El acontecimiento: un paso más en la transformación de las relaciones de poder global, con el pasado que se repite y el futuro que no se sabe si puede ser mejor pero al menos abre oportunidades para que lo sea.

En la velocidad de la coyuntura, con la inestabilidad cambiaria y la vorágine electoral, resulta complejo para no pocos identificar estos dos eventos como parte de un cambio estructural. Uno, mostró una vez más los vicios de programas con medidas perturbadoras de la estabilidad. El otro, es la apertura de la ventana de la cooperación y del financiamiento sin condicionalidades regresivas.

Una alteración de esta magnitud no es un proceso inmediato, sino que se va desarrollando en etapas más o menos relevantes. La de estos días ha sido importante pues además de incorporar otros miembros al BRICS, en el encuentro de Johannesburgo, Sudáfrica, se definió la estrategia de avanzar en la desdolarización del intercambio comercial y se indicó el objetivo de construir otra estructura financiera internacional.

Qué es el BRICS

La agrupación de cinco países (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) representa casi un tercio de la economía mundial, casi la mitad de la población mundial, el 30% del territorio global y, en los últimos años, contribuyó a más del 50% de crecimiento del producto bruto mundial.

Con los países que se están sumando, como Argentina, y los más de 40 que quieren hacerlo, este grupo ampliado se va a constituir en uno de los espacios más importantes a nivel mundial.

El Nuevo Banco de Desarrollo del BRICS ampliado se puede llegar a transformar en un instrumento clave para modificar la arquitectura financiera mundial, para orientar créditos hacia el sistema productivo y no hacia la especulación financiera

Una de las propuestas es la utilización de monedas propias para las inversiones y el comercio entre sus socios, lo que altera la presencia dominante del dólar en la economía mundial.

El embajador de Argentina en China, Sabino Vaca Narvaja, apuntó que el BRICS ampliado puede servir para construir un orden global más armónico donde la cooperación reemplace a la confrontación; el desarrollo productivo, a la especulación financiera; el principio de respeto mutuo, al intervencionismo unilateral; la integración económica, en lugar de las sanciones anacrónicas; y la transferencia de tecnología, en reemplazo de los bloqueos tecnológicos.

La decisión del BRICS de ampliarse parece un punto de inflexión en el orden económico mundial. De todos modos igual sigue siendoun poder desigual al interior del grupo. China representa el 17,6% del PIB mundial y es la potencia dominante, seguida por la India en un distante segundo lugar con el 7,0%, mientras que Rusia tiene el 3,1%, Brasil el 2,4% y Sudáfrica el 0,6%.

La miopía del poder económico local

Una característica saliente de un sector de grandes empresarios es confundir la ideología de clase con los intereses del país e incluso de su propia actividad. El principal argumento que tienen hoy respecto a las relaciones internacionales refiere a que Argentina necesita “reafirmar su pertenencia al mundo occidental”.

Esto lo dijo el presidente de la Cámara Argentina de Comercio y Servicios, Mario Grinman, en la inauguración del Council of The Americas. Es el mismo concepto que expone Carlos Melconian, a quien eligió Patricia Bullrich como ministro de Economía en caso de ganar las elecciones presidenciales. Dice que tiene elaborado un programa económico para instalar “nuevamente a la Argentina en el marco de un capitalismo moderno, occidental y progresista”.

El juramento de Grinman fue en respuesta al anuncio de la incorporación del país al grupo conformado por Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica, una hora después del mensaje por cadena nacional del Presidente Alberto Fernández. El dirigente empresarial afirmó que “sin menospreciar los sólidos vínculos y fructíferos vínculos comerciales que tenemos con distintas naciones del mundo y que hay que afianzar con un enfoque pragmático, debemos reafirmar nuestra pertenencia al mundo occidental, siendo consecuentes con nuestra historia de defensa de la libertad y de la democracia, que para nosotros tiene que ser fundamental e innegociable”.

La observación de la candidata a Presidente de la alianza PRO-Radicalismo-Coalición Cívica, Patricia Bullrich, diciendo que en su gobierno Argentina no estará en los BRICS, se ignora por piedad para no abundar en los zafarranchos de sus comentarios económicos.

La absurda exigencia de tener que elegir entre Estados Unidos y China

La mención del representante del establishment de ser parte de Occidente es pueril puesto que ni antes ni ahora, en ningún momento, Argentina estuvo fuera de esta parte del mundo en términos políticos, económicos, sociales y culturales.

Se trata de una forma de señalar, en realidad, que el país tiene que tener una alianza incondicional, sin importar las consecuencias, con Estados Unidos en su disputa hegemónica con China.

Es un desvarío de un grupo ideologizado, con mucha capacidad de influencia y pasión por la ignorancia. No hay necesidad de abrazarse en forma dogmática a uno u otro polo del nuevo poder global. El aspecto medular no consiste en acomodarse livianamente a lo que ellas pretenden, aspecto complicado dada la vulnerabilidad financiera y la escasa densidad nacional de los grupos sociales y económicos locales dominantes.

Para cualquiera que haya estudiado un poco el recorrido de las relaciones de Estados Unido y Argentina notará que ambas economías son competitivas; no complementarias. Esto significa que Argentina vende al mundo lo que produce en cantidad Estados Unidos. Por eso no se puede esperar de esta potencia una vocación de cooperación para el desarrollo nacional.

La situación es diferente en el vínculo con China puesto que son economías complementarias y, por lo tanto, resulta más sencillo transitar la vía de la cooperación. Esto no implica que no sea necesario un proyecto de desarrollo propio porque China no va por el mundo con acciones filantrópicas, sino que persigue sus propios intereses.

El desafío se encuentra entonces en aprovechar las oportunidades que se presentan en la relación con cada una de las potencias en relación a un plan propio de desarrollo nacional. Esto último debería ser un componente esencial, por caso, de los proyectos de expansión de la producción de materias primas estratégicas (petróleo, gas, minerales –litio-), como también de los de infraestructura preservando una cuota para los proveedores locales y reclamando convenios de transferencia de tecnología.

Estados Unidos pide y no da; China da y no pide

Que el nuevo acuerdo con el FMI haya ocurrido cuando se concretó la invitación a la Argentina para sumarse al BRICS sirve para exhibir la distinta forma de abordar los problemas financieros que puede tener una economía en desarrollo.

Los técnicos del Fondo exigieron hasta lograr la devaluación del peso porque era una condición inmodificable para habilitar el desembolso de 7500 millones de dólares. El ajuste cambiario fue del 22 por ciento e inmediatamente los precios subieron por lo menos en ese porcentaje. O sea, la devaluación sirvió poco y nada.

Pese a ello, la devaluación de la moneda nacional forma parte del típico manual de la tecnoburocracia de Washington exigido a cualquier país que demande recursos del organismo. No toma en cuenta las particularidades de cada economía, por caso la argentina bimonetaria, con muy alta tasa de inflación, pocas reservas disponibles en el Banco Central y elevado endeudamiento en dólares.

El traslado de una devaluación a precios es muy rápida, más aún si no forma parte de un plan de estabilización presentado por un gobierno con fortaleza política, como puede ser la situación al comienzo de una nueva administración en diciembre próximo.

El saldo de este ajuste fue mayor inestabilidad cambiaria, económica y social. No generó un descalabro político porque la primera vuelta de la elección presidencial se realizará en un par de meses, acontecimiento que permite aislar el impacto negativo en la gobernabilidad de esta medida cambiaria.

Qué está haciendo China

La estructura financiera internacional que nació al terminar la Segunda Guerra Mundial, con los Acuerdos de Bretton Woods, siendo sus pilares el FMI y el Banco Mundial, se está agotando. El caso argentino es una prueba contundente al respecto.

Tal es el agotamiento que la administración estadounidense liderada por Joe Biden anunció que llevará la propuesta de reformarla en el próximo encuentro del G20. Adelantó que será con la ampliación en la capacidad prestable en 200.000 millones de dólares. No se involucraría en cambiar la lógica de intervención del FMI y el BM, que siguen siendo los brazos financieros de la geopolítica de Estados Unidos.

Esta ampliación del capital para el FMI y el Banco Mundial tiene el objetivo de competir con la capacidad de financiamiento desplegada por China en estos años.

Desde el año 2000 hasta el 2022, China ha otorgado ayuda crediticia a 22 países en dificultades financieras por un monto total de 220.000 millones de dólares. Este relevamiento está detallado en el documento de investigación “China as an International Lender of Last Resort” de Sebastian Horn, Bradley Parks, Carmen Reinhart y Christoph Trebesch, presentado en el National Bureau of Economic Research.

Sin condicionamientos como los que aplica el FMI, China ha avanzado lenta y persistentemente en el papel de prestamista de última instancia a lo largo de estos años. Lo ha realizado por dos vías con el Banco Popular de China (banca central):

1. Las líneas de intercambio de monedas (swap) por el equivalente a 170.000 millones de dólares.

2. Préstamos de emergencia para fortalecer la liquidez de las bancas centrales y para repagar deudas, incluyendo a entidades chinas, por 70.000 millones de dólares.

En total, China ha entregado 128 asistencias crediticias, una de ellas es el swap con Argentina. Otros países auxiliados fueron Bielorrusia, Ecuador, Egipto, Laos, Mongolia, Pakistán, Surinam, Sri Lanka, Turquía, Ucrania y Venezuela.

Hasta 2010 menos del 5 por ciento de la cartera de estos préstamos era en apoyo a países deudores en dificultades, subiendo al 60 por ciento en 2022. De este modo, China ha respondido a los problemas de sobreendeudamiento, además de continuar con la tradicional estrategia de dar financiamiento para proyectos de infraestructura.

Los autores de la investigación concluyen que el papel de China como auxilio de países en crisis ha crecido exponencialmente en los últimos años tras el auge de sus préstamos en el extranjero. “Su posición está aún lejos de rivalizar con la de Estados Unidos o el FMI, que están en el centro del sistema financiero y monetario internacional actual”, afirman.

Señalan, sin embargo, que “vemos paralelos históricos con la época en que Estados Unidos comenzó su ascenso como potencia financiera global, especialmente en la década de 1930 y después de la Segunda Guerra Mundial, cuando utilizó el Eximbank, el Fondo de Estabilización Cambiaria y la Reserva Federal para proporcionar fondos de rescate a países con grandes pasivos frente a bancos y empresas estadounidenses. “Con el tiempo, estas intervenciones de Estados Unidos se convirtieron en un sistema de gestión de crisis globales, un camino que China posiblemente también pueda seguir”, concluyen.

China hace ahora lo que en su momento hizo Estados Unidos para convertirse en una potencia mundial.