El 25 de mayo de 2003, al asumir la presidencia de la Nación, Néstor Kirchner apareció en el escenario político nacional como un “presidente inesperado” a quien tocaba presidir “una Argentina destruida” por sucesivas desgracias: genocidio, frustración, traición, entrega e ineptitud. Venía de haber sido intendente de Río Gallegos y de nueve años como gobernador en la provincia de Santa Cruz. Pero venía también de una militancia juvenil que había enarbolado la bandera de un mundo mejor. Muchos no reparamos entonces que en él ardía el fuego del compromiso, un espíritu de lucha indeclinable, la decisión de remontar las olas procelosas para llegar a puerto, importándole poco las formalidades de los exquisitos de las instituciones, que le reclamaron inmediatamente no hacer reuniones de Gabinete, andar por la Casa Rosada con el saco desabrochado o juguetear con el bastón de mando en el momento mismo de asumir como presidente. Ahora que ha muerto, se hace luz para todos el altísimo grado de compromiso que marcaba su conducta, verdadero ejemplo ante tanto político acomodaticio que sólo aspira a los halagos del poder.
Néstor se la jugó, olvidándose de él mismo. Se la jugó desde los tiempos en que confrontaba con Menem y se la jugó desde que asumió el gobierno imponiendo el “castigo a los culpables” de la represión, no sólo con la anulación de la Obediencia Debida y el Punto final, sino bajando los cuadros de los dictadores, convirtiendo a la ESMA en Museo de la Memoria, depurando la Corte Suprema de Justicia, pagando la deuda al FMI para poner fin al monitoreo imperialista sobre nuestra economía, y también participando con otros líderes latinoamericanos en el hundimiento del ALCA, durante la reunión de Mar del Plata, en diciembre del 2005. Además, repolitizó al país, poniendo el conflicto en el centro de la polémica, actitud que muchos -desde su incapacidad para entender la historia- lo criticaron por “crear el conflicto”, como si el conflicto no fuese insoslayable en una sociedad donde existen clases sociales con fuertes desigualdades. También reconvirtió un sistema de valorización financiera por otro de acumulación productiva, provocando una fuerte baja en la desocupación, en la pobreza y en la indigencia. E impulsó la consolidación de dos pilares fundamentales para el cambio y el progreso social: la intervención del Estado y el protagonismo de los trabajadores a través de la CGT.
Por esas causas, peleó infatigablemente, como así también por la unidad latinoamericana, constituyéndose en secretario general de la Unasur, una forma de devolver a los Grandes Capitanes al escenario de la Patria Grande para su liberación y unificación.
Por su lucha recibió críticas e injurias, maldiciones incluso, pero no cejó. Y su vocación por lo popular y por lo nacional fue reconocida por las mayorías de la Argentina, que si le habían otorgado sólo el 22% de los votos al Frente para la Victoria en 2003, llevaron ese apoyo al 45% en 2007, a través de la candidatura de Cristina.
Pero no siempre lo biológico-personal acompaña a la fuerza espiritual que dinamiza la militancia. Su organismo le hizo saber varias veces -y los médicos fueron severos en la advertencia- que corría peligro. Podía entonces haberse replegado en el Sur, inclinarse al “consenso” que predicaba la oposición y que era, en buen romance, abandonar los cambios y paralizar la marcha iniciada en 2003. Rechazó ese camino, quiso ser genio y figura hasta la sepultura, confrontativo, militante, indetenible, siempre en la pelea, infatigable en la polémica con los conciliadores y traidores. A pocas horas de una grave intervención, ya estaba en el Luna Park, en su puesto, como desafiando a la muerte, con aquella vieja imprecación del poeta León Felipe : “Eh, tú, Muerte, yo soy el último que habla…” Y prosiguió las giras y los discursos, peleándole a la reacción, palmo a palmo, para abrir camino al 2011. Murió, pues, en su ley, y dejó un ejemplo de conducta.
Ahora, más allá de la congoja personal, debemos sacar fuerzas de la flaqueza para preservar a Cristina de todas las presiones, de todos los arribistas, de todos los intereses de afuera y de adentro que pretenderán cruzarse en su camino. Hay que movilizar todas las energías populares, en el barrio, en las plazas, en las esquinas. Construir todos juntos, por abajo, con ideas y con empuje, para darle un fuerte sustento, porque ella es la única, ahora, que garantiza la continuidad de este proceso de avance, de progreso social, que estamos realizando, más allá de las dificultades y las asignaturas pendientes, enfrentando a los sectores reaccionarios de siempre, desde los grandes estancieros y las industriales trasnacionalizados, hasta el poder mediático y los intereses imperiales. Esta militancia será el mejor homenaje a tantos compañeros caídos en la larga lucha de los argentinos, uno de los cuales quedará grabado con caracteres indelebles, con el cálido recuerdo de su nombre: Néstor.
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