchó por las calles. Cómo quisiera el gobierno tenerlos tranquilitos en sus pupitres y aulas, de espaldas a la realidad de sus compañeros, de sus conciudadanos, ignorantes del sistema político, al margen de las decisiones que finalmente, les van a afectar en toda sus vidas. Y ya quisiera la Concertación contar con el nivel de apoyo que significan centenares de miles de movilizados. Estarán pensando la manera de poner, tras vetustas figuras presidenciables, el enorme impulso que los muchachos han dado al movimiento popular. Nacida estéril, la Concertación jamás pudo parir un movimiento de la profundidad del que hemos visto. ¡Cómo ha quedado en claro la diferencia entre la movilización, esa idea que seduce a muchos, y la simple y torpe agitación estéril, gritona y sin sentido!
Sin embargo, de aquí a poco, muchos se preguntarán quién va a capitalizar los réditos de la fuerza social desplegada que, necesariamente, deberá tener un correlato en las próximas elecciones. Ante esto, los estudiantes deben decir su palabra.
Más allá de la opinión que tengamos acerca del sistema electoral, lo cierto es que en las votaciones se verifica la recreación del poder. Sin embargo, por la insultante ley electoral que privilegia a los mismos de siempre, no han tenido cabida los jóvenes, los estudiantes, los movimientos sociales. La derecha y la Concertación, tiras de un mismo cuero, escudadas en este sistema de oprobio, no lo han querido cambiar. Y ha llegado la hora de tomar decisiones.
Los muchachos han demostrado sobrada capacidad para mirar de manera estratégica, es decir, en el largo plazo. Estarán dudando de las apresuradas exigencias de mesas de negociación que sólo tendrán el efecto de calmar las aguas y detener las movilizaciones. Como se ha visto durante muchos, demasiados años, esas mesas sólo han servido para salir derrotados una y otra vez. Hará falta un repliegue estratégico. Hará falta convencerse que, enfrentados a tomar decisiones, los estudiantes deben considerar muy seriamente la necesidad imperiosa de transformarse en fuerza política, y disputarle el poder al sistema allí donde hasta ahora no han tenido cabida: las elecciones. El movimiento de los muchachos tiene suficiente inteligencia, valor, creatividad y decisión para ordenar al resto del pueblo y disputar el poder a los poderosos, prepotentes y traidores con sus propias armas.
Las movilizaciones están llegando a un punto en que la pregunta ¿y ahora qué?, rondará a muchos. Una respuesta es hacer del techo al que se llegó, el piso de la evolución natural del magnífico movimiento. Nada de lo que los muchachos ponen como exigencias al sistema se puede resolver en el actual orden. Los núcleos esenciales del modelo de país que ha impuesto el neoliberalismo -la exacerbada propiedad privada, el lucro infinito, la inexistencia del Estado, la educación al servicio de la avaricia-, no pueden ser abolidos en una mesa de negociación. El sistema no tiene vocación suicida.
La audacia y la inteligencia de los estudiantes, con el apoyo resuelto de las organizaciones sociales que confíen en ellos y el apoyo y simpatía de millones de chilenos, podrían hacer posible que, de aquí a poco, nuevos concejales, alcaldes, diputados, senadores y presidente, demuestren que la cosa ahora sí puede cambiar.
Habrá, esta es la parte mala, miles de problemas, pero, y esta es la parte buena, todos serán nuevos.
Publicado en “Punto Final”, edición Nº 737, 8 de julio, 2011)
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