Durante la semana se produjo el noveno casamiento en Argentina entre personas del mismo sexo, con lo cual tendría que debilitarse terriblemente la familia, aumentar el número de curas pedófilos y de crímenes sexuales, los niños comenzarán a hacer preguntas desagradables, los referentes masculinos empezarán a mariconear y la sociedad pasará a hacerse peligrosamente “rara”.
Estos casamientos se produjeron en los distritos donde ya han sido permitidos y lo que se está discutiendo ahora es una ley nacional. Hubo 9 casamientos y no se desplomó el cielo. Ningún hogar, ningún niño, ninguna persona resultó afectada. En cambio, la sociedad mejoró porque es más justa, porque las 18 personas que se casaron ejercieron un derecho que antes tenían todos los ciudadanos menos ellos.
Hay muchas personas católicas indignadas porque los homosexuales puedan tener los mismos derechos que cualquier otro ser humano. Y ninguna termina de explicar el motivo por el que se indigna. Hay quien alega motivos religiosos, pero el matrimonio es civil. Cada religión verá después si quiere reconocer o no la igualdad de derechos. No se entiende dónde está el peligro de que dos personas del mismo sexo contraigan matrimonio. Por qué esas personas católicas no muestran esa indignación moral por la gran cantidad de curas pedófilos que se han denunciado en todo el mundo.
No es chicana, es asombro. Es difícil de entender. Se entiende el daño que hace un cura pedófilo porque se aprovecha de un menor, y abusa de su posición de poder. Pero dos personas que se casan están ejerciendo un derecho que tienen todos los demás. No están haciendo daño. Las personas religiosas no encabezan ninguna junta de firmas contra el fenómeno de los pedófilos en las filas religiosas, no hacen manifestaciones de protesta ni escriben cartas de lectores, ni nada. La pedofilia tan extendida entre los curas, incluyendo a varios obispos en el mundo, les parece algo feo, pero no las moviliza. En cambio se convierten en militantes cuando se trata del matrimonio gay.
El concepto de “matrimonio para todos” ha dividido a las Iglesias en la Argentina. En el caso de la Iglesia Católica, sólo dos grupos pequeños de curas, en Córdoba y Capital, se atrevieron a contrariar la oposición unánime de los obispos. En el caso de los judíos, que no tienen una estructura eclesial clásica, los rabinos más ortodoxos salieron a acompañar a los obispos católicos, en tanto que los enrolados en corrientes progresistas hicieron conocer su respaldo al proyecto de ley. Las iglesias protestantes históricas se han mantenido al margen o tienden a aceptar la nueva iniciativa, como la Iglesia Luterana danesa o la Iglesia Evangelista Luterana. En cambio los evangelistas relacionados con las corrientes pentecostales surgidas en Estados Unidos a fines del siglo XIX movilizaron unas ocho mil personas en Congreso contra el matrimonio gay.
La carta del cardenal Jorge Bergoglio a los curas porteños, que se difundió el jueves, es asombrosamente prehistórica y llena de prejuicios. Mete a Dios y al demonio donde no tiene que meterlos. Decir que una persona homosexual es obra del demonio es de cruzados y linchadores. Ese mismo día también circuló la carta del rabino ortodoxo Samuel Levin, donde asegura que el matrimonio gay pone en “terrible peligro a la institución familiar”.
En toda la literatura de Bergoglio sobre el demonio o en la del rabino sobre los peligros de la familia, no se explica por qué. ¿Por qué el demonio? ¿Por qué tanto peligro?
Algunos hablan de la Biblia, otros dicen que el matrimonio es un sacramento, otros que durante dos mil años fue así: hombre y mujer. Otros pensarán que el peligro está en que se extienda la homosexualidad o el matrimonio. Hubo algunos más concretos: dijeron que si se aprobaba ahora el matrimonio gay, después vendría el matrimonio de los pedófilos o de los zoófilos.
Cuando las explicaciones son elementales y las acusaciones tan tremendas y terroristas, es que en realidad se originan en prejuicios y en el miedo a lo diferente. El matrimonio religioso y el civil no están en peligro por ese proyecto de ley. Nadie dejará de casarse o abandonará a sus hijos porque una pareja gay decida unirse en matrimonio. No hay ningún peligro ni terrible ni objetivo. En cambio prohibirles que lo hagan es negarles un derecho, es sostener una situación desigual basada en viejos prejuicios. Son explicaciones como las que se alegaron para defender que los esclavos no tenían alma o que los negros huelen a catinga y no pueden tener los mismos derechos porque son diferentes. Explicaciones que se usaron a través de las religiones para mantener situaciones de injusticia, igual que ahora.
El obispo de Tucumán, Luis Villalba, usó ayer ese argumento en el Tedéum del 9 de Julio: que el matrimonio gay es la pretensión de igualar lo que es naturalmente distinto. Los negros son diferentes y los judíos y los gitanos también, y las mujeres son diferentes a los hombres, pero ante la ley son todos iguales. Lo que hace un evangelista en la iglesia es diferente de lo que hace un católico en la suya y lo que dice Villalba es que lo que hace en la cama un matrimonio gay es diferente a lo que hace un matrimonio heterosexual. Pese a las diferencias, en el primer caso, todos van a rezarle a Dios aunque lo hagan de diferente manera. En el segundo caso es igual: todos hacen el amor aunque lo hagan de manera diferente.
Hasta hace pocos años, mucha gente buena y religiosa se oponía a la igualdad racial en Estados Unidos y Sudáfrica. Estaban convencidos de que había que tratar bien a los negros pero no darles los mismos derechos. Y realmente creían que la igualdad sería terrible para sus comunidades y sus vidas cotidianas. Y cuando sucedió, y los seres humanos de piel negra se convirtieron en ciudadanos iguales que los de piel blanca para la ley, no pasó nada terrible. No hubo familias destruidas ni nada destruido. Nada más mejoró el planeta, los humanos se hicieron más humanos, que era lo que tanta gente buena estaba impidiendo.
La diferencia entre la unión civil y el matrimonio es mínima en realidad, pero discrimina, subraya una diferencia que en otros planos se expresa en maltrato y dificultades familiares, sociales, laborales y económicas. La posición de los que ahora votan por la unión civil impulsados por la Iglesia Católica es oportunista y esencialmente deshonesta. Porque la Iglesia también se opone a la unión civil, aunque en este caso la impulsa como el mal menor para impedir el matrimonio. La argumentación moral y religiosa de la Iglesia Católica es homofóbica, le impide reconocer y aceptar cualquier relación homosexual. Pero hace concesiones a cambio de mantener aunque sea el último resabio de discriminación a través de la unión civil. En ese sentido, la Iglesia ni siquiera es honesta con sus principios. Aunque en rigor esa deshonestidad respeta una esencia moral hipócrita que termina defendiendo las apariencias y tratando de ocultar las suciedades, como ocurrió con los escándalos de pedofilia que fueron tapados durante años por las jerarquías.
Como no podía ser de otra forma, el obispo tucumano culminó su Tedéum del 9 de Julio contra los homosexuales haciendo un llamado “a pasar de un modelo de conflicto a un modelo de convivencia armoniosa, respetando las diferencias”. En la jerga de estos días el “modelo de conflicto” es el gobierno nacional, el kirchnerismo, o sea que está llamando a terminar con esta historia y pasar a otra cosa, a un gobierno que no se esté peleando por las retenciones o por el matrimonio gay.
Pero lo cierto es que el matrimonio gay no lo planteó el oficialismo -aunque lo apoya- sino que el proyecto de ley aprobado en la Cámara de Diputados fue presentado por la ex legisladora Silvia Augsburger, del socialismo antikirchnerista, y por Vilma Ibarra, del bloque Nuevo Encuentro. Pero para la Iglesia, se trata del kirchnerismo y su amistad con el demonio. En este debate, para la Iglesia, todos los que apoyan el matrimonio gay son oficialistas, lo cual no produce ninguna alegría a legisladores socialistas santafesinos, de Proyecto Sur, juecistas y unos pocos radicales que también respaldan el matrimonio igualitario. Para los sectores más conservadores, el debate siempre es entre oposición y oficialismo y así han tratado de plantearlo también en los derechos humanos. Lo presentan así para evitar cualquier desprendimiento de la oposición para respaldar iniciativas que también apoye el oficialismo. Siempre cuentan con la artillería mediática a su favor y han logrado un éxito relativo. Cada vez que legisladores de esos sectores coinciden con el oficialismo, ponen tantas condiciones y dan tantas explicaciones como si estuvieran pidiendo disculpas. Cosa que no hacen cuando se juntan con los conservadores. Gracias a una de esas alianzas entre el centroizquierda antikirchnerista y el centroderecha, la senadora del peronismo opositor Teresa Negre de Alonso, miembro del Opus Dei, está al frente de la comisión que encabezó la discusión sobre el proyecto de matrimonio gay.
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