El insumo básico de los medios es la palabra. Tanto para ponerle nombre a las cosas como para ironizar, darle doble sentido o reparar en las paradojas. Concentración de medios fue utilizado, por años, en un único sentido: la voracidad de algunos grupos económicos por hacerse de cuanto canal de televisión, radio comunitaria o periódico de finanzas anduviera por ahí. Ahora, inesperadamente, concentración de medios es ir a la calle a protestar o a defender algunos medios con los cuales uno se identifica o que considera como enemigos de la democracia, no sólo informativa sino institucional.
Vamos primero a un ejemplo -no argentino- de concentración de poder. Es muy reciente y preocupante. El diario Le Monde, creado bajo la épica de la liberación de París del yugo nazi, pasó más de seis décadas bajo un protocolo tomado como la excelencia para evitar las interferencias patronales en el trabajo informativo. Los periodistas tuvieron la mayoría de las acciones de la empresa. Además, ante la fusión de medios, la dirección periodística se negó a integrar esa prestigiosa y codiciada marca a otros emprendimientos gráficos o audiovisuales. Su línea editorial siempre fue centroizquierdista, pero siempre aceptó la diversidad de opinión. Le Monde es sinónimo -en el mundo- de seriedad, rigor profesional y compromiso.
La intoxicación mediática, la derechización europea y, seguramente, muchas otras cosas más llevaron a que ese vespertino cayera notablemente en las ventas: no menos de un 30 por ciento en los últimos cinco años. Los pasivos financieros empezaron a complicar la gestión de Le Monde y el grupo español Prisa (editor de El País entre otras cosas) compró una buena parte de Le Monde. Bueno, uno puede pensar que El País y Le Monde son primos hermanos, que en definitiva expresan el socialismo en España y Francia. La gauche caviar diría Tom Wolf y la ironía no ofende a los seguidores de Francois Mitterand o de Felipe González, que se alternan en la gestión de gobierno con las derechas sin poder o no querer cambiar un escenario donde el peso de las corporaciones transnacionales es tan grande que lo toman como un dato a consignar y no a cambiar. Curiosa ironía porque los socialistas, en algún momento, fueron devotos de aquel alemán de barba que decía que el materialismo dialéctico es una mirada que no se conforma con contemplar sino que se orienta a transformar.
Así las cosas, la familia Polanco, ya muy transnacionalizada, le dio buena parte de sus acciones al grupo norteamericano Liberty Acquisition, un fondo de inversión manejado por personas que pueden comprar o vender bancos, hospitales, latas de arvejas o periódicos en función de una ecuación exclusivamente financiera. Es decir, los periodistas de Le Monde, a partir de ahora, tendrán que aceptar que su ADN irá cambiando con estos nuevos dueños de la empresa que durante años fue una especie de cooperativa sofisticada. Y ni qué hablar de los 300.000 lectores diarios de ese periódico a los que de manera sutil o desembozada -habrá que ver- les irán filtrando la información que les sirve a los muchachos de Liberty Acquisition y no al punto de vista de sus periodistas.
Volvamos abruptamente a la Argentina. Hace tres años, en la Feria del Libro, fui invitado a un debate sobre la ley de radiodifusión de la dictadura. Estaban Norma Morandini, Luis Lázzaro, Gustavo López, Guillermo Mastrini, Martín Becerra y quien escribe estas líneas. Un panel interesante en un lugar donde la gente circula como en los supermercados el día del niño. Sin embargo, no había casi nadie. La sala estaba más que semivacía. La mayoría de las voces proclamábamos la necesidad de terminar con esa norma aberrante y la necesidad de democratizar los medios.
Una mujer de anteojos y tono académico con claro acento español nos advirtió: “Vosotros debéis tener en cuenta que esto que propiciáis está a contramano del mundo. Queréis remar contra la corriente”. Confieso que el escenario tan despoblado -y la cantidad de informaciones que conocíamos sobre lo que decía la señora- no era el propicio para augurar una nueva era en la comunicación. No era fácil proclamar aquella máxima del Informe McBride que decía “un solo mundo, voces múltiples”, porque la hegemonía norteamericana mostraba más bien cuatro o cinco mundos y unas poquitas voces mediáticas.
La otra concentración. Orlando Barone, en un par de mesas redondas que compartimos, decía con lógica imbatible que en su larga vida había visto concentraciones por salarios o por derechos humanos pero nunca había visto una manifestación popular contra los monopolios de medios. Es cierto, parecía demasiado sofisticado que una parte de la sociedad se pronunciara, en la calle, contra la intoxicación informativa. Pues bien, Orlando debe estar festejando que es hora de cambiar de latiguillo en los debates.
Ayer me tocó hacer mi programa de Radio Nacional desde la trastienda del palco montado en la Plaza Lavalle por donde desfilaron Estela de Carlotto, Milagros Sala, Julio Piumatto, Hugo Yasky y Hebe de Bonafini entre otros. Miles y miles de personas (se habló de entre 50 y 60 mil) llegaron de todos lados. Insistían quienes daban vueltas por la zona la cantidad de jóvenes y de gente sin organización previa que había decidido concentrarse contra la concentración, valga la paradoja. Antes de que empezara el acto, mientras los manifestantes se acercaban desde el Congreso, salí por la calle Tucumán para ver el panorama. Había de todo. Lo vi llegar al actor Federico Luppi y me acerqué a saludarlo. Quería participar como uno más, desde el llano (pero el auténtico llano, no el de TN), pero no contaba con demasiado tiempo porque tenía que ir al teatro (“Por tu padre”, junto a Adrián Navarro).
Al rato, cuando empezábamos a transmitir, se sentía el clima masivo y festivo. En un momento, dejé el improvisado estudio de la radio para subir al escenario. Hablaba la presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo y convocaba a la lucha para que se termine el avasallamiento de ciertos jueces en alianza con el monopolio Clarín para evitar la plena vigencia de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual. Miraba la diversidad de dirigentes y personalidades que la rodeaban, desde artistas populares hasta dirigentes gremiales, madres de pañuelo blanco, intelectuales y líderes de organizaciones sociales. No había farándula, no había flashes, no había chismosos del espectáculo. Otros medios, otras voces, se habían dado cita.
El zócalo del noticiero de TN hablaba de “marcha K contra la Justicia”. Dos universos distintos conviven en esta disputa por cómo ordenar un servicio vital como el de los medios audiovisuales. Uno pretende llevarse puesta una ley del Congreso para permitir que su negocio multimillonario continúe. El otro, muy diverso, quiere la vigencia de la ley, el respeto a la democracia informativa. Los dos quieren la concentración de medios: unos la de la propiedad de las radios y canales; los otros, la de la pelea hasta que se restablezca la pluralidad.
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