Secundada por el ministro Amado Boudou, la presidenta Cristina Kirchner salió ayer a recortar el territorio de los aparatos y aparatitos que integran el conglomerado conocido como “la oposición”, alborotada por la movida de un octogenario juez de Estados Unidos que busca provecho para los “fondos buitre” en las trifulcas alrededor del Banco Central (BCRA). Presos de semejante excitación los personajes opositores quieren a toda costa que las Cámaras decidan las estrategias económicofinancieras del Estado nacional, empezando por el uso de las reservas excedentes, como si el régimen político hubiera mutado de presidencialismo extremo a parlamentarismo británico. Es fácil deducir que la confusión deriva de la voracidad de futuro que paladean los candidatos a la sucesión en la Casa Rosada, sobre todo cuando imaginan que el Gobierno puede ser debilitado a un grado tal que las candidaturas oficialistas dejarían de contar para la competencia. La mayoría está dispuesta a cualquier alianza y a diversas maniobras con tal de neutralizar todo resto de potencialidad popular en el kirchnerismo.
Hay un frente de intereses económicos concentrados, con influencias multicolores en la llamada “opinión pública”, que revuelve las internas partidarias con el mismo entusiasmo que algunos vagos dedican a patear hormigueros, sin hacer opciones precipitadas. De ese enjambre de todo y nada emerge la figura de Julio César Cobos como presunto jefe virtual de las hostilidades antigubernamentales. En la víspera, la Presidenta le dedicó un mimo envenenado al suponer que el actual vice no sólo pretende ascender a presi sino que lo desea aun antes de las urnas de 2011.
Hay un neologismo para definir ese tipo de ansiedades no positivas: destituyente. Cobos no fue el único blanco de los mandobles presidenciales, y sería engalanarlo demasiado suponer que merece esa exclusividad, pero doña Cristina hizo algunas precisiones que merecen ser tenidas en cuenta: los males nacionales no nacen afuera, en todo caso rebotan en el exterior, y en este tiempo de inseguridades hay que andar con cuidado porque los buitres de las finanzas tienen representantes en más de un refugio de esta benemérita ciudad. Podrían ser puntos de partida para un debate con alguna sustancia, sin las trivialidades de cada día que golpean la sensibilidad de las audiencias con violencia equivalente al huracán que ayer devastó varios barrios porteños.
Hay un área en especial donde podrían dirimirse las discusiones y forcejeos en los próximos dos años. Es la zona ocupada por las clases medias, donde hierve el disgusto con la gestión oficial por razones que son más fáciles de reconocer que de explicar. Mensajes como el de ayer deberían ser motivo de reflexión en un sector social con un nivel educativo importante, excepto que los prejuicios hagan valer sus anteojeras, con la clásica fórmula de amigo-enemigo. En estas franjas de opinión los argumentos formalistas, leguleyos, son aceptados como buena doctrina y personajes como Cobos y Martín Redrado son evaluados por su habilidad para la trepada oportunista. Sin embargo, no debe olvidarse que buena parte de las víctimas del terrorismo de Estado surgieron de las fábricas y de las capas medias. En la memoria, pero también en el porvenir, esa confluencia, esta vez para la vida, debería repetirse.
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