Carlos Peña, Columnista de El Mercurio
Con grandilocuencia el nuevo gobierno ha anunciado lo que ellos mismos llaman “una verdadera revolución” en la educación chilena. Estas son una serie de medidas que pretenden potenciar a la educación de nuestro país. Estas van desde un cambio en el marco curricular o cambios en el estatuto docente, hasta potenciar a los directores de los establecimientos. El esfuerzo esta puesto en mejorar la calidad de la educación. El presupuesto básico que la derecha maneja es que “la calidad depende críticamente de lo que ocurre al interior (y no sólo al exterior) de la sala de clases.” (Andres Allamand, El enfoque correcto).
La mirada esta puesta en el aula y en los resultados que de ahí se obtienen. Por esta razón no es casualidad que la derecha culpe constantemente, a los profesores por los bajos rendimientos y por los problemas en la educación. En esta dirección apunta el intento de dar un mayor status a las pedagogías por ejemplo. El problema es identificado en los actores, que no son capaces de dar buenas respuestas y guiar de buena manera a los estudiantes.
Claramente estamos ante una revolución miope, unilateral, y que no alcanza para tal apelativo.
La revolución del gobierno no elude hechos básicos que están en la base del problema, y que incluso un columnista como Carlos Peña de El Mercurio, logra identificar como el gran desafio. No se manifiesta sobre el grave problema de “apartheids” educacionales que se evidencian en nuestro país. Resulta algo lógico de constatar, pero es algo que está en la base de todo el problema. Son evidentes las diferencias entre un niño que estudia en un colegio particular de Las Condes, a aquel que estudia en un colegio municipal de La Pintana. La propuesta de crear 60 colegios de excelencia, aparece como una propuesta tragicómica, para los miles de niños que no tienen acceso a estudiar en colegios particulares o particulares subvencionados.
No hay un posicionamiento claro frente a la crisis profunda que enfrenta la educación pública de nuestro país. Mientras se anuncia pomposamente esta revolución, gran cantidad de colegios se cierran definitivamente, por la nula capacidad de competir en el mercado educacional. La solución de fusionar colegios no parece como una salida muy prometedora. Podemos leer como el concejal Jorge Huneeus plantea, en relación al cierre del Liceo Villa La Pintana, que: “Lamentablemente esta es la medida más acertada. La municipalidad no tiene como competir con los privados” (Villa La Pintana, un liceo fallido, The Clinic N°371). Simplemente sin palabras.
La reforma estrecha de manera preocupante lo que se entiende por calidad. En la lógica de la derecha, de hacer competir en el mercado a los distintos colegios, se establecen criterios ligados a índices internacionales de competitividad. Estos no son sino una expresión de los estándares que resultan óptimos para cualificar a la mano de obra de nuestro país. La formación de individuos críticos de nuestra realidad, que valoren la participación, que sean capaces de posicionarse como actores de la sociedad, no aparece, sino para ser negada. La reducción de horas de Historia aparece como algo completamente justificable bajo esta lógica. El caso del Liceo que nombrábamos arriba, es el caso de un colegio que no es rentable y que además, aparece con todos sus índices de medición en rojo. Que siga funcionando es una pérdida de recursos y tiempo. No se miran los beneficios sociales de la educación y lo que potencia en las comunidades. El reclamo de una madre de familia y estudiante que señala que la “gente de la municipalidad nunca vio estos beneficios sociales que tiene el colegio y por ahorrase platita nos dejaron sin liceo.”, aparece como un argumento invalido para el gobierno.
Igual de preocupante aparece la manera en que el gobierno realiza esta reforma. Más que una reforma, lo que tenemos frente a nuestros ojos es la imposición de medidas. Un grupo de “expertos” en educación se reúne y plantea el camino que se debe seguir en educación. A lo menos es curiosa la concepción de democracia y participación que maneja el gobierno. ¿Acaso los actores de la educación no tienen nada que decir al respecto? La “nueva derecha” que se intenta mostrar mantiene en su ADN, las mismas lógicas autoritarias que la formaron y que históricamente ha caracterizado a su proyecto político.
Lo que se ha denominado “revolución educativa”, esconde bajo sus ropajes un problema y una contradicción irremediable. Si lo que se plantea es una reforma, necesariamente se deben superar los planteamientos dados por el gobierno, como absurdos y de poco alcance. Queda frente a nosotros el concepto de reforma y revolución despojado de sus ropajes y que vuelca sobre nosotros toda su profundidad. Si planteamos una revolución en la educación, tomemos el desafío y planteemos lo que de verdad se necesita: un proyecto participativo, que logre enfrentar las profundas diferencias engendradas por este modelo a nivel educacional, y a nivel general que vuelque definitivamente la tortilla a favor de nuestro pueblo.
Sebastián Farfán, Sec. General Federación de estudiantes Universidad de Valparaíso (FEUV) 2011.
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