Por: Baltasar Garzón
La verdad es que nunca sabes qué te puede deparar la vida. A finales de 2006, entró en mi Juzgado, el número 5 de la Audiencia Nacional, una denuncia firmada por la Associació per la Recuperació de la Memoria Histórica de Mallorca. Relataban torturas, desapariciones forzadas y ejecuciones que tuvieron lugar durante el franquismo. Seguirían muchas más. En ese mismo año, un periodista australiano llamado Julian Assange había fundado una agencia llamada WikiLeaks. No nos conocíamos y ninguno de los dos podíamos saber lo que las acciones iniciadas entonces por cada uno de nosotros iban a marcar nuestra vida futura. Aunque creo que, cada cual por su lado, ambos podíamos intuir que el camino respectivo no iba a ser fácil.
En mi caso, recuerdo que en 2008, el entonces ministro del Interior, Alfredo Pérez Rubalcaba, me dijo: “Baltasar, has destapado la caja de los truenos y te va a traer consecuencias muy negativas para ti, pero has hecho lo que debías”. Alfredo era un buen político, de los que se echan de menos en estos tiempos, y una buena persona.
No sé si alguien avisó a Assange. El año 2010 pasó a la historia de la web, por las impresionantes filtraciones de documentos de WikiLeaks. Empezando por el vídeo Collateral Murder en que se ve cómo soldados estadounidenses disparan en Bagdad desde un helicóptero a dos periodistas de Reuters y varios civiles, incluido un niño, para conmoción del mundo.
De julio a octubre de aquel año, se hicieron públicos miles de documentos en relación con las guerras de Irak y Afganistán con escandalosas revelaciones, y en noviembre, cinco periódicos internacionales reciben más de 200.000 cables diplomáticos del Departamento de Estado USA. La gestión de la política exterior norteamericana se muestra desnuda y pestilente ante el mundo.
Mundo paralelo
Como tantos millares de ciudadanos, me sorprendí e indigné con lo que contaba WikiLeaks, pero yo también tenía mis propios problemas. En mayo de 2010, el Consejo General del Poder Judicial me había suspendido de funciones después de que el Tribunal Supremo admitiera a trámite sendas querellas de la más rancia ultraderecha de este país, por haberme declarado competente para instruir los crímenes del franquismo. A la vez, se abrían otras dos causas contra mí en el Alto Tribunal, una por la interceptación de las comunicaciones de los principales responsables de Gürtel en la prisión y otra más, absurda e inconsistente aparte de referida a hechos prescritos, por unos cursos en la Universidad de Nueva York, donde estaba como investigador invitado en materia de terrorismo.
Por cierto, en la documentación publicada por WikiLeaks, también aparecían los pactos entre la embajada estadounidense en Madrid y el fiscal jefe de la Audiencia Nacional para acabar con los procedimientos que se referían a Guantánamo que yo dirigía. Se trataba de “doblarme el brazo” (sic).
Mientras, en una carambola propia de los manejos del país más poderoso de occidente, la Fiscalía sueca había emitido una orden de detención contra Assange por unos inverosímiles abusos sexuales, que más bien parecían la excusa para llevarlo a EEUU. Los dos, en la distancia y sin relación alguna, vivíamos en un mundo paralelo en que dominaba el absurdo: nos veíamos atrapados en una telaraña que se iba enredando más y más hasta no dejar escapatoria.
La vida sigue
Como saben, en 2012 el Supremo Tribunal español decidió acabar con mi carrera profesional por el asunto Gürtel. Del caso del franquismo fui absuelto ya que el ruido que se había provocado hizo que los magistrados y los políticos que les jaleaban tuvieran precaución ante las reacciones. Pero me quitaron de en medio. Creo que a los jefes del otro lado del océano también les gustó la idea. A fin de cuentas, estaba enredando mucho con Guantánamo y otras hierbas judiciales. Poco importa que, en 2021, el Comité de Derechos Humanos de la ONU determinara que la sentencia proferida contra mí había sido parcial, arbitraria, sin doble instancia y que mi condena estaba falta de previsibilidad penal.
Como mi vida es la Ley, constituí en unión de varias personas comprometidas en las mismas luchas una Fundación pro derechos humanos y jurisdicción universal y un despacho de abogados en 2011 y 2012, respectivamente. Pero también, instituciones como la fiscalía de la Corte Penal Internacional me permitieron trabajar como asesor del fiscal Moreno Ocampo; en Colombia, como asesor de la Misión de Apoyo al Proceso de Paz de la OEA; en Ecuador, como coordinador de la Veeduría Internacional a la Reforma de la Justicia y, en Argentina, como presidente del Centro de Derechos Humanos de categoría dos de la UNESCO.
El hilo rojo
Conocerán una leyenda china que refiere que un hilo rojo invisible une a las personas destinadas a conocerse. Este hilo nunca desaparece y permanece constantemente atado a sus dedos, a pesar del tiempo y la distancia. Creo que eso nos pasó a Julian Assange y a mí.
Assange estaba sometido a un proceso de detención y entrega a Suecia, en el que se percibía la mano oculta de USA. Recuerden que el país nórdico había colaborado con este en las denominadas “rendiciones”, uno de los temas desvelados por WikiLeaks. Julian se entregó a las autoridades de Londres y estaba en libertad bajo control electrónico, que quebrantó refugiándose el 19 de junio en la embajada de Ecuador en la capital británica.
Defender a Julian ha sido siempre un ejercicio de lo mejor que te ofrece el Derecho, la posibilidad de combatir por la integridad de un inocente y, más aún, de defender valores democráticos fundamentales para todos
La noticia recorrió todas las redacciones del planeta. Una pequeña república latinoamericana, gobernada por un presidente progresista, Rafael Correa, se enfrentaba al todopoderoso EEUU. La lucha se percibía titánica.
En ese contexto, a primeros de julio, estando en Bogotá, recibí una llamada de mi buen amigo y excelente periodista Chechu Yoldi, con el que había compartido largos años de amable confrontación, él como periodista en la Audiencia Nacional y yo como juez. Eran tiempos en los que se cumplían las normas del respeto y entendimiento entre prensa y justicia.
Dolores Delgado le había aconsejado que me llamara porque, al parecer, tenía un mensaje de Julian Assange que me tenía que transmitir. Me dijo que este quería contactar conmigo para proponerme que me hiciera cargo de la coordinación de su defensa a nivel internacional. Quedé en que viajaría a Londres. Lo hice y acepté asumir el reto de su defensa en los momentos más delicados, cuando se le denostaba por los cargos artificialmente montados en Suecia.
Consecuencias
Nuestra primera entrevista fue sumamente cordial, nos entendimos desde el primer momento, a pesar de la situación tan adversa en la que estaba, enfrentado a Gran Bretaña y USA. Mi aceptación tuvo dos condiciones, hacerlo pro bono (es decir, sin cobrar, por mera vocación) y libertad de criterio jurídico. Siempre las respetó, hasta el día de hoy. Junto con Garret Pierce, somos los dos abogados que hemos estado desde el principio hasta ahora. Además de su esposa, Stella Assange.
Mi primera impresión fue la de un hombre con unas firmes convicciones, completamente seguro de que lo que había hecho estaba bien y de que jamás se doblegaría. Eso me gustó, pero era consciente de que, de nuevo, mi decisión me traería consecuencias.
El asilo se le otorgó por el gobierno ecuatoriano el 16 de agosto de 2012. Recuerdo que para acceder a la misión diplomática había que sortear un primer círculo de periodistas que rodeaban la embajada, y posteriormente, un segundo círculo de policías británicos que, por aquel entonces, incluso amenazaban con entrar a la fuerza en la misma.
Al salir llovía sin cesar. Una de esas lluvias de agua fina tan típica de Londres. Los periodistas me rodearon e hice mis primeras declaraciones a favor de Julian. Hoy, doce años más tarde, escribo una nueva declaración a favor de este aguerrido informador.
Tres días después, el 20 de ese mes y año, me convocó el Secretario General de la OEA para comunicarme que estaba cesado como asesor de la Misión de Paz de la Organización en Colombia. Le pregunté cuál era la razón y respondió: “tu trabajo es excelente, pero Estados Unidos me impone tu cese por haberte hecho cargo de la defensa de Julian Assange”. Le dije “oponte, convoca la asamblea de Estados”. “No puedo -contestó-, más del 60% del presupuesto está a cargo de USA”. Así terminó mi tiempo en la OEA. ¡Viva la libertad de elección de abogado!
De nuevo en la trinchera
Pero ninguna presión por importante que fuera me iba a desviar de mi objetivo en la defensa de Assange. De nuevo estábamos en la trinchera. Era un caso muy claro de vulneración de la libertad de expresión y de intento de eliminar al mensajero para que no pudiera seguir adelante y, por eso, defender a Julian ha sido siempre un ejercicio de lo mejor que te ofrece el Derecho, la posibilidad de combatir por la integridad de un inocente y, más aún, de defender valores democráticos fundamentales para todos. En la vida debes asumir retos y enfrentarte a quienes pretenden avasallarte. Ceder por miedo es aceptar que los canallas tienen razón. La razón de la fuerza, claro, y hay que confrontarlos.
La causa se estancó por años. Conseguimos pronunciamientos favorables de diversos organismos internacionales, destacando una intachable resolución del Grupo de Trabajo sobre Detenciones Arbitrarias del Consejo de Derechos Humanos de la ONU, que consideraba que la situación a la que se había llevado a Assange en su persecución debía calificarse como de detención arbitraria. Adicionalmente, también se consiguió archivar la causa sueca, una mera investigación preliminar de la Fiscalía sin sustento, que fue cerrada en el momento en que articulamos una toma de declaración en la embajada.
Todo ese trabajo jurídico implicaba viajes constantes, prácticamente semanales, a Londres. Días y días, sábados y domingos incluidos. Vuelos continuos e interminables; horas encerrados en ese minúsculo piso de la capital británica. Litigamos a nivel jurisdiccional en múltiples países e instancias internacionales. Un equipo brillante con personas de diversas nacionalidades y distintas especialidades que nos nutríamos en cada reunión. Siempre bajo la atenta mirada de Julian, quien escuchaba atentamente, para luego dar siempre una opinión final, que demostraba una gran capacidad de comprensión de materias que cualquiera podría pensar que no dominaría. Todo lo contrario, siempre me ha sorprendido su brillantez para lidiar con la complejidad jurídica de su causa.
Angustias y vicisitudes
Mientras, el protagonista de esta historia mantenía largos años de encierro, en la embajada de Ecuador, primero gracias al asilo concedido por Rafael Correa que sería levantado arteramente más tarde por su sucesor, Lenin Moreno, más pendiente de las órdenes del presidente supremo del norte que de cumplir con la ley.
Fue el 11 de abril de 2019 cuando la administración ecuatoriana de Moreno cometió una flagrante traición a los postulados más básicos de la institución del asilo. Entregó a una persona protegida, simplemente para lograr desbloquear un crédito internacional. Un acto por el que será recordado siempre el mandatario ecuatoriano.
A partir de ese momento, el asunto se centró en la solicitud de extradición de Estados Unidos, inicialmente por un cargo informático y, a continuación, por cargos bajo la temible Ley de Espionaje. Además, saltó entonces el caso, judicializado a día de hoy en la Audiencia Nacional, relativo al presunto espionaje para la CIA de la empresa española que proveía seguridad a la embajada ecuatoriana en Londres.
Durante estos años hemos padecido muchas angustias y muchas vicisitudes, hemos sido vituperados, investigados de la manera más sucia, hemos pasado jornadas aciagas y pocas alegrías, aunque también hemos agradecido defensas importantes, como las de infoLibre, con Jesús Maraña al frente, pero nuestra resistencia era la de Julian y a ella nos debíamos: estaban en juego los valores de la democracia y eso, amigos, son palabras mayores que nadie debe dejar de lado. Y aquí, en España, nuestro equipo, liderado por el abogado Aitor Martínez, sigue tratando de demostrar que, con Assange y todos nosotros, se quebrantaron todos los límites del derecho en favor de la mal llamada “Razón de Estado”.
Desde 2019, la dedicación ha sido constante a un tema que parecía no tener fin. Han sido más de cinco años de proceso de extradición en Reino Unido, viendo cómo Julian se consumía en la prisión de máxima seguridad de Belmarsh, conocida como la “Guantánamo británica”.
El azar y la necesidad
Finalmente, el acuerdo que este 26 de junio de 2024 se ha ratificado ante la jueza Ramona Villagómez Manglona en las Islas Marianas del Norte, un Estado libre asociado con EEUU, supone que se ha reducido a un cargo de los 18 que pesaban sobre Julian, y se da por cumplida la sentencia con el tiempo privado de libertad durante el proceso de extradición. Con ello, se reivindica el ejercicio de la libertad de prensa, tras haber informado sobre hechos muy graves que afectan a todos los habitantes de este planeta. El sacrificio ha sido enorme, pero el resultado es importante.
Julian Assange ha llegado a Camberra (Australia), su tierra natal, ha respirado por primera vez en casi catorce años el aire de la libertad. Podrá abrazar sin barreras a sus hijos y su esposa y se encontrará arropado por los suyos. En cuanto a mí, no puedo dejar de pensar en que hay una extraña concatenación de hechos en mi existencia y en la suya. Como pasa con la vida de todos y que, en ocasiones, se evidencia de manera sorprendente.
Verán, ese hilo rojo del que les hablaba se agazapaba tras muchas penurias, pero si los magistrados de la Sala II del Tribunal Supremo, solos o en compañía de otros, no hubieran deseado acabar con mi tarea, la historia de WikiLeaks quizás habría sido otra. No se habría puesto en evidencia a EE.UU. ni dado un toque de atención sobre el peligro que corre la libertad de informar. Sin el esfuerzo de tantos profesionales del derecho que hemos trabajado en el caso en los cinco continentes, y sin las voces indignadas de tantos miles de personas en todo el orbe, Assange posiblemente estaría cumpliendo condena perpetua, o vete a saber si esperando turno en el corredor de la muerte de algún penal norteamericano.
Todos debemos reflexionar sobre en qué lado de esta historia nos hemos posicionado. En mi caso, afirmo que he estado en el correcto. Pero es cierto lo que hace miles de años apuntaba Demócrito: “Todo es fruto del azar y la necesidad”.
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Baltasar Garzón Real es jurista y coordinador de la defensa de Julian Assange.
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