Por: Daniel Campione
Argentina es hoy una sociedad signada por la caída de certezas y los acelerados virajes. Parece asomarse el rostro de la catástrofe y hay que eludir los fatalismos.
Hemos asistido estos últimos días a la repentina y autoritaria iniciativa del expresidente Mauricio Macri, de buscar por su cuenta un arreglo con Javier Milei y la esperpéntica tropa de sus partidarios. A la luz de ese acontecimiento el grueso de observadores y analistas comenzaron a hablar de la “implosión” de la coalición Juntos por el Cambio (JxC)
Algunos se preguntaron asimismo si el derrumbe estaba en marcha desde bastante antes y no se ceñía a JxC sino que afectaba a todo el sistema político argentino.
La dinámica del trastorno y el derrumbe.
Nos inclinamos a sumarnos a la segunda opción. Ese enfoque se torna conclusivo si tomamos en cuenta hechos previos como que dos gobiernos sucesivos hayan fracasado en su gestión. Eso de modo tan completo que su actuación se tornó indefendible hasta para los mismos miembros de la alianza respectiva. Por añadidura, cada uno de esos gobiernos fallidos perteneció a una de las coaliciones contrapuestas.
Al menos dentro de las fuerzas hegemónicas casi nadie quedó a salvo, más allá de los extendidos y tenaces esfuerzos por “despegarse” y hablar de las respectivas gestiones en tercera persona.
En el ex Frente de Todos la situación no se asemeja aún a una hecatombe, sin dejar de atravesar un momento muy crítico. El presidente Alberto Fernández ha fracasado como nunca antes lo hizo un presidente peronista. Su período culmina con la virtual ausencia de toda decisión política importante. Y más aún, su figura se ha tornado fantasmal, casi sin inserción en el espacio público, si se excluyen frecuentes viajes al extranjero.
El triunfo de primera vuelta de Unión por la Patria (UxP) no alcanza a ocultar el bajo nivel de la votación con respecto a la media histórica del peronismo en comicios presidenciales. Es muy cierto también que en las condiciones económicas y sociales que el país atraviesa, haber alcanzado el primer lugar en una votación toma aspecto de proeza.
La declinación hace unos meses de la postulación presidencial por Cristina Fernández de Kirchner ha sido otro componente de la crisis. La actitud de la expresidenta es comprensible. Fue víctima de un atentado contra su vida y es sujeto de hostigamiento judicial, con varias causas abiertas.
Lo que no modifica el hecho de que dejó “huérfano” a su potencial electorado, que quedó sujeto una vez más a la candidatura de un presidenciable ajeno a su corriente política. Más aún que Alberto Fernández, Sergio Massa llegó a ser un feroz crítico del kirchnerismo, al que hasta hace no mucho tiempo amenazaba con prisiones y despidos de sus puestos en el aparato del Estado. Sus referencias a “los ñoquis de La Cámpora” o su declamada espera de que Cristina vaya presa están aún frescos en la memoria colectiva.
Es así que el peronismo corre el riesgo de convertirse cada vez más en una maquinaria al servicio de conservar o conquistar el poder, sin una doctrina ni un proyecto orientado hacia el futuro. La movilización de las bases sólo a solicitud de la dirigencia y a la conveniencia de ésta y la ausencia de cualquier mecanismo democrático en la toma de decisiones viene de muy atrás.
Ya existía en los “años dorados” de la presidencia de Néstor Kirchner y del primer período de Cristina. Y tiende hoy a profundizarse.
Si la eventual presidencia de Massa se convirtiera en realidad, el Partido Justicialista perdería centralidad en el frente encabezado por el peronismo, UxP, ya que el nuevo presidente pertenece a otro partido, el Frente Renovador. El justicialismo correría el riesgo de quedar desdibujado, entre la fuerza conducida por el nuevo presidente y la multitud de siglas de pequeños partidos que lo acompañan en Unión por la Patria.
La libertad no avanza.
Resulta a esta altura un tópico señalar a Javier Milei como el principal factor disruptivo de este momento político. El aspecto más perturbador del “libertario”, desde el punto de vista del sistema político, es su menosprecio del orden constitucional, su falta de referencias en la democracia, su despreocupación por el armazón “republicano”, que fue central para la oposición de derecha en las últimas décadas. El líder de La Libertad Avanza parece complacerse en patear consensos elementales que parecían inamovibles.
El propósito dañino hacia las mayorías de sus propuestas económicas ultraliberales ampliará y profundizará, si llegara al gobierno, los padecimientos que ya sufre la población. Podría llevar a niveles nunca vistos la pobreza, la precarización, el desempleo; junto con la privación masiva de derechos fundamentales como la educación la salud y la vivienda.
Pero el perjuicio al sistema de partidos y a la institucionalidad en general ya ha sido consumado en gran parte, aunque pierda las elecciones.
Al intentar rebatir la idea de que en Argentina hubo un genocidio, con palabras que podría haber firmado el dictador Jorge Rafael Videla, Milei cruzó un límite irreversible. Al mismo tiempo verbalizó lo que un sector de la derecha “tradicional” piensa, pero hasta ahora parecía impronunciable en público por los enormes costos políticos que acarrearía. El aspirante de LLA lo hizo y está por verse si sufrió un deterioro serio.
Cuando demostró potencial electoral con el imprevisto triunfo en las internas abiertas, quedó patente que se resquebrajaba el “bicoalicionismo”. No frente a un tercero en discordia más o menos convencional, sino a manos de alguien dispuesto a desconocer cualquier regla, incluso las que antes acataban hasta los más conservadores.
Curiosamente, la derrota “libertaria” en la primera vuelta avanzó en la misma dirección, al precipitar la ruptura en el interior de la alianza de la derecha. Con su presurosa y entusiasta convergencia con el postulante de LLA, el expresidente Macri y la ex postulante Patrica Bullrich pudieron posarse en el lugar del espectro político dónde hace tiempo querían estar, si no desde siempre.
En cuanto a las fuentes del voto por LLA es muy correcto señalar el papel que jugó la decepción con ambas alianzas predominantes.
Pero además se necesita tener en cuenta que hay una porción de la población que sufragó por ese partido (y en algunos casos por Bullrich) porque coincide por lo menos con gran parte de sus propuestas. No hay sólo desencanto y rabia.
Son factores a tener en cuenta el individualismo exacerbado, el desprecio hacia el Estado percibido como ineficiente y expropiador vía impuestos, el efecto de saturación de las visiones ortodoxas acerca de la crisis, propalada por una legión de economistas y periodistas.
Juegan también su papel la ojeriza hacia quienes perciben planes sociales y se manifiestan en las calles a través de cortes y piquetes, lo que refluye a su vez en antiestatismo orientado contra los que “viven del Estado”. Y asimismo cierta deferencia hacia quienes se supone han triunfado en la vida, y lo exteriorizan en la posesión de grandes fortunas.
Se añaden el machismo que detesta los avances de las mujeres; el rechazo por las disidencias, el repudio a los derechos de los pueblos originarios, la xenofobia.
Entre los votantes de Milei (y también en parte de los de Bullrich) habita un talante que, a partir de la extendida decepción con la democracia representativa, tiende a ver con cierta complacencia que se realice algún golpe de fuerza para “corregir” sus desvíos.
Una sociedad en convulsión.
El mapa político argentino se asemeja cada vez más a un “reino del revés” en el que la antipatía y hasta el odio juegan un papel más poderoso e influyente en la ciudadanía que las maltrechas adhesiones que sobreviven. Las que por lo general excluyen el entusiasmo y las esperanzas firmes en cambios de fondo.
Entretanto, las dirigencias consuman inopinadas alianzas que desmienten de modo rotundo lo que sostenían desde hace años. Cristina erigiendo como “su” candidato a quien hasta hace no tanto tiempo proclamaba su deseo de verla presa es un caso, al que ya nos referimos.
En el campo opuesto, los “republicanos” que giran en dirección al apoyo hacia el que hasta ayer mismo los tildó de asesinos es otro. Y los “libertarios” en entente con aquellos a los que destrataron del modo más feroz hasta un día antes, completan el cuadro.
Entre lo poco de previsible que queda en la política argentina, el lugar destacado lo ocupa el monocorde viraje hacia la derecha de casi todo el espectro político. Con los grados que van desde el giro algo vergonzante que aún utiliza el atuendo de “nacional y popular” hasta el desenfreno con toques de delirio. Pero todos en un sentido que garantiza que los dueños del poder económico y cultural sostendrán y aún ampliarán su predominio.
Otro elemento invariable es la existencia de una izquierda que se opone con fuerza a las “verdades” del sistema y acompaña todas las luchas sociales. La misma que por desgracia, sigue en franca minoría, tanto en el plano electoral como en la dirección de sindicatos, movimientos sociales y otras organizaciones populares.
El principal desafío para quienes rechazan “por izquierda” el actual estado de cosas, es el de construir herramientas políticas que extiendan y profundicen la rebeldía. Y al mismo tiempo alcancen el éxito en cuanto a que el descontento radicalizado no se canalice por derecha y comience a buscar sus enemigos hacia “arriba” y no “hacia abajo”.
Ello requerirá variadas capacidades. Entre las que se encontrará la aptitud para desenvolverse en un escenario en descomposición. Nada será fácil.
Comentario