Por: Leandro Morgenfeld
Frente a la desazón de la militancia, es fundamental una rápida reacción. Con la urgencia que la crisis económica, social y política impone, más el riesgo de que la aplicación de la «doctrina del shock» en la Argentina propine una derrota histórica a sus fuerzas populares, urge entender qué pasó en las elecciones y qué escenario se abre.
El 19 de noviembre se concretó lo que hace meses parecía imposible. Javier Milei fue electo presidente, con el 55% de los votos, sumando 25 puntos respecto a las generales del 22 de octubre. El cimbronazo en las urnas provocó estupor, tristeza y desolación en el campo nacional-popular, el progresismo y las izquierdas. Pocas horas después, el presidente electo confirmó que no habría gradualismo y que el brutal ajuste se implementaría desde el primer día de gobierno. Frente a la desazón de la militancia, es fundamental una rápida reacción. Eso aconsejan los amigos brasileños, después de haber padecido a Jair Bolsonaro. Con la urgencia que la crisis económica, social y política impone, más el riesgo de que la aplicación de la «doctrina del shock» en la Argentina propine una derrota histórica a sus fuerzas populares, urge entender qué pasó en las elecciones y qué escenario se abre, cuando faltan pocos días para que asuma el nuevo gobierno. Si bien serán necesarios diagnósticos profundos, críticas y autocríticas, lo que sigue son 10 reflexiones rápidas para empezar a pensar cómo llegamos hasta acá, dónde estamos y hacia dónde vamos.
No es el más votado de la historia ni de la región
Javier Milei obtuvo casi 14,5 millones de votos. Ganó en 19 provincias y Ciudad de Buenos Aires (Provincia de Buenos Aires, Santiago del Estero, Formosa y Chaco fueron para el peronismo) y se impuso a Sergio Massa por una diferencia 11,4 puntos. Sin embargo, a pesar de lo que fue afirmado en algunos medios, es falso que sea el presidente con mayor porcentaje de la historia argentina (casi todos lo superaron en primera vuelta –Perón, con el 62%-, y éste fue apenas el segundo ballotage de nuestra historia, después del que consagró a Macri en 2015, con el 51%). Comparar porcentaje de un ballotage con el de elecciones generales lleva a una tergiversación evidente de los análisis. También es falso que sea el presidente al que mejor le fue en un ballotage en América Latina: hay una decena de casos que lo desmienten, el más reciente el de Gabriel Boric en Chile.
Votos propios y prestados
Milei ganó con muchos votos «prestados». En las PASO sacó 30% de los votos positivos (o sea, apenas 21% del padrón electoral) y en las generales 30% de 78% de votos positivos, así que no llegó el 24% del padrón. Incluso en el ballotage, sobre el total de más de 35 millones de electores habilitados, el libertario obtuvo el 40%. Esta aritmética matiza el supuesto respaldo absoluto que tendría el futuro presidente. Incluso en el escenario final, 6 de cada 10 argentinos no lo eligieron. Pero si contamos las elecciones generales, casi 8 de cada 10 electores no lo votaron.
Contexto regional: regularidades pospandémicas
En América Latina, desde que empezó la pandemia, perdieron los oficialismos de todas las orientaciones políticas (excepto Paraguay). En 2020 se produjo la mayor crisis económica desde 1929 a raíz del Covid y la respuesta global. La única regularidad política que se produjo en la región, en medio de la inestabilidad global que provocó la crisis, es que prácticamente ningún oficialismo logró retener el poder. Sin dejar de lado las singularidades de la Argentina (dificultades por la deuda heredada de Macri, la histórica sequía y la mala conducción de la crisis por parte del gobierno encabezado por Alberto Fernández, entre otras), no hay duda de que el hartazgo frente a una crisis global, que impacta especialmente en América Latina, incentivó el voto castigo contra los oficialismos en todos los países. Argentina no fue la excepción.
¿Sociedad fascista?
En una Argentina que es internacionalmente reconocida por su política de derechos humanos y por su avanzada legislación en materia de ampliación de derechos (aborto legal, matrimonio igualitario, identidad de género) genera sorpresa y estupor que haya ganado un candidato que reivindica a la dictadura militar, se manifiesta contra el aborto, está rodeado de dirigentes homofóbicos, ataca al feminismo, niega el cambio climático, reivindica la mano dura y promete terminar con derechos laborales y sociales conquistados en las últimas décadas. Claramente el triunfo de Milei pone de manifiesto un giro a la derecha, pero no es cierto que la sociedad se volvió neofascista. Muchos de sus votantes, según distintas encuestas, rechazan incluso algunas de sus ideas y propuestas más urticantes: la libre tenencia de armas, la venta de órganos, la privatización de empresas del Estado y de la salud y la educación públicas. Es necesario no hacer una lectura lineal: ni siquiera entre los que lo votaron en las generales (lo apoyó en esa instancia menos del 24% del padrón electoral) hay un apoyo mayoritario a varias de sus propuestas más polémicas. Muchos de sus votantes, incluso, expresaron que anteriormente había optado por Cristina, Macri o Alberto. Estigmatizar al votante de Milei es claramente un error. Hay que volver a dialogar con importantes sectores populares y la juventud que eligieron el «cambio».
Voto bronca: ¡es la economía, estúpido!
Si bien las razones del voto son siempre múltiples, contradictorias y difíciles de comprender, parece haberse confirmado una de las máximas electorales: la economía fue el principal causante del resultado. El voto a Milei expresó fundamentalmente un rechazo al gobierno de Alberto y a su ministro de Economía, Sergio Massa. Si bien el oficialismo estuvo a apenas tres puntos de ganar en primera vuelta (obtuvo 37% el 22 de octubre, faltándole poco para alcanzar los 40 requeridos) parecía un milagro que el titular del Palacio de Hacienda pudiera sumar más de las mitad de los votos, siendo que la inflación anual bordea el 140%, la pobreza el 40%, hay caída de la actividad y escasez de dólares, tras una brutal sequía -20.000 millones de dólares perdidos este año-, que terminó de pulverizar las esperanzas de recuperación pospandémica. Ni con las medidas paliativas de las últimas semanas el candidato oficialista pudo revertir el rechazo por la acuciante situación económica y social. Sin embargo, el voto castigo que pudo canalizar Milei no implica necesariamente un cheque en blanco a las políticas de ajuste ni a su agenda «anti-derechos». No se desprende del resultado electoral un aval a su programa, que él mismo desmintió parcialmente de cara a la segunda vuelta, para sumar a los votantes de Bullrich y Schiaretti (cosa que logró en forma espectacular). Esos 25 puntos que consiguió en las últimas cuatro semanas, desdiciéndose de muchas de las propuestas que había afirmado anteriormente y que incluso estaban en la Plataforma electoral de La Libertad Avanza, muestran que hay que ser cuidadosos a la hora de ponderar la legitimidad de las iniciativas que intentará impulsar Milei.
Fortaleza aparente, debilidad relativa
Milei tiene la legitimidad del voto, pero no es el único. También la tienen el Congreso y los gobernadores e intendentes. El presidente electo tiene sólo 7 senadores de 72 (el peronismo suma 33) y 37 diputados de 252 (puede tener el apoyo de otros tantos de un sector del PRO y de Randazzo, pero incluso así está muy lejos de los 105 que responderían a Unión por la Patria). La Libertad Avanza no tiene ni un gobernador. Tampoco intendentes. Nunca hubo un presidente con tan poca base territorial y tan débil en el parlamento. Puede intentar gobernar por decreto, puede negociar apoyos parlamentarios, pero la situación de inicio, más allá de la sensación inmediatamente poselectoral, muestra que no podrá avanzar con muchas de sus propuestas.
Ajuste y descontento
Tras ser electo, Milei ratificó su intención de implementar un ajuste salvaje desde el 10 de diciembre. Se jacta de ser el primer presidente que ganó diciendo que iba a ajustar. Eso es cierto, pero parcialmente. Su discurso habló de un ajuste a la «casta» y a la «política». Pero sabemos que esas definiciones son ambiguas. Si avanzara con la dolarización, que en estas horas parece improbable tras descartar a Ocampo al frente del Banco Central, esto implicaría una mega devaluación, el estallido de la hiperinflación y hasta dificultaría el pago de los aguinaldos. El fin de la obra pública y el despido de empleados del Estado, por ejemplo, provocarían un aumento de la tasa de desocupación, que hoy ronda el 6%. En un contexto económico y social crítico, su plan de shock va a implicar una profunda caída de la actividad económica, el empleo, los salarios y las condiciones de vida de la enorme mayoría de la población. Ya anticipó que los primeros seis meses serán durísimos. Habrá mucho descontento. Incluso buena parte de sus votantes, seguramente empiecen rápidamente a comprobar de qué lado de la motosierra se encontraban. Son altas las posibilidades de que licúe rápidamente el capital político conseguido en las elecciones.
El verso de la casta
La promesa de ir contra la «casta» se desmiente por la alianza con Macri, Bullrich y Cavallo, entre otros. Si bien todavía no está confirmado el gabinete, la salida del dolarizador Emilio Ocampo (iba a estar a cargo del Banco Central, para cerrarlo), la renuncia del rector de la UCEMA y asesor económico Carlos Rodríguez y la llegada de referentes macristas al gabinete, empezando por Luis «Toto» Caputo en el Ministerio de Economía, muestran que el discurso antipolítico era solo una simple estrategia electoral para captar el malestar general. Hay por estas horas circulando múltiples videos de Milei insultando a Caputo y responsabilizándolo por la deuda y la fuga de capitales durante el macrismo. Ponerlo ahora como ministro de Economía no le saldrá gratis. Es posible que intente compensar el descontento que generen los resultados sociales del brutal ajuste económico, sobre todo en su base militante, con la «batalla cultural» que reclama su núcleo intenso: cada día se conocen declaraciones homofóbicas de sus seguidores o referentes, pedidos para terminar la Educación Sexual Integral, derogar la ley que garantiza el derecho al aborto, ataques a los organismos de derechos humanos, a los representantes sindicales y de las organizaciones sociales o a los artistas populares que se expresaron durante la campaña. Es importante no caer en la trampa de segmentar nuestras respuestas. Las acciones, que ya se vislumbran, deberían ser inteligentes, creativas, coordinadas y mostrar siempre cómo las políticas neoliberales afectan no solo a las minorías sino al pueblo en su conjunto. Hay que mostrar que Milei va a gobernar para el 1% más rico, contra el otro 99%.
Volatilidad electoral
Las mayorías electorales son cambiantes y cada vez más volátiles. Gabriel Boric ganó en Chile el segundo turno por 12 puntos en 2021 y al año perdió el plebiscito constitucional por 24 puntos. Donald Trump y Jair Bolsonaro, principales referentes de Milei, fracasaron en sus intentos reeleccionistas en 2020 y 2022. Guillermo Lasso debió adelantar dos años las elecciones en Ecuador y ni siquiera pudo ser candidato en los recientes comicios ni apoyar a un sucesor. Estos ejemplos muestran que es apresurado imaginar que Milei, y sus ideas, tienen necesariamente un sustento firme y duradero. La experiencia reciente, en Argentina y en América Latina, más bien indican lo contrario.
Futuro en disputa
El futuro no está escrito ni predeterminado. Hoy la foto se ve negra, prima el pesimismo y hay miedo entre las fuerzas nacional populares, progresistas y de izquierda. Pero la historia muestra muchos ejemplos en los que se revirtieron coyunturas aún peores que la actual. Es necesario un análisis realista, que parta de asumir la fuerte derrota electoral, realizar críticas y autocríticas para entender cómo se llegó hasta acá, pero hay que evitar la desmoralización colectiva y el derrotismo. Lo peor que puede pasar es que prime la apatía. Hay cansancio y desgaste, bronca con el gobierno saliente, terror frente al que viene, pero es urgente recomponer fuerzas para los enormes desafíos que vendrán en los próximos días, semanas y meses.
Coda final: No llores por mí, Argentina
Estas líneas no pretenden ser un acabado balance ni mucho menos un plan de acción. Son apenas unas impresiones luego del cimbronazo electoral del domingo pasado. Se requerirá tiempo para procesar colectivamente la situación política y económica que nos llevó al actual escenario. Lo cierto es que, una vez más, se comprobó que si los gobiernos nacional-populares, progresistas y de izquierda no avanzan con agendas que mejoren las condiciones de vida de las mayorías, reduzcan la pobreza y la indigencia, disminuyan las desigualdades, reindustrialicen y desarrollen las capacidades productivas, protejan los bienes comunes de la tierra regulando la voracidad de las corporaciones trasnacionales, avancen en la integración latinoamericana para coordinar estrategias que reviertan la creciente dependencia y periferialización, el destino será la derrota electoral. No alcanzan las luchas simbólicas, ni mucho menos los relatos, cuando no se avanza con los cambios estructurales que se requieren. Como señaló Nancy Fraser cuando se impuso Trump sobre Hillary Clinton en 2016, asistimos al final del «neoliberalismo progresista». El riesgo, entonces, es que las derechas (y ultraderechas) neoliberales canalicen la bronca y el descontento y no sólo permitan que el capital siga avanzando sobre el trabajo, sino también sobre los derechos de las minorías. Argentina vuelve a estar en el foco mundial. Como ocurrió durante el menemismo, cuando Cavallo impuso su plan de Convertibilidad y éramos el «ejemplo a imitar», según el FMI. Ese experimento terminó mal: desindustrialización, desguace del Estado, mega endeudamiento, pobreza del 60% y desocupación del 25%. El estallido de 2001, rebelión popular mediante, fue el final de ese modelo, y permitió alumbrar después otro camino. Hoy la novedad es que se intentará que la Argentina sea el primer experimento mundial de las ideas liberal-libertarias, destruyendo el Estado, atacando a los sindicatos y organizaciones sociales, avanzando con una agenda conservadora. Bolsonaro y Trump fueron los primeros en festejar el triunfo de Milei. Se sintieron reivindicados. El republicano prometió venir a la Argentina e intentará utilizar el factor Milei para potenciar sus chances de volver a la Casa Blanca el año que viene.
Los desafíos que tenemos por delante son enormes. El resultado de la contienda que se avecina puede ser duradero y nefasto, si Milei logra imprimir una derrota histórica a las clases populares, o apenas un capítulo transitorio de los intentos de la oligarquía para domesticar al indómito pueblo argentino. Milei puede terminar como Thatcher, si gana, o como Lasso, si pierde.
Mientras se escriben estas líneas se confirma que Patricia Bullrich estará otra vez al frente del Ministerio de Seguridad. Macri alentó el martes a las bases libertarias a que enfrenten en las calles a los manifestantes. La amenaza represiva frente a la previsible protesta social, sin embargo, puede ser un arma de doble filo para el nuevo gobierno. Recordemos la masacre en Puente Pueyrredón en junio 2002. El fracaso de la estrategia represiva del gobierno de Duhalde lo obligó a salir del poder y convocar a elecciones. El pueblo argentino tiene una larga tradición democrática y antirrepresiva. Hay mucha incertidumbre y todavía muchas dudas por lo que vendrá. Pero es urgente y necesario empezar cuando antes a (re)construir un movimiento democrático que una a los/as trabajadores, mujeres, jóvenes, disidencias sexogenéricas, ambientalistas, pueblos originarios, organismos de derechos humanos, artistas, docentes y estudiantes para defender los derechos en peligro y la soberanía de nuestro país. Como nos enseñaron las Madres de Plaza de Mayo, la única lucha que se pierde es la que se abandona. Esto recién empieza.
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