Nada más saludable para el espíritu profano y secular de quien esto escribe que leer un domingo lluvioso la editorial de La Nación y las columnas de sus dos insignes periodistas. Nada más gratificante que hacerlo después de una semana en la que se aprobó la Ley del Matrimonio Civil Igualitario y en la que nuevamente el inefable Mauricio Macri vio cómo se derrumbaban todas sus argumentaciones ante el fallo unánime de los tres jueces de la Cámara Federal que encontraron motivos suficientes para que se lo procese.
De la retórica inquisitorial del cardenal Bergoglio, que no pasó de ser apenas un ejercicio bélico con balas de fogueo a la impresentable defensa que ensayaron los principales referentes del macrismo ante el nuevo y decisivo tropiezo de su jefe; lo que volvió a quedar en evidencia es que la derecha está desconcertada y no sale de su asombro. Nada parece salirle bien, nada de aquello que soñaron como realidad efectiva a partir de las elecciones de junio de 2009 alcanza a cumplirse. Los tiros le siguen saliendo por la culata y amenazan con provocarle heridas irreversibles.
Por un lado, Bergoglio tendrá que remar a contracorriente para recuperar algo de lo que perdió en esos días de furia en los que se creyó el nuevo Torquemada de los tiempos actuales. Su carta a las monjas de las carmelitas (toda una circunstancia que suena a naïf, que nos hace imaginar el interior de un convento en el que las escandalizadas monjas se encuentran con la terrible realidad demoníaca de un afuera amenazador para su intangible castidad), oportunamente hecha circular por manos “aviesas”, lo convirtió en el mejor enemigo de aquello que supuestamente venía a defender. Lo mostró como lo que viene siendo en los últimos años: el diseñador de la estrategia horadadora de una derecha a la que le atrasa inexorablemente el reloj de la historia.
Bergoglio cometió errores de principiante, se dejó “apretar” por los más ultramontanos entre los reaccionarios de la curia y tuvo que colocarse a la derecha de la derecha para defender sus posiciones al interior de una institución que cada vez más ya no sabe hacia dónde correrse cuando, incluso, se le acaban los lugares hacia su propia derecha. Seguramente, y aprovechando la proximidad de San Cayetano, volverán a levantarse las voces “indignadas” ante tanta pobreza, ahora ya no pronunciadas por el cardenal que tendrá que retirarse por un tiempo a cuarteles de invierno, sino por el obispo de San Isidro, que pondrá su mejor cara y su voz engolada para narrar las tremendas injusticias que se padecen en la Argentina de Cristina Fernández.
Mientras tanto, una parte sustantiva de la sociedad hoy siente que vive en un país un poco más justo, que contra las voces desencajadas de la ortodoxia eclesiástica y las aberraciones discursivas de algunos senadores impresentables, la madurez de un amplio espectro de legisladores, fundamentalmente apoyados por el deseo de la mayoría de la población y la incansable militancia de las organizaciones de homosexuales, culminaron, con su voto positivo, un largo camino hacia la definitiva ampliación de los derechos. La democracia, que no es, como la sexualidad, algo “natural” e intocable, salió enriquecida y fortalecida. La derecha, la que se expresó a través de Bergoglio y de otros obispos, pero que también se mostró en los argumentos de Chiche Duhalde o de la senadora del Opus Dei Negre de Alonso, se tuvo que contentar escribiendo cartas indignadas que, como siempre, se publican los domingos en La Nación.
Por una vez desconcertados los dos columnistas insignias del buque del conservadurismo argentino, casi al unísono, salieron a expresar su “preocupación” por la debilidad de la oposición y la semana “triunfal” del kirchnerismo. Grondona, más mojigato que su colega de página, tuvo que digerir la aprobación del matrimonio gay, mientras que Morales Sola, más sensibilizado por esos temas, dejó deslizar, al modo elíptico que nos tiene acostumbrados, su esquiva conformidad con lo votado. Su odio compartido tiene que ver, una vez más, con comprobar que una ley decisiva y democrática ha sido llevada adelante por sus más odiados enemigos que hicieron suyo un proyecto que había emanado de otros sectores políticos. Como con las AFJP y la ley de medios, los velos de quién es quién en nuestro país volvieron a correrse y cada vez más amplios sectores sociales empiezan a establecer relaciones entre una y otra cosa. ¿Será por eso que, a última hora, se retiraron para no dar su posición y no votar los Reutemann, los Rodríguez Saá y los Romero?
Sin acallarse todavía los festejos por el matrimonio civil igualitario, nos encontramos con la decisión de la Cámara Federal que a través de sus tres jueces (reconocidos por el propio Morales Solá como aquellos que “no cargan con el desprestigio público de Oyarbide”) reafirmaron el procesamiento de Mauricio Macri por el delito de asociación ilícita. Mientras que Grondona se despacha a gusto contra Néstor Kirchner, señalándolo como el instigador del fallo de la cámara, Morales Solá, algo más compungido, tiene que reconocer que la situación del jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires es harto delicada.
Por supuesto que los malabarismos retóricos de ambos buscan trasladar la responsabilidad por el espionaje y las andanzas de Macri hacia el kirchnerismo. Sus argumentos resultan inverosímiles y, a esta altura de los acontecimientos, ni ellos mismos los creen. Hasta la propia Lilita Carrió, afecta a las frases apocalípticas a la hora de calificar al Gobierno y a la Justicia, salió a decir que el fallo le parece ejemplar y muy difícil de rebatir al estar sólidamente fundamentado. Pareciera que la aventura del heredero rico al que el padre no quiere demasiado está iniciando su hora crepuscular. Quizá la política le quedó demasiado grande y el salto desde la presidencia de Boca a la intendencia lo haya hecho sin red de contención.
En todo caso, algo se ha hecho evidente: por un lado, la derecha eclesialconservadora ha perdido una batalla clave y buscará restañar las profundas heridas que recibió (sería ingenuo de nuestra parte suponer que se arrepentirá de sus acciones y que aceptará el veredicto de la mayor parte de la sociedad). Seguirá, como hasta ahora, tejiendo la telaraña en la que sueña con atrapar a un gobierno que sigue apostando por profundizar medidas de cambio y de signo avanzado y progresista, de esas que espantan a las monjas carmelitas y a los cultores de la “guerra de Dios”.
Por otro lado, la derecha cool, la que quería mostrarse como neomoderna y descontracturada, la que se imaginaba como la alternativa al kirchnerismo, hoy ve de qué modo uno de sus principales candidatos va siendo acorralado no sólo por lo actuado por una justicia independiente sino, fundamentalmente, por sus propias carencias entramadas con una práctica de gestión entre ineficiente, retrógrada y represiva.
El macrismo se cocina en su propio caldo en el mismo momento en la que otra de las estrellas de la derecha restauracionista, el pequeño señor Cobos, tal vez la más inflada de todas, contempla horrorizado cómo se desdibuja su lugar en la preferencia de la sociedad. Mala semana para Bergoglio, Macri y Cobos que ni siquiera pudo aprovechar que Cristina estaba en la China para hacer de las suyas.
Pésima semana para La Nación y sus columnistas, que no pueden hacer otra cosa que destilar su odio inconmensurable a lo abierto en mayo de 2003. Mientras tanto, los ciudadanos que imaginamos que un país mejor, más justo y democrático es posible concluimos una semana para celebrar.
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