Por: Juan J. Paz-y-Miño Cepeda
La fundación de Quito daba inicio a la vida colonial, que se había levantado sobre un atroz proceso de conquista.
El 6 de diciembre de 2021 se realizan actos y fiestas conmemorativos de la fundación española de la ciudad de Quito, capital del Ecuador. Los encabezan el alcalde y el concejo municipal. Se revive el añejo espíritu hispanista, además de no faltar la elección de “reina de Quito” y añorar el regreso de las corridas de toros (suprimidas por la consulta popular de 2011) que, según sus defensores, atraen el turismo, eran el punto central de las fiestas y una tradición de “arte” remontado a la época colonial. En tiempos de toros, no faltan los restaurantes engalanados con adornos hispánicos, las personas vestidas a lo sevillano o cordobés, algo que se ha “perdido”. Algún grupo, por allí, hoy se ilusiona con ese pasado, se acerca a las estatuas de la reina Isabel o del conquistador Benalcázar, para lanzarles “vivas” con orgullosas voces.
Parece un asunto muy local, como igualmente pueden ser vistas otras celebraciones por la fundación española de cualquier ciudad latinoamericana. Pero tiene otro trasfondo en el contexto de luchas políticas y confrontaciones por el poder en América Latina.
En primer lugar, cabe aclarar que la Villa de San Francisco fue fundada por Diego de Almagro el 28 de agosto de 1534, de acuerdo con las Actas del Cabildo de Quito que se conservan en el Archivo Metropolitano de Historia. El 6 de diciembre, Sebastián de Benalcázar, cumpliendo con las disposiciones de Almagro, instaló a los alcaldes y regidores, es decir el cabildo, que luego de su posesión hizo el trazo de la urbe y repartió solares. En 1541 esta villa adquirió el título de ciudad y en 1556 el título de “Muy Noble y Muy Leal”.
En lo de fondo, se trató de la fundación de una ciudad que daba inicio a la vida colonial, pero que se había levantado sobre un atroz proceso de conquista. Porque el centenar de españoles que iniciaron la incursión en el territorio de lo que entonces era el Tahuantinsuyo de los Inkas no obraron como apóstoles a la búsqueda de almas, sino como soldados de una cruzada destinada a subordinar pueblos y apropiarse de los recursos, sin tener límites en la destrucción material que igualmente ejecutaron. La colonia, levantada sobre el brutal impacto de la conquista, no dejó atrás los métodos de dominación y expansión sobre las poblaciones aborígenes ya sometidas, de modo que la vida de los indígenas durante los tres siglos de coloniaje, pasó a ser la más miserable, a pesar de las Leyes de Indias que procuraron protegerlos.
El mestizaje ocurrió sobre el trasfondo de las diferencias raciales y de clase, por lo cual la colonia fue un sistema con una elite blanca y criolla que dominó el Estado. Las encomiendas y mitas, pero enseguida las haciendas, fortalecieron a terratenientes y “empresarios” enriquecidos a costa de la enorme mayoría de la población. Todo el territorio de la Audiencia de Quito estuvo sometido y dependiente de la Corona. La época colonial marcó el inicio del camino hacia el subdesarrollo de América Latina.
No hay ninguna “leyenda negra” al respecto de esas condiciones, ampliamente documentadas y demostradas por los historiadores latinoamericanos de distintas épocas y corrientes interpretativas. Tampoco se trata de un ataque a España, sino el reconocimiento de lo sucedido con la conquista y la colonia. A nadie, en sana razón, se le ocurre desconocer que la América Latina contemporánea tiene sus raíces inevitables en esa misma presencia hispánica, porque múltiples manifestaciones de cultura de nuestros países tienen raíz en España (y Portugal, en el caso de Brasil).
Sin embargo, son razones políticas contemporáneas las que han revivido un debate que parecía haberse entendido en el pasado inmediato. Ha surgido en España una ultraderecha, expresada particularmente en Vox (https://bit.ly/3rzlWGv), que reivindica una hispanidad renovada, tergiversando la historia. El hispanismo político de la ultraderecha española no ha tenido empacho alguno en recuperar la figura de Francisco Franco y su época. Y su intelectualidad ha pasado a reconocer en los conquistadores a verdaderos héroes de la Madre Patria, pues habrían librado a otros pueblos del dominio de Aztecas e Inkas (https://bit.ly/3rGFbho). Fundamentan la existencia de una comunidad hispánica que debe aprovechar el mundo contemporáneo para consolidar su presencia en medio de la disputa que los EEUU mantienen con China, la ubicuidad de Europa, la geoestrategia de Rusia y la necesidad de crear una alternativa internacional. Incluso ha surgido un tipo de estudios que busca el cambio de mentes para una nueva historia.
En ese marco político e intelectual, dos autores se han convertido en inusitado “best seller” en España: María Elvira Roca Barea con Imperiofobia y Leyenda Negra. Roma, Rusia, Estados Unidos y el Imperio Español (2021), para quien la “leyenda negra” fue obra de las potencias en guerra con España, que en el pasado supieron movilizar esa imagen, para esconder la suya, que fue verdaderamente imperialista y destructiva; y, el otro, es el argentino Marcelo Gullo (radicado en España), quien recientemente publicó Madre Patria. Desmontando la leyenda negra desde Bartolomé de las Casas hasta el separatismo catalán (2021), en el cual cuestiona la “subordinación ideológica y cultural” de España, ataca la “leyenda negra” y reivindica la comunidad hispánica.
Este tipo de visiones no se compadecen con lo que sentimos y conocemos en América Latina, desde la perspectiva crítica, social y popular. Sí hay una ultraderecha latinoamericana que se ha fortalecido en años recientes y que se identifica con la reconstrucción de esa hispanidad igualmente de ultraderecha. Le conviene para afirmar la separación social y el dominio clasista superior. Pero en la región, al mismo tiempo que está en la mira del futuro el avance de las fuerzas progresistas y democráticas, se busca también la construcción de una nueva comunidad hispánica, basada en el reconocimiento mutuo de las historias diferentes y de los procesos que marcaron la evolución de América Latina.
En esa perspectiva, las “fiestas de Quito” tendrán que cambiar, para superar las formas de conmemoración vinculadas al viejo espíritu de saludar la conquista y el coloniaje. En toda Latinoamérica crece una conciencia crítica sobre el hecho de la conquista. En México, por ejemplo, fue retirada la estatua de Cristóbal Colón del paseo de La Reforma y en su lugar se colocó una estatua en homenaje a la mujer Olmeca. Además, se vuelve necesario destacar que más trascendente que el hecho fundacional es el acontecimiento liberador del coloniaje y, por tanto, el enfoque oficial en Quito debería volcar mayores esfuerzos a la conmemoración del 10 de Agosto de 1809, fecha en la que se inició el proceso de la independencia, que está ligado a las independencias de los otros países latinoamericanos y que debe recobrar el sentido de ser la primera fecha nacional, en el calendario histórico.
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