OCTAVIO PAZ
JUAN DEL ENCINA
CRISTÓBAL DE CASTILLEJO
GARCILASO DE LA VEGA
SANTA TERESA DE JESÚS
SANTA TERESA DE JESÚS
GREGORIO SILVESTRE
FRAY LUIS DE LEÓN
FRAY LUIS DE LEÓN
FRAY LUIS DE LEÓN
FRAY LUIS DE LEON
BALTASAR DEL ALCÁZAR
FRANCISCO DE ALDANA
FRANCISCO DE ALDANA
FRANCISCO DE LA TORRE
FRANCISCO DE LA TORRE
VICENTE ESPINEL
MIGUEL DE CERVANTES
LÓPEZ MALDONADO
LOPE DE VEGA
LOPE DE VEGA
LOPE DE VEGA
LUIS DE GÓNGORA
LUIS DE GÓNGORA
LUIS DE GÓNGORA
LUIS DE GÓNGORA
FRANCISCO DE QUEVEDO
FRANCISCO DE QUEVEDO
FRANCISCO DE QUEVEDO
FRANCISCO DE QUEVEDO
FRANCISCO DE RIOJA
LUIS CARRILLO Y SOTOMAYOR
PEDRO CALDERÓN DE LA BARCA
GABRIEL BOCÁNGEL
SOR JUANA INÉS DE LA CRUZ
SOR JUANA INÉS DE LA CRUZ
SOR JUANA INÉS DE LA CRUZ
DIEGO DE TORRES VILLARROEL
TOMÁS DE IRIARTE
JOSÉ CADALSO
ÁNGEL DE SAAVEDRA, DUQUE DE RIVAS
JOSÉ DE ESPRONCEDA
GUSTAVO ADOLFO BÉCQUER
GUSTAVO ADOLFO BÉCQUER
SERAFÍN ESTÉBANEZ CALDERÓN
ROSALÍA DE CASTRO
ROSALÍA DE CASTRO
JOSÉ MARÍA BARTRINA
JOSÉ SELGAS
O.Paz
TUS OJOS
Tus ojos son la patria del relámpago y de la lágrima,
silencio que habla,
tempestades sin viento, mar sin olas,
pájaros presos, doradas fieras adormecidas,
topacios impíos como la verdad,
o toño en un claro del bosque en donde la luz canta en el hombro de un árbol y son pájaros todas las hojas,
playa que la mañana encuentra constelada de ojos,
cesta de frutos de fuego,
mentira que alimenta,
espejos de este mundo, puertas del más allá,
pulsación tranquila del mar a mediodía,
absoluto que parpadea,
páramo.
Sin Título
Arriba
No te tardes que me muero
carcelero,
no te tardes que me muero.
Apresura tu venida
porque no pierda la vida
que la fe no está perdida.
Carcelero,
no te tardes que me muero.
Sácame de esta cadena,
que recibo muy gran pena
pues tu tardar me condena.
Carcelero,
no te tardes que me muero.
La primera vez que me viste,
sin lo sentir me venciste;
suéltame pues me prendiste.
Carcelero,
no te tardes que me muero.
La llave para soltarme
he de ser galardonarme,
prometiendo no olvidarme.
Carcelero,
no te tardes que me muero.
Villancico No pueden dormir mis ojos, no pueden dormir.
Arriba
Pero, ¿cómo dormirán
cercados en derredor
de soldados de dolor,
que siempre en armas están?
Los combates que les dan
no los pudieron sufrir;
no pueden dormir.
Alguna vez, de cansados
del angustia y del tormento,
se duermen que no lo siento,
que los hallo transportados;
pero los sueños pesados
no les quieren consentir
que puedan dormir.
Mas ya que duermen un poco:
están tan desvanecidos,
que ellos quedan aturdidos,
yo poco menos de loco;
y si los muevo y provoco
con cerrar y con abrir,
no pueden dormir.
Soneto XXIII
Arriba
En tanto que de rosa y de azucena
se muestra la color en vuestro gesto,
y que vuestro mirar ardiente, honesto,
enciende al corazón y lo refrena;
y en tanto que el cabello, que en la vena
del oro se escogió, con vuelo presto
por el hermoso cuello blanco, enhiesto,
el viento mueve, esparce y desordena:
coged de vuestra alegre primavera
el dulce fruto antes que el tiempo airado
cubra de nieve la hermosa cumbre.
Marchitará la rosa el viento helado,
todo lo mudará la edad ligera,
por no hacer mudanza en su costumbre.
Vivo sin vivir en mí, y de tal manera espero, que muero porque no muero.
Arriba
Vivo ya fuera de mí
después que muero de amor;
porque vivo en el Señor,
que me quiso para sí.
Cuando el corazón le di
puse en él este letrero:
que muero porque no muero.
Esta divina prisión
del amor con que yo vivo
ha hecho a Dios mi cautivo,
y libre mi corazón;
y causa en mí tal pasión
ver a Dios mi prisionero,
que muero porque no muero.
¡Ay, qué larga es esta vida!
¡Qué duros estos destierros,
esta cárcel, estos hierros
en que el alma está metida!
Sólo esperar la salida
me causa dolor tan fiero,
que muero porque no muero.
¡Ay, qué vida tan amarga
do no se goza el Señor!
Porque si es dulce el amor,
no lo es la esperanza larga.
Quíteme Dios esta carga,
más pesada que el acero,
que muero porque no muero.
Sólo con la confianza
vivo de que he de morir,
porque muriendo el vivir
me asegura mi esperanza.
Muerte do el vivir se alcanza,
no te tardes, que te espero,
que muero porque no muero.
Mira que el amor es fuerte,
vida, no me seas molesta;
mira que sólo te resta,
para ganarte, perderte.
Venga ya la dulce muerte,
el morir venga ligero,
que muero porque no muero.
Aquella vida de arriba
es la vida verdadera;
hasta que esta vida muera,
no se goza estando viva.
Muerte, no me seas esquiva;
viva muriendo primero,
que muero porque no muero.
Vida, ¿qué puedo yo darle
a mi Dios, que vive en mí,
si no es el perderte a ti
para mejor a Él gozarle?
Quiero muriendo alcanzarle,
pues tanto a mi Amado quiero,
que muero porque no muero.
Sin Título
Arriba
Nada te turbe,
nada te espante.
Todo se pasa,
Dios no se muda;
la paciencia
todo alcanza.
Quien a Dios tiene
nada le falta.
Sólo Dios basta.
Sin Título
Arriba
Decid los que tratáis de agricultura:
en este valle umbroso y desabrido
¿qué fruto del deleite habéis tenido
que no se os torne luego en amargura?
Del gusto y del regalo y la dulzura
¿qué espigas y qué grano habéis cogido
que no salga nublado y revenido
del silo de la triste sepultura?
Del mal terreno y mala sementera
¿qué se puede segar, sino sospecha,
disgusto, confusión, remordimiento?
El alma siente ya desde la era
cómo ha de baratar de la cosecha
agosto seco, de eternal tormento.
Canción de la vida solitaria
Arriba
¡Qué descansada vida
la del que huye del mundanal ruido
y sigue la escondida
senda por donde han ido
los pocos sabios que en el mundo han sido;
que no le enturbia el pecho
de los soberbios grandes el estado,
ni del dorado techo
se admira, fabricado
del sabio Moro, en jaspe sustentado!
No cura si la fama
canta con voz su nombre pregonera,
ni cura si encarama
la lengua lisonjera
lo que condena la verdad sincera.
¿Qué presta a mi contento
si soy del vano dedo señalado;
si, en busca de este viento,
ando desalentado
con ansias vivas, con mortal cuidado?
¡Oh monte, oh fuente, oh río!
¡Oh secreto seguro, deleitoso!
Roto casi el navío,
a vuestro almo reposo
huyo de aqueste mar tempestuoso.
Un no rompido sueño,
un día puro, alegre, libre quiero;
no quiero ver el ceño
vanamente severo
de a quien la sangre ensalza o el dinero.
Despiértenme las aves
con su cantar sabroso no aprendido;
no los cuidados graves
de que es siempre seguido
el que al ajeno arbitrio está atenido.
Vivir quiero conmigo,
gozar quiero del bien que debo al cielo.
A solas, sin testigo,
libre de amor, de celo,
de odio, de esperanzas, de recelo.
Del monte en la ladera,
por mi mano plantado tengo un huerto,
que con la primavera
de bella flor cubierto
ya muestra en esperanza el fruto cierto;
y como codiciosa
por ver y acrecentar su hermosura,
desde la cumbre airosa
una fontana pura
hasta llegar corriendo se apresura.
Y luego, sosegada,
el paso entre los árboles torciendo,
el suelo de pasada
de verdura vistiendo
y con diversas flores va esparciendo.
El aire del huerto orea
y ofrece mil olores al sentido;
los árboles menea
con un manso ruido
que del oro y del cetro pone olvido.
Téngase su tesoro
los que de un falso leño se confían;
no es mío ver el lloro
de los que desconfían
cuando el cierzo y el ábrego porfían.
La combatida antena
cruje, y en ciega noche el claro día
se torna; al cielo suena
confusa vocería,
y la mar enriquecen a porfía.
A mí una pobrecilla
mesa de amable paz bien abastada
me basta, y la vajilla
de fino oro labrada
sea de quien la mar no teme airada.
Y mientras miserable-
mente se están los otros abrasando
con sed insaciable
del peligroso mando,
tendido yo a la sombra esté cantando;
a la sombra tendido,
de hiedra y lauro eterno coronado,
puesto el atento oído
al son dulce, acordado,
del plectro sabiamente meneado.
Noche serena A don Loarte
Arriba
Cuando contemplo el cielo
de innumerables luces adornado,
y miro hacia el suelo,
de noche rodeado,
en sueño y en olvido sepultado,
el amor y la pena
despiertan en mi pecho un ansia ardiente;
despiden larga vena
los ojos hechos fuente,
Loarte, y digo al fin con voz doliente:
“Morada de grandeza,
templo de claridad y de hermosura,
el alma, que a tu alteza
nació, ¿qué desventura
la tiene en esta cárcel baja, oscura?
“¿Qué mortal desatino
de la verdad aleja así el sentido,
que de tu bien divino
olvidado, perdido,
sigue la vana sombra, el bien fingido?
“El hombre está entregado
al sueño, de su suerte no cuidando,
y con paso callado
el cielo, vueltas dando,
las horas del vivir le va hurtando.
“¡Oh, despertad, mortales,
mirad con atención en vuestro daño!
Las almas inmortales,
hechas a bien tamaño,
¿podrán vivir de sombra y de engaño?
“¡Ay, levantad los ojos
aquesta celestial eterna esfera!,
burlaréis los antojos
de aquesa lisonjera
vida, que cuanto teme y cuanto espera.
“¿Es más que un breve punto
el bajo y torpe suelo, comparado
con ese gran trasunto
do vive mejorado
lo que es, lo que será, lo que ha pasado?
“Quien mira el gran concierto
de aquestos resplandores eternales,
su movimiento cierto,
sus pasos desiguales,
y en proporción concorde tan iguales;
“la luna cómo mueve
la plateada rueda, y va en pos de ella
la luz do el saber llueve,
y la graciosa estrella
de Amor la sigue reluciente y bella;
“y cómo otro camino
prosigue el sanguinoso Marte airado,
y el Júpiter benigno,
de bienes mil cercado,
serena el cielo con su rayo amado;
“rodéase en la cumbre
Saturno, padre de los siglos de oro;
tras él la muchedumbre
del reluciente coro
su luz va repartiendo y su tesoro.
“¿Quién es el que esto mira,
y precia la bajeza de la tierra,
y no gime y suspira
y rompe lo que encierra
el alma y de estos bienes la destierra?
“Aquí vive el contento,
aquí reina la paz; aquí, asentado
en rico y alto asiento
está el Amor sagrado,
de glorias y deleites rodeado.
“Inmensa hermosura
aquí se muestra toda, y resplandece
clarísima luz pura
que jamás anochece:
eterna primavera aquí florece.
“¡Oh campos verdaderos!
¡Oh prados con verdad frescos y amenos!
¡Riquísimos mineros!
¡Oh deleitosos senos!
¡Repuestos valles, de mil bienes llenos!”
Oda a Francisco de Salinas
Arriba
El aire se serena
y viste de hermosura y luz no usada,
Salinas, cuando suena
la música extremada,
por vuestra sabia mano gobernada.
A cuyo son divino
el alma, que en olvido está sumida,
torna a cobrar el tino
y memoria perdida
de su origen primera esclarecida.
Y como se conoce,
en suerte y pensamientos se mejora;
el oro desconoce,
que el vulgo vil adora;
la belleza caduca, engañadora.
Traspasa el aire todo
hasta llegar a la más alta esfera,
y oye allí otro modo
de no perecedera
música, que es la fuente y la primera.
Ve cómo el gran maestro,
aquesta inmensa cítara aplicado,
con movimiento diestro
produce el son sagrado,
con que este eterno templo es sustentado.
Y como está compuesta
de números concordes, luego envía
consonante respuesta;
y entre ambas a porfía
se mezcla una dulcísima armonía.
Aquí la alma navega
por un mar de dulzura, y finalmente
en él así se anega
que ningún accidente
extraño y peregrino oye o siente.
¡Oh desmayo dichoso!,
¡oh muerte que das vida! ¡Oh dulce olvido!
¡Durase en tu reposo
sin ser restituido
jamás a aqueste bajo y vil sentido!
A este bien os llamo,
gloria del apolíneo sacro coro,
amigos, a quien amo
sobre todo tesoro,
que todo lo visible es triste lloro.
¡Oh, suene de continuo,
Salinas, vuestro son en mis oídos,
por quien al bien divino
despiertan los sentidos
quedando a lo demás amortecidos!
En la Ascensión
Arriba
¿Y dejas, Pastor santo,
tu grey en este valle hondo, oscuro,
con soledad y llanto;
y tú, rompiendo el puro
aire, te vas al inmortal seguro?
Los antes bienhadados
y los ahora tristes y afligidos,
a tus pechos criados,
de ti desposeídos,
¿a dó volverán ya sus sentidos?
¿Qué mirarán los ojos
que vieron de tu rostro la hermosura
que no les sea enojos?
Quién oyó tu dulzura,
¿qué no tendrá por sordo y desventura?
Aqueste mar turbado
¿quién le pondrá ya freno?, ¿quién concierto
al fiero viento airado,
estando tú encubierto?
¿Qué norte guiará la nave al puerto?
Ay, nube envidiosa
aun de este breve gozo, ¿qué te aquejas?
¿Dónde vas presurosa?
¡Cuán rica tú te alejas!
¡Cuán pobres y cuán ciegos, ay, nos dejas!
Sin Título
Arriba
Yo acuerdo revelaros un secreto
en un soneto, Inés, bella enemiga;
mas, por buen orden que yo en éste siga,
no podrá ser en el primer cuarteto.
Venidos al segundo, yo os prometo
que no se ha de pasar sin que os lo diga;
mas estoy hecho, Inés, una hormiga,
que van fuera ocho versos del soneto.
Pues ved, Inés, qué ordena el duro hado,
que teniendo el soneto ya en la boca
y el orden de decirlo ya estudiado,
conté los versos todos y he hallado
que, por la cuenta que a un soneto toca,
ya este soneto, Inés, es acabado.
Sin Título
Arriba
Mil veces callo que romper deseo
el cielo a gritos, y otras tantas tiento
dar mi lengua voz y movimiento,
que en silencio mortal yacer la veo.
Anda cual velocísimo correo
por dentro al alma el suelto pensamiento
con alto y de dolor lloroso acento,
casi en sombra de muerte un nuevo Orfeo.
No halla la memoria o la esperanza
rastro de imagen dulce y deleitable
con que la voluntad viva segura.
Cuanto en mí hallo es maldición que alcanza,
muerte que tarda, llanto inconsolable,
desdén del cielo, error de la ventura.
Sin Título
Arriba
En fin, en fin, tras tanto andar muriendo,
tras tanto variar vida y destino,
tras tanto, de uno en otro desatino,
pensar todo apretar, nada cogiendo,
tras tanto acá y allá yendo y viniendo
cual sin aliento inútil peregrino,
¡oh Dios!, tras tanto error del buen camino,
yo mismo de mi mal ministro siendo,
hallo, en fin, que ser muerto en la memoria
del mundo es lo mejor que en él se esconde,
pues es la paga de él muerte y olvido,
y en un rincón vivir con la victoria
de sí, puesto el querer tan sólo adonde
es premio el mismo Dios de lo servido
Sin Título
Arriba
¡Cuántas veces te me has engalanado,
clara y amiga noche; cuántas, llena
de oscuridad y espanto, la serena
mansedumbre del cielo me has turbado!
Estrellas hay que saben mi cuidado
y que se han regalado con mi pena;
que, entre tanta beldad, la más ajena
de amor tiene su pecho enamorado.
Ellas saben amar, y saben ellas
que he contado su mal llorando el mío,
envuelto en los dobleces de tu manto.
Tú, con mil ojos, noche, mis querellas
oye y esconde, pues mi amargo llanto
es fruto inútil que al amor envío.
Sin Título
Arriba
Noche, que en tu amoroso y dulce olvido
escondes y entretienes los cuidados
del enemigo día y los pasados
trabajos recompensas al sentido.
Tú que de mi dolor me has conducido
a contemplarte y contemplar mis hados,
enemigos ahora conjurados
contra un hombre del cielo perseguido.
Así las claras lámparas del cielo
siempre te alumbren, y tu amiga frente
de beleño y ciprés tengas ceñida,
que no vierta su luz en este suelo
el claro sol mientras me quejo ausente
de mi pasión. Bien sabes tú mi vida.
Sin Título
Arriba
El bermellón a manchas se mostraba
en el pardo y azul, con vario adorno
del blanco y jalde, realzado en torno
sobre Titán, que ya su ardor negaba.
La negra noche a más andar se entraba
del claro día oscuro desadorno,
cuando los ojos a una parte torno
de un alto bien dudoso que esperaba.
¡Gloria del mundo!, digo, y luego veo
de gloria el suelo, calle y alma llenas
de una luz que salió, que a Febo alcanza.
Alégrate de hoy más, dijo, Liseo,
que quien tan bien amó sufriendo penas,
sabrá estimar el bien de la esperanza.
Al túmulo del rey Felipe II en Sevilla
Arriba
—”¡Voto a Dios que me espanta esta grandeza
y que diera un doblón por describilla!
Porque ¿a quién no suspende y maravilla
esta máquina insigne, esta riqueza?
Por Jesucristo vivo, cada pieza
vale más de un millón, y que es mancilla
que esto no dure un siglo, ¡oh gran Sevilla!,
Roma triunfante en ánimo y nobleza.
Apostaré que el ánima del muerto
por gozar de este sitio hoy ha dejado
la gloria, donde vive eternamente”.
Esto oyó un valentón y dijo: —”Es cierto
cuanto dice voacé, seor soldado.
Y el que dijere lo contrario, miente”.
Y luego, incontinente,
caló el chapeo, requirió la espada,
miró al soslayo, fuese, y no hubo nada.
Sin Título
Arriba
Desta nube que ha tanto ya que llueve
por mis cansados ojos agua tanta,
desta que a cualquier sitio a cualquier planta
en abundancia a humedecer se atreve,
desta que el corazón hace de nieve
y con ardiente rayo le quebranta
y con viento inclemente que la espanta
amargas olas en mi alma mueve,
¿cuándo la lluvia larga e importuna,
el viento fiero, el fuego intolerable,
la helada nieve menguarán su fuerza?
Fin pues suele tener cualquier fortuna,
no suele ser el mal siempre durable,
sino en mí, que hasta el bien me le refuerza.
Sin Título
Arriba
A mis soledades voy,
de mis soledades vengo,
porque para andar conmigo
me bastan mis pensamientos.
No sé qué tiene la aldea
donde vivo y donde muero,
que con venir de mí mismo
no puedo venir más lejos.
Ni estoy bien ni mal conmigo;
mas dice mi entendimiento
que un hombre que todo es alma
está cautivo en su cuerpo.
Entiendo lo que me basta,
y solamente no entiendo
cómo se sufre a sí mismo
un ignorante soberbio.
De cuantas cosas me cansan,
fácilmente me defiendo;
pero no puedo guardarme
de los peligros de un necio.
El dirá que yo lo soy,
pero con falso argumento,
que humildad y necedad
no caben en un sujeto.
La diferencia conozco,
porque en él y en mí contemplo,
su locura en su arrogancia,
mi humildad en su desprecio.
O sabe naturaleza
más que supo en otro tiempo,
o tantos que nacen sabios
es porque lo dicen ellos.
“Sólo sé que no sé nada”,
dijo un filósofo, haciendo
la cuenta con su humildad,
adonde lo más es menos.
No me precio de entendido,
de desdichado me precio,
que los que no son dichosos,
¿cómo pueden ser discretos?
No puede durar el mundo,
porque dicen, y lo creo,
que suena a vidrio quebrado
y que ha de romperse presto.
Señales son del juicio
ver que todos le perdemos,
unos por carta de más
otros por cartas de menos.
Dijeron que antiguamente
se fue la verdad al cielo;
tal la pusieron los hombres
que desde entonces no ha vuelto.
En dos edades vivimos
los propios y los ajenos:
la de plata los extraños
y la de cobre los nuestros.
¿A quién no dará cuidado,
si es español verdadero,
ver los hombres a lo antiguo
y el valor a lo moderno?
Todos andan bien vestidos
y quéjanse de los precios,
de medio arriba romanos,
de medio abajo romeros.
Dijo Dios que comería
su pan el hombre primero
con el sudor de su cara
por quebrar su mandamiento,
y algunos, inobedientes
a la vergüenza y al miedo,
con las prendas de su honor
han trocado los efectos.
Virtud y filosofía
peregrinan como ciegos;
el uno se lleva al otro,
llorando van y pidiendo.
Dos polos tiene la tierra,
universal movimiento;
la mejor vida el favor,
la mejor sangre el dinero.
Oigo tañer las campanas,
y no me espanto, aunque puedo,
que en lugar de tantas cruces
haya tantos hombres muertos.
Mirando estoy los sepulcros
cuyos mármoles eternos
están diciendo sin lengua
que no lo fueron sus dueños.
¡Oh, bien haya quien los hizo,
porque solamente en ellos
de los poderosos grandes
se vengaron los pequeños!
Fea pintan a la envidia,
yo confieso que la tengo
de unos hombres que no saben
quién vive pared en medio.
Sin libros y sin papeles,
sin tratos, cuentas ni cuentos,
cuando quieren escribir
piden prestado el tintero.
Sin ser pobres ni ser ricos,
tienen chimenea y huerto;
no los despiertan cuidados,
ni pretensiones, ni pleitos.
Ni murmuraron del grande,
ni ofendieron al pequeño;
nunca, como yo, firmaron
parabién, ni pascuas dieron.
Con esta envidia que digo
y lo que paso en silencio,
a mis soledades voy,
de mis soledades vengo.
Sin Título
Arriba
¿Qué tengo yo que mi amistad procuras?
¿Qué interés se te sigue, Jesús mío,
que a mi puerta cubierto de rocío
pasas las noches del invierno oscuras?
¡Oh, cuánto fueron mis entrañas duras,
pues no te abrí! ¡Qué extraño desvarío,
si de mi ingratitud el hielo frío
secó las llagas de tus plantas puras!
¡Cuántas veces el ángel me decía:
“Alma, asómate ahora a la ventana,
verás con cuánto amor llamar porfía”!
¡Y cuántas, hermosura soberana,
“Mañana le abriremos” respondía,
para lo mismo responder mañana!
Sin Título
Arriba
Versos de amor, conceptos esparcidos,
engendrados del alma en mis cuidados,
partos de mis sentidos abrasados,
con más dolor que libertad nacidos;
expósitos al mundo en que, perdidos,
tan rotos anduvisteis y trocados,
que sólo donde fuisteis engendrados
fuérades por la sangre conocidos.
Pues que le hurtáis el laberinto a Creta,
a Dédalo los altos pensamientos,
la furia al mar, las llamas al abismo,
si aquel áspid hermoso no os aceta,
dejad la tierra, entretened los vientos:
descansaréis en vuestro centro mismo.
Sin Título
Arriba
La dulce boca que a gustar convida
un humor entre perlas destilado,
y a no envidiar aquel licor sagrado
que a Júpiter ministra el garzón de Ida,
amantes, no toquéis, si queréis vida,
porque entre un labio y otro colorado
Amor está de su veneno armado,
cual entre flor y flor sierpe escondida.
No os engañen las rosas que al Aurora
diréis que aljofaradas y olorosas
se le cayeron del purpúreo seno.
Manzanas son de Tántalo y no rosas,
que después huyen del que incitan ahora
y sólo del Amor queda el veneno.
De un caminante enfermo que se enamoró donde fue hospedado
Arriba
Descaminado, enfermo, peregrino,
en tenebrosa noche, con pie incierto
la confusión pisando del desierto,
voces en vano dio, pasos sin tino.
Repetido latir, si no vecino,
distinto oyó de can siempre despierto,
y en pastoral albergue mal cubierto
piedad halló, si no halló camino.
Salió el sol, y entre armiños escondida,
somnolienta beldad con dulce saña
salteó al no bien sano pasajero.
Pagará el hospedaje con la vida;
más le valiera error en la montaña
que morir de la suerte que yo muero.
De una dama que, quitándose una sortija, se picó con un alfiler
Arriba
Prisión de nácar era articulado,
de mi firmeza un émulo luciente,
un diamante, ingeniosamente
en oro también él aprisionado.
Clori, pues, que su dedo apremiado
de metal, aun precioso, no consiente,
gallarda un día, sobre impaciente,
lo redimió del vínculo dorado.
Mas, ay, que insidioso latón breve
en los cristales de su bella mano
sacrílego divina sangre bebe:
púrpura ilustró menos indiano
marfil; envidiosa, sobre nieve
claveles deshojó la Aurora en vano.
Sin Título
Arriba
Ándeme yo caliente,
y ríase la gente.
Traten otros del gobierno
del mundo y sus monarquías,
mientras gobiernan mis días
mantequillas y pan tierno,
y las mañana de invierno
naranjada y aguardiente,
y ríase la gente.
Coma en dorada vajilla
el príncipe mil cuidados
como píldoras dorados,
que yo en mi pobre mesilla
quiero más una morcilla
que en el asador reviente,
y ríase la gente.
Cuando cubra las montañas
de plata y nieve el enero,
tenga yo lleno el brasero
de bellotas y castañas,
y quien las dulces patrañas
del rey que rabió me cuente,
y ríase la gente.
Busque muy en hora buena
el mercader nuevos soles;
yo conchas y caracoles
entre la menuda arena,
escuchando a Filomena
sobre el chopo de la fuente,
y ríase la gente.
Pase a media noche el mar
y arda en amorosa llama
Leandro por ver su dama;
que yo más quiero pasar
del golfo de mi lagar
la blanca o roja corriente,
y ríase la gente.
Pues Amor es tan cruel,
que de Píramo y su amada
hace tálamo una espada,
do se junten ella y él,
sea mi Tisbe un pastel,
y la espada sea mi diente,
y ríase la gente.
Represéntase la brevedad de lo que se vive
Arriba
¡Ah de la vida! ¿Nadie me responde?
Aquí de los antaños que he vivido;
la Fortuna mis tiempos ha mordido,
las horas mi locura las esconde.
¡Que sin poder saber cómo ni adónde,
la salud y la edad se hayan huido!
Falta la vida, asiste lo vivido,
y no hay calamidad que no me ronde.
Ayer se fue, mañana no ha llegado,
hoy se está yendo sin parar un punto:
soy un fue, y un será, y un es cansado.
En el hoy y mañana y ayer junto
pañales y mortaja, y he quedado
presentes sucesiones de difunto.
Sin Título
Arriba
Poderoso caballero
es don Dinero.
Madre, yo al oro me humillo,
él es mi amante y mi amado,
pues de puro enamorado
de continuo anda amarillo;
que, pues doblón o sencillo,
hace todo cuanto quiero,
poderoso caballero
es don Dinero.
Nace en las Indias honrado
donde el mundo le acompaña;
viene a morir en España
y es en Génova enterrado;
y pues quien le trae al lado
es hermoso aunque sea fiero,
poderoso caballero
es don Dinero.
Es galán y es como un oro,
tiene quebrado el color,
persona de gran valor,
tan cristiano como moro;
pues que da y quita el decoro
y quebranta cualquier fuero,
poderoso caballero
es don Dinero.
Son sus padres principales,
y es de nobles descendiente,
porque en las venas de Oriente
todas las sangres son reales;
y pues es quien hace iguales
al duque y al ganadero,
poderoso caballero
es don Dinero.
Mas ¿a quién no maravilla
ver en su gloria sin tasa
que es lo menos de su casa
doña Blanca de Castilla?
Pero pues da al bajo silla,
y al cobarde hace guerrero,
poderoso caballero
es don Dinero.
Sus escudos de armas nobles
son siempre tan principales,
que sin sus escudos reales
no hay escudos de armas dobles;
y pues a los mismos robles
da codicia su minero,
poderoso caballero
es don Dinero.
Por importar en los tratos
y dar tan buenos consejos,
en las casas de los viejos
gatos le guardan de gatos;
y pues él rompe recatos
y ablanda al juez más severo,
poderoso caballero
es don Dinero.
Y es tanta su majestad,
aunque son sus duelos hartos,
que con haberle hecho cuartos
no pierde su autoridad;
pero pues da calidad
al noble y al pordiosero,
poderoso caballero
es don Dinero.
Nunca vi damas ingratas
a su gusto y afición,
que las caras de un doblón
hacen sus caras baratas;
y pues las hace bravatas
desde una bolsa de cuero,
poderoso caballero
es don Dinero.
Más valen en cualquier tierra,
mirad si es harto sagaz,
sus escudos en la paz
que rodelas en la guerra;
y pues al pobre lo entierra
y hace propio al forastero,
poderoso caballero
es don Dinero.
Reconocimiento de la vanidad del mundo
Arriba
Miré los muros de la patria mía,
si un tiempo fuertes, ya desmoronados,
de la carrera de la edad cansados,
por quien caduca ya su valentía.
Salime al campo, vi que el sol bebía
los arroyos del hielo desatados,
y del monte quejosos los ganados
que con sombras hurtó su luz al día.
Entré en mi casa, vi que amancillada
de anciana habitación era despojos;
mi báculo, más corvo y menos fuerte.
Vencida de la edad sentí mi espada,
y no hallé cosa en que poner los ojos
que no fuese recuerdo de la muerte.
A una nariz
Arriba
Érase un hombre a una nariz pegado,
érase una nariz superlativa,
érase una alquitara medio viva,
érase un peje espada mal barbado.
Era un reloj de sol mal encarado,
érase un elefante boca arriba,
érase una nariz sayón y escriba,
un Ovidio Nasón mál narigado.
Érase un espolón de una galera,
érase una pirámide de Egito,
las doce tribus de narices era.
Érase un naricísimo infinito,
frisón archinariz, caratulera,
sabañón garrafal, morado y frito.
A la rosa
Arriba
Pura, encendida rosa,
émula de la llama
que sale con el día,
¿cómo naces tan llena de alegría
si sabes que la edad que te da el cielo
es apenas un breve y veloz vuelo,
y ni valdrán las puntas de tu rama
ni púrpura hermosa
a detener un punto
la ejecución del hado presurosa?
El mismo cerco alado
que estoy viendo riente,
ya temo amortiguado,
presto despojo de la llama ardiente.
Para las hojas de tu crespo seno
te dio Amor de sus alas blandas plumas,
y oro de su cabello dio a tu frente,
¡oh fiel imagen suya peregrina!
Bañote de su color sangre divina
de la deidad que dieron las espumas,
¿y esto, purpúrea flor, esto no pudo
hacer menos violento el rayo agudo?
Róbate en una hora,
róbate silencioso su ardimiento
el color y el aliento:
tienes aún no las alas abrasadas,
y ya vuelan al suelo desmayadas.
Tan cerca, tan unida
está al morir tu vida,
que dudo si en sus lágrimas la Aurora
mustia tu nacimiento o muerte llora.
Sin Título
Arriba
Camino de la muerte, en hora breve
apresura la edad los gustos míos,
y mis llorosas luces en dos ríos
lloran cuán tardos sus momentos mueve.
A tal exceso mi dolor se atreve,
rendido él mismo de sus mismos bríos.
¡Ay, venga el tiempo que en sus hombros fríos
la común madre mis despojos lleve!
Crece a medida de la edad la pena;
con ella el gusto del funesto empleo
que mi grave dolor, ¡oh suerte!, ordena.
Y tan ceñido al alma le poseo,
que, mientras más la vida le enajena,
siento crecer más fuerza a tal deseo.
Monólogo de Segismundo, de “La vida es sueño”
Arriba
¡Ay mísero de mí, ay infelice!
Apurar, cielos, pretendo,
ya que me tratáis así,
qué delito cometí
contra vosotros naciendo.
Aunque si nací, ya entiendo
qué delito he cometido:
bastante causa ha tenido
vuestra justicia y rigor,
pues el delito mayor
del hombre es haber nacido.
Sólo quisiera saber
para apurar mis desvelos,
dejando a una parte, cielos,
el delito de nacer,
¿qué más os pude ofender
para castigarme más?
¿No nacieron los demás?
Pues si los demás nacieron,
¿qué privilegios tuvieron
que yo no gocé jamás?
Nace el ave, y con las galas
que le dan belleza suma,
apenas es flor de pluma
o ramillete con alas,
cuando las etéreas salas
corta con velocidad,
negándose a la piedad
del nido que deja en calma,
¿y teniendo yo más alma
tengo menos libertad?
Nace el bruto, y con la piel
que dibujan manchas bellas,
apenas signo es de estrellas
gracias al docto pincel,
cuando atrevida y cruel,
la humana necesidad
le enseña a tener crueldad,
monstruo de su laberinto,
¿y yo con mejor instinto
tengo menos libertad?
Nace el pez, que no respira,
aborto de ovas y lamas,
y apenas bajel de escamas
sobre las ondas se mira,
midiendo la inmensidad
de tanta capacidad
como le da el centro frío,
¿y yo con más albedrío
tengo menos libertad?
Nace el arroyo, culebra
entre flores se desata,
y apenas, sierpe de plata,
entre las flores se quiebra,
cuando músico celebra
de las flores la piedad
que le dan la majestad
del campo abierto a su ida,
¿y teniendo yo más vida
tengo menos libertad?
En llegando a esta pasión,
un volcán, un Etna hecho,
quisiera sacar del pecho
pedazos del corazón.
¿Qué ley, justicia o razón
negar a los hombres sabe
privilegio tan suave,
exención tan principal,
que Dios le ha dado a un cristal,
a un pez, a un bruto y a un ave?
Sin Título
Arriba
Huye del sol el sol, y se deshace
la vida a manos de la propia vida,
del tiempo que, a sus partos homicida,
en mies de siglos las edades pace.
Nace la vida, y con la vida nace
del cadáver la fábrica temida.
¿Qué teme, pues, el hombre en la partida,
si vivo estriba en lo que muerto yace?
Lo que pasó ya falta; lo futuro
aún no se vive, lo que está presente
no está, porque es su esencia el movimiento.
Lo que se ignora es sólo lo seguro
este mundo, república de viento,
que tiene por monarca un accidente.
Soneto CXLV A su retrato
Arriba
(Procura desmentir los elogios que a un retrato de
la poetisa inscribió la verdad, que llama pasión)
Este que ves engaño colorido
que, del arte ostentando los primores,
con falsos silogismos de colores
es cauteloso engaño del sentido.
Éste en quien la lisonja ha pretendido
excusar de los años los horrores,
y venciendo del tiempo los rigores
triunfar de la vejez y del olvido,
es un vano artificio del cuidado,
es una flor al viento delicada,
es un resguardo inútil para el hado,
es una necia diligencia errada,
es un afán caduco y, bien mirado,
es cadáver, es polvo, es sombra, es nada.
Soneto a una rosa En que da moral censura a una rosa, y en ella a sus semejantes
Arriba
Rosa divina que en gentil cultura
eres, con tu fragante sutileza,
magisterio purpúreo en la belleza,
enseñanza nevada a la hermosura.
Amago de la humana arquitectura,
ejemplo de la vana gentileza,
en cuyo ser unió naturaleza
la cuna alegre y triste sepultura.
¡Cuán altiva en tu pompa, presumida,
soberbia, el riesgo de morir desdeñas,
y luego desmayada y encogida,
de tu caduco ser das mustias señas,
con que con docta muerte y necia vida,
viviendo engañas y muriendo enseñas!
Arguye de inconsecuente el gusto y la censura de los hombres, que en las mujeres acusan lo que causan
Arriba
Hombres necios que acusáis
a la mujer sin razón,
sin ver que sois la ocasión
de lo mismo que culpáis:
si con ansia sin igual
solicitáis su desdén,
¿por qué queréis que obren bien
si las incitáis al mal?
Combatís su resistencia,
y luego con gravedad
decís que fue liviandad
lo que hizo la diligencia.
Parecer quiere el denuedo
de vuestro parecer loco,
al niño que pone coco
y luego le tiene miedo.
Queréis con presunción necia
hallar a la que buscáis,
para pretendida, Tais,
y en la posesión, Lucrecia.
¿Qué humor puede ser más raro
que el falto de consejo,
él mismo empaña el espejo
y siente que no esté claro?
Con el favor y desdén
tenéis condición igual,
quejándoos si os tratan mal,
burlándoos si os quieren bien.
Opinión ninguna gana,
pues la que más se recata,
si no os admite es ingrata
y si os admite es liviana.
Siempre tan necios andáis
que, con desigual nivel,
a una culpáis por cruel
y a otra por fácil culpáis.
¿Pues cómo ha de estar templada
la que vuestro amor pretende,
si la que es ingrata ofende
y la que es fácil enfada?
Mas entre el enfado y pena
que vuestro gusto refiere,
bien haya la que no os quiere
y quejaos en hora buena.
Dan vuestras amantes penas
a sus libertades alas,
y después de hacerlas malas
las queréis hallar muy buenas.
¿Cuál mayor culpa ha tenido
en una pasión errada,
la que cae de rogada
o el que ruega de caído?
¿O cuál es más de culpar,
aunque cualquiera mal haga,
la que peca por la paga
o el que paga por pecar?
Pues ¿para qué os espantáis
de la culpa que tenéis?
Queredlas cual las hacéis
o hacedlas cual las buscáis.
Dejad de solicitar,
y después, con más razón,
acusaréis la afición
de la que os fuere a rogar.
Bien con muchas armas fundo
que lidia vuestra arrogancia,
pues en promesa e instancia
juntáis diablo, carne y mundo.
Ciencia de los cortesanos de este siglo
Arriba
Bañarse con harina la melena,
ir enseñando a todos la camisa,
espada que no asuste y que dé risa,
su anillo, su reloj y su cadena;
hablar a todos con la faz serena,
besar los pies a misa doña Luisa,
y asistir como cosa muy precisa
al pésame, al placer y enhorabuena;
estar enamorado de sí mismo,
mascullar una arieta en italiano,
y bailar en francés tuerto o derecho.
Con esto y olvidar el catecismo
cátate hecho y derecho cortesano,
mas llevarate el diablo dicho y hecho
Un caballerito de estos tiempos
Arriba
Levántome a las mil, como quien soy;
me lavo. Que me vengan a afeitar.
Traigan el chocolate, y a peinar.
Un libro… Ya leí; basta por hoy.
Si me buscan, que digan que no estoy.
Polvos… Venga el vestido verdemar…
¿Si estará ya la misa en el altar?
¿Han puesto la berlina? Pues me voy.
Hice ya tres visitas. A comer…
Traigan barajas. Ya jugué. Perdí…
Pongan el tiro; al campo, y a correr…
Ya doña Eulalia esperará por mí…
Dio la una. A cenar, y a recoger…
–¿Y es éste un racional? –Dicen que sí.
Al pintor que me ha de retratar
Arriba
Discípulo de Apeles,
si tu pincel hermoso
empleas por capricho
en este feo rostro,
no me pongas ceñudo,
con iracundos ojos,
en la diestra el estoque
de Toledo famoso,
y en la siniestra el freno
de algún bélico monstruo,
ardiente como el rayo,
ligero como el soplo;
ni en el pecho la insignia
que en los siglos gloriosos
alentaba a los nuestros,
aterraba a los moros;
ni cubras este cuerpo
con militar adorno,
metal de nuestras Indias,
color azul y rojo;
ni tampoco me pongas,
con vanidad de docto,
entre libros y planos,
entre mapas y globos.
Reserva esta pintura
para los nobles locos
que honores solicitan
en los siglos remotos;
a mí, que sólo aspiro
a vivir con reposo
de nuestra frágil vida
estos instantes cortos,
la quietud de mi pecho
representa en mi rostro,
la alegría en la frente,
en mis labios el gozo.
Cíñeme la cabeza
con tomillo oloroso,
con amoroso mirto,
con pámpano beodo;
el cabello esparcido,
cubriéndome los hombros,
y descubierto al aire
el pecho bondadoso;
en esta diestra un vaso
muy grande, y lleno todo
de jerezano néctar
o de manchego mosto;
en la siniestra un tirso,
que es bacanal adorno,
y en postura de baile
el cuerpo chico y gordo;
o bien junto a mi Filis,
con semblante amoroso,
y en cadenas floridas
prisionero dichoso.
Retrátame, te pido,
de este sencillo modo,
y no de otra manera,
si tu pincel hermoso
empleas, por capricho,
en este feo rostro.
El otoño
Arriba
Al bosque y al jardín el crudo aliento
del otoño robó la verde pompa,
y la arrastra marchita en remolinos
por el árido suelo.
Los árboles y arbustos erizados,
yertos extienden las desnudas ramas,
y toman el aspecto pavoroso
de helados esqueletos.
Huyen de ellos las aves asombradas,
que en torno revolaban bulliciosas,
y entre las frescas hojas escondidas
cantaban sus amores.
¿Son, ¡ay!, los mismos árboles que ha poco
del sol burlaban el ardor severo,
y entre apacibles auras se mecían
hermosos y lozanos?
Pasó su juventud fugaz y breve,
pasó su juventud y, envejecidos,
no pueden sostener las ricas galas
que les dio primavera.
Y pronto en su lugar el crudo invierno
les dará nieve rígida en ornato,
y el jugo que es la sangre de sus venas,
hielo será de muerte,
A nosotros los míseros mortales,
a nosotros también nos arrebata
la juventud gallarda y venturosa
del tiempo la carrera,
y nos despoja con su mano dura,
al llegar nuestro otoño, de los dones
de nuestra primavera, y nos desnuda
de sus hermosas galas,
y huyen de nuestra mente apresurados
los alegres y dulces pensamientos,
que en nuestros corazones anidaban
y nuestras dichas eran,
y luego la vejez de nieve cubre
nuestras frentes marchitas, y de hielo
nuestros áridos miembros, y en las venas
se nos cuaja la sangre.
Mas, ¡ay!, qué diferencia, cielo santo,
entre esas plantas que caducas creo,
y el hombre desdichado y miserable.
¡Oh Dios, qué diferencia!
Los huracanes pasarán de otoño,
y pasarán las nieves del invierno,
y al tornar apacible primavera
risueña y productora,
los que miro desnudos esqueletos
brotarán de sí mismos nueva vida,
renacerán en juventud lozana,
vestirán nueva pompa,
y tornarán las bulliciosas aves
a revolar en torno, y a esconderse
entre sus frescas hojas, derramando
deliciosos gorjeos.
Pero a nosotros míseros humanos,
¿quién nuestra juventud, quién nos devuelve
sus ilusiones y sus ricas galas?
Por siempre las perdimos.
¿Quién nos libra del peso de la nieve
que nuestros miembros débiles abruma?
¿De la horrenda vejez quién nos liberta?
La mano de la muerte.
Canción del pirata
Arriba
Con diez cañones por banda,
viento en popa a toda vela,
no corta el mar sino vuela
un velero bergantín.
Bajel pirata que llaman
por su bravura el Temido
en todo mar conocido
del uno al otro confín.
La luna en el mar riela,
en la lona gime el viento,
y alza en blando movimiento
olas de plata y azul.
Y ve el capitán pirata,
cantando alegre en la popa,
Asia a un lado, al otro Europa,
y allá a su frente Estambul.
“Navega, velero mío,
sin temor,
que ni enemigo navío
ni tormenta, ni bonanza
tu rumbo a torcer alcanza
ni a sujetar tu valor.
“Veinte presas
hemos hecho
a despecho
del inglés,
y han rendido
sus pendones
cien naciones
a mis pies.
“Que es mi barco mi tesoro,
que es mi dios la libertad,
mi ley la fuerza y el viento,
mi única patria la mar.
“Allá muevan feroz guerra
ciegos reyes
por un palmo más de tierra,
que yo aquí tengo por mío
cuanto abarca el mar bravío,
a quien nadie impuso leyes.
“Y no hay playa,
sea cualquiera,
ni bandera
de esplendor,
que no sienta
mi derecho
y dé pecho
a mi valor.
“Que es mi barco mi tesoro,
que es mi dios la libertad,
mi ley la fuerza y el viento,
mi única patria la mar.
“A la voz de ‘¡barco viene!’
es de ver
cómo vira y se previene
a todo trapo a escapar;
que yo soy el rey del mar,
y mi furia es de temer.
“En las presas
yo divido
lo cogido
por igual;
sólo quiero
por riqueza
la belleza
sin rival.
“Que es mi barco mi tesoro,
que es mi dios la libertad,
mi ley la fuerza y el viento,
mi única patria la mar.
“Sentenciado estoy a muerte.
Yo me río;
no me abandone la suerte,
y al mismo que me condena
colgaré de alguna entena,
quizá en su propio navío.
“Y si caigo,
¿qué es la vida?
Por perdida
ya la di,
cuando el yugo
del esclavo
como un bravo
sacudí.
“Que es mi barco mi tesoro,
que es mi dios la libertad,
mi ley la fuerza y el viento,
mi única patria la mar.
“Son mi música mejor
aquilones,
el estrépito y temblor
de los cables sacudidos,
del negro mar los bramidos
y el rugir de mis cañones.
“Y del trueno
al son violento,
y del viento
al rebramar
yo me duermo
sosegado,
arrullado
por el mar.
“Que es mi barco mi tesoro,
que es mi dios la libertad,
mi ley la fuerza y el viento,
mi única patria la mar”.
Rima XVII
Arriba
Hoy la tierra y los cielos me sonríen,
hoy llega al fondo de mi alma el sol;
hoy la he visto…, la he visto y me ha mirado…
¡Hoy creo en Dios!
Rima VII
Arriba
Del salón en el ángulo oscuro,
de su dueño tal vez olvidada,
silenciosa y cubierta de polvo
veíase el arpa.
¡Cuánta nota dormía en sus cuerdas,
como el pájaro duerme en las ramas,
esperando la mano de nieve
que sabe arrancarlas!
¡Ay!, pensé, ¡cuántas veces el genio
así duerme en el fondo del alma,
y una voz, como Lázaro, espera
que le diga: “Levántate y anda”!
A don Bartolomé Gallardete Soneto de un su amigo estante en la corte de S. M.
Arriba
Caco, cuco, faquín, bibliopirata,
tenaza de los libros, chuzo, púa;
de papeles, aparte lo ganzúa,
hurón, carcoma, polilleja, rata.
Uñilargo, garduño, garrapata;
para sacar los libros cabria, grúa,
Argel de bibliotecas, gran falúa
armada en corso, haciendo cala y cata.
Empapas un archivo en la bragueta,
un Simancas te cabe en el bolsillo,
te pones por corbata una maleta
con tal que encierre libros, ¡so gran pillo!,
y al fin te beberás como una sopa,
llenas de libros, África y Europa.
Sin Título
Arriba
Busca y anhela el sosiego…,
mas, ¿quién le sosegará?
Con lo que sueña despierto,
dormido vuelve a soñar;
que hoy como ayer y mañana
cual hoy en su eterno afán
de hallar el bien que ambiciona
–cuando sólo encuentra el mal–
siempre a soñar condenado,
nunca puede sosegar.
Sin Título
Arriba
Dicen que no hablan las plantas ni las fuentes ni los pájaros
ni el onda con sus rumores ni con su brillo los astros.
Lo dicen, pero no es cierto, pues siempre cuando yo paso
de mí murmuran y exclaman:
—Ahí va la loca soñando
con la eterna primavera de la vida y de los campos
y ya bien pronto, bien pronto, tendrá los cabellos canos
y ve temblando, aterida, que cubre la escarcha el prado.
—Hay canas en mi cabeza, hay en los prados escarcha,
mas yo prosigo soñando, pobre, incurable sonámbula,
con la eterna primavera de la vida que se apaga
y la perenne frescura de los campos y las almas,
aunque los unos se agostan y aunque las otras se abrasan.
¡Astros y fuentes y flores!, no murmuréis de mis sueños.
Sin ellos, ¿cómo admiraros ni cómo vivir sin ellos?
Sin Título
Arriba
El siglo diecinueve
nació cabeza abajo
y el corazón se le saltó del pecho
y, resbalando, le cayó en el cráneo.
Y por esta razón, sólo por ésta,
los hijos de este siglo caminamos
llevando el corazón en la cabeza.
El sauce y el ciprés
Arriba
Cuando a las puertas de la noche umbría,
dejando el prado y la floresta amena,
la tarde, melancólica y serena,
su misterioso manto recogía,
un macilento sauce se mecía
por dar alivio a su constante pena
y en voz suave y de suspiros llena
al son del viento murmurar se oía:
“Triste nací…, mas en el mundo moran
seres felices que el penoso duelo
y el llanto oculto y la tristeza ignoran”.
Dijo, y sus ramas esparció en el suelo.
“¡Dichosos, ¡ay!, los que en la tierra lloran!”,
le contestó un ciprés, mirando al cielo.
ELEGÍA INTERRUMPIDA (O.Paz)
Arriba
Hoy recuerdo a los muertos de mi casa.
Al primer muerto nunca lo olvidamos,
aunque muera de rayo, tan aprisa
que no alcance la cama ni los óleos.
Oigo el bastón que duda en un peldaño,
el cuerpo que se afianza en un suspiro,
la puerta que se abre, el muerto que entra.
De una puerta a morir hay poco espacio
y apenas queda tiempo de sentarse,
alzar la cara, ver la hora
y enterarse: las ocho y cuarto.
Hoy recuerdo a los muertos de mi casa.
La que murió noche tras noche
y era una larga despedida,
un tren que nunca parte, su agonía.
Codicia de la boca
al hilo de un suspiro suspendida,
ojos que no se cierran y hacen señas
y vagan de la lámpara a mis ojos,
fija mirada que se abraza a otra,
ajena, que se asfixia en el abrazo
y al fin se escapa y ve desde la orilla
cómo se hunde y pierde cuerpo el alma
y no encuentra unos ojos a que asirse…
¿Y me invitó a morir esa mirada?
Quizá morimos sólo porque nadie
quiere morirse con nosotros, nadie
quiere mirarnos a los ojos.
Hoy recuerdo a los muertos de mi casa.
Al que se fue por unas horas
y nadie sabe en qué silencio entró.
De sobremesa, cada noche,
la pausa sin color que da al vacío
o la frase sin fin que cuelga a medias
del hilo de la araña del silencio
abren un corredor para el que vuelve:
suenan sus pasos, sube, se detiene…
Y alguien entre nosotros se levanta
y cierra bien la puerta.
Pero él, allá del otro lado, insiste.
Acecha en cada hueco, en los repliegues,
vaga entre los bostezos, las afueras.
Aunque cerremos puertas, él insiste.
Hoy recuerdo a los muertos de mi casa.
Rostros perdidos en mi frente, rostros
sin ojos, ojos fijos, vaciados,
¿busco en ellos acaso mi secreto,
el dios de sangre que mi sangre mueve,
el dios de yelo, el dios que me devora?
Su silencio es espejo de mi vida,
en mi vida su muerte se prolonga:
soy el error final de sus errores.
Hoy recuerdo a los muertos de mi casa.
El pensamiento disipado, el acto
disipado, los nombres esparcidos
(lagunas, zonas nulas, hoyos
que escarba terca la memoria),
la dispersión de los encuentros,
el yo, su guiño abstracto, compartido
siempre por otro (el mismo) yo, las iras,
el deseo y sus máscaras, la víbora
enterrada, las lentas erosiones,
la espera, el miedo, el acto
y su reverso: en mí se obstinan,
piden comer el pan, la fruta, el cuerpo,
beber el agua que les fue negada.
Pero no hay agua ya, todo está seco,
no sabe el pan, la fruta amarga,
amor domesticado, masticado,
en jaulas de barrotes invisibles
mono onanista y perra amaestrada,
lo que devoras te devora,
tu víctima también es tu verdugo.
Montón de días muertos, arrugados
periódicos, y noches descorchadas
y amaneceres, corbata, nudo corredizo:
“saluda al sol, araña, no seas rencorosa…”
Es un desierto circular el mundo,
el cielo está cerrado y el infierno vacío
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