Por: Cecilia Gonzáles
Alberto Fernández no lleva ni una semana en el gobierno y parte de la oposición ya está organizando un cacerolazo en su contra. La evaluación de sus políticas va del “desastre” al “fracaso”, de la “devastación” a la “ruina”. Que hayan pasado apenas siete días desde su asunción es un mero detalle.
El antiperonismo está en pie de guerra desde antes de que Fernández se pusiera la banda presidencial. Con tolerancia cero. Por eso, cada declaración o medida es repudiada hasta el paroxismo. Ahora sí, lamentan, “Argentina ya se convirtió en Venezuela”, lugar común que el ex presidente Mauricio Macri dejó instalado sin sustento alguno, haciendo uso y abuso de la tragedia humanitaria de ese país y con Nicolás Maduro convertido en el villano favorito de la región.
La masiva fiesta popular por la toma de posesión de Fernández, que se realizó el martes pasado, fue seguida por agitadas jornadas en las que quedaron claras las diferencias entre el modelo macrista y el peronista. Ya no con discursos, sino con hechos.
Hubo decisiones simbólicas, como encender el mural de la ex primera dama Eva Perón en la fachada del Ministerio de Desarrollo Social. El macrismo la mantuvo a oscuras. Y otras de fondo, como la implementación del Protocolo nacional para la Interrupción Legal del Embarazo que regula una ley que rige desde 1920 en Argentina y que permite el aborto si la vida o salud de la madre está en peligro, o si el embarazo es producto de una violación o de un atentado al pudor cometido sobre una mujer idiota o demente. A pesar de que estas causales están despenalizadas, el acceso a este derecho siempre se ha obstaculizado. Con el Protocolo, deberá facilitarse.
Cecilia González, periodista y escritora.Macri ganó la presidencia en 2015 con el apoyo la prensa opositora pero, cuando el fracaso de su gobierno se acentuaba y comenzó a aplicar medidas kirchneristas que tanto había criticado, como los controles al mercado cambiario y la aplicación de retenciones, no tuvo el nivel de rechazo que sí está encontrando Fernández.
En sus últimos meses de gobierno, Macri aprovechó el debate sobre el aborto que predominó en Argentina el año pasado, luego de que él, como presidente, habilitara la discusión parlamentaria a pesar de estar en contra de la interrupción legal del embarazo. En su fallida campaña por la reelección, besó una y otra vez en público los pañuelos celestes que simbolizan el rechazo el aborto en cualquier circunstancia y afirmó que estaba “a favor de la vida”. Después de la derrota, tuvo uno de sus últimos traspiés de gobierno precisamente con este tema, cuando el Protocolo del aborto no punible se publicó en el Boletín Oficial. En cuestión de horas, Macri lo derogó. En medio del escándalo por las inauditas idas y vueltas en una decisión de tal importancia, el ex presidente adujo que había sido una medida unilateral tomada por su secretario de Salud, Adolfo Rubinstein, quien tuvo que dejar el gabinete de un gobierno que ya agonizaba.
Otra diferencia concreta entre una y otra gestión fue que Cultura, Salud y Ciencia, que había sido degradados a secretarías, recuperaron el estatus de ministerios. También se puso fin a la llamada ‘doctrina Chocoba’, con la que el macrismo justificó asesinatos por la espalda por parte de las fuerzas de Seguridad, y se suspendió la revisión aleatoria de documentos oficiales en trenes, estrategia que supuestamente servía para identificar a presuntos delincuentes, pero que en realidad fomentaba el racismo y la discriminación porque las personas elegidas solían responder siempre a un mismo perfil: jóvenes, morenos y humildes. En el plano cultural, el peronismo recuperó el Plan Nacional de Lectura que se había dado de baja en la gestión anterior.
La mayoría de estas decisiones ha sido impugnada por los sectores antiperonistas, pero la verdadera rebelión estalló en el plano económico. La semana pasada, Fernández convocó a sesiones extraordinarias del Congreso para tratar una Ley de Emergencia Económica que permita paliar la crisis que dejó el macrismo con niveles récord de inflación, deuda, recesión y devaluación y un drástico aumento de la pobreza que ronda el 40% y que, en el caso de niños y adolescentes, alcanza al 60%. Las redes sociales se poblaron de inmediato de llamados a protestar frente al Congreso el próximo jueves para impedir que se trate la Ley que quiere el presidente.
La indignación se acrecentó el fin de semana, cuando el oficialismo confirmó una serie de políticas que remitieron de inmediato a los pasados gobiernos de Néstor Kirchner y de la hoy vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner, como el regreso del “dólar turista”, a través del cual los gastos realizados por argentinos en el exterior tendrán un impuesto extra del 30%, o la doble indemnización por despidos que intenta proteger a los trabajadores y que es rechazada por los empresarios.
Pero el tema que desató a pleno el odio antiperonista es el de unos impuestos a la exportación conocidos como retenciones y que se aplican a productos agropecuarios. Fernández los aumentó por decreto. En el caso de la soja, pasaron del 25,5% al 30%; para el maíz y el trigo, del 6,5% al 12%, y para la leche y la carne, del 4,5% al 9%.
Cecilia González, periodista y escritora.Estos días han demostrado que los fanáticos no quieren saber de conciliación, ni de paciencia, ni de mesura. A diario, basta cualquier nuevo anuncio del gobierno para que los opositores macristas instalen como tendencias “jódanse” y “genios del voto”
El déjà vu fue inmediato. En 2008, la modificación del esquema de retenciones le valió al kirchnerismo su primera y decisiva gran crisis política. Las patronales agropecuarias se resistieron, hicieron marchas masivas, bloquearon rutas y tiraron toneladas de alimentos. Con el apoyo de la prensa antikirchnerista, romantizaron sus protestas. Fue bautizada como la lucha “del campo”. La tensión escaló de tal modo que, después de que las retenciones fueran rechazadas en el Senado por el voto del entonces vicepresidente Julio Cobos, Fernández de Kirchner estuvo a punto de renunciar a la presidencia. Desde ese momento, la guerra entre el kirchnerismo con la prensa opositora, que era y sigue siendo la más influyente, fue total. Ahora, con Alberto Fernández, la disputa revivió. “El campo” volvió a las primeras planas y a los editoriales en horario estelar de radio y televisión para denostar al gobierno.
Lo curioso es que Macri ganó la presidencia en 2015 con el apoyo de esa misma prensa pero, cuando el fracaso de su gobierno se acentuaba y comenzó a aplicar medidas kirchneristas que tanto había criticado, como los controles al mercado cambiario y la aplicación de retenciones, no tuvo el nivel de rechazo que sí está encontrando Fernández. De hecho, la oposición más extremista ya convocó a un “cacerolazo” para el próximo miércoles en “repudio” al “autoritarismo” y “la impunidad” y a favor “del campo”.
Presidente y ex presidente apostaron en las últimas semanas a cerrar la polarización que aquí se conoce como “la grieta”. La transición fue ordenada, sin mayores disputas entre el gobierno entrante y el saliente, como sí ocurrió en 2015. Cuatro años más tarde, de manera sorpresiva incluso para los argentinos, que están acostumbrados a los pleitos entre su clase política, Macri y Fernández se mostraron juntos en una misa. Se abrazaron y sonrieron durante la ceremonia de traspaso de mando. Pero estos días han demostrado que los fanáticos no quieren saber de conciliación, ni de paciencia, ni de mesura. A diario, basta cualquier nuevo anuncio del gobierno para que los opositores macristas instalen como tendencias “jódanse” y “genios del voto”.
Es su manera de regañar, burlarse o atacar a quienes votaron mayoritariamente por el peronismo. Y de vaticinar el fracaso absoluto de un gobierno que apenas lleva siete días en el poder. Si siguen así, los 1453 días que le restan a Fernández en la Casa Rosada se harán eternos.
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