Fuente: Periodico Diagonal
El 22 de noviembre, Mauricio Macri se convertía en el presidente de la Argentina. Derrotó por más de 700.000 votos en la segunda vuelta a Daniel Scioli, el candidato del oficialismo. Esto supuso un severo golpe a lo que hoy se conoce como kirchnerismo, tanto en su faceta articulación de poder político y territorial, como en su dimensión cultural. De repente, una especie de bomba había detonado en un oficialismo que poco había registrado el malestar que algunas de sus políticas habían causada en vastos sectores de la población. Se enteró de buenas a primeras que debía abandonar el Estado.
Mauricio Macri no tiene una larga historia como dirigente. No proviene de ningún partido tradicional, sino de la presidencia del club Boca Junior y de un pequeño partido (Propuesta Republicana, PRO) que administró la Ciudad Autónoma de Buenos Aires los últimos años. Surgió –como el propio kirchnerismo– de la poscrisis del 2001 y se convirtió en un espacio que orbitó en el universo de las derechas. Pero a diferencia de las derechas tradicionales argentinas, este espacio introdujo varias novedades. En su lucha política por el poder debió redefinir sus fronteras, convertirse a sí misma en una derecha moderna que –en el contexto argentino– se acercaba a posiciones moderadas, centristas y que se alejaba de espacios vinculados a los militares y al dogmatismo ortodoxo. Es decir, los avances progresistas y errores políticos del kirchnerismo obligaron a sus adversarios a recrearse y redefinirse.
Una especie de bomba había detonado en un oficialismo que no había registrado el malestar de vastos sectores de la población
El nuevo presidente y su equipo, a su vez, entendieron que esa lógica de consumo instaurada y motorizada por el kirchnerismo como modo de ampliar el mercado interno, estaba en crisis. La inflación, el cepo al dólar, el impuesto a las ganancias de los trabajadores, entre otras, había erosionado la expectativa de ascenso y bienestar de vastos sectores de la población. Con ello, se ponía en crisis esa asociación entre gobierno progresista y ascenso social constante.
El impacto y el descontento atravesaron a todos los grupos sociales, movilizando el voto de una parte de los sectores populares hacia Cambiemos [coalición conservadora de partidos con la que Macri ha ganado las elecciones]. La ficción de que el voto popular es voto peronista quedó obsoleta, como esa idea de que solo el peronismo puede gobernar la Argentina. Muchos trabajadores pobres –como una importante porción de la clase media– votaron por Cambiemos y posiblemente si ven algunas modificaciones en su vida cotidiana acompañen a este gobierno por algún tiempo. Nada está dicho para que este vínculo entre los ciudadanos y el nuevo gobierno se diluya rápidamente. De esa manera, esta derecha argentina está ante la oportunidad de forjar un espacio político con oportunidades futuras. Aunque por ahora, como la política nos indica, el panorama esta abierto.
El desmalezamiento ideológico, una mirada gerencial de la política, una ‘descompresión’ ante la narratividad hiperideologizada del kirchnerismo, un liderazgo atemperado, un discurso liberal que se opone a los impuestos, además del ya considerado descontento social lograron amalgamarse en la palabra cambio. “Sí, se puede” gritaban los adherentes de Cambiemos en sus actos, como lo hacen los simpatizantes de los demócratas norteamericanos que llevaron a Obama o los seguidores del Podemos español. La idea de cambio, como la lucha por el centro político, se concretó en palabras y en acciones que se expresan a ambos lados del atlántico. Casi una nota de época que orienta a las distintas fuerzas políticas y que da cuenta de la condición subjetiva de los electorados. Eso sí, son espacios con significaciones diversas y con propuestas económicas y políticas diferenciadas ante los que cualquier homologación rápida supondría un profundo error.
En el transcurso de la pugna electoral –y de los resultados posteriores– Mauricio Macri y el conglomerado Cambiemos debieron aceptar cierto rol/intervención del Estado en ciertos rubros económicos, algunas políticas públicas inclusivas instaladas por el oficialismo, como algunas premisas del recetario desarrollista latinoamericano. Es una derecha de fronteras móviles, dispuesta a negociaciones y concesiones con un ex oficialismo que ha retenido casi el 49% de los votos.
Cambiemos y sobre todo el equipo más cercano de Mauricio Macri reformularon las maneras de establecer el lazo político. Sustituyeron los grandes escenarios por la intimidad del puerta a puerta, por hablar y escuchar a los integrantes de la casa. Revitalizaron, así, el mundo de lo privado y de sus aspiraciones, las cuales emergieron con fuerza en la campaña electoral. Los militantes de Cambiemos ‘parecían’ vecinos que hablaban con otros vecinos, mientras los militantes kirchneristas hablaban como militantes de un ‘proyecto’ frente a vecinos que solo buscaban soluciones a su vida cotidiana. En ese territorio de lo cotidiano y lo privado –asediado tanto por lo económico como por la inseguridad, como por los temores y expectativas de las posmodernidad– Mauricio Macri encontró espacios sobre los que fortalecer su candidatura. Trabajó más con los errores del oficialismo que con una acabada propuesta gubernamental y ello le fue útil.
La ficción de que el voto popular es voto peronista quedó obsoleta, como esa idea de que solo el peronismo puede gobernar Argentina
La presidenta Cristina Fernández de Kirchner, además de no dimensionar o no ‘ver venir’ el impacto de la inflación, la inseguridad, el cepo al dólar y la densidad cultural que supone el consumismo en estas épocas, colaboró en al erosión de su propio candidato Daniel Scioli. Éste nunca fue ‘metabolizado’ por el nucleó duro del kirchnerismo. Con significativo estoicismo soportó las inclemencias de la Casa Rosada, de algunos ministros y de la agrupación juvenil La Campora. A su vez, aceptó una discursividad hiper-politizada que lo encerraba más en la defensa del continuismo que en la necesidad de introducir diversos cambios. Solo al final, cuando logró despegarse del discurso presidencial y congregar el apoyo de ciudadanos y ciudadanas que intervinieron en distintos espacios públicos para apoyar su candidatura, pudo acercarse más al candidato de Cambiemos. Pese a ello, ha salido bien parado y con algunas posibilidades de mantenerse en la escena política. En principio, tendrá que resolver que hace frente a la figura de Cristina quien fue promovida por algunos espacios como la ‘jefa’ de la oposición o de un sector de la misma.
Ahora, pese a las tensiones en el kirchnerismo, la pelota se encuentra en el territorio de Macri, quien no solo tendrá que construir un gobierno estable –cuestión que lo llevará a negociar con los gobernadores peronistas y otros dirigentes–, sino establecer políticas que amplifiquen su legitimidad social. Es el momento de la gobernabilidad y de la real politik. Veremos si esta nueva fuerza lo logra.
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