El desprecio a la política es marcadamente a una forma de hacerla olvidando el bienestar social como objetivo de su que hacer. Por cierto, en las últimas dos décadas la izquierda no ha mostrado tener las herramientas para enfrentar esta lucha de ideas y acciones, pero nadie mejor que esta misma izquierda para conducir este proceso de transformaciones profundas que Chile necesita. La experiencia neoliberal chilena ha estado marcada por la persistencia de la desigualdad de ingresos y riquezas, un fenómeno que se agudizó en dictadura y que ha persistido en las últimas dos décadas de gobiernos de la Concertación. La excusa concertacionista ha sido las sucesivas crisis del capitalismo que han debido soportar sus gobiernos por dos décadas. Las débiles explicaciones agravan la falta de respuestas y soluciones reales a los problemas de las grandes mayorías. Un grafiti, aparecido pocos días después del triunfo de la derecha en las elecciones presidenciales del 2010, testimoniaba la percepción que tenía la gente del rol que habían cumplido: “Ahora Chile será gobernado por sus propios dueños”. A pesar de las buenas cifras que presenta el actual Ministro de Hacienda, es evidente que la profundización de la crisis capitalista genera incertidumbre, agudiza los conflictos sociales. Parece ya un hecho reconocido que la última crisis vivida por el sistema no logra terminar, y las buenas cifras siempre se ven relativizadas por la persistencia de los factores profundos que alimentaron la debacle del 2008; sus efectos serán persistentes y duraderos, y tendrán consecuencias devastadoras para los trabajadores y los pobres de todo el mundo (1 ).
Se trata de una crisis de la economía real, inducida por los irracionales procesos de desregulación de las últimas décadas, que además encubre una crisis energética, que nos presiona a dejar atrás la era de los combustibles fósiles, una crisis ecológica sin precedente en la historia de la humanidad, y una crisis alimentaria que se ve agudizada por el cambio climático. Por cierto, la acción del hombre ha sido determinante ya que el problema es que en vez de actuar de forma “contra cíclica” con la naturaleza, para hacer más lentos los cambios climáticos naturales, los estamos acelerando a velocidades nunca vistas (2 ).
Estamos siendo testigos de cómo la plena “libertad” de movimientos de capitales y la autonomización sin precedentes del sector financiero, el neoliberalismo, han llevado a una crisis sistémica del capitalismo como forma histórica de civilización. Cuando en todo el planeta ya resulta evidente su incapacidad para derrotar la pobreza y la desigualdad, tras la persistencia y agudización de los problemas sociales, en todos lados se discuten caminos de construcción de nuevos “contratos sociales”, de democracias más equitativas e inclusivas. Su historia de los últimos dos siglos, y en particular sus crisis de las últimas décadas, nos da cuenta que esta no será una civilización que a futuro echemos de menos (3 ).
El momento en que nos encontramos requiere dejar las rigideces para abordar la historia, el estado y la economía. Es evidente que, entonces, resultan confusas las proposiciones de quienes, en algunos países de menor desarrollo, han planteado profundizar primero el capitalismo para después construir el socialismo. Pues, aún cuando no sepamos cuales cambios implicará la resolución de la crisis mundial en curso, y aún cuando se logre superar transitoriamente las dificultades, este sistema no parece viable en ninguna parte del planeta.
Las alternativas que ahora tiene la humanidad deben enfrentar la pobreza y las profundas desigualdades que nos hereda este sistema. Hoy todas las economías modernas combinan lo público y lo privado de varios modos y en varios grados. De hecho, en estos últimos veinte años se ha revalorizado el Estado, como organizador de la pluralidad social y como ordenador de la articulación externa en el mundo globalizado en que vivimos, pero también como ente regulador de aquello a lo que el mercado no puede dar respuesta o resulta incompetente, pero nadie seriamente lo absolutiza.
A la luz de los acontecimientos desde los 80’ pareciera evidente que la diferencia entre los dos sistemas económicos históricamente en disputa reside básicamente en sus prioridades sociales y morales, y no principalmente en su estructura. La contraposición fundamental entre un sistema “socialista”, que pretendía suprimir las empresas privadas, sólo interesadas en las ganancias y el mercado, y uno que pretendía liberar al mercado de todo tipo de restricciones, nunca fue realista. Y, si esta contraposición existió, lo fue sólo como expresión exacerbada de la Guerra Fría. De hecho, hoy tenemos a la vista que las tentativas de vivir a la altura de esa lógica, totalmente binaria de “capitalismo” y “socialismo”, fracasaron, y los estados con organización y gestión completamente estatales no sobrevivieron a los años ’80, mientras la crisis iniciada el 2008 quebró el “fundamentalismo de mercado” anglo-norteamericano, en el mismo momento de su apogeo.
Esta primera década del siglo XXI nos ha dejado como principal lección la necesidad de enfrentar los problemas de la humanidad en términos mucho más realistas, conscientes que los conflictos sociales que enfrentaremos en esta crisis pueden devenir en tragedias aún mayores que las vividas en el siglo pasado. Si le creemos a Paul Krugman, “estamos en las primeras etapas de una tercera depresión”. Las depresiones, nos recuerda, son muy escasas en la historia, a diferencia de las recesiones, y señala dos: los años de deflación e inestabilidad que siguieron al pánico de 1873, y la que siguió a la crisis financiera de 1929-1931. Y cree que la que estamos viviendo lucirá más parecida a la del siglo XIX, “pero el costo para la economía mundial, en especial para los millones que serán socavados por la ausencia de empleo, sin duda será inmenso” (4).
Cuando hoy revisamos las opciones del sistema, sus salidas a la crisis que enfrenta, con concepciones menos dogmáticas de la historia, parece coherente la tesis de considerar el desarrollo del capitalismo como una forma de vida social que, en su tiempo, nunca fue superior del feudalismo, su antecesor, pero que resultó ser una salida a su crisis controlada por sus mismos beneficiarios. Entonces parece razonable asumir que históricamente el capitalismo siempre fue contra revolucionario. Y que en su origen no fue más que la respuesta de los señores feudales, de los grandes mercaderes y la iglesia, a siglos de conflicto social con los peones y campesinos que ya hacían tambalear su poder. Por lo que, haberlo considerado su evolución natural sólo resulta comprensible en el marco de formas rígidas de pensar la historia; concepciones surgidas del mismo sistema para realzarlo. Entonces, es probable que si las luchas anti feudales hubiesen tenido éxito nos habrían ahorrado la inmensa destrucción de vidas y de medio ambiente natural, que ha marcado el desarrollo de las relaciones capitalistas a escala planetaria. Y, por cierto, este es un proceso que trágicamente podría volver a repetirse de no avanzar decididamente en transformaciones republicanas que den a nuestros pueblos herramientas que les permitan conducir los cambios.
Sin querer ahondar en la cuestión republicana, somos parte de quienes comprenden que el objetivo de una política económica no es el beneficio de unos pocos, y es algo más que el crear bienestar individual, es un medio para dar vida a las sociedades buenas, humanas y justas y, por lo tanto, el concepto de desarrollo lo debemos vincular con el avance del bienestar de las personas y de su libertad (5 ). Sin duda que la renta es uno de los factores que contribuyen al bienestar y a la libertad, pero no es el único. A pesar de ello, nos han hecho prisioneros del Producto Interno Bruto (PIB), pues se ha limitado la reflexión sobre el desarrollo a la concepción elemental de que los países pobres no son más que países con niveles de renta bajos, lo que lleva a la errada idea que la superación del subdesarrollo pasa sólo por el crecimiento económico y el aumento del PIB. Sin duda que es relevante, pero hoy resulta evidente que constituye un punto de partida insuficiente para evaluar el progreso de un país.
Se trata no sólo de un incremento de renta y del consumo de las personas, de la maximización del crecimiento económico y de las rentas individuales, sino de ensanchar las oportunidades y las “capacidades” de todos a través de la acción colectiva. El fin dice relación con el qué hacer de las vidas, las oportunidades que logramos para estas vidas y las esperanzas de los individuos. Las tareas de una política democrática no son privadas sino públicas, lo que implica una iniciativa pública sin ánimo de lucro, acciones que, aunque operen en algunos ámbitos sólo mediante la redistribución de la acumulación privada, como puede ocurrir con alguna modalidad de Renta Básica. Se trata, finalmente, de decisiones públicas dirigidas a la mejora social colectiva mediante las cuales todos ganen. Esta es la base de la política de izquierda. La superación de las crisis que nos depara este sistema, sin importar el nombre que le demos a este programa, significará un mayor desplazamiento del mercado libre hacia la acción pública (6).
Ya sabemos que Chile puede crecer a altas tasas y simultáneamente avanzar en la superación de sus índices de pobreza, pero no lograr progresos significativos en sus indicadores de equidad, pues la obscena diferencia de ingresos entre el primero y el último quintil en los últimos veinte años tuvo una mejora insignificante, lo que atenta contra la libertad de las personas (7). En este marco, la propuesta de implementar una Renta Básica, “un ingreso pagado por el estado a cada miembro de pleno derecho de la sociedad o residente, incluso si no quiere trabajar de forma remunerada, sin tomar en consideración si es rico o pobre, o dicho de otra forma, independientemente de cuáles puedan ser las otras posibles fuentes de renta, y sin importar con quién conviva”, sin duda constituye un aporte a la discusión que, por lo demás, podría ser implementada sin cambiar en lo básico el modelo de desarrollo (8).
A menos que ocurra un colapso general de la sociedad humana, la globalización existe y es irreversible. Lo que no significa que debamos aceptar impasibles el tipo de globalización producida por el capitalismo, y es indudable que debemos generar nuevos ejes de colaboración con otros países en función a los intereses de nuestros pueblos, formulando una globalización democrática. Hoy nuestra política exterior debiera lograr relacionarnos con el resto de los países de la región de forma tal que consigamos gravitar políticamente de manera efectiva para encontrar el modo de aminorar los efectos de las crisis sobre nuestros pueblos. Y no perder el tiempo en alianzas de defensa del sistema, que sólo encubre acuerdos empresariales que, más bien, agravan sus efectos sobre nuestras sociedades. Cualquier recuperación del sistema será inestable, tal como hoy lo muestran los levantamientos populares en África y Medio Oriente, la crisis nuclear en Irán y Corea y las reacciones desesperadas de los defensores del sistema por mantener gobiernos proclives a este, por dictatoriales y sangrientos que sean, junto a los intentos desestabilizadores en Venezuela y Bolivia, y el intento de golpe de estado en Ecuador hace algunos meses.
La salida a la crisis del sistema no pasa por la consolidación de fórmulas que sigan concentrando la riqueza de todos los chilenos en cada vez menos manos. Existe también una salida democrática, y esta significa encarar las grandes transformaciones sociales, económicas y políticas que están pendientes.
Esto dice relación con el desarrollo de un sistema de educación pública gratuita y de calidad, que garantice la igualdad de oportunidades, con la participación de la comunidad, y que abarque todas las etapas formativas, desde la formación parvularia hasta la universidad.
Enfrentar la nacionalización de nuestras riquezas minerales para avanzar en un camino de redistribución del ingreso, de tal forma asegurar a todos los chilenos los recursos mínimos que requiere su libertad; necesitamos un sistema previsional público basado en la contribución solidaria, y la consolidación de un sistema público de salud de mayor calidad para todos, asegurando el abastecimiento de medicinas a toda la población. Esto sólo es posible en un sistema democratico que permita el acceso a espacios de representación de todos los sectores de la vida ciudadana, a sus organizaciones sociales, sindicales y partidos políticos, que favorezca la incorporación de nuevas fuerzas a una vida ciudadana activa, muy especialmente a las mujeres y jóvenes; y ello requiere la creación de una Asamblea Constituyente que redacte una Nueva Constitución, que debe contemplar un sistema electoral proporcional, con representación de los pueblos indígenas, paridad de género, respeto a la diversidad sexual, sufragio de chilenos en el exterior, y elección de los intendentes y consejeros regionales.
Una estrategia de desarrollo con un crecimiento económico que respete los derechos de los trabajadores, promueva la desconcentración económica, que consagre los derechos de las personas por sobre los derechos de propiedad, y vaya de la mano con la defensa de los recursos naturales y el medioambiente, en que el agua sea un bien común de uso público; que promueva la economía cooperativa, la regulación de los mercados financieros y una matriz energética en manos del Estado, que ponga el acento en el desarrollo de energías renovables no-convencionales. Es evidente que la implantación de este modelo energético puede tener un ritmo menor al actual, pero los costos medioambientales serán infinitamente menores y las futuras generaciones lo agradecerán. Los acontecimientos recientes en Japón, no dejan espacio a dudas que este camino es inevitable para nuestra sobrevivencia.
Una alternativa democrática debe impulsar un sistema efectivamente regionalizado y desconcentrado, nuestro largo territorio ha sido demasiadas veces testigo de los costos sociales de las decisiones de sus gobiernos centrales, es evidente que la planificación central es compleja, burocrática y autoritaria.
La salida no democrática la han vivido las víctimas del terremoto del 27 de Febrero del 2010, abandonados por un Estado sólo preocupado porque el “sistema” funcione. Una muestra del nuevo estilo fueron las espontaneas declaraciones del propio Ministro del Interior, diciendo que no era positivo entregar más ayuda en alimentos y materiales de construcción a las zonas afectadas, porque eso desestimula “el consumo”, lo que afectaría la normalización del “sistema”. Los hombres y mujeres afectadas por el terremoto, y posterior maremoto, que en su gran mayoría quedaron cesantes, asumieron que no eran ellos los llamados a normalizarlo, pues no tenían medios para adquirir esos bienes, apenas si para su alimentación y la de sus hijos, y estas medidas sólo beneficiaban a los empresarios y los especuladores.
La normalidad del “sistema” siempre busca asegurar la mayor libertad al ejercicio de la propiedad y el lucro, colocando este derecho, una vez más, en oposición al derecho a la subsistencia. El primer objetivo de la sociedad debe ser la mantención de los derechos humanos imprescriptibles, y el derecho más básico es el de existir. La primera ley social debe ser la que garantice a todos los miembros de la sociedad los medios de existencia, y todas las demás leyes deben subordinarse a esta. La propiedad de bienes fue instituida socialmente para consolidar los derechos básicos, e incluso hoy es garantizada por nuestra Constitución Política (9).
Otra cara de este problema es el uso indiscriminado de bienes públicos por parte de las grandes empresas, hoy dueñas también del poder político, sin compensación alguna también constituye un despojo, y al abogar a favor de los así desposeídos luchamos por un derecho. Casos evidentes son la apropiación indiscriminada de los derechos de agua en todo Chile, y la ocupación de nuestro mar territorial por parte de las grandes pesqueras. La pesca indiscriminada por parte de las empresas nacionales y transnacionales, no sólo ha significado el empobrecimiento de los pescadores artesanales sino también un perjuicio para todos los chilenos. El costo medioambiental que pagamos todos los chilenos por el uso de nuestra naturaleza no es valorada ni menos compensada. Una situación similar se enfrentó en su momento con el monopolio de la propiedad agraria. El cultivo de la tierra constituyó una de las mayores mejoras naturales jamás hecha por la invención humana. Ha valorizado la tierra pero ha desposeído a más de la mitad de los habitantes de su herencia natural, sin ofrecerles a cambio ninguna indemnización por esa pérdida, como debería haberse hecho, lo que ha generado una creciente pobreza en nuestros campos, y ello sin considerar el proceso de secuestro y despojo de las tierras en las zonas Mapuches (10).
Mientras la administración de Piñera continúa implementando su proyecto neoliberal y generando alianzas político-empresariales con los gobiernos más reaccionarios de la región, con la arrogancia del que se sabe dueño sin contrapeso de los medios de comunicación, van surgiendo las voces de resistencia ciudadana. Casos emblemáticos han sido los de Magallanes y Coquimbo, cuando la Comisión Regional de Medio Ambiente de Coquimbo aprobó la construcción de la central Termoeléctrica Barrancones y el mismo Piñera debió dar pie atrás a raíz de las protestas que se generalizaron en todo el país. Chile necesita una fuerza política que defienda un proyecto democrático que fortalezca la capacidad de lucha de los ciudadanos por nuestros derechos. Una izquierda con una plataforma popular propia, que sea protagónica y alternativa a las opciones neoliberales encarnadas por la derecha o surgidas desde la Concertación. Que aporte unidad e integración a la izquierda chilena. En que un proyecto propio signifique la búsqueda de mayorías para su implementación, y sin renunciar a sus propuestas logre el entendimiento fraternal y la acción unitaria de todas las fuerzas democráticas.
Una organización participativa y transparente, regionalizada y descentralizada, con direcciones en permanente renovación, que construya un modo distinto de aproximarse a la lucha política, social y cultural. Que asuma con realismo la tarea de integrar una izquierda que sufrió la atomización, tras el triunfo sobre la dictadura, y el surgimiento de múltiples pequeñas organizaciones políticas que asumieron roles regionalistas, locales o de reivindicaciones sectoriales.
En este camino la Izquierda chilena tiene toda una historia a la que echar mano y encantar a las nuevas generaciones, que son las llamadas a conducir este proceso.
Gonzalo Rovira S.: Ex dirigente estudiantil comunista. Escribe artículos sobre ciencias sociales en el diario La Nación de Chile. Es dirigente nacional del Frente Amplio de Izquierda.
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NOTAS:
1) El Mercurio mismo alerta sobre una nueva crisis en el 2015, Cuerpo B, 10/02/11. El Informe de la Comisión del congreso estadounidense para investigar los orígenes de la crisis financiera y económica, declaró que la primera causa de la crisis fueron las fallas generalizadas en la regulación y supervisión financiera, las que resultaron devastadoras para la estabilidad de los mercados financieros. www.fcic.gov.
2) Krätke R. Michael; Túnez y Egipto: la crisis alimentaria, combustible de la cólera popular, Revista SINPERMISO, 06/02/11: “La mayoría de los países africanos dependen hoy de la importación de alimentos, mientras que los estados árabes, con Egipto a la cabeza, se han consolidado ya como los mayores importadores de cereales del mundo. En Túnez, Argelia y Egipto los hogares deben invertir de un 40 a un 50% de sus ingresos en la compra de alimentos, de modo que el ’boom’ de los precios del 20 hasta el 25% que se vivió a partir de noviembre apenas pudo ser absorbido (…) No es ninguna sorpresa que la gente haya llevado su desesperación a las calles”.
3) Un serio trabajo sobre la moderna tradición republicana. Domenech, Antoni; El eclipse de la fraternidad, Editorial Critica, 2004.
4) El Mercurio, Cuerpo B, 27/6/2010.
5) En nuestro país, se han publicado recientemente dos agudos trabajos acerca de teoría y práctica republicana. Cristi, Renato y Ruiz-Tagle, Pablo; La República en Chile. Teoría y práctica del Constitucionalismo Republicano, Santiago, LOM, 2006. Ruiz, Carlos Schneider; De la República al mercado, LOM, 2010.
6) Amartya Sen, respecto al complejo tema de las “capacidades” y la relación de la acción pública con la democracia, así como Eric Hobsbawm respecto a los problemas de la democracia en la etapa de crisis del sistema, han publicado múltiples trabajos en la última década. Ver Tb. Los trabajos de A. Domenech.
7) Solimano, Andrés; Desigualdad social en Chile, Revista HEMICICLO, págs. 139-154, 2010
8) Para conocer más detalles de esta propuesta, www.redrentabasica.org. Tb. el ya clásico; Raventós, Daniel (coordinador); La Renta Básica, ARIEL, 2001.
9) “Quien no tiene asegurado el “derecho a la existencia” por carecer de propiedad, no es sujeto de derecho propio –sui iuris—, vive a merced de otros, y no es capaz de cultivar ni menos de ejercitar la virtud ciudadana, precisamente porque las relaciones de dependencia y subalternidad le hacen un sujeto de derecho ajeno, un alieni iuris, un “alienado”. Bertomeu”, María Julia; Republicanismo y propiedad, Revista SINPERMISO, 05/07/05. Cervantes, que era un republicano convencido, nos dejo esta joya en voz de Don Quijote: “La libertad, Sancho, es uno de los más preciados dones que a los hombres dieron los cielos (…) ¡venturoso aquél a quien el cielo dio un pedazo de pan, sin que le quede obligación de agradecerlo a otro que al mismo cielo!”, Tomo II, Cap. LVIII.
10) El argumento se lo conoce desde que Marx comentara con gran agudeza los debates sobre la Ley acerca del Robo de Leña, en la Dieta Renana de 1842. En este trabajo analiza el proceso de creciente privatización de las tierras de uso comunal, cuyo secular uso y derecho los diputados de la nobleza en la Dieta pretendían transformar en delito. Marx, Carlos; Los debates de la Dieta Renana, Editorial GEDISA, 2007. Ver Tb. El Capital, libro I, Cap. XIV, págs. 708-755, LOM ediciones, 2010; donde Marx aborda la historia de lo que denominó “la acumulación originaria”; el proceso de destrucción, desde los inicios del capitalismo hasta la gran empresa capitalista moderna, de la propiedad privada individual, artesanal o campesina, fundada en el propio trabajo personal. Una versión chilena de nuestra historia de “acumulación originaria”, en Salazar Gabriel; Labradores, Peones y Proletarios, LOM Ediciones, 2000.
Le Monde Diplomatique – Chile
http://www.lemondediplomatique.cl/article16,16.html
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