Por: Cecilia Gonzalez
Debe ser terrible haber sido presidente de un país y no tener ni siquiera un gran logro para presumir. Un legado positivo. Más bien, todo lo contrario.
Ese es el caso de Mauricio Macri, el millonario empresario que en 2015 llegó al poder en Argentina como la fulgurante estrella de la derecha regional. Venía a rescatar al país de “las garras” peronistas. Representaba a “la derecha moderna y democrática”.
Pero fue una decepción. Cuatro años después, cuando se quitó la banda presidencial, el país estaba sumido en una crisis económica, con inflación, endeudamiento y devaluación récords.
Él, que ofreció alcanzar “pobreza cero”, dejó un tendal de nuevos pobres. Aún así, buscó la reelección. Pero la mayor parte de la ciudadanía le cobró las promesas incumplidas y le dio la espalda. Ni siquiera hubo necesidad de segunda vuelta. En la primera ronda, Macri quedó fuera de la competencia. De la mano de Alberto Fernández, el peronismo volvió a gobernar.
Desde entonces abundaron las dudas sobre el papel que Macri asumiría fuera de la Casa Rosada. Hasta se llegó a especular con su retiro de la política. Hoy ya no quedan dudas de que quiere ejercer un liderazgo opositor.
El expresidente consolidó su estrategia este fin de semana con un artículo publicado en el conservador diario La Nación en el que defenestra la gestión de Fernández, alerta sobre peligros inexistentes y omite por completo múltiples temas por los que él mismo debería dar explicaciones.
Lo más extraño es que habla como si nunca hubiera gobernado, como si no fuera responsable del desastre en el que dejó al país. Ay, la amnesia, ese mal que suele aquejar tanto a los políticos.
Democracia selectiva
Macri acusa al gobierno de desplegar “una serie de medidas que consisten en el ataque sistemático y permanente a nuestra Constitución”, pero nada dice del alarmante episodio que Argentina padeció la semana pasada cuando policías armados rodearon la residencia oficial Quinta de Olivos, en donde vive y trabaja el presidente Fernández, como parte de una protesta de la Policía de la Provincia de Buenos Aires que transitó de reclamos salariales directamente a una extorsión inaceptable.
A diferencia de otros opositores que demostraron que todo tiene su límite, el expresidente no condenó la movilización. Como si sólo le interesara defender la democracia cuando conviene a sus propios intereses.
El tono de su mensaje es alarmista.
Macri acusa al gobierno de intentar “principios dominantes inéditos” y critica la reforma judicial, justo él, que de manera totalmente anómala intentó designar por decreto a jueces de la Corte Suprema, presionó de todas las formas posibles para que renunciara una Procuradora General de la Nación y apoyó las detenciones de opositores con prisiones preventivas que excedían lo que marcaba la ley, en procesos irregulares que, en muchos casos, tenían más un tufo a venganza que a justicia.
Tmbién denuncia riesgos para la libertad de expresión, olvidando que durante su gestión se detuvo a tuiteros por hacer bromas en redes sociales o por criticar al gobierno.
Y cómo olvidar los despidos masivos de periodistas, incluidos las y los trabajadores de los medios públicos que fueron maltratados y difamados de manera sistemática. Macri sólo favoreció empresarialmente a medios afines y, con excepción de los corresponsales extranjeros, privilegió las entrevistas a periodistas amigos que, sabía, jamás lo iban a incomodar.
¿Y la pandemia?
La radicalización del expresidente se hace más evidente cuando se refiere a la pandemia, aunque jamás la menciona por su nombre.
Apenas si se refiere a las “restricciones sanitarias”, sin explicar en ningún momento que hay una emergencia de salud a nivel mundial y que el gobierno argentino está aplicando medidas restrictivas similares a las de muchos otros países, incluidos algunos que son gobernados por amigos del propio Macri, como Sebastián Piñera en Chile o Iván Duque en Colombia, quienes, a las limitaciones de circulación les suman las constantes represiones y violaciones a los derechos humanos.
“Lo que se busca es el control social y evitar que los ciudadanos manifiesten su disconformidad con las medidas que se toman”, acusa Macri sin fundamento alguno, ya que cada vez que los antiperonistas convocan a protestas masivas contra cualquier política del gobierno o la cuarentena, aun a riesgo de expandir los contagios de coronavirus, lo hacen sin que las fuerzas de Seguridad intervengan, sin que nadie se los impida.
Gozan, además, de una sobrerrepresentación en la cobertura mediática tradicional que los muestra como si fueran la mayoría de la población y estuvieran por hacer caer al gobierno peronista. En plena contradicción, Macri instiga a estos manifestantes a marchar para “defender la libertad”, un derecho que, como ellos mismos lo demuestran cuando se agolpan en las calles, no está en riesgo.
“La idea es avasallar a la clase media para conseguir clientes dependientes del favor del Estado para poder sobrevivir. No se reconocen los derechos básicos de los ciudadanos para que cada uno proyecte su vida como quiera hacerlo, porque es el Estado el que aspira a decidir por nosotros. Pretende nivelar para abajo”, advierte el expresidente, cuando fue él, en todo caso, quien niveló para abajo con los millones de nuevos pobres que dejó como saldo de su gestión: en sólo cuatro años la pobreza creció del 32,2 % al 35,4 %. Esa es una de sus más deplorables herencias.
Arrogancia
Macri y sus asesores despreciaban a las movilizaciones ciudadanas. Luego, con gran sorpresa, descubrieron que también podían convocar a gente en las calles. Se engolosinaron. Y ahora, con gran desdén a la larga historia de luchas sociales en Argentina, creen que es un invento suyo.
“En la Argentina emergió algo nuevo. Ciudadanos movilizados y atentos que han ganado las calles. Desde la lucha contra la resolución 125, la exigencia de verdad sobre la muerte del fiscal Nisman, las marchas del SíSePuede, o el más reciente 17-A la conciencia cívica se expresa”, asegura el expresidente con una mezcla de ignorancia y sentimiento de superioridad, validando de manera selectiva solamente las movilizaciones que le son funcionales, en las que sólo participa su público.
Por supuesto, a quienes protagonizaron masivas movilizaciones en su contra cuando gobernaba no los considera “la gente”, ni “ciudadanos”.
En la construcción del relato macrista la rica historia de la protesta social en Argentina no existe. Excluye por completo el añejo, masivo y ejemplar activismo por los derechos humanos, los feminismos, los derechos sindicales, civiles y políticos.
Así, el expresidente que llegó al poder con la promesa de “unir a los argentinos”, cambia por completo su discurso y apuesta por ahondar la división de un país polarizado.
Según él, las y los argentinos deben elegir entre la República o “la republiqueta”; democracia o demagogia; elecciones libres o “no habrá transparencia en los resultados”; seguridad o “vivir con miedo”; Estado de Derecho o “la jungla”; la propiedad o “la apropiación”; libertad de expresión o censura; educación o adoctrinamiento. Verdadero o falso. Luz u oscuridad.
O sea que el mundo está dividido entre buenos y malos. Qué fácil. Qué simplista. Qué cómodo. Y qué falaz.
El rompedor
El inicio del artículo de Macri provocó todo tipo de burlas.
“Rompo el silencio para compartir con ustedes mi inquietud sobre la dolorosa y delicada circunstancia que atraviesa la República Argentina”, escribió.
Claro, le respondieron en múltiples mensajes: si rompió al país y rompió la cuarentena, por qué no iba a romper ahora el silencio o lo que se le antoje.
En vísperas de su reaparición estelar en la vida política, Macri también intentó usar a víctimas de violaciones a los derechos humanos. Quiso hablar con Cristina Castro, la mamá de Facundo Astudillo, el joven de 22 años desaparecido en abril y que fue hallado muerto. La mujer ni le contestó.
Obligatorio recordar que, durante su gobierno, un joven llamado Santiago Maldonado desapareció y murió en medio de una represión policial. Dos días después de que se confirmara la identidad del cuerpo, con parte del país de luto por un caso que había tenido repercusión internacional, Macri bailó y rió y cantó bajo una lluvia de papelitos para celebrar el triunfo de su partido en las elecciones legislativas. La sensibilidad, lo sabemos, no es lo suyo.
De lo que nada dijo el expresidente en su artículo fue por qué su familia sigue sin pagar la multimillonaria deuda que mantiene con el Estado por el Correo Argentino, y que fue uno de los principales escándalos cuando gobernó al país; ni del espionaje masivo contra periodistas, activistas sociales, políticos oficialistas y opositores y empresarios que hoy investiga la Justicia; ni de la causa sobre millonarios contratos irregulares en la concesión de peajes de autopistas, tan sólo por poner algunos ejemplos.
Tampoco contó a qué fue a Paraguay en medio de la pandemia, por qué no le bastaba una videollamada con sus amigos Horacio Cartes y Mario Abdo, qué era tan importante que lo tenían que hablar en persona.
Quizá no le alcanzó el espacio y explique estos y muchos otros temas pendientes en su próxima columna.
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