Por: Aram Aharonian/ Pedro Brieger
“Que no cunda el pánico”, diría el inefable Chavo del Ocho. Hay muchas expectativas sobre el resultado del balotaje para definir quién será el próximo presidente de los argentinos: el conservador Mauricio Macri, anhelante de la restauración conservadora, o Daniel Scioli, candidato oficialista. Expectativas sí y temores también.
Hace un mes, hasta las encuestas de opinión estaban seguras de un triunfo de Scioli, pero esa certeza fue lo que precisamente ayudó a que se concretara una segunda vuelta, junto con la elección de malos candidatos por el oficialismo en varias provincias y la insólita decisión de no “trabajar” la campaña como siempre lo hizo el peronismo, en las calles, en las fábricas, en los barrios; en el territorio.
Hoy, después de 12 años de gobierno de Néstor y Cristina Kirchner, quien se retira con más de 50% de aprobación tras ocho años de gestión, puede que por primera vez en Argentina la derecha tome el control del gobierno por el voto ciudadano y no por manu militari.
Lo cierto es que el kirchnerismo ha beneficiado en esta “década ganada” a casi todas y todos. Logró que el país se parara sobre sus pies después de la arrasadora crisis del 2000-2002. Recuperó a la clase media y la amplió, distribuyó la riqueza alcanzando a la mayoría de la población, a la que convirtió en sujeto –y no mero objeto- de política. Con errores, con timideces a la hora de abandonar la ortodoxia económica, con energía, con permanente confrontación con el empecinadamente antinacionalista poder fáctico.
Cierto: todo eso se puede perder si gana Macri, quien metería de nuevo a la Argentina en el ciclo de endeudamiento y devaluaciones que tanto sufrimiento ocasionó en el pasado y que amenaza con hacerlo nuevamente, apostando a que la memoria de la ciudadanía es débil.
Pero pongamos las cosas en claro: el de los Kirchner no fue un gobierno revolucionario. Argentina sigue siendo un país capitalista (jamás el kirchnerismo habló de socialismo), que ha logrado reformas estructurales dentro del sistema, que ha roto la dependencia política y económica de Estados Unidos. En la última década las grandes mayorías han logrado conquistas y derechos que les eran negados o retaceados desde hace más de cinco décadas.
El kirchnerismo no es igual que el macrismo. No. Por eso es incomprensible que sectores que se dicen de izquierda llamen a votar en blanco, quizá especulando que el ala izquierda del kirchnerismo se pase a sus filas o que con Macri se puedan dar las condiciones para hacer la revolución.
La derecha ha sabido actuar unida, apoyando siempre a su candidato, desde los medios de comunicación oligopólicos y cartelizados, desde las centrales empresarias, desde la llamada Justicia heredada de la dictadura, que en las últimas dos semanas hizo su trabajo sucio.
La miniCorte Suprema –hoy de apenas tres miembros, incluyendo nonagenarios- firmó varios fallos sobre temas de impacto político: decidió obligar a la estatal petrolera YPF a revelar todo el acuerdo con la trasnacional Chevron para la explotación petrolera en Vaca Muerta, benefició (en un fallo de seis líneas) al Grupo Clarín con la continuidad de una medida cautelar que la exime de adecuarse a la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, armó su comisión de lucha contra el narcotráfico y declaró la inconstitucionalidad de la ley de subrogancias judiciales, además de atacar al Banco Central y declarar inconstitucional la conformación del Consejo de la Magistratura aprobada en 2006 por el Congreso. Tarea cumplida: el poder fáctico ataca en bloque.
Es cierto: Scioli no es ni como Néstor y menos aún como Cristina. La coyuntura histórica es muy diferente: hoy no hay crisis, existe un endeudamiento controlado, se nacionalizaron el petróleo, la aerolínea nacional, los fondos de pensiones, los ferrocarriles…y creció y creció el consumo interno.
El candidato oficialista carece del carisma, la simpatía, la capacidad de confrontación que mostraran los Kirchner. Nació en una familia acomodada y, empresario al igual que su oponente, no salió de una universidad pública. Muchas cosas lo diferencian de Macri, entre ellas que no está sometido a proceso judicial ni vinculado a corruptelas y que –con vacilaciones- prometió seguir el proyecto de justicia social, defensa de la soberanía y vocación latinoamericanista y multilateralista de la última década.
Macri es un típico candidato de palabras huecas, de promesas que olvida al otro día, proveniente de una familia que potenció su riqueza durante la última dictadura cívico-militar y que ahora se opone a hacer justicia con genocidas, torturadores, apropiadores de menores y asesinos –empresarios, civiles pero sobre todo militares- de aquellos años.
Los más interesados en acumular fortunas durante la próxima gestión son los grandes capitalistas locales, que ya han fugado al exterior sumas exorbitantes: ocultan dentro del país unos 70.000 millones de dólares y fuera de las fronteras otros 300.000 millones. Quieren que la fiesta siga, a costillas del país y de los trabajadores.
Mientras esperan la liberación cambiaria prometida por Macri tienen retenidas en silobolsas cerca de 20 millones de toneladas de soja, 9,5 millones de toneladas de trigo y 21,4 millones de toneladas de maíz, por valor de 13.000 millones de dólares que, ingresados al circuito económico financiero, reforzarían el stock de divisas del país, que para su escala de valores debe estar al servicio de sus intereses y los de las trasnacionales.
Hoy, las encuestas, pero sobre todo el ánimo de los dirigentes de la derecha, atacando hasta al papa Francisco, indican que el voto macrista tocó techo, sobre todo porque autoconvocados, sectores populares y medios, intelectuales, universitarios, de trabajadores y estudiantes, salieron a las calles a volver a hacer lo que siempre hicieron: militar para que no nunca más haya un ajuste neoliberal en Argentina.
Calma, radicales, hubiera dicho el ex presidente argentino Hipólito Yrigoyen. Pero eso fue a principio del siglo pasado cuando los radicales eran la izquierda: hoy son los socios del macrismo.
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