Por: Mario Wainfeld
Un juicio plagado de parcialidades. La defensa de Cristina, acusando a los inquisidores. La jornada de movilización pacífica y masiva en todo el país, un escenario que se renueva. La excepción porteña: las (ir)responsabilidades de Larreta. Sus motivos, las consecuencias
En numerosas ciudades se realizaron manifestaciones de apoyo a la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner, que se reseñan en otras notas de Página/12. Los factores comunes fueron la masividad, la serena alegría de los participantes, la ausencia de incidentes y actos de vandalismo. Una jornada de participación, de ejercicio de un derecho constitucional con largo arraigo. Como tantas, casi todos los días, todas las semanas.
La excepción, parcial y circunscripta, ocurrió en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (CABA). La diferencia reconoce una causa. Algo diferente se cocinó en el suelo porteño: la torpeza y la provocación del operativo dispuesto por el Jefe de Gobierno Horacio Rodríguez Larreta.
Al vallar de modo unilateral e inconsulto la zona donde vive la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner Larreta provocó dos consecuencias. La primera, especialmente absurda, fue imantar hacia allá las manifestaciones preanunciadas que se concretarían en el Parque Lezama, en el Parque Chacabuco y en algunas localidades bonaerenses. Contrafactual innegable: si HRL no hacía nada este sábado no hubiera ido casi nadie a la zona de Juncal y Paraná.
Además, merced al accionar tosco de la fuerza de seguridad, Larreta concitó un clima de hostilidad, frustrando de prepo la voluntad de los participantes. Sobre él recae la responsabilidad de la represión. Le faltó sentido común, le sobró voluntad de parecerse a los “halcones” de su fuerza… de quienes se diferencia cada vez menos. En ese laberinto vive encerrado desde fines de 2019.
Al macrismo le agrada amurallar el espacio urbano, vaciarlo de “gente”. Buenos Aires se transformó en un desierto militarizado cuando se celebró la Cumbre del G-20. Al final del mandato del expresidente Mauricio Macri, Rodríguez Larreta valló la Plaza de Mayo hasta hacerla irreconocible, intransitable, invivible. Lo agobiaban las movilizaciones en contra.
Ayer, en otro contexto, lo asaltó el mismo reflejo. Valló con modales clandestinos, en la oscuridad. No se preocupó por contactarse con la vicepresidenta o con alguna figura del gobierno central para avisar, conversar, acordar algo.
Superpobló calles y avenidas con uniformados, carros de asalto, hidrantes, agentes filmando a personas comunes que circulaban o participaban de una marcha. Cuesta imaginar otros designios que amedrentar potenciales manifestantes, prepearlos si se acercaban, acaso reprimirlos como finalmente ocurrió.
De cualquier modo, la inmensa mayoría de los ciudadanos recorrió el espacio público con cordura y civismo.
Un nuevo escenario político se abre, tiende a parecerse a lo que se vivió en casi toda la Argentina y la mayor parte del día en la CABA. Tal vez sea eso lo que pone nervioso a Larreta o lo que quiere disipar.
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El peronismo re-juntado en dos frentes: Empujado por la crisis económico-financiera y política el Frente de Todos (FdT) se reunificó hace pocas semanas “por arriba”, puso orden en el Gabinete, corrigió bastante el tabicamiento del equipo gubernamental.
El alegato del fiscal Diego Luciani en el juicio de Vialidad combinado con la ostensible parcialidad del Tribunal Oral galvanizó al conjunto del peronismo: bases, militancia y dirigencia. Los peronistas recobraron mística, salieron a la calle y las Plazas. Cuando un colectivo así ocupa el espacio público, bromea un amigo ingenioso, es como el dentífrico: difícil que vuelva a entrar.
La acción directa signará los meses venideros, el Frente de Todos (FdT) no será su único protagonista. Pero dejó atrás la pasividad y copó el centro de la escena.
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Criminalizar al adversario: Cristina Fernández de Kirchner fue privada injustamente del derecho a ampliar la indagatoria. Se defendió a través de las redes, la tarea se completará cuando aleguen sus abogados. Cristina acusó a sus inquisidores. Los escribas que comparan a Luciani con Emile Zola se equivocan feo. Zola fue más un defensor de Emile Dreyfus (condenado por un sistema perverso) que un fiscal. Hay que leer la historia y no los títulos, yenchi.
Cristina aduce que la sentencia está escrita. La oposición piensa lo mismo aunque lo narra de otra forma: equipara un alegato fiscal a una condena. Se saltea etapas, se ne frega del debido proceso, de la presunción de inocencia.
El modus operandi de la derecha dista ser novedoso. El expresidente Mauricio Macri intentó encarcelar a sus adversarios políticos desde el primer día de su mandato. El gobernador jujeño Gerardo Morales hizo punta apresando a Milagro Sala sin proceso, sin condenas por ende. De movida, sin causas abiertas.
El Poder Judicial es tendencialmente conservador o reaccionario, aristocrático, endogámico cuando no nepotista. Construye ladrillo por ladrillo el mito de su auto superioridad.
El retroceso cualitativo impuesto por Macri y su ballet fue la pulsión por mandar en cana a sus opositores. Rompió así las reglas de juego del sistema democrático desde 1983. Normas consuetudinarias, no escritas pero internalizadas por la dirigencia política.
Los jueces inventaron la “doctrina Irurzun” que avasalla dos valores fundacionales del derecho penal: la presunción de inocencia y la libertad de los acusados mientras no haya condena. La inventaron el camarista Martín Irurzun y el entonces presidente de la Corte Suprema Ricardo Lorenzetti. Los demiurgos de Comodoro Py redondearon la maniobra. El fallecido juez federal Claudio Bonadio se consagró a inventar y multiplicar causas contra Cristina. Ya en abril de 2016 antes de cumplirse un semestre de gestión la expresidenta comenzó su periplo por Tribunales. El juicio de Vialidad prolonga la tradición, nada nuevo bajo ese sol.
La doctrina Irurzun dejó de aplicarse durante el gobierno de Alberto Fernández. El presidente lo prometió en campaña, cumplió. No hay un solo exfuncionario macrista preso. No se pidió apresamiento de Macri. El operador judicial de “Mauricio” Fabián Rodríguez Simón se profugó por falta de dignidad política y cobardía. Lo aterraba beber su propia medicina. Se equivocaba: los rivales no juegan sucio.
La oposición se desvive para fabular una dictadura de Alberto Fernández. La iniciática invectiva “infectadura” fue la primera señal: transformando la crítica a la prolongación del Aislamiento Social (ASPO) en una catilinaria contra violaciones de los derechos humanos. Sin entrar en detalles el presidente incurre en fallas, tiene defectos, pero nadie en sus cabales puede calzarlo en el molde de un dictador.
Ahora, tras un par de equivocaciones en su reportaje en la cadena Todo Noticias (la primera haberlo aceptado, la segunda haber creído candorosamente en la buena fe de los entrevistadores) Fernández pronunció una frase poco feliz respecto del fiscal Luciani. El traspié fue inducido, tenía que haberlo gambeteado. El recorte y edición de la frase rezuman mala fe.
El pedido de juicio político es una trapisonda de la oposición. No cuentan con los votos para aprobarlo. Pero imaginemos, bromeando un cachito, qué pasaría si prosperara la movida. Si derrocaran a Alberto asumiría Cristina. Un desenlace que no quiere nadie de primer nivel en el sistema político, empezando por Alberto, Cristina y el ministro de Economía Sergio Massa. Y, por cierto, la opo.
Puro simulacro, victimización falaz mientras se sostiene la ambición principal que tampoco tiene precedentes desde la recuperación democrática. Dejar afuera de la competencia electoral a una figura preponderante, dos veces presidenta, líder de una de las dos coaliciones que compiten con chances para llegar a la Casa Rosada desde 2015. Los medios hegemónicos replican que no hay proscripción trazando una hipotética línea de tiempo. Tabulan que la condena del Tribunal Oral (que todo el mundo, como Cristina, interpreta que ya está escrita) llegaría para fin de año. La de Casación tomaría unos meses. El recurso extraordinario ante la Corte Suprema llevaría el proceso hasta después de las elecciones de 2023. Ajá. En primer lugar, esas estimaciones son hipotéticas porque no ponderan que los magistrados pueden acelerar los términos.
En segundo lugar, no está firmado que no se pida alguna cautelar, un desafuero o apresamiento anterior al cese del pleito (un revival retocado de la doctrina Irurzun).
En tercer término, el asedio mediático, político y judicial zahieren, desacreditan, dan pie a injurias, hostigan a la familia de la vice.
Todo esto sucede cuando Juntos por el Cambio goza de buenas chances para vencer en las presidenciales. Si su idea fuera sostener al sistema y jugar limpio podrían hacerlo. Pero las derechas globales están desatadas en casi todo el planeta. En nuestra Patria hasta tienen el tupé de no autodesignarse como derecha.
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El Poder que quiere silenciar: Las críticas de AF al Poder Judicial levantaron toneladas de críticas inmerecidas. Las vertebra una idea anti republicana. Consiste en blindar a determinados jueces y fiscales frente a las críticas. La meneada “independencia” se confunde con el veto al debate público.
“Hay que dejarlos trabajar” argumentan desde las plateas de doctrina. Admiten una excepción. Elogiarlos está admitido. Polemizar sobre ellos, no.
Otra minucia: “la Justicia” no equivale a la Fiscalía. En cada pleito actúan acusación defensa y jueces. Todos son “la Justicia”. La identificación de una parte con el todo, otra jactancia del macrismo y sus portavoces periodísticos o académicos.
Fernández no violó el artículo 109 de la Constitución que le prohíbe “arrogarse el conocimiento de causas pendientes”. “Conocer” en jerga técnica no es estar informado sino intervenir en los trámites, usurpar funciones de otro poder del Estado. Para nada está vedado opinar o discutir. Mariano Bär lo explica perfecto en un hilo de Twitter que se recomienda. Todos los manuales de derecho Constitucional expresan lo mismo.
Acallar a los demás es autoritarismo. Demasiado silencio nimba a jueces, fiscales y secretarios. La gran mayoría no habla en público, no participa en debates más o menos abiertos, no se presta a reportajes en medios masivos. El velo de misterio, el dialecto incomprensible, la elusión de impuestos… un conjunto de privilegios que se auto titulan como ejemplo para la civilidad. En fin.
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La derecha desatada: En un interesante reportaje publicado en El País, el sociólogo e historiador Ernesto Semán relativiza que exista un tremendo nivel de polarización política en la Argentina. Matiza: “Hay una marcada radicalización de la derecha en sus agendas, en su discurso, y en el tipo de identidad política, social, y en algunos casos racial, que se va construyendo alrededor de esa radicalización. Pero, ¿cuál sería la contraparte de izquierda que justificaría hablar de polarización, que implique un mismo nivel de radicalización y de confrontatividad? (…) Me parece que hay altos niveles de confrontatividad, pero frente a eso, frente a esa radicalización marcada y empíricamente comprobable de la derecha, lo que hay es todo lo contrario”. A Semán le parece “a veces milagroso y a veces frustrante” que la izquierda radical o el peronismo reaccionen ante esa radicalización mediante acción directa o en el espacio institucional pero jamás apelando a violencias.
Palabra más o menos, concordamos. El sistema político real existente combina altos niveles de participación, actos constantes, capacidad de reclamar y defender derechos con un comportamiento cívico prudente, con frecuencia ejemplar. Es un mérito alto de la sociedad argentina. La prédica y la praxis de las Madres y las Abuelas de Plaza de Mayo, supone uno, dejaron simiente. El rechazo a las tiranías, al terrorismo de estado, a la vendetta o a la justicia por mano propia de otros colectivos sigue su ejemplo, a veces sin saberlo.
Tal vez, intuimos sin poder probarlo, en estos años tan difíciles la redoblada templanza popular ante la adversidad, la capacidad para laburar, tramar redes solidarias y evitar reflejos anómicos o anti sistema tenga que ver con la memoria dolorosa de la crisis de 2001.
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Mano dura y base electoral: Destituir al adversario, criminizarlo, convertir al peronismo en un capítulo del Código Penal. “Atender” a la movilización popular con un despliegue de fuerzas policiales… Dos caras de una misma moneda. Metafóricamente, más vale: encarcelar a Cristina “hace juego” con rodear su domicilio de vallas. Aislarla, separarla de sus partidarios que son millones.
La derecha autóctona, infatuada, rencorosa, está dispuesta a multiplicar lo cometido entre 2015 y 2019. Incluyendo los opositores presos, la represión salvaje a los pueblos originarios, las doctrinas Irurzun y Chocobar.
Horas antes de la represión, el sábado por la tarde Juan Courel (consultor, experto en opinión pública y ex funcionario) tuiteó: “Si Larreta de verdad quiere disputarles el voto reaccionario a sus competidores internos tendrá que estar dispuesto a hacer cualquiera. Ese voto psiquiátrico no le perdonaría desescalar la amenaza represiva”. La predicción era certera de modo general, terminó vaticinando la mala nueva del día. La mirada era sagaz.
Larreta jugó para su tribuna, consiguió que la CABA fuera la triste excepción de un día interesante, propiciatorio, predictivo de tiempos por venir.
El peronismo en general y el kirchnerismo en especial recobran bríos aunque saben que la realidad sigue allí, que volver a congregar mayorías electorales trasciende esta revitalización y aún esta agenda. Todas estas historias continuarán.
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