Por: Ghina Abi-Ghannam
Además de su condición médica, conocemos a Walid Daqqa como uno de los rostros más notables del Movimiento de Cautivos Palestinos, inspirado en una larga línea de prisioneros que ofrecieron una narrativa de lucha, en la vida y en la literatura. El libro de Walid, Abrazado a la consciencia (o redifiniendo la tortura), demuestra una investigación científica sobre la condición palestina que investiga empíricamente la violencia sionista que identifica a la conciencia palestina como su objetivo, con precisión, premeditado y sistemático.
Walid toma las prisiones israelíes como un microcosmos para contemplar las amplias operaciones psicológicas emprendidas contra la conciencia palestina. Nos escribe sobre la estrategia sionista diseñada para privarnos de la capacidad de discernir o nombrar su violencia y, en consecuencia, privarnos de la capacidad de enfrentarla. Con ello, Walid asume la tarea de neutralizar ésta calculada estrategia de agresión que tiene su fuerza en evadir hábilmente nuestra conciencia. Lúcido en su base política e intelectual, desde dentro de las prisiones sionistas, Walid comienza su proyecto psicológico empírico con el objetivo de proporcionarnos el lenguaje para nombrar y la metodología para comprender la violencia israelí que históricamente ha profanado no sólo las tierras palestinas y árabes, sino también la conciencia de sus habitantes.
Walid abre su libro con una elección que le abrumó durante un cuarto de siglo de encarcelamiento, una encrucijada en la que se encontraba en el momento de escribir: la primera trayectoria que apareció ante él fue la de aclimatarse a existir como un objeto torturado completamente alejado de sí mismo, el segundo fue una trayectoria divergente donde convierte a sí mismo en sujeto de un estudio empírico que redefine la tortura y las condiciones que la rodean. Walid se decidió por lo último, con una inquebrantable certeza y convicción.
Su decisión inflexible fue concluyentemente existencial, ya que la escritura cuidadosa sobre uno mismo y la evaluación metodológica de la tortura que había soportado se opone categóricamente a ser separado de sí. La elección de Walid marcó el comienzo de un delicado proceso de investigación que es a la vez introspectivo y abierto, ocupando un espacio contemplativo que negocia interrogando lo que se conoce como profundamente íntimo y lo que se basa en una línea de investigación empírica.
El self (uno mismo) como saben los psicólogos, constituye un elemento fundamental de la vida humana que necesita ser protegido existencialmente para asegurar la supervivencia. De manera similar a la anatomía del cuerpo humano, donde las estructuras esqueléticas protegen los órganos vitales (el cráneo protege el cerebro, las costillas protegen los pulmones y el corazón), el self está protegido por procesos mentales que se activan cuando nuestro sentido del yo está en riesgo de romperse. Las estrategias disociativas comunes que operan dentro de estas medidas de autoprotección incluyen la evitación cognitiva o el desplazamiento emocional en momentos de duelo intenso, o bajo tortura o de alteraciones fundamentales de lo cotidiano.
El estudio que Walid hace sobre sí mismo requirió una inmersión confrontativa que rechazó y resistió esas estrategias mentales protectoras. Con esto, los escritos de Walid se nos ofrecen como una investigación científica decididamente combativa: un modelo equilibrado para la producción de conocimiento que no sólo habla de la resistencia, sino que fundamentalmente la encarna.
Unas palabras sobre terminología
La contribución sustancial de esta obra se capta en parte a través de la metáfora que Walid incorpora en su título y que luego evoca periódicamente. En árabe, el recurso literario es «صهر الوعي», y aunque este libro no ha sido traducido formalmente al inglés, ha habido varias iteraciones de referencias que traducen su título, todas las cuales son sinónimos de un proceso transformador basado en una fuente de calor que se inflige a la conciencia, que incluye derretir, quemar, templar, fundir o disolverse.
El verbo en disputa se emplea funcionalmente para capturar el proceso al que está sometida la “conciencia”. El verbo que eligió Walid corresponde al proceso físico de transformar un sólido (metal) a líquido, de descomponer sus elementos al exponerlo a una alta temperatura que supera su punto de fusión. El punto de discordia se refiere a lo que ocurre después de alcanzar el punto de fusión; el verbo fundir designaría un proceso de purificación en el que el elemento metálico se separa de su mineral natural, mientras que derretir se caracterizaría por un proceso de fusión en el que se puede crear una nueva sustancia después de la desintegración con la nueva unión de las partículas disueltas, y se puede quemar o templar constituyendo un método utilizado en la soldadura de metales, donde la temperatura aplicada se sitúa por debajo del umbral de fusión de la sustancia, lo que fortalece el metal en lugar de disolverlo. Pero abrasar también tiene el doble significado de capturar sensaciones ardientes de dolor o tortura. No pude encontrar un verbo que capturara a la vez el significado literal y figurado que constituye el verbo “صهر”, y abrasar me pareció el más cercano por la connotación tan visceral que demuestra.
En sus escritos, la metáfora que Walid parece evocar a través de este recurso literario ilustra un proceso de dos etapas: la disolución de un metal sólido que luego genera un material maleable que puede remodelarse en su estado líquido. Con esto, Walid identifica un proceso en el que una conciencia previamente solidificada se disuelve en un objeto fácil de trabajar tras haber sido sometida a condiciones que superan su umbral de permanecer compacta. Después de exponer consistentemente la conciencia a esta variable intermedia más allá de su capacidad para soportarla, la conciencia se vuelve flexible y luego puede reconstruirse dependiendo de la estructura que la contiene –o en el caso palestino- las estructuras dictadas por la ocupación sionista.
La guerra de Israel contra la conciencia y nuestra capacidad de nombrar
La historia de Israel es una historia de guerras emprendidas contra el pueblo palestino[1]. El típico esfuerzo cognitivo para visualizar o narrar orgánicamente esta historia toma la forma de una línea de tiempo cronológica o un mapa muy marcado de operaciones militares –de crecientes masacres, incursiones, asesinatos, arrestos y actividades de desplazamiento-. Abrasando la conciencia, sin embargo, interrumpe este relato de la historia para afirmar que junto con sus operaciones militares y en coordinación directa con ellas, la ocupación sionista también ha emprendido históricamente operaciones psicológicas ofensivas contra la conciencia del pueblo palestino.
El diagnóstico de Walid sobre la violencia israelí y la condición palestina articula con seriedad que la agresión sionista no se limita a amenazar simplemente la infraestructura material de la resistencia palestina, sino que fue diseñada estructuralmente para infiltrarse en el tejido mismo de la conciencia palestina. La motivación para atacar la conciencia Palestina se observa en los efectos contrarios de la violencia de eliminación israelí, los palestinos que fueron testigos del martirio masivo de su pueblo optaron por arriesgar su propio martirio a través de la lucha, porque la alternativa era el acto insoportable de ser testigos permanentes.
Alertado por esta tendencia, el libro señala un cambio en la estrategia agresiva israelí tras reconocer que la amenaza más inminente al proyecto sionista no era el liderazgo o las formaciones políticas palestinas, sino la conciencia popular palestina que incesantemente genera resistencia al sionismo. La amenaza de esta conciencia se evidencia en un registro histórico intergeneracional de rejuvenecimiento de la resistencia palestina, como una cuna popular que persiste frente a represiones cada vez más devastadoras. Esquemáticamente, este marco muestra una geografía palestina organizada en lugares de muerte, y que han escapado de este objetivo para convertirse en lugares de resistencia.[2] Una geografía que sobrevive gracias a una “vida de economía política y psíquica” designada por un sistema social de creencias y prácticas que estimulan la cohesión social y la resolución individual frente a las amenazas existenciales inminentes[3].
El argumento central de Walid es que la ocupación sionista se ha trasladado intencionalmente a la conciencia palestina como un lugar de agresión para arruinar el terreno fértil que genera la resistencia antisionista. Con esto, reubicaron el objetivo para amenazar la infraestructura de resistencia psicológica, en contraposición a la estrictamente material. Esta infraestructura se operacionaliza en el libro como las condiciones y relaciones cotidianas necesarias para permitir la cohesión social y la formación de grupos en torno a una identidad nacional, la propia percepción palestina de agravios unificadores y un imaginario político con un objetivo nacional unificador para escapar de esos agravios.
En este estudio, nos inclinamos hacia la creencia de que desde 2004, Israel ha llevado a cabo un programa científico peligroso e integral basado en las últimas teorías de la psicología social para cauterizar la conciencia palestina mediante la disección de los principios de los que depende: un proceso que requirió un esfuerzo económico, militar y político coordinado.
El punto de partida del marco conceptual de este libro fue rechazar la lectura popularmente adoptada de la violencia israelí -indiscriminada y catastrófica- como un comportamiento irracional o errático guiado por emociones primordiales no sintonizadas. En cambio, el texto sitúa esta violencia como un subproducto de una estrategia científica calculada que emplea la violencia y la destrucción desproporcionadas para establecer las condiciones necesarias para imponer lo que Klein llama la doctrina del shock [4]. Basándose en el trabajo de Klein, el estudio de Walid conceptualizó que la alta y costosa represalia de las fuerzas israelíes (de asesinato y destrucción masiva) se despliega precisamente para crear un shock que pueda aprovecharse para disolver la conciencia palestina y luego recrear una que sea más manejable para el sionismo, convirtiendo un cuerpo de resistencia en partes diseccionadas y domesticado.
Al leer las palabras de Walid con la vista puesta en el presente, un presente que se ha detenido con los siete meses de devastación de Israel en su guerra contra Gaza, nos recuerda que debemos rechazar los análisis distorsionados que presentan el genocidio del pueblo palestino como algo que no sea un programa premeditado de violencia orquestada y eliminatoria. Frente a la destrucción casi total de Gaza –los más de 34.000 mártires, los 1,8 millones de desplazados, los 76.000 heridos, los 6.000 arrestados en todos los territorios ocupados, los nombres de los hospitales que se han transformado para designar lugares de masacres… observamos un esfuerzo deliberado por presentar estas atrocidades como una falta de moderación, un episodio mal calculado de ira reactiva y desinhibida por parte de Israel, en lugar de datos que corroboran un momento de total claridad en los objetivos de un proyecto colonial.
Aquí, las palabras de Walid instarían a leer cada muerte, cada amputación, cada arresto, cada estructura destruida y cada individuo desplazado como premeditados con intención y ejecución precisas. Patologizar la toma de decisiones de uno de los ejércitos tecnológicamente más avanzados y mejor financiados de la historia de la humanidad es humanizarla. Mirar un sistema inteligente de dominación con una postura de reprimenda es indicativo de un marco analítico amañado que, según Walid, es un síntoma de un programa científico israelí diseñado para abrasar la conciencia.
Ante las respuestas desproporcionadas -del ejército israelí- ante las operaciones de la resistencia palestina, el estudio de Walid sostiene que el objetivo deseado por Israel es que su violencia aterrorizante sea leída como una medida de seguridad necesaria para proteger sus fronteras o, en el peor de los casos, para aquellos que simpatizan menos con el proyecto sionista. ver su brutalidad como una rabieta infantil. Pero Walid nos revela que la violencia militar incomprensiblemente asimétrica desplegada por las fuerzas israelíes no es un indicador de episodios de locura patológica ni una misión de seguridad para amenazar materialmente la «infraestructura terrorista». En cambio, postula que el propósito de infligir continuamente escalas inimaginables de muerte y destrucción es principalmente cambiar el sentimiento público hacia la resistencia palestina, donde la consiguiente culpa de la violencia sionista se desplaza hacia la resistencia palestina. Este proceso reconfigura las asociaciones discursivas para identificar la resistencia al sionismo como generador de violencia, en contraposición a la estructura misma del proyecto sionista en Palestina como un plan opresivo que requiere eliminar existencialmente la presencia palestina para asegurar su supervivencia.
Con eso, Walid comunica explícitamente el objetivo de su investigación es invalidar el diagnóstico erróneo de la violencia israelí. El obstáculo que percibe como más desafiante para él, para su self que investiga y experimenta la violencia israelí, es la frustración que surge ante la incapacidad de nombrar la violencia que se inflige precisamente contra la conciencia. Para redefinir la tortura, Walid necesitaba redefinir el dolor para que constituyera lo que vive más allá de lo sensorial, donde el cuerpo y la carne ya no serían el objetivo de la tortura sino la mente.
Si bien la violencia militar deja evidencia de daños tangibles (número de muertos, destrucción y heridas), la violencia psicológica es mucho más difícil de medir o percibir, cognitiva y emocionalmente. Y así, nos presenta la incapacidad de nombrar o explicar la realidad como un síntoma de la condición palestina y la violencia que genera. A su vez, la incapacidad de diagnosticar la lógica de la violencia israelí se convierte en una herramienta para la opresión en sí misma, donde las narrativas popularmente aceptadas, contaminadas por la ingeniería sionista, se desvían de la realidad y diseccionan aún más la conciencia palestina.
No hay nada más intenso y duro que vivir con una sensación de opresión y sufrimiento sin poder describirlo o identificar su causa y origen. Es el sentimiento de impotencia y pérdida de la dignidad humana que emerge cuando la incertidumbre se encuentra con la opresión, haciéndote sentir que no sólo el mundo te ha abandonado sino que tu lenguaje no te ha permitido describir y definir tu agonía.
Este texto reconoce que la realización de las operaciones psicológicas israelíes depende de nuestra incapacidad para nombrarlas, porque cuando se nombra se hace consciente, creando la posibilidad de desafiarlo conscientemente. Y así, con ese reconocimiento y examinando de cerca el caso de los prisioneros en las cárceles sionistas, Walid comienza su proyecto de nombrar…
Los prisioneros palestinos como microcosmos de la condición palestina
Empíricamente, este libro ofrece un análisis del ataque sionista a la conciencia palestina a través del estudio detallado de las estrategias de tortura que las fuerzas israelíes han activado dentro de las prisiones. La premisa de este proyecto es la observación de que las prisiones sionistas constituyen “el laboratorio” donde se prueban las operaciones político-psicológicas que luego se generalizan para toda la población palestina en general.
Tomando la prisión como unidad de análisis para estudiar el clima de violencia que soportan los palestinos, este texto ilustra las líneas borrosas que separan y cruzan entre los palestinos encarcelados y los palestinos “libres” que viven bajo ocupación o asedio. Walid relata -usando las palabras de Israel- que los prisioneros palestinos son el núcleo sólido de la Intifada y, por lo tanto, el abrasamiento de la conciencia palestina comienza intencionalmente con el cuerpo de los prisioneros, que luego se extiende hacia afuera para cubrir la totalidad de Palestina. A continuación, el libro aterriza en un diseño de investigación basado en la convicción de que para analizar científicamente la condición de la conciencia palestina, es necesario investigar la condición de las prisiones, ya que las prisiones representan “una institución de abrasar conciencias”, un sitio para deconstruir la psique palestina y luego domesticarla.
El libro sostiene que de la misma manera que los estudios psicológicos sobre la “conducción psíquica” no buscaban tratar a los pacientes sino recrearlos como seres deseables, la ocupación israelí no pretende mediante su violencia poner fin a la resistencia palestina sino recrear al individuo palestino para remodelarlo en sus principios y eliminar de sus imaginarios la posibilidad o el deseo de un Estado palestino. Este proceso recuerda a “trabajos científicos que “curan” correctamente a un sujeto colonizado […] haciéndolo encajar completamente en un entorno social de tipo colonial”[5].
Además de establecer un paralelismo entre el confinamiento solitario y el aislamiento de territorios, la estrategia sionista de diseccionar la tierra nacional palestina en territorios fracturados se replica dentro y fuera de las prisiones. Esta estrategia de aislamiento es fundamental para la guerra contra la conciencia palestina, donde la disección y el aislamiento de territorios impiden no sólo la capacidad de los palestinos de comportarse como un colectivo sino también de pensar o percibirse a sí mismos como tal. Un proceso que crea una cotidianidad que abruma al palestino con condiciones materiales distintas e imposibles que impiden la capacidad mental para comprender el alcance total de la lucha palestina. En última instancia, un requisito previo para la desintegración de la lucha palestina como lucha nacional y de la identidad palestina como identidad nacional, es la disección y el aislamiento de la tierra palestina y el sometimiento diferencial de cada territorio diseccionado a una agresión israelí dispar. Esto sirve para desintegrar la identidad palestina, para desintegrar la memoria colectiva al aislar a los palestinos unos de otros y someterlos a diferentes condiciones materiales de violencia en lo cotidiano.
Walid se basa en el Panóptico de Foucault para captar la posición integral de la vigilancia israelí en el abrasamiento de la conciencia, tal como tiene lugar dentro y fuera de las prisiones. Los campos de visión obstruidos para los palestinos, bien confinados en prisiones sionistas, o mediante la construcción de muros de separación, o los puestos de control y la hipervigilancia en toda Palestina, todos los elementos bloquean la capacidad visual de los palestinos para percibir y pronunciar la condición en la que existen, y le proporciona un “ojo de Dios” a los ocupantes.
Israel ha logrado imponer al menos cinco prisiones a las comunidades palestinas: 48 áreas, Jerusalén, Cisjordania, la Franja de Gaza y la diáspora. Cada una de estas prisiones tiene su propia realidad temporal y espacial junto con su realidad jurídica y política única. Con el paso del tiempo, estas entidades separadas (al principio destinadas a ser de naturaleza temporal) se han vuelto casi permanentes. Esta realidad podría crear identidades opuestas. La pregunta entonces es: ¿cómo se puede asegurar que la deconstrucción de la identidad palestina no tenga lugar a medida que crece en estos contextos temporales y espaciales opuestos? ¿Qué hacer hasta la liberación? […] Si estamos divididos a lo largo de estos contextos y entre varias configuraciones espaciales y geográficas palestinas, entonces ¿qué podría unir al pueblo palestino para salvaguardar su identidad? ¿Cómo se puede hacer esto sabiendo que la ocupación posee un “cincel del tiempo” capaz de moldear la identidad del lugar dado que la ocupación no sólo tiene la capacidad de dividir el tiempo en relación con el espacio físico, sino que también controla la división del tiempo hipotético? 7
Abrasando la conciencia esboza cómo la disección geográfica del cuerpo nacional palestino se replica dentro de las cárceles sionistas, donde los prisioneros están recluidos en diferentes prisiones y en diferentes secciones dentro de las prisiones dependiendo de la región, aldea o campo de refugiados de donde provienen. Como era de esperar, afianzar aún más el proyecto sionista para disolver la lucha de liberación palestina está condicionado a disolver la identidad nacional palestina como un colectivo tangible o imaginado. Pero sabemos que el propio Walid respondió a esta desintegración orquestada y vio más allá de los campos de visión obstruidos, y escribió que fue el ser testigo de las masacres de su pueblo en el Líbano lo que lo llevó a la política:
Debo confesar que no había planeado nada: ni convertirme en luchador, ni unirme a ninguna facción o partido, ni siquiera involucrarme en política. No porque considere que todo esto está mal, ni porque la política sea indeseable o reprensible como algunos la perciben, sino simplemente porque estos eran temas duros e intrincados para mí. No me convertí en organizador ni en político por convicción premeditada. En lugar de eso, podría simplemente haber seguido con mi vida de pintor o trabajador de gasolinera, como había hecho hasta el momento que me tomaron prisionero. Podría haber elegido casarme con una de mis jóvenes parientes como hacen muchas familias, y tal vez haber tenido siete o diez hijos. Podría haber comprado un contenedor de transporte o convertirme en un experto en el comercio de automóviles y divisas. Todo esto estaba dentro del ámbito de lo posible, hasta que fui testigo de las atrocidades de la Guerra del Líbano y las posteriores masacres de Sabra y Shatila.
Walid considera que, de manera similar a la violencia desproporcionada del castigo colectivo y el asesinato en masa, la detención de palestinos en prisiones sionistas no es una medida de seguridad para Israel, sino que forma parte de programa integral y científico que apunta a la conciencia palestina. Los logros materiales de la violencia, que se relacionan principalmente con amenazas a la seguridad, palidecen en comparación con los objetivos psicológicos. Esto se ve inmaculadamente claro a través de la práctica común de torturar a los prisioneros durante los interrogatorios para extraer una información a la cual los oficiales israelíes ya tienen acceso. El objetivo aquí no son las amenazas materiales a la infraestructura de la resistencia, sino destruir el self y su relación con el colectivo mostrándolo como un traidor; una estrategia similar se observa en la respuesta israelí a los casos de disidencia en prisión, documentada en este libro .
Basándose en la tortura que acompañó a la huelga de hambre de los presos y que Walid había experimentado personalmente, observó que la represalia sionista no tenía como objetivo poner fin a la huelga sino poner fin a la acción colectiva como una posibilidad prospectiva o imaginada, tanto dentro de la prisión como en la lucha que conecta al prisionero con la lucha de liberación palestina más amplia. El objetivo parecía ser trabajar explícitamente para romper el colectivo, poner fin a la huelga de hambre indicaba casos de derrota individual y deserción en lugar de una retirada colectiva. La disolución de la conciencia requirió la disolución de los prisioneros como un cuerpo colectivo, reduciéndolos a un grupo de cuerpos individuales derrotados.
El libro señala que la violencia israelí -que no es necesariamente sensorial o claramente discernible, en forma o fuente- introduce una tortura mental junto con la tortura física que amplifica el sufrimiento al privar al prisionero de la capacidad de señalar la violencia que aguantan. Según Walid, esta incapacidad para nombrar, junto con la necesidad de actuar, es algo que históricamente ha funcionado en contra del desposeído pueblo palestino. El libro también señala las superposiciones entre conmocionar a los prisioneros mediante la tortura y el trauma de la sociedad mediante la destrucción asimétrica y masiva realizada por Israel histórica y actualmente, instigando al colectivo a hacer concesiones que no habrían podido hacer en condiciones normales, concesiones que requieren una alteración de las capacidades cognitivas.
La incapacidad de nombrar la condición palestina influye directamente, y en consecuencia influye también en la capacidad o potencialidad de cambiarla. Donde, según Walid, incluso la caracterización de la difícil situación de Palestina -utilizando el lenguaje del apartheid, por ejemplo- es inadecuada para describir la realidad: el apartheid no explica la estrategia israelí no sólo de segregar a los palestinos de los judíos israelíes, sino también de segregar a los palestinos los unos de los otros. El argumento fundamental del libro es que cualquier diagnóstico erróneo de la cuestión palestina, naturalmente, la hará una cuestión insoluble.
Pero Walid nos dicta que escapar de un diagnóstico erróneo es una parte integral de la lucha actual. Este diagnóstico erróneo es un síntoma de la estrategia sionista de recomponer, recrear al ser humano de acuerdo con su imaginario sionista. Recrear un palestino que esté bien adaptado a la ocupación, que haya abandonado durante mucho tiempo la tarea de resistirla y que no represente una amenaza para ella.
Walid nos dice que la única condición que consolida a todos los palestinos, en el exilio, en las prisiones y en las tierras ocupadas, es una condición de anhelo. Un anhelo no por un pasado que los palestinos alguna vez registraron en la memoria colectiva, sino por un futuro en el que está fijado su imaginario colectivo, un futuro de retorno y liberación. Un retorno no a la Palestina del mandato, sino a la Palestina liberada que superponga una conciencia colectiva palestina intacta sobre un territorio palestino intacto. En una entrevista grabada, Walid confiesa su anhelo por el mar Mediterráneo, por una casa tranquila en una colina tranquila con un perro que no perturbe su tranquilidad, anhelaba la memoria de una Palestina que aún está por crear, que él no fue testigo pero instó a quienes lo leyeron a crear.
Quiero afirmar que sólo escribo porque quiero permanecer autodeterminado durante el cautiverio. Mi escritura no es un testimonio de mi amor por el lenguaje poético ni de mi deseo de ser publicado. La mayor parte de lo que he escrito fueron cartas a mi esposa, mis hermanos y amigos, personas mucho más prolíficas que yo encontraron algún valor literario. Porque cuando tu cuerpo está enterrado bajo de toneladas de hormigón, metal y alambres de púas, delante de esta verdad abrumadora, si solamente nos quedamos con nuestras rudimentarias capacidades cognitivas y sensoriales, enfrentar esta realidad podría llevarte a la locura. Y la locura bajo una realidad trastornada es la culminación de la cognición, donde la mente imaginativa crea otra realidad que traspasa los muros de la prisión. Pienso que escribir es una operación para superar, para romper con esos muros. Intento hacerlo todos los días. Es el túnel que cavé bajo sus muros lo que me ata a la vida exterior, a lo que concierne a mi pueblo en Palestina y el mundo árabe. Esto no debería implicar que mi escritura sea una disociación de mi realidad dentro de la prisión. Por el contrario, por mucho que sea una creación de la realidad textual, la escritura es una herramienta metodológica para deconstruir y darle sentido a mi realidad como prisionero.
Aturdidos por otra guerra más que Israel ha librado contra nuestro pueblo en Palestina, con una escala de muerte y destrucción que sobrepasa nuestra capacidad de comprenderla, nosotras, al igual que Walid, nos enfrentamos a trayectorias divergentes. El primero mira fijamente la condición palestina con una idealización de lo que podría haber sido y se desmorona de desesperación al mirar el presente. La segunda es una investigación científica intencionada que se compromete a nombrar la violencia sionista que se extiende más allá de las estadísticas de destrucción. Walid señala en “Abrasando las conciencia” actuar contra la romantización y la desesperación. Considera que la romantización es un síntoma de incapacidad, pensando en cómo romantizamos a los prisioneros porque no podemos liberarlos, y la desesperación es una opulencia tentadora que no podemos permitirnos.
La pregunta para Walid no tiene que ver con el sentimiento; más bien, exige un análisis serio de las condiciones y del self para que se desvíe intencionalmente de las percepciones autoprotectoras distorsionantes. Para Walid, la cuestión proteger una conciencia que permanezca intacta a pesar de las fisuras en el terreno, un programa que invierta en una identidad cohesiva y en un colectivo sólido que no esté tan amenazado por la realidad como para perdonarse a sí mismo por mirar constantemente hacia otro lado. Con esto, Walid nos garantiza que no podemos cambiar lo que no podemos nombrar, y que nombrar requiere una disciplina que resista las distracciones de los síntomas, que sienta esos síntomas para deconstruirlos pero que no se desvíe por ellos, que identifique científicamente las operaciones que están detrás de esos síntomas y luego las desafíe conscientemente.
Ghina Abi-Ghannam es una estudiante de posgrado de Beirut y actualmente completa su doctorado en Psicología Social Crítica en el Graduate Center de la City University de Nueva York.
[1] R. Khalidi, The Hundred Years’ War on Palestine: A history of Settler Colonialism and Resistance, 1917–2017 (Metropolitan Books, 2020).
[2] N. Shalhoub-Kevorkian, “Living death, recovering life: Psychosocial Resistance and the Power of the Dead in East Jerusalem”, Intervention, 12:1, 2014, 16-29.
[3] Lara Sheehi & Stephen Sheehi, Psychoanalysis Under Occupation: Practicing Resistance in Palestine, (Routledge, 2001)
[4] Naomi Klein, The Shock Doctrine: The Rise of Disaster Capitalism, (Macmillan, 2007).
[5] Frantz Fanon, Colonial War and Mental Disorders (1963), 444-452.
Comentario