Por: Cecilia Gonzáles
Intensos vientos de cambio soplan en Argentina. Los más pesimistas temen que el clima político-económico-social mute a huracán de aquí a las elecciones del 27 de octubre. En un país como éste, en estas condiciones, ese lapso es una eternidad. Los más optimistas, en cambio, confían en que el vendaval que mantiene a los argentinos en plena incertidumbre y al borde de un paro cardíaco a diario se transformará en una brisa fresca el 10 diciembre, cuando asuma el nuevo gobierno que, si el escenario se mantiene como hasta ahora, encabezará el peronista Alberto Fernández.
Uno de los cambios radicales provocados por los resultados de las elecciones primarias del 11 de agosto se concretó esta mañana, con la asunción de Hernán Lacunza como nuevo ministro de Hacienda. Titánica tarea la de quien hasta el sábado era el ministro de Economía de la provincia de Buenos Aires, ya que debe enderezar en poco más de dos meses, lo que falta para las elecciones, la maltrecha economía de un país sumido en inflación, endeudamiento, devaluación, recesión, aumento del desempleo y de la pobreza, con “los mercados” especulando a diario en contra y cada vez más desconfianza en la capacidad del pago de su deuda. A sabiendas de que el contexto es crítico, Macri le agradeció: “Que aceptes habla de tu valentía”.
En su primera presentación ante la prensa, Lacunza volvió a referirse a la “pesada herencia” para justificar la crisis de hoy. Recordó que no ha habido crecimiento sostenido económico en ocho años, es decir, a partir del gobierno de Cristina Fernández de Kirchner, y que desde que Argentina recuperó la democracia, la pobreza promedio es del 36% y la inflación, del 48%. Sólo olvidó las ya lejanas promesas de Macri, quien había asegurado que bajar la inflación iba a ser “muy fácil” y garantizando Pobreza Cero. El nuevo ministro advirtió que la prioridad es mantener la estabilidad del mercado cambiario de aquí a diciembre, pero la respuesta inmediata a los cambios en el área económica fue un alza de un peso en el valor del dólar, prueba de que controlar los vaivenes de la divisa estadounidense va a ser muy difícil.
La llegada de Lacunza se dio en medio del caos que envolvió el gobierno después de la derrota. Su antecesor, Nicolás Dujovne, no dio la cara durante toda la semana pasada, mientras el enojado presidente Mauricio Macri negaba una y otra vez cambios de gabinete a pesar de que gran parte de la sociedad sabía que eran inminentes. El sábado por la tarde, por fin, Dujovne renunció a través de una carta informal sin fecha dirigida a “Mauricio”, su amigo, no al presidente. El gran misterio es desde cuándo la tenía escrita. Luego se despidió del grupo de WhatsApp del gobierno con un: “No aflojen”. Lo que se dice un gurú de la autoayuda. Enseguida se supo que el sucesor era Lacunza, quien tuvo que volver de urgencia de sus vacaciones en el sur. Sí, para incredulidad de muchos, con el país y el gobierno en plena crisis, el ministro de Economía de la provincia de Buenos Aires estaba de vacaciones. Qué afortunado.
Lo bueno es que el fracaso electoral de Macri produjo varios milagros. Uno de ellos, que se decidieran medidas que hace nada el gobierno y sus aliados denostaban por “populistas” y que ahora aplican a marchas forzadas a la espera de remontar la diferencia de 15 puntos que lo separan de Fernández.
Ya desde la semana pasada, Macri había anunciado la reducción de IVA en alimentos, rebaja de impuestos, tope a cuotas hipotecarias y, entre idas y vueltas, el congelamiento por decreto del alza de combustibles durante 90 días. Obvio, las medidas a las que tanto se resistió antes de perder sólo rigen durante el periodo de campaña y, si acaso, hasta el fin de su gobierno. Lo que pase después es una bomba de tiempo que tendrá que resolver su sucesor, o él mismo, si logra la hazaña que se ha propuesto de recortar distancia con Fernández en la elección de octubre y ganarle en la segunda vuelta de noviembre. Nadie puede negar que Macri es ambicioso y optimista. Un hombre de fe.
Lo malo es que sus esperanzas no son compartidas en masa, ni siquiera por su propia gente.
Entre funcionarios de todos los niveles permea la zozobra y ya dan por perdida la reelección. Hay enojos y reclamos que tienen como destinatario principal al jefe de Gabinete Marcos Peña, el hombre más poderoso del gobierno después del presidente. Exigen su salida de Casa Rosada. La desbandada de periodistas militantes macristas se sigue acumulando. De pronto, medios oficialistas se colmaron de comunicadores e intelectuales que, después de casi cuatro años, acaban de descubrir los desastres económicos del gobierno y reclaman, muy ofendidos e indignados, medidas urgentes. Incluso especulan con las causas judiciales que deberán afrontar Macri y sus funcionarios cuando salgan del gobierno. La corrupción K ya comienza a dejar paso a la corrupción M. Ya dejaron de asustar a los ciudadanos con la letanía de que “Argentina se convertirá en Venezuela”. Algunos hacen mea culpa como pueden y comienzan a acomodarse al que creen será el poder entrante. Lo más gracioso: hasta alaban al candidato peronista. Sí, es muy entretenido ver esta milagrosa conversión.
Entre los que se mantienen fieles al oficialismo sobresalen extremistas como los diputados Elisa Carrió y Fernando Iglesias, quienes, con la irresponsabilidad y actitud vandálica que los caracteriza, denuncian inexistentes fraudes de una elección que es controlada por el propio gobierno. Con mensajes teñidos de violencia, como acostumbran, los autodenominados defensores de la República se resisten a aceptar una derrota en comicios democráticos. “Nos van a sacar muertos”, amenazó Carrió en un discurso plagado de sus usuales desvaríos a sala llena frente al presidente y al resto del gabinete. “Vamos a condenar a quien, a través de los diarios, comunique reuniones falsas y pretenda al mismo tiempo tambalear al presidente”, dijo en horario central en televisión al asumirse como vocera de Macri. Así como si nada, amenazó a periodistas. Nadie en el gobierno la cuestiona. Nadie la desautoriza. Sus fans se ríen, la justifican, la aplauden. Muchos de ellos ya convocaron a una protesta el próximo sábado para “defender la República”. Su extraño concepto de la democracia implica aceptar los resultados de las urnas solo cuando ganan.
Más allá de los personalismos, el problema es que ahora en Argentina hay un presidente al que muchos ya dan por vencido, en retirada, y un candidato opositor que ya es tratado como presidente, aunque todavía no ganó las elecciones. La indefinición confunde, adentro y afuera, porque no se puede iniciar un verdadero proceso de transición antes de que los argentinos confirmen con su voto el triunfo de Fernández.
La derrota hundió al macrismo en conflictos internos y la victoria envolvió a la principal alianza opositora en una luna de miel. Por ahora todo son abrazos y sonrisas. A ver cuánto les dura. Disfrutan la seguidilla de errores del oficialismo y planean cada movimiento propio para no dar pasos en falsos rumbo al 27 de octubre. Mientras Fernández de Kirchner, la candidata a vicepresidenta, mantiene un estratégico silencio y se va a Cuba a visitar a su hija enferma, el candidato a presidente promete la creación de seis ministerios, define medidas económicas para no asustar a “los mercados”, sigue de gira mediática e insiste una y otra vez en que su proyecto político y su posible gobierno representan mucho más que al kirchnerismo.
Habrá que esperar para comprobarlo.
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