La columna de Zabo
Diario Z
Sos chico. No solo sos chico sino que también sos bastante vago. Sos punk, estás en contra de todo. Creés en el anarquismo porque, en realidad, no creés en nada. El mundo es una mierda y nadie ni nada va a poder cambiar eso. La desesperanza se vuelve tu mejor amiga, tu aliada. Te creés que yendo a ver bandas que cantan en contra del FMI estás contribuyendo a algo, que pertenecés a una resistencia. Te creés que cantando “Sr. Cobranza” estás haciendo una especie de declaración de principios. Hasta que un día te das cuenta que todo eso es espuma, que tu rebeldía es funcional al sistema que tanto criticás. Que tus estrellas de rock están más cerca de la burguesía que de la revolución. Todo aquello a lo que creías pertenecer se desvanece y ahí estas vos. Solito. En el medio de la nada. En el fin de tu adolescencia.
Es inevitable que uno busque héroes. Se necesitan para mantener la esperanza en el balance de las cosas, para creer que alguien puede luchar contra “los malos”. Esos malos que uno venía identificando tan fácilmente. Esos malos que siempre están ahí, en el poder. Hace poco escuché decir a alguien que era la primera vez que sentía que en la Casa Rosada no estaba el enemigo. Y no, no lo estaba.
Mi vida siempre pasó por la música. O al menos así lo fue hasta que la escena local se comenzó a apagar y a llenar de chicos que podían costear instrumentos y ropas de primeras marcas con la extensión de la tarjeta de sus progenitores. El fin del mensaje en los músicos me obligó a buscar héroes en otros lugares y de esa manera llegué a periodistas que desconocía, y a redescubrir otros que tenía olvidados. De la mano de estos nuevos héroes, soldados frente a la lucha contra la desinformación, llegué a interesarme por lo que de verdad pasaba. Ya no era como antes, ya no cantaba una canción contra el imperialismo y luego me iba a comer a Mc Donald. Ahora tenía sentido.
Soy un hijo de la 125, y como tal, siento a Cristina y a Néstor como padres políticos. Les debo mi pasión, no sólo por defender lo que creo, sino por creer en lo que defiendo. Tengo un profundo cariño hacia ellos porque los dos demostraron que lo tienen por nosotros, por los pibes, por los que llenamos el Luna.
También por haberme regalado un pedazo de historia para contarle a las próximas generaciones que me escucharán fascinadas cuando les hable de aquella plaza donde estábamos todos congelados, esperando que se apruebe la Ley de Matrimonio Igualitario, de los emocionantes festejos del Bicentenario, de aquellos 24 de Marzo llenos de memoria con cada vez más amigos que se prendían año a año, de aquella histórica Ley de Medios que me cambió la cabeza y me dio una vocación.
Hoy escribo en un diario, y es algo que jamás imaginé en mi vida. El año que viene, si todo sale bien, comienzo la carrera de periodista. Cuando lo decidí tenía en claro que, si la oportunidad se presentaba, aprovecharía para agradecerle al matrimonio que hizo posible que yo tuviese ganas de estudiar e instruirme, algo muy poco común en mí. Hoy mi agradecimiento toma la forma de lágrimas. Lágrimas que nunca imaginé desplegar por alguien que venía de ese lugar donde hasta no hace mucho sólo estaban “los malos”.
Siempre tuve una relación un poco fría con mi papá. Hasta subir en un mismo ascensor se tornaba un momento incómodo debido a los silencios. Pero desde que descubrí, gracias a mi “papá político”, que la política no es aburrida, que es pasión, esos silencios fueron ocupados por largos debates de ideas. Hace un rato me invitó a ir a la plaza con él. Me está gritando que me apuré y yo tengo que darle un cierre a esto que escribo. Aunque, a decir verdad, creo que ya lo hizo mi viejo por mí ¿No les parece?
Gracias, Néstor. Vos no te preocupés por Cristina, que nosotros vamos a cuidarla. Encárgate de disfrutar la fiesta de bienvenida que te están haciendo los 30.000 compañeros que están contentos de poder abrazarte.
Diario Z
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