La Iglesia Católica, que siempre hizo ostentación de poseer la única verdad infaliblemente declarada, tardó veinte siglos en admitir las atrocidades de la Santa Inquisición, en reconocer su papel en el exterminio de los aborígenes en América, en rehabilitar a Galileo, a Copérnico y en admitir su complicidad con el nazismo frente al Holocausto. Más que un sincero propósito de enmienda, esos tardíos arrepentimientos fueron una consecuencia del altísimo precio que la Iglesia tuvo que pagar por su paranoia institucional. Sin embargo, en el tema de la homosexualidad el discurso ideológico y moral de la jerarquía católica sigue anclado en la noche de los tiempos. En ese sentido, el llamamiento del inquisidor cardenal Jorge Bergoglio a lanzar una Cruzada contra el matrimonio gay es uno de esos temas en los que la jerarquía católica argentina apela a su coartada de la supeditación a lo divino para encubrir su sexofobia y su doble moral.
La jerarquía católica no ha modificado hasta ahora su enfoque de la homosexualidad, entendiéndola siempre como una desviación “contraria a la ley natural”. Desde la óptica doctrinal, al homosexual sólo le queda “cargar con su cruz” sin que pueda esperar ningún reconocimiento social. Este mensaje resulta cada vez más anacrónico en las sociedades secularizadas en las que los gays luchan para que la tolerancia se traduzca en leyes que los equiparen en derechos, incluso el de casarse y adoptar hijos.
Lo cierto es que la homofobia que acecha al clero católico desde siempre es en realidad una máscara que oculta el deseo y la fascinación por lo sexual.
Lo curioso es que a la jerarquía eclesiástica le perturba la homosexualidad cuando tiene como escenario la vida cotidiana, pero guarda un piadoso manto de silencio sobre los votos de homosexualidad que practica un creciente número de miembros de la Curia dentro del territorio del Estado Vaticano.
Hace un par de años, el libro Vía col Vento in Vaticano (“Lo que el viento se llevó en el Vaticano”), cuyo presunto autor fue monseñor Luigi Marinelli, de 77 años denunció la fuerte presencia de la homosexualidad en las filas de la Iglesia con casos muy bien detallados. El libro explicaba que existe una corriente que teológicamente justifica la homosexualidad como una manera de mantener el celibato, permanecer lejos de las mujeres, y además afirma que existe un “cierto indulto papal”: “Un famoso prelado muy intransigente en las cuestiones morales hacia los demás, pero de costumbres licenciosas y vulgares, confesaba a sus amigos íntimos haber hecho ‘voto de homosexualidad’ para no incurrir en el pecado de ir con mujeres”. En el libro se narra el caso del padre costarricense Jorge Hume Salas, párroco de Santa Rosa, California, que denunció a su obispo, monseñor George Patrick Ziemann, de 57 años, por violación.
Mientras la homosexualidad no se exagere, las “cenas o juergas de trabajo” son considerados episodios normales en el Vaticano.
Aunque la Curia siempre ha llevado adelante una campaña contra la homosexualidad, según los autores del libro, “confiere una gran importancia a la belleza física a los que desean ascender”. A causa de su inconfesada debilidad, “muchos prelados de la Curia eligen a sus asistentes por su atractivo y no por su capacidad”. Muchos obispos se “valen de la Iglesia para hacerse servir mejor: choferes, guardias y empleados prestan servicios extraordinarios noche y día.
“El clero tiene una vida sexual muy intensa, aunque muy oculta, desordenada y en demasiadas ocasiones delictiva”, afirma el periodista español Pepe Rodríguez, autor del libro La vida sexual del clero en el que cuestiona el futuro del celibato a partir de la admisión por parte del Vaticano que cientos de monjas fueron violadas por sacerdotes o misioneros en 23 países del Tercer Mundo.
Las religiosas violadas tenían que abandonar su congregación si se quedaban embarazadas, mientras los sacerdotes implicados seguían desempeñando su ministerio en el mismo lugar.
Con testimonios, documentos, nombres y apellidos, la obra de Rodríguez constituye un riguroso estudio que lleva a drásticas conclusiones respecto de la moral sexual que rige en el Vaticano y rompe el tabú acerca de la obligatoriedad del celibato. Según el autor, cuanto más represión hay, más patológicos resultan los hábitos sexuales de los curas, obispos o cardenales. “En Estados Unidos hay cientos de sacerdotes condenados. Las indemnizaciones son millonarias. Esto lo sabe todo el mundo en la cúpula de la Iglesia”. Cuenta que, incluso, la jerarquía católica en Inglaterra contrató un seguro de responsabilidad civil para financiar las indemnizaciones de casos de abusos sexuales a menores.
Añade: “Hay una tremenda patología en la práctica sexual del clero. En primer lugar, porque son personas que desean sexo, pero no tienen ni educación ni formación sobre sexualidad y sobre la esfera compleja de lo afectivo-sexual”. Según sus estadísticas, 95% de los sacerdotes se masturba; 60% mantiene relaciones sexuales; 26% abusa de menores; 20% realiza prácticas homosexuales; 12% es exclusivamente homosexual, y 7% comete abusos sexuales graves con menores.
En cuanto a preferencias sexuales, 53% tiene relaciones sexuales con mujeres adultas; 21% con varones adultos; 14% con varones menores, y 12% con mujeres menores. Rodríguez, que ha publicado 18 libros relacionados con la Iglesia, dice que las prácticas sexuales más patológicas son las que realizan con menores: “El clero católico es el colectivo profesional que más abusos sexuales comete contra menores, o también con mujeres de cierta candidez o ingenuidad; o mujeres con problemas emocionales que son víctimas fáciles de su voracidad”.
Resulta indignate que la Iglesia se rasgue las vestiduras por el futuro de los niños adoptados por parejas homosexuales cuando la pedofilia con sotana es una mancha que reaparece en todo el mundo y muestra que el primer reflejo de la cúpula vaticana es “tapar todo”. Los casos de pedofilia han sacudido -por etapas- a las diócesis católicas de España, Francia, Italia, Alemania, Austria, Polonia, Gran Bretaña, Irlanda, Estados Unidos, México, Brasil, Costa Rica, Puerto Rico, Colombia, Chile y Argentina. La indiferencia que han mostrado Bergoglio y la Conferencia Episcopal ante las víctimas de estos hechos aberrantes congela el alma.
La jerarquía de la Iglesia argentina esconde y minimiza este tremendo problema, que no es accidental ni azaroso, sino institucional. Y está signado por el encubrimiento y la doble moral.
En Brasil, que es uno de los países con mayor número de católicos en el mundo, circulaba entre los curas pedófilos un manual que recomendaba iniciar a menores recogidos de la calle y de las comisarías.
El autor de la macabra guía del cura pedófilo es un eminente teólogo, un sibarita que frecuenta los salones de la alta burguesía de San Pablo y, según el diagnóstico que se le hizo a petición del juzgado estatal, un pedófilo con marcados síntomas de narcisismo y megalomanía.
De otra forma no se explica que Tarcísio Sprícigo, de 48 años, llevara un recuento manuscrito de sus fechorías. “Me preparo para salir de caza con la certeza de que tengo a mi alcance a todos los garotos (chicos) que me plazca.”
En su relato, el cura añadió: “Para esto soy seguro y calmo, no me agito, soy un seductor y después de haber aplicado correctamente las reglas, el niño caerá en mis manos y seremos felices para siempre”.
Antes de que lo arrestaran, el religioso abusó de muchos chicos de la calle. Para él, eran los más fáciles de controlar, según escribió en su diario. En páginas que parecen un verdadero manual para pedófilos describió cómo persuadir niños: “Presentarse siempre como el que manda. Ser cariñoso. Nunca hacer preguntas, pero tener certezas”.
“Conseguir chicos que no tengan padre y que sean pobres. Jamás involucrarse con niños ricos.”
El sacerdote aprovechaba los descansos sabatinos para componer el decálogo que incluye entre sus mandamientos la iniciación de chicos “cariñosos, tranquilos, sin bloqueos morales”, y aconseja “recogerlos de la calle, de las comisarías, de los hospitales de caridad”.
Según el escritor Pepe Rodríguez, autor de Pederastia en la Iglesia Católica, “el problema fundamental no reside tanto en que haya sacerdotes que abusen sexualmente de menores, sino en que el Código de Derecho Canónico vigente, así como todas las instrucciones del Papa y de la curia del Vaticano, obligan a encubrir esos delitos y a proteger al clero delincuente. En consecuencia, los cardenales, obispos y el propio gobierno vaticano practican con plena conciencia el más vergonzoso de los delitos: el encubrimiento”, dice Rodríguez.
Condenado a 15 años de prisión por violar a un niño de cinco años que tenía bajo su custodia, el sacerdote Tarcísio Sprícigo declaró ante los jueces brasileños que la idea de redactar un manual le surgió de forma espontánea, como una suerte de revelación asentada en la convicción de que “Dios perdona todos los pecados, pero la sociedad nunca”.
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