Por: Pablo Espinosa
Entre los estudiosos de lo espiritual, un fractal es “la huella digital de Dios”, término muy parecido al que los científicos crearon para el Bosón de Higgs: “la partícula de Dios”, y ese fractal “nos explica los misterios del universo”.
Está científicamente comprobado, por ejemplo, que lo que tienen en común las galaxias, la formación de nubes y el sistema nervioso de los humanos, es una serie de patrones que en matemáticas se llaman fractales.
Entre los estudiosos de la filosofía, un daimon es un ser poseído por la divinidad que nos revela misterios cuando crea obras artísticas.
He ahí a Bob Dylan, ese daimon.
Fragments se subtitula Time Out of Mind Sessions (1996-1997) y es el volumen 17 de The Bootleg Series.
En el libro de gran formato que acompaña la serie de cuatro vinilos que conforman una de las versiones (las otras versiones, o formatos, se pueden conseguir en Spotify, Apple Music y Amazon Music, entre otras plataformas) que salieron a la venta hace pocos días, el especialista Douglas Brinkley anota: “Entre 1996 y 1997, Bob Dylan escribió 11 de los más profundos y poéticos lamentos en el tesoro lírico nacional”.
No cito el párrafo completo del maestro Brinkley porque brincan enseguida las contradicciones en torno a un autor, Bob Dylan, que se desenvuelve entre el misterio, la leyenda y las fantasías de los autodenominados “dylanólogos”. Porque resulta contradictorio decir que Time Out of Mind es un disco acerca de un supuesto “miedo a la muerte” y una de sus variantes, el “miedo a envejecer”, cuando la realidad, es decir, la escucha del disco, nos muestra un mundo de esperanza y de belleza y de alegría de vivir.
El propio Brinkley brinda páginas adelante testimonios de lo poliédrico, lo caleidoscópico, lo fractálico del pensamiento de Bob Dylan:
Muchos compositores, acota Brinkley, consideran la pieza Not Dark Yet (que forma parte del álbum que hoy nos ocupa) como una de las de mayor calibre poético.
Dice Dylan al respecto: “Busco vivir sobre esa delgada línea que divide el desconsuelo y la esperanza. Procuro mis pasos sobre esa línea rociado en fuego”.
Argumenta, aunque sea en su contra, Brinkley: mientras muchos creen que estamos frente a una canción triste, funesta, lúgubre, Dylan nos aclara: esos versos no son más que una afirmación del transcurso del tiempo en nuestro cuerpo, en nuestra vida. “Las cosas de pronto nos pueden parecer oscuras, pero el vocablo yet en mi canción señala el tintineo, el aviso de que aún estamos a tiempo de disfrutar el gozo espiritual de estar vivos”.
Queda demostrado, deduce Brinkley, que Dylan no está manifestando temor alguno frente a la muerte, sino sencillamente canta y glosa una realidad innegable, que se aproxima todo el tiempo: el tic tac.
Ese tintineo, ese término, “tic tac”, lo utiliza Dylan varias veces en los poemas que conforman su álbum Time Out of Mind, que en los cuatro vinilos que integran su nuevo álbum se repiten en versiones de ensayo y de concierto y modalidades varias, como se repite un fractal, o un mantra.
Por cierto, Time Out of Mind, interviene Anne Margaret Danniel, “es el tiempo que existió antes de que existiera la memoria; el Tiempo Fuera de la Mente es el tiempo que las personas no pueden volver a vivir, ni siquiera recordar, y del que no hay siquiera registro oral, mucho menos escrito; vaya, no existió tampoco en los pictogramas sobre las paredes de las antiguas cuevas. Es un tiempo que recoge y rebasa las centurias”.
Hay consenso: Time Out of Mind es una obra maestra, la primera después de Blood on the Tracks, de 1975. Tuvieron que pasar dos décadas y dos años para que Dylan se atreviera a leerle a alguien –y ese alguien fue Daniel Lanois, el productor de Time Out of Mind– los poemas “que había protegido tantos años”, confesó el poeta.
Las leyendas y los mitos que dylanólogos y profanos han tejido alrededor de este disco pendulan en hipótesis falsas: la muerte de Jerry García, compositor y alma de la banda de culto Grateful Dead y hermano del alma de Bob Dylan, fue un mazazo que aniquiló su creatividad y sus ganas de vivir. Falso de toda falsedad.
Luego de ese golpe de la vida, Bob Dylan viajó en secreto a los rincones más íntimos de su vida anterior, fue a distintos puntos que le significan mucho vitalmente; también fue al campo y, a la manera de Bach, observó el comportamiento fractal de la naturaleza.
Y se sentó a escribir poesía.
El resultado fue el álbum Time Out of Mind, la piedra de toque que concluyó en la decisión de la Academia Sueca de otorgar el Premio Nobel de Literatura a Bob Dylan años después, cuando Dylan ya había completado una tetralogía donde desarrolló sus ideas centrales: el gozo de la vida, las canciones de amor, la sobrevivencia, el triunfo sobre la muerte.
Las otras esquinas de la tetralogía son los álbumes Love and Theft, Tempest y Modern Times.
Frente a los desatinos que se han escrito acerca de su obra, Bob Dylan recurre al gesto mayor de la inteligencia: la ironía, y en el cauce de ese turbulento río suelta verdades, para que las pesque quien esté mejor concentrado con su caña y suelte hilo y piense:
Las canciones de Time Out of Mind, retó Dylan, “hablan de las cosas más terribles de la vida”.
¿Habla de las injusticias sociales?, ¿del hambre?, ¿de la explotación?, ¿las guerras? Habla de eso y de cosas peores. Sin nombrarlas.
Bob Dylan es un poeta. Y los poetas escriben las verdades y los misterios del mundo con tan sólo dirigir una mirada hacia ellos, como un parpadeo.
En las más de seis horas de música del nuevo disco de Bob Dylan, remasterizada, remezclada, puesta en limpio para que entendamos que es poesía y música exquisita, hay canciones de desamor, claro, pero yo las desestimo, porque lo que vale la pena de la vida es el pensamiento positivo, el cultivo de emociones positivas, y Bob Dylan nos convida en este disco algunas de sus más hermosas canciones de amor.
When the evening shadows and the stars appear And there is no one there to dry your tears I could hold you for a million years To make you feel my love
¿Cursi? Absolutamente. Pero hay de cursilerías a cursilerías. El Disquero se declara cursi y declama al oído de usted, hermosa lectora, los versos de esta canción de amor.
When the rain is blowing in your face And the whole world is on your case I could offer you a warm embrace to make you feel my love
¿Qué música viaja tomada de la mano de este poema tan hermoso? ¿De esta bella carta de amor?
Una música exquisita, característica fundamental de toda la obra de Bob Dylan, quien indaga en las raíces del blues pero no intenta cantar como los negros del Delta del Misisipi (ruta que sí siguieron los Rolling Stones y toda la tribu británica), escarba en el cancionero de los años 50 del siglo XX, pero no brinca para alcanzar a aquellos grandes maestros; se postra escuchando horas y horas gospel, pero no se pone a predicar, retumbar dando palmadas y caer poseído en el piso, dominado por espíritus a quienes ha convocado.
Nada de eso y todo eso.
Bob Dylan se acompaña de sus iguales: el pianista Jim Dickinson, el guitarrista Bucky Baxter, el bajista Tony Garnier, el baterista Tony Mangurian y así hasta completar más de una veintena de músicos, toda una orquesta dirigida por Bob Dylan, quien los va alternando, da indicaciones al organista para lograr atmósferas entre Anton Bruckner, Olivier Messiaen, Edgar Allan Poe y todos ellos juntos, arrodillados en una iglesia donde todos cantan gospel.
Si ponemos atención, detectamos los vectores: no hay riffs, no hay “solos”, no hay lucimientos personales. Brillan todos, juntos, en equipo. Por indicación del director de orquesta, Bob Dylan, nadie intenta sobresalir; por el contrario, todos se ponen al servicio de la música, se arrodillan frente a la poesía, bailan junto a nosotros, los escuchas.
Bob Dylan siempre será un misterio. Seguirá escribiendo poesía y se seguirán escribiendo chismecillos, elucubraciones, intentos vanos de saber de su vida privada, que la tiene, y esa es una virtud ejemplar, leyendas urbanas, interpretaciones hermenéuticas de sus canciones y él seguirá ahí, de pie, sonriendo.Tal y como sonríe un fractal en la quietud de la noche.
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