Por: Juan Carlos Ramírez Figueroa
A la cabeza de las opciones están el izquierdista Gabriel Boric y el oficialista Sebastián Sichel. Buscan catalizar las demandas del Estallido Social de 2019.
Desde Santiago
Este domingo hay elecciones presidenciales en Chile y nadie se atreve a hacer vaticinios. Con un sistema que impide dar a conocer encuestas o sondeos, sólo hay algo casi seguro: habrá segunda vuelta. Se destaca Gabriel Boric (Convergencia Social) del conglomerado Apruebo Dignidad integrado por el Frente Amplio —surgido tras el movimiento estudiantil de 2011— y el partido Comunista, quien obtuvo en las primarias del sector, en junio pasado, 1.058.027 votos frente al favorito Daniel Jadue (Partido Comunista) que sólo llegó a 692.000. Con un programa centrado en reformas al modelo neoliberal imperante, el cuidado al medio ambiente, una agenda feminista y pro salud mental, el candidato ha ido ganando confianza, sin enganchar con el discurso de su rival, el ex ministro Sebastián Sichel —favorito del presidente Sebstián Piñera y la derecha— que lo acusaba no haber terminado sus estudios de derecho o José Antonio Kast, ultraderechista, que se disparó en las encuestas, quien señaló la falta de experiencia laboral de Boric, algo discutible considerando que es diputado por la zona sur, desde donde vienen sus ancestros croatas, desde 2014.
Arriba de un árbol
Justamente la imagen del candidato arriba de un árbol en su Punta Arenas natal, que apareció por primera vez en la franja televisiva de las primarias, tan naive como evocadora de un nuevo Chile, verde y con voluntad de crecer, se ha vuelto un emoji casi oficial para sus seguidores en las redes sociales. O como él mismo ha definido: “un símbolo de esperanza, de la estructura verde que queremos proponer en la cultura de plantar una semilla y que crezca con la ayuda de la comunidad”. Sus rivales lo llaman con ironía y quizá algo de envidia, “el niño árbol”.
En su discurso de cierre de campaña el viernes, Boric dijo ser parte de una generación que salió a la calle “para decir, en primer lugar, que no siguieran lucrando con nuestros derechos”. Efectivamente, el candidato como líder estudiantil se enfrentó a la mismísima centroizquierda que gobernó al país desde el retorno a la democracia en 1990, administrando con éxito un país diseñado económicamente por la Dictadura. Un aspecto que si bien en la academia era denunciado incluso desde antes de que el dictador Augusto Pinochet perdiera en el Plebiscito de 1989, recién comenzó a volverse central masivamente a mediados de los 2000 con la “revolución pinguina” (en alusión a los colores de los uniformes usados en los colegios públicos) y luego en 2011 con el movimiento estudiantil.
“Estamos diciendo con mucha fuerza que vamos a terminar con las AFP (jubilación privada), pero estamos diciendo a la vez que vamos a entregarle dignidad a las personas mayores que han trabajado durante toda una vida. Estamos diciendo con fuerza que vamos a terminar con el negocio de la salud, pero estamos diciendo que vamos a construir un sistema único que no discrimina entre ricos y pobres”, prometió Boric en su alocución.
Un país sin fuerzas políticas
Sin embargo, no todos compran el discurso de Boric. El mismo Marco Enriquez-Ominami (Partido Progresista) ha señalado que el candidato es demasiado cambiante y que él, con la experiencia de tres campañas anteriores, llama humildemente a que Boric, Yasna Provoste (Democracia Cristiana) y él se unan se unan para impedir el triunfo de la derecha, gane quien gane en esta primera vuelta. ME-O, como es conocido popularmente en Chile, tiene un hito que nadie le puede quitar: en 2009 logró el 20 por ciento de los votos, sólo superado por el ex presidente Eduardo Frei Ruiz-Tagle y de Piñera, quien terminó siendo electo. Es decir, él sedujo a miles de votantes decepcionados con la Concertación y al mismo tiempo interpeló a una izquierda chilena cada vez más acomodada con los negocios y las empresas.
Aunque ciertos observadores internacionales hablan de un país polarizado, a juzgar por los siete candidatos de la papeleta, Chile es un país fragmentado, donde ninguno de ellos logra representar una fuerza política al estilo de la Concertación de Partidos —que agrupaban desde la Democracia Cristiana al Partido Socialista— que gobernó desde el retorno a la democracia en 1990 hasta el triunfo de Piñera en 2010. O el conglomerado Nueva Mayoría, donde la ex Concertación incorporó al Partido Comunista, logrando que Michelle Bachelet asumiera el cargo por segunda vez en 2014 para entregárselo nuevamente a Piñera en 2018.
Yasna Provoste, ministra de Bachelet dos veces, quizá pueda dar alguna sorpresa gracias a un discurso feminista y renovador de la matriz neoliberal, mucho más centrista y que quizá pueda asegurar mayor confianza en la elite: ella representa a Unidad Constituyente, conglomerado de partidos de la antigua Concertación que incluyen al Partido por la Democracia, el Partido Socialista y Partido Radical.
La amenaza ultraderechista
En la derecha al principio todas las fichas estaban puestas en Sebastián Sichel. El abogado, ex ministro de Piñera y rostro frecuente de revistas de economía parecía una carta segura. Prometía continuidad, pero con algunos ajustes económicos que garantizarían, nadie sabe cómo, apoyo a las Pymes y una mejor jubilación pero sin alterar ni el modelo ni las AFP (Administradoras de Fondos de Pensiones) de las que es un gran defensor. Canchero, con un pasado sufrido —que muchos han puesto en duda— y poco amigo de incluir en su campaña a los partidos oficialistas (Renovación Nacional, Evópoli y Unión Democrática Independiente) porque él es “independiente”.
Justamente en julio, cuando él estaba envalentonado por derrocar a Joaquín Lavín, el favorito de su sector en las primarias, y declaraba que no se tomaría fotos con quienes apoyen el cuarto retiro anticipado de las AFP, comenzó a figurar en las encuestas José Antonio Kast. Aunque obtuvo siete porciento en las elecciones de 2017 sus entrevistas, donde defendía la Dictadura de Pinochet y rechazaba el matrimonio homosexual, comenzaron a posicionarlo como una alternativa para los nostálgicos del autoritarismo ochentoso. Ya en septiembre y ocubre era favorito según las encuestas, las mismas que —se ha demostrado— tienen graves errores metodológicos e incluso son llenadas por los propios encuestadores a pedido de quienes las financian.
¿Es realmente una amanaza Kast? Difícil saberlo. En los últimos debates estuvo débil, olvidando su propio programa y sin saber justificar medidas como “achicar el Estado” o “apoyar a las pymes” con las que su ejército de bots en internet infectan las redes sociales.
Mientras tanto, casi testimoniales son las candidaturas del profesor Eduardo Artés de Unión Patrótica, un señor entrañable que defiende a la vieja izquierda radical y Franco Parisi, un economista muy alineado con libertarios como Javier Milei quien no ha hecho campaña en Chile, sinio que desde Estados Unidos ya que se encuentra con orden de arraigo por el no pago de pensión alimenticia (que él desmiente).
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