Por: Telma Luzzani
La asunción de Gabriel Boric genera expectativas en el país trasandino y en la región. Aunque su programa es progresista e inclusivo en diversos aspectos, asume sin mayoría parlamentaria y con un Congreso muy fragmentado. Su primer desafío político será que el pueblo chileno refrende la nueva Constitución.
Cuando los muchos –los indignados, los desesperados– salen al espacio público y alteran el orden cotidiano de la dominación, la prensa habla de “estallido social” y las minorías dominantes (que se apresuran a llamarlos “alienígenas”) envían a las fuerzas represoras para que restauren “la normalidad”, es decir, para que repongan el viejo orden abusador y que la sangre no llegue al río.
Sin embargo, la sangre queda en las calles o en los cuerpos baleados o en los ojos ciegos de quienes demandan otro modo de vivir. Eso pasó el 18 de octubre de 2019 en Chile. Las enormes protestas de norte a sur, sostenidas en el tiempo a pesar de la violencia feroz de los carabineros, dejaron claro de qué es capaz el pueblo chileno. Y aunque lo más acuciante no amainó, la insurrección popular ha obtenido victorias notables.
Una de ellas fue lograr la convocatoria para que la ciudadanía decidiera si quería, o no, derribar para siempre la Constitución neoliberal del dictador Augusto Pinochet. En octubre de 2020, el pueblo dijo estruendosamente “sí”. Los tiempos históricos se aceleraron y, en el comienzo de este 2022, ya fueron aprobados los primeros artículos de una nueva Ley de Leyes. Chile se mira orgullosamente a sí mismo, reflexiona sobre su pasado, escucha la voz de los pueblos originarios y se declara –en el artículo 1º de la nueva Constitución– un “Estado regional, plurinacional e intercultural, conformado por entidades territoriales autónomas, en un marco de equidad y solidaridad entre todas ellas”.
Cuando esta nueva Carta Magna tenga completo todo su articulado, se someterá a un “plebiscito de salida” obligatorio, en el segundo semestre del año, para que la mayoría la adopte o continúe en vigencia la ley de Pinochet.
Otra consecuencia de las grandes movilizaciones populares fue el triunfo del candidato de izquierda, Gabriel Boric, en las elecciones presidenciales del año pasado, un acontecimiento que los chilenos no dudan en considerar el más importante de las últimas décadas. Boric batió tres récords: es el presidente más joven (36 años), el más votado en la historia de su país y ganó en una elección que fue la de mayor asistencia desde 2012, cuando el voto dejó de ser obligatorio en Chile.
Aun con las diferencias de época, Boric expresa, a su modo, el rescate de un hilo histórico que une los actuales reclamos y protestas populares con el Chile de Salvador Allende, antes de que la democracia fuera brutalmente interrumpida con el aval de Estados Unidos, el 11 de septiembre de 1973. “Si Chile fue la cuna del neoliberalismo también será su tumba”, prometió el joven presidente cuando todavía era candidato. ¿Habrá llegado la hora en que las palabras proféticas de Allende –“más temprano que tarde se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor”– empiecen a cumplirse?
EL FANTASMA DE PINOCHET
“Las grandes alamedas se abrieron un poquito pero no tanto como quería Salvador Allende”, opina Atilio Boron, magíster en Ciencia Política por Flacso de Chile y Ph. D. por la Universidad de Harvard.
Boron pone como ejemplo el proceso constituyente, al que considera “simbólicamente muy importante” pero teme que quede a medio camino. “La primera presidenta de la Convención Constitucional (CC) fue la mapuche Elisa Loncon y, sin duda, allí se están planteando discusiones interesantes, pero las grandes jornadas de octubre fracasaron en el intento de instaurar un poder constituyente propio y popular. Los cambios están muy mediatizados. Por eso digo que se ha abierto una fisura, pero el dique de la derecha chilena –que se expresó en el pinochetismo, pero también en los sucesivos gobiernos de la Concertación y la Nueva Mayoría– todavía está ahí, resistiendo”.
La gran preocupación del politólogo es el resultado del mencionado “plebiscito de salida” que, como se dijo, tendrá lugar en el segundo semestre de este año. “Yo quedé traumatizado con lo que pasó en Colombia cuando después de largas y trabajosas conversaciones de paz entre gobierno y guerrilla (FARC), la mayoría de la población rechazó el acuerdo. Creo que es la primera vez que sucede eso en el mundo. El caso de Colombia refleja lo que pueden las campañas propagandísticas, el lavado de cerebro, el neuromarketing político y todas esas basuras que sabemos que existen en este momento para enturbiar la mente de la gente. Volviendo a Chile: es cierto que, en el plebiscito de 2020, una gran mayoría repudió la constitución pinochetista, pero si la nueva Carta Magna queda a mitad de camino, ¿va a tener el apoyo de la mayoría de la población? Y si no gana, se sabe, queda vigente la de Pinochet, plasmada por Jaime Guzmán, un jurista muy inteligente, pero de la derecha fascista.”
Marta Lagos, directora de Latinobarómetro y Market & Opinion Research International (MORI) de Chile, coincide con Atilio Boron sobre la fuerza resistente del pinochetismo. La encuestadora suma un análisis sobre el peculiar escenario que han dejado las votaciones legislativas, presidenciales y constituyentes de 2021. “No cabe la menor duda de que en Chile hay una crisis en el sistema de partidos. Esto quedó reflejado en la atomización partidaria del Congreso”, asegura. “Antes, en el parlamento, había bloques de cincuenta legisladores. Ahora hay 22 partidos con 7, 10 o 19 legisladores.”
El escenario para Boric no es sencillo: con esta fragmentación no sólo será dificilísimo tener la mayoría necesaria para aprobar los puntos nodales de su programa, sino que enfrentará un desgaste considerable al tener que negociar con 22 partidos en lugar de uno o dos.
La elección presidencial reflejó igualmente la crisis de partidos políticos y una drástica polarización. Como resultado de la primera vuelta (noviembre 2021), dos candidatos, en campos ideológicos diametralmente opuestos, no pertenecientes a los partidos tradicionales (y ambos sin mayoría en el Congreso), pasaron al balotaje de diciembre. El ganador, Gabriel Boric (55,87 por ciento de los votos), líder de la coalición de izquierda Apruebo Dignidad (integrada por el Partico Comunista y el Frente Amplio), hizo suyos los reclamos populares, pero, por otro lado, se despegó de la simbología de la izquierda clásica e incluso manifestó abiertamente sus críticas a los procesos de Cuba, Venezuela y Nicaragua. El candidato perdedor, José Antonio Kast (44,13 por ciento), es un conservador neoliberal a ultranza, cuyas consignas de campaña reivindicaban al dictador Augusto Pinochet: en sus actos se coreaba “¡Viva Chile y Pinochet!” o “¡Chile nunca será comunista!”.
“El problema es que el pinochetismo no son cinco personas –asegura Marta Lagos–. Una buena parte de quienes votaron por Kast lo hicieron por miedo. Kast viajó a EE.UU., se informó sobre la lógica de campaña de Donald Trump y la aplicó en la segunda vuelta. Tiene los fondos para poder implementar los bots y las fake news, a través de las redes sociales. Los desinformados de la política, que es la mayor parte de la población de Chile, terminaron creyendo que efectivamente se venía el caos. Fue la fórmula de Pinochet ‘Yo o el abismo’. Kast lo replicó: ‘Yo o el chavismo’. Y no le fue mal. Por eso creo que fue una elección distorsionada en la que la gente no eligió programas sino personas en función de percepciones dicotómicas.”
LOS DESAFÍOS DEL NUEVO GOBIERNO
“Hemos escuchado la voz del pueblo”, aseveró Boric antes del balotaje. “Estamos decididos a construir un país más justo, más digno y más seguro. Pero no con promesas sino con hechos concretos.”
Se refería al clamor popular que, desde comienzos del siglo XXI, demanda “hechos concretos”, como el fin de las jubilaciones privatizadas (AFP); salud y educación gratuitas y de calidad; control estatal de los recursos estratégicos, como el agua (ahora privatizada). En una palabra, el fin del régimen neoliberal.
Paula Klachko, socióloga y coordinadora de la Red en Defensa de la Humanidad en su capítulo argentino, sostiene que los acontecimientos de Chile son “una insurrección popular y espontánea” que no tiene vuelta atrás. “Una revuelta remite a formas más dispersas en las que prevalece la espontaneidad. En cambio, en Chile las masas descorporativizadas (no en tanto tal o cual fracción sino en tanto pueblo) se constituyen en masas populares con disposición al enfrentamiento contra las fuerzas especializadas (los carabineros) e incluso dispuestas a confrontar no sólo con el gobierno sino con el Estado. Además, se trata de un movimiento muy potente a escala nacional, no sólo en lo territorial sino también en su contenido. Están claros los enemigos: los gobiernos como el de Sebastián Piñera, las políticas de Estado neoliberales y las corporaciones transnacionales del capital que se han apropiado de los bienes sociales y naturales chilenos. También está claro el objetivo: revertir las políticas de Estado de los últimos cincuenta años y adoptar una alternativa al modelo neoliberal.”
Las jornadas populares de octubre son hijas de otras luchas chilenas en el siglo XXI: las de los estudiantes, los mapuches, el Ni Una Menos de las mujeres. Boric hereda el compromiso de estas protestas que terminaron desbordando completamente las instituciones y desafiando al poder establecido.
“Después de procesos insurreccionales como este no hay retorno –continúa Klachko–, como sucedió en Bolivia después de la Guerra del Agua y el Gas, o en la Argentina después del 19 y 20 de diciembre de 2001. Habrá avances y retrocesos porque el pinochetismo aún tiene fuerza en una parte importante de la población. No son procesos lineales, pero seguro no habrá un retorno al estadio anterior. Si hay ‘agachadas’ de los dirigentes, dependerá de la disposición popular a continuar movilizándose para que se modifiquen de raíz los hechos.”
No obstante, las acciones populares no son siempre las esperadas. Cuando la ciudadanía fue convocada a elegir senadores y diputados conformaron un Congreso fragmentado, con importante presencia de la derecha. En el Senado, aunque sin quórum propio, el “piñerismo” es la fuerza mayoritaria. En Diputados, el número mágico para aprobar cualquier medida es 78. La derecha cuenta con 68 de 155 bancas, y el oficialismo y sus aliados de la ex Concertación (sin la Democracia Cristiana), con 74.
A este escenario que debilita la gobernabilidad de Boric debe agregarse otro obstáculo para su gestión. Señala Marta Lagos: “Boric tiene un programa muy ambicioso que requiere eficiencia en la ejecución y se topará, al menos, con dos dificultades. Primero, el Estado chileno es terriblemente antimoderno, lleno de trabas burocráticas y lento como un hipopótamo. Segundo, el presidente tiene un ejército de gente muy calificada técnicamente y profesionalmente, pero que no tiene ninguna experiencia en cómo hacer funcionar un Estado así”.
Aunque parezca mentira, Marta Lagos asegura que la base de datos electorales está desactualizada en una década. “El Servicio Electoral de Chile tiene dificultades para acercar los locales de votación a los lugares donde viven los electores porque ¡no se sabe bien dónde vive la gente! Otro ejemplo: si se quisiera dar un subsidio, el Estado no permite la discriminación de las bases de datos según las características de la población.”
EL OBSTÁCULO ES LA INCOHERENCIA POLÍTICA
Otros expertos, como Atilio Boron, quien estuvo exiliado en Chile e hizo una parte importante de su formación como cientista político en ese país, son aún más pesimistas. “El desafío de cambiar una sociedad profundamente injusta como la chilena es enorme. Otro reto gigante es recuperar los recursos naturales que fueron alienados, en algunos casos de manera fraudulenta, a favor de los amigos y los cortesanos del proceso democrático –entre comillas– pospinochetista. Chile es un sistema fuertemente presidencialista. No hay vicepresidente. Y, lamentablemente, tengo modestas expectativas sobre el desempeño de Boric como presidente porque es un hombre que tiene graves incoherencias políticas”, remarca.
Boron basa su opinión en la alineación, la formación y los contactos de Boric que, en algún caso, podrían comprometer su gestión. “Su carrera ha sido financiada de alguna forma por lobbies muy importantes vinculados a Israel y a Soros, entre otros –explica el politólogo–. Su pensamiento ha sido moldeado, prácticamente, por lo que es la ideología dominante, como es el caso de algunas ONG, nada inocentes, financiadas por EE.UU., como Human Rights Watch, que critican permanentemente a Nicaragua, Venezuela o Cuba pero no dicen una palabra de Colombia, que es el mayor asesino de la historia regional.”
La designación de Antonia Urrejola como ministra de Relaciones Exteriores parece darle la razón a Boron. Entre 2006 y 2011, Urrejola trabajó como consejera de Luis Almagro, actual secretario general de la OEA, cuestionadísimo por sus iniciativas a favor del golpe de Estado en Bolivia contra Evo Morales, entre otras acciones proimperiales.
“En algunos temas, Boric tiene un discurso contestatario, pero en materia de política exterior su alineamiento incondicional es con EE.UU. Su obsesión contra Venezuela, Nicaragua y Cuba es realmente tóxica y el elenco que ha elegido para gobernar no permite hacerse grandes ilusiones”, destaca Boron. “El gabinete, en lo fundamental, es de centroderecha. El ministro de Hacienda, Mario Marcel, está en una línea ortodoxamente neoliberal. Boric va a tratar de hacer un cierto equilibrio, pero me parece que la relación de fuerza lo va a llevar hacia la derecha. Uno quisiera ver otra cosa, pero hay demasiados indicios como para pensar en un reformismo en serio. Puede ser en las áreas culturales o identitarias, pero me temo que no podrá desprivatizar el agua –único caso a nivel mundial–, que no se meterá con las Administradoras de Fondos de Pensiones, como en la Argentina lo hizo el economista Amado Boudou, ni va a poder resolver seriamente el tema de los presos políticos. Ojalá me equivoque, pero su gobierno puede llegar a ser la Concertación 2.0.”
PROS Y CONTRAS DEL GABINETE PLURAL
Gabriel Boric sabe que su gobernabilidad está en jaque. Inicia una gestión con altas pretensiones de cambio, sin mayoría en el Congreso y sin un partido de masas que lo respalde. Su jugada fue apostar a un gabinete plural donde estuvieran representados no sólo los partidos de su coalición sino un amplio espectro político de posibles aliados futuros.
Además de paritario (14 mujeres y 10 hombres), el gabinete incluye seis ministros independientes; cinco de su partido, Convergencia Social; tres comunistas; dos socialistas (de la ex Concertación); dos de la Revolución Democrática; dos sin militancia política; uno del Partido Liberal; uno del Frente Regionalista Verde Social; uno del Partido Radical, y uno de los Comunes.
“Para tener gobernabilidad y poder pasar alguna ley en el Parlamento, Boric necesitaba incorporar a los partidos que, siendo de izquierda, no estaban en su coalición, Apruebo Dignidad. La falta de mayoría en el Congreso es una debilidad política más que estructural. Con este gabinete, Boric espera aumentar el número de diputados a su favor”, calcula la encuestadora Marta Lagos.
Pero este no es el único obstáculo que enfrentará el nuevo gobierno. En el plano económico, hereda un presupuesto 2022 drenado, ya que su antecesor, Sebastián Piñera, recortó un 22,5 por ciento del gasto respecto del año pasado. El argumento fue el de priorizar la salud de las cuentas públicas (sin importar la pandemia de coronavirus ni la dramática situación social).
El poder económico y el pinochetismo le enviaron mensajes disciplinadores desde el momento en que se declaró vencedor. El principal índice de la Bolsa de Santiago, IPSA, retrocedió 5,39 por ciento en los tres días posteriores a su triunfo (con Ricardo Lagos y Michelle Bachelet no había retrocedido ni un uno por ciento). Las propuestas de aumentar los impuestos a las empresas (sin dinero es imposible encarar cambios), reducir el horario laboral, elevar el sueldo mínimo, crear un nuevo royalty minero y acabar con el actual modelo previsional han levantado ampollas en el establishment. Cualquiera de estas medidas deberá enfrentar al poder real, que le tirará con su arsenal económico, financiero y mediático-propagandístico hasta dejarlo acorralado. Una vez más, la fuerza de la presión popular puede ser la gran salida, aunque este actor, como quedó demostrado con la elección legislativa, es impredecible.
En ese escenario, no debe descuidarse otro elemento de efecto nocivo y larga duración: la eficiente batalla cultural del neoliberalismo. El economista y académico chileno Marco Kremerman lo ejemplifica con las jubilaciones privadas o las Administradoras de Fondos de Pensiones. “Hay un gran descontento con las AFP, pero al mismo tiempo hay cierta desconfianza con un sistema estatal público. Esto va mucho más allá de políticas económicas. Se trata de una profunda huella cultural neoliberal que actuó en Chile durante cuarenta años. Las personas que tienen menos de 58 años no conocen la Seguridad Social ni sus beneficios: creen que un pozo colectivo significa que van a perder la jubilación porque la van a tener que compartir con otros. Nunca han vivido otro sistema. Entonces, saben que tienen su cuenta y que tienen que tratar de que aumente su ahorro para conseguir una mejor pensión y punto.”
Finalmente, otro actor de enorme peso, la Convención Constitucional –que tomará decisiones sobre temas cruciales, como el estatus de los recursos naturales y su control–, influirá en cada uno de los momentos políticos de este primer año de gobierno Boric.
EL FACTOR CONSTITUYENTE
“La Convención es un planeta aparte”, dice con humor Marta Lagos. “Más de la mitad de los chilenos no fue a votar. Y el 43 por ciento que lo hizo conformó una combinación de electores diferente a la que eligió presidente y Congreso. Son tres conjuntos distintos de chilenos y por lo tanto no son comparables. Por eso digo que es un planeta aparte, porque se ha creado una cultura, una interacción, una manera de operar distinta de la que los chilenos conocieron en el Congreso en los últimos treinta años.»
Lagos realizó un detallado examen del comportamiento de esta nueva entidad y lanza un primer análisis provocador: “Desde la perspectiva de su composición política, la característica central de la CC es que es apolítica.»
“Los convencionales no ejercen la política desde el punto de vista del poder. No se han formado coaliciones equiparables a las existentes en el Congreso. Los independientes son más o menos la mitad y los miembros de partidos políticos tradicionales son minoría. Los partidos no juegan un rol preponderante. Tampoco hay liderazgos o personas que conduzcan, que agrupen. La CC es un grupo muy atomizado que tiene poco ejercicio de la política y se encuentra tremendamente ajeno a lo que ha sido la política tradicional chilena. Con todos estos componentes es bastante difícil hacer predicciones.”
Los artículos deben aprobarse con una mayoría de dos tercios (103 convencionales). La derecha no los tiene, por lo que no podrá impugnar las reformas, pero tampoco los tienen ni la izquierda ni los independientes, que distan de ser un bloque hegemónico. En una palabra: hay altas probabilidades de que muchas decisiones queden empantanadas.
Luego queda la aceptación o rechazo final de la ciudadanía. El “plebiscito de salida” será obligatorio, algo inédito para los chilenos y, según Marta Lagos, beneficioso para los sectores de izquierda.
“Está comprobado que a medida que vota más gente, aumenta el caudal de la izquierda. La derecha lo sospechaba, por eso no quería aprobar el voto obligatorio. No obstante, todavía hay algunas dudas. Por ejemplo, no sabemos cómo va a votar ese 45 por ciento que lleva más de una década sin hacerlo. Va a sufragar al menos un millón de personas más. Y por último, se espera que el nuevo gobierno tome las medidas necesarias para solucionar las múltiples dificultades logísticas que implica esta elección.»
En la calle, el ciudadano común quiere tranquilidad y, sobre todo, vivir en un país mejor. El nuevo nombre de la plaza Dignidad no es sólo un cambio simbólico. Es el recuerdo permanente de lo que Chile ha luchado por la equidad y la decisión inclaudicable de conseguirla.
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