En enero del 2004, cuando los neoliberales repetían que la Argentina estaba fuera del mundo, el entonces presidente Néstor Kirchner dejó el tórrido verano argentino para enfundarse en los fríos de Washington. Lo recibió el entonces presidente George W. Bush para hablar, básicamente, de qué pensaba hacer el santacruceño con el default. Kirchner fue acompañado de su esposa Cristina, entonces senadora nacional por Santa Cruz, por el secretario Legal y Técnico, Carlos Zaninni, y por Roberto Lavagna y Rafael Bielsa, ministros de Economía y de Relaciones Exteriores, respectivamente. Según me refirió uno de los asistentes, en un momento, Bush cambió de tema y les dijo: “Ustedes y yo tenemos algo en común, todos conocimos la cárcel, salvo que ustedes lo hicieron por motivos más nobles que los míos”.
No era precisa la referencia y de inmediato le dijeron al hombre fuerte de la derecha republicana que alguno de los asistentes, incluso, no había estado siquiera un día en prisión. Bush, en lo que le tocaba, hacía referencia a sus traspiés con el alcohol que lo habían tenido por un breve lapso entre rejas. Su gesto tenía que ver con el reconocimiento a quienes llegaban a la política desde lugares completamente diferentes a los que conocía ese aristócrata, hijo de quien fuera el hombre fuerte de la CIA y parte del selecto grupo de líderes de las corporaciones privadas y públicas del Primer Mundo.
Algunos referentes políticos y empresarios que se oponen con entusiasmo al gobierno de Cristina Kirchner repiten al pie de la letra aquel latiguillo de que la Argentina está fuera del mapa. Insisten con que, de la mano del kirchnerismo, nuestra nación nunca va a conseguir inversiones, nunca va a poder restablecer vínculos con los países serios del planeta. Así, figuras como Elisa Carrió, Patricia Bullrich, Mauricio Macri o Hugo Biolcati, parecieran creer que alcanza con ir a las conferencias o cócteles de la Embajada de los Estados Unidos para ser considerado una opción atractiva para la mirada del establishment norteamericano.
La Argentina no sólo no está fuera del mundo sino que este año dio el segundo paso para salir del default. ¿Alguien, con un mínimo de sensatez, puede dejar de analizar qué pasó en estos más de siete años de gobierno kirchnerista? ¿Alguien puede desconocer que la propuesta de Dubai, de quita exitosa de deuda a los acreedores, fue un paso para ganarse un lugar en el mundo? Aquella audaz propuesta había sido realizada cuatro meses antes de la reunión con Bush mencionada más arriba. La Argentina creció en términos económicos y tuvo una creciente presencia en la arena internacional. Algunos atribuirán más a la capacidad política, primero de Kirchner y después de Cristina, mientras que otros dirán que el escenario para Latinoamérica fue muy conveniente.
Pero más allá de cómo se conjugaron los factores, lo cierto es que en estos días hay un desconcierto en sectores opositores que no reparan la solidez de la presencia argentina con interlocutores de primer grado. El contraste es demasiado sugestivo. Carrió decidió el espacio del Frente Cívico y Social, donde la Coalición Cívica convivió con radicales, socialistas y variopintos desde la campaña electoral de 2008. Esta mujer hace muchos años que entiende que la videopolítica y las reuniones en la embajada norteamericana son la manera eficaz de llegar a sus potenciales votantes.
Su alineamiento a ultranza con el reclamo de la Sociedad Rural de terminar con las retenciones la llevó a pelearse con Hermes Binner -gobernador de Santa Fe y figura destacada en ese espacio opositor- porque dijo, sin vueltas, que las retenciones son una facultad del Ejecutivo y de ese modo desalentó la ilusión de que el fin de las facultades delegadas del Congreso al Ejecutivo -que vencen el próximo 24- podían convertirse en la fecha inaugural de una nueva rebelión de los ricos.
Pero no es sólo Binner el que tiene los pies sobre la tierra sobre temas que hacen a la esencia de la Argentina actual. En otro terreno, como es el de los juicios por delitos de lesa humanidad, el peronista disidente Francisco De Narváez asistió ayer al Palacio de Tribunales para acompañar a cientos de personas que escucharon con fervor y mucha atención el informe que la Corte Suprema de Justicia hizo sobre la marcha de los juicios en los tribunales federales. De Narváez estuvo cerca del jurista español Baltasar Garzón y del premio Nobel de la Paz Adolfo Pérez Esquivel. Y en otro terreno diferente, el titular del gremio de Empleados de Comercio, Armando Cavalieri, quien nunca se mostró kirchnerista y siempre se mostró como un sindicalista conservador, compartió un acto con la presidenta.
Es cierto que el CEO de Clarín hizo una movida para fotografiarse con los presidentes de algunas corporaciones privadas de primera línea alienadas en la UIA y AEA. Y que también forzó a figuras relevantes de la derecha a cenar en uno de sus departamentos. Pero, cuidado, lo hizo ante la inminencia de que tome estado público el informe de la comisión llamada “Papel Prensa – La verdad” y que le acarreará visitar los tribunales por delitos imprescriptibles. También es cierto que la derecha política y los sectores concentrados de la economía necesitan contar con expresiones de representación conservadora de cara a los comicios del 2011 y van a apostar a que tanto el peronismo disidente como el radicalismo y sus aliados sean alternativas potentes para las presidenciales.
Sin embargo, entre sus filas reina más el desacuerdo que la intención de construir para el largo plazo. Se dejan llevar por sus impulsos anti-K, antes de reconocer la capacidad de convocatoria del Gobierno y de la coalición política y social que lo respalda. El reciente triunfo de la mediación de Néstor Kirchner entre Venezuela y Colombia y el también reciente acuerdo de la Presidenta con su par uruguayo muestran que hay mucho trabajo y no poco respaldo internacional detrás de estas gestiones exitosas.
La Argentina fue invitada a sumarse al G-20 por algo específico: fue el país que logró bajar la conflictividad social y política al tiempo que crecía económicamente y juzgaba a los responsables y ejecutores de las políticas neoliberales con un plan criminal sistemático. Así como Brasil y Sudáfrica pueden mostrar atributos como para estar sentados junto con Francia, Japón o los Estados Unidos, este país al que la derecha sigue diciendo que está fuera del mapa tiene un gobierno que se ganó un lugar en el planeta. Y deberían tomar nota los analistas conservadores: el canciller Héctor Timerman puede hacerse tiempo para decir por Twitter lo que quiera sobre Clarín sin dejar de reunirse con la secretaria de Estado norteamericana, Hillary Clinton. Ella hizo público su agrado por el papel mediador jugado por Kirchner en el conflicto entre Venezuela y Colombia.
No se trata de un problema menor ni para la región ni para los Estados Unidos. Se trata de dos naciones que expresan posiblemente las posiciones más antagónicas en el hemisferio Sur. Fue el ex presidente argentino quien estuvo llamado a colaborar con un acuerdo de paz. Ese mismo presidente que emergió a las ligas mayores para sorpresa de muchos. El mismo que lleva más de siete años siendo observado por muchos factores de poder en el mundo como alguien capaz de liderar un proceso político nacional y también capaz de sentarse a tratar de acercar posiciones. A sentarse, vale la pena subrayarlo, como delegado de muchos países de una región que avanza, llena de acechanzas.
Días pasados, en San Juan, en la reunión de representantes del Mercosur, la secretaria ejecutiva de CEPAL, la mexicana Alicia Bárcena, dio algunas claves de la hora que atraviesa esta región del planeta. Dijo que es la hora de la igualdad, destacó que las políticas anticíclicas de los gobiernos de la región están mitigando la inmensa desigualdad que vive el continente. Enfatizó que sólo un Estado de bienestar y no un Estado subsidiario puede poner en marcha políticas de largo plazo.
Valdría la pena que los intelectuales o analistas de las derechas autóctonas caigan en la cuenta de que no alcanza con estar en el tarjetero de la secretaria de la embajadora de los Estados Unidos o del titular de la Sociedad Rural y que los paradigmas de representación política también son interpretados y estudiados por quienes miran el mundo desde los centros de poder. Es la hora de la igualdad, en consecuencia, tienen entidad aquellos que luchan por ella y no quienes pretenden hacer retroceder el reloj de la historia.
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