Por: Chad Pearson
Entender el resurgimiento del Ku Klux Klan a principios del siglo XX permite comprender las raíces de los activistas y políticos reaccionarios de hoy.
Nancy MacLean acaba de reeditar Behind the Mask of Chivalry (Tras la máscara de la caballerosidad), tres décadas después de su aparición original, y está garantizado que le interesará a una nueva generación de académicos y activistas que buscan comprender la segunda repetición del Ku Klux Klan, la hiperpatriótica organización protestante de supremacía blanca que contaba con entre dos y seis millones de miembros a mediados de la década de 1920, así como también la historia más amplia de las organizaciones reaccionarias en los Estados Unidos. Más conocida en los círculos liberales por su exitoso libro de 2017 sobre pensadores y políticos conservadores posteriores a la Segunda Guerra Mundial, Democracy in Chains (Democracia encadenada), MacLean ya se había ganado la admiración general por su exploración de esta temprana organización de derecha. Las pruebas de por qué su premiado libro envejeció bien a lo largo de los últimos treinta años y de por qué Oxford University Press decidió reeditarlo son evidentes: numerosos profesores siguen asignándolo, innumerables historiadores lo citan y los mejores estudiosos del Ku Klux Klan le dedicaron merecidos elogios. Es, según otro experto en la materia, el historiador Thomas R. Pegram, «el libro individual más conocido e influyente sobre el Ku Klux Klan de los años veinte». Y su valor no es sólo para los académicos: el libro nos ayuda a comprender algunas de las raíces de los activistas y políticos reaccionarios de hoy en día.
La edición de 2024, idéntica al libro de 1994 salvo por un nuevo prefacio de ocho páginas y media, ofrece una brillante visión de las actividades del Ku Klux Klan: cómo se organizaban sus miembros, por qué lograron ser aceptados en muchos sectores y por qué sus reprobables actividades siguen teniendo importancia hoy en día. MacLean traza un vívido retrato del periodo que desencadenó el renacimiento del Ku Klux Klan, destacando la expansión de las grandes empresas, el estallido de los conflictos de clase, la resistencia a las gravosas leyes Jim Crow y la presión de las mujeres por conseguir mayores libertades personales. El Klan respondió a estos acontecimientos con un racismo, un nativismo, un antisemitismo y un sexismo venenosos, así como con estridentes llamamientos a la subordinación de la clase trabajadora a sus «superiores» sociales y económicos y con exigencias de una estricta rectitud moral.
Formado en el área de Atlanta a finales de 1915 bajo el liderazgo del antiguo predicador metodista William Simmons, nacido en Alabama, el segundo Klan, inspirado en la iteración inicial del Klan posterior a la Guerra Civil Estadounidense que desapareció oficialmente a raíz de las persecuciones federales de principios de la década de 1870, alcanzó influencia nacional en los años posteriores a la Primera Guerra Mundial. En 1924, todos los estados de la Unión contaban con secciones del Ku Klux Klan. El crecimiento fue especialmente impresionante en los estados del sur, como Alabama, Oklahoma y Texas, y en los del norte y oeste, como Indiana, Ohio y Oregón. Sus miembros vestían atuendos, celebraban reuniones semanales, obtenían cargos en los gobiernos locales, estatales y nacionales, organizaban marchas en numerosos centros urbanos, quemaban cruces en parques y colinas y, lo que era más terrible, secuestraban, azotaban y a veces emplumaban a diversas víctimas.
Durante generaciones, los estudiosos del Ku Klux Klan debatieron las razones de su crecimiento, sus objetivos principales y la composición de clase de la organización. Las primeras interpretaciones sugerían que el Ku Klux Klan atraía a reaccionarios de baja estofa procedentes de pequeñas comunidades, y que estos hombres ignorantes en general se unían por intensos sentimientos de nativismo y racismo. Los estudiosos han señalado que sus miembros eran tradicionalistas retrógrados temerosos de las élites. Sin embargo, no todos están de acuerdo con esta interpretación. Otros análisis demostraron que la organización atraía y estaba dirigida por élites protestantes bien conectadas, tanto en entornos urbanos como rurales. Un importante estudio señala que la organización le ofrecía a los hombres con movilidad ascendente importantes oportunidades de establecer contactos y que estos miembros del Ku Klux Klan dejaron un legado duradero de intolerancia. La mayoría coincide en que los principales líderes del Ku Klux Klan eran relativamente acomodados.
Numerosos estudios comunitarios destacan la forma en que las condiciones locales, incluida la corrupción en la política, las diversas expresiones de lo que entonces se llamaba «vicio» [alcohol, drogas, prostitución, juego ilegal, etc.] y el repunte en los índices de delincuencia atraían a los miembros. Algunos destacaron que el Klan se enfocó en reclutar a verdaderos creyentes de su credo reaccionario; otros, como ilustra el historiador David J. Goldberg en un ensayo de revisión, señalaron que la organización «atrajo a un sector de ciudadanos corrientes, ingenuos y crédulos». Algunos subrayaron las ideas racistas y las acciones violentas de la organización. Otros, el hecho de que la organización estaba interesada principalmente en controlar el comportamiento de sus conciudadanos blancos, insistiendo en que adoptaran códigos morales adecuados, permaneciendo fieles a sus cónyuges y evitando el alcohol. Sin negar la intolerancia racial y religiosa de la organización, estos estudiosos afirmaron que la organización se inspiró en las tradiciones reformistas de la Era Progresista, especialmente en la prohibición. Eran, como dijo un estudioso, «reformistas intolerantes».
El populismo reaccionario de la pequeña burguesía
Basándose en décadas de erudición y años de investigación en documentos sobre fuentes primarias, MacLean se centra principalmente en las actividades del Ku Klux Klan en Athens, Georgia, aunque sus argumentos se aplican más allá de esta región. Por encima de todo, sostiene que la gente de clase media de Athens y alrededores, preocupada por los problemas relacionados con la raza, el género y la clase social, creó un movimiento duradero que propugnaba lo que ella caracteriza como «populismo reaccionario». Al igual que los populistas de la década de 1890, el Ku Klux Klan de la década de 1920, al menos en Athens, estaba formado principalmente por pequeños empresarios, campesinos y terratenientes con movilidad descendente, que se sentían presionados por fuerzas de abajo y de arriba. Estaban, escribe, «atrapados entre el capital y el trabajo», angustiados por la creciente influencia de organizaciones como la Asociación Nacional para el Progreso de las Personas de Color (NAACP, por sus siglas en inglés) y horrorizados por el espíritu rebelde que mostraban las mujeres jóvenes.
MacLean analiza cómo sus miembros, en su mayoría hombres de familia de clase media que asistían a la iglesia, se enfrentaban a cuestiones relacionadas con la clase, el género, la raza y la moralidad. «De hecho, los variados ataques del Ku Klux Klan contra afroamericanos, judíos e inmigrantes —explica— convergían en un objetivo básico común: asegurar el poder de la pequeña burguesía blanca frente a los desafíos derivados del capitalismo industrial moderno”. Su interpretación populista reaccionaria se hace eco de una declaración de Sam Darcy en el Daily Worker en 1927. Los diversos mensajes del Klan, explicaba, estaban diseñados para «apelar al interés económico y a la mojigatería social de la pequeña burguesía del Sur».
Según MacLean, importantes sectores de la respetable clase media se unieron al Ku Klux Klan y participaron en él, en parte como respuesta a los numerosos conflictos de clase que estallaron en la nación inmediatamente después de la Primera Guerra Mundial. Los más de cuatro millones de huelguistas de 1919 —mineros del carbón, estibadores, trabajadores del acero, aparceros e incluso algunos policías— alarmaron a un número creciente de pequeños empresarios y propietarios. «Un hombre de clase media inclinado al miedo —escribe— podía ver en los acontecimientos de 1919 la pesadilla de los fundadores de la república hecha realidad: la creciente desigualdad económica había generado un poder que se concentraba por arriba y por abajo de una gran masa con poco interés en la sociedad».
Este sector medio arremetió contra los que estaban por encima y por debajo de ellos. Los miembros del Ku Klux Klan se oponían al creciente poder de Wall Street y al crecimiento de las cadenas de tiendas, así como a los disturbios laborales, a una comunidad afroamericana cada vez más desafiante y a las adolescentes rebeldes. Reclutaban abogados, hombres de negocios y, sobre todo, ministros que condenaban el vicio y desdeñaban sin concesiones el catolicismo, el comunismo y el judaísmo. Detestaban a los católicos porque los miembros del Ku Klux Klan creían que le daban prioridad al Papa por sobre las instituciones republicanas de la nación. Los miembros del Klan expresaban opiniones antisemitas porque suponían que los judíos «tenían un “dominio” sobre las finanzas y, por tanto, sobre toda la economía». En la opinión de MacLean, este punto de vista fue adoptado por numerosos populistas en la década de 1890, aunque algunos Historiadores sostienen que es una exageración.
La autora hace un buen trabajo priorizando la lista de objetivos del Klan, señalando que las amenazas desde abajo, incluyendo la organización radical, las luchas de la clase obrera y la propagación de las ideas marxistas representaban, en la mente de sus miembros, la «principal amenaza para la república». Naturalmente, esos temores asustaron a muchos conservadores y élites tras la revolución bolchevique de 1917. Los miembros del Klan creían que el éxito de la revolución formaba parte de una conspiración judía, otra forma en que la organización expresaba su antisemitismo. Los judíos de tendencia izquierdista, observaban los miembros del Klan con inquietud, también participaban activamente en organizaciones marxistas en su país; estos radicales se solidarizaban con los afroamericanos y promovían lo que los miembros del Klan llamaban burlonamente «igualdad de los negros».
MacLean establece importantes conexiones más allá de Athens y de la propia nación. Su último capítulo trata del auge del fascismo europeo, que coincidió con el crecimiento del Ku Klux Klan. Cualquier relato, escribe, que «no considere» al Klan en el contexto de los crecientes movimientos de extrema derecha en lugares como Italia, Alemania y España «está destinado a producir una comprensión limitada de su lugar en la historia». Explica que el portavoz del Klan hablaba favorablemente de las acciones antiobreras emprendidas por los fascistas en Italia y Alemania. Y nos enteramos de que los activistas anti-Klan, incluidos los miembros del Sindicato Granjero-Laboral de Oklahoma, advirtieron respecto de los paralelismos entre los fascistas italianos y los miembros del Klan nacionales.
En un momento en que el fascismo empezaba a despegar en Europa, durante la segunda parte de la década de 1920, el Klan experimentó un acusado descenso en el número de sus miembros. Aunque muchos historiadores lo atribuyen a la publicidad negativa y a varios escándalos internos dignos de mención —incluyendo casos de infidelidad conyugal de miembros de alto rango, consumo de alcohol, mala gestión de fondos y un caso de violación y asesinato—, MacLean señala que la organización perdió miembros porque había alcanzado muchos de sus objetivos. A mediados de la década de 1920, el movimiento obrero estaba prácticamente en retirada, y grupos como la NAACP contaban con muchos menos miembros a escala nacional y ya no tenían sección operativa en Athens. Y la Ley de Orígenes Nacionales de 1924 restringía severamente la inmigración. MacLean escribe: «En la mayoría de los frentes, los miembros del Klan podían sentirse, si no triunfantes, al menos aliviados a mediados de la década». Por supuesto, este no fue el final de la historia: la década de 1930 fue testigo de un resurgimiento de la organización derechista, incluyendo renovadas movilizaciones del Ku Klux Klan contra un poderoso movimiento obrero.
Sin embargo, el análisis de MacLean sobre la naturaleza del racismo del Ku Klux Klan, así como su interpretación de la opinión de sus miembros sobre las grandes empresas, deja bastante que desear. De hecho, su creencia de que el populismo reaccionario es la mejor forma de describir al Klan funciona en muchos contextos, pero no en todos. En lugar de reaccionar con incomodidad y rabia ante la dinámica del capitalismo industrial moderno, muchos miembros del Klan eran acérrimos defensores del mismo.
En primer lugar, no se puede hablar del Ku Klux Klan, especialmente de sus actividades en el Sur, sin enfrentarse a la cuestión del racismo, y MacLean ofrece el contexto necesario respecto de la omnipresencia virtual de la supremacía blanca. Ningún ámbito de la sociedad, incluidas la vivienda, la educación, la justicia penal y el empleo, quedaba al margen de las aborrecibles leyes Jim Crow. Nada de esto era aceptable para los afroamericanos. Una población negra envalentonada, politizada al menos en parte por la retórica democrática en torno a la Primera Guerra Mundial, provocó respuestas intolerantes por parte de los blancos y desencadenó el crecimiento generalizado del Ku Klux Klan.
Sin embargo, MacLean no ofrece una explicación coherente del enfoque a menudo inconstante del Klan respecto al «problema negro». En algunas secciones señala, acertadamente, que los miembros del Klan adoptaron un tipo de racismo que servía a los objetivos de control y explotación de los hombres de negocios. La anécdota más persuasiva directamente de la fuente, el Mago Imperial William Simmons. Hablando ante una bulliciosa multitud en un juzgado de Decatur, Georgia, en 1921, Simmons atronó diciendo que el Ku Klux Klan estaba decidido a garantizar que «los negros se pusieran en su sitio y se quedaran en su sitio». Es de suponer que los miembros del Klan de la segunda oleada, al igual que los del periodo de la Reconstrucción, tenían conceptos claros sobre «su lugar»: en los lugares de trabajo durante sus horas de vigilia y en las comunidades segregadas cuando no trabajaban. MacLean muestra una clara comprensión de la relación entre capitalismo y racismo: «La subordinación de los afroamericanos, después de todo, sustentaba toda la economía sureña».
Sin embargo, ofrece afirmaciones contradictorias al sugerir que los miembros del Ku Klux Klan «se veían a sí mismos como un ejército en entrenamiento para una guerra entre razas, si eso resultaba necesario para perpetuar a Estados Unidos como “una nación de hombres blancos”». En la descripción de MacLean, el sucesor de Simmons, Hiram Wesley Evans, aparece como un excluyente racial empedernido. Evans, sostiene, «estaba de acuerdo en que las diferentes razas nunca podrían compartir la tierra en paz». Pero, por supuesto, había muchas interacciones pacíficas entre blancos y no blancos en el Norte y en el Sur. Entonces, ¿de qué se trataba? ¿Creían los miembros del Klan en la eliminación de los afroamericanos? ¿O exigían la presencia de los negros, reconociendo su valor económico para las clases empresariales blancas? Huelga decir que las propias declaraciones del Klan eran a menudo contradictorias. Estas contradicciones deben ser interrogadas cuidadosamente.
En su favor, MacLean reconoce que la mayoría de los miembros del Klan no se veían a sí mismos como preparándose «para una guerra racial inminente con la gente de color». En una época en la que muchos afroamericanos del Sur trataban de escapar de los estallidos racistas generados por grupos como el Klan en busca una mejor vida en las ciudades del Norte, MacLean reconoce que los «plantadores del Sur a veces llegaron a creer que las cosas habían ido demasiado lejos». Esto es lo que los sociólogos llaman la «paradoja de la represión». Demasiada represión en forma de ahorcamientos, latigazos o incluso marchas intimidatorias convencía a los trabajadores negros para que huyeran, privando a los propietarios y gerentes de mano de obra adecuada. Por esta razón, no todas las élites apoyaban al Ku Klux Klan.
Sin embargo, los lectores pueden sentirse confundidos por la reticencia de MacLean para explorar las distinciones significativas entre las formas paternalistas y explotadoras de racismo, por un lado, y sus versiones odiosas y asesinas, por otro. No cabe duda de que los miembros del Klan creían en la supremacía blanca, pero sin embargo tuvieron muchas interacciones no hostiles con los afroamericanos. MacLean no investiga, por ejemplo, las relaciones que los miembros del Klan establecieron con las élites negras conservadoras, tanto en contextos religiosos como seculares. Después de todo, los miembros del Klan de numerosas partes del país donaron dinero a iglesias negras, se reunieron con defensores de los negocios negros como Marcus Garvey, y una sección de Nueva Jersey incluso empleó a músicos negros para dirigir un desfile del Klan en 1926. Por su parte, el Mago Imperial Evans escribió un artículo muy favorable sobre Booker T. Washington, el dirigente universitario favorable a la segregación y contrario a los sindicatos que murió en noviembre de 1915, el mismo mes y año en que se formó el segundo Klan. Washington, al igual que los miembros del Klan, exigía que los negros aceptaran las leyes Jim Crow y las normas capitalistas.
De hecho, no debemos perder de vista los fundamentos económicos del racismo, así como la determinación de los dirigentes del Klan para garantizar que los afroamericanos siguieran siendo una fuente fiable de mano de obra. Para lograr este objetivo básico, los dirigentes cultivaron sentimientos de superioridad racial entre las clases, colaboraron con líderes negros conservadores y se aseguraron de que los afroamericanos vivieran con miedo, pero sin demasiado miedo. En pocas palabras, los miembros del Klan con intereses comerciales, al igual que los terratenientes, querían una mano de obra estable, no una que estuviera ansiosa por marcharse. MacLean nos ayuda a comprender las dimensiones del racismo, pero, al igual que otros estudiosos y portavoces de organizaciones de derechos civiles, no distingue adecuadamente entre sus formas conductuales y estructurales.
La organización de élites y la larga historia del «vigilantismo»
Aunque el análisis de MacLean sobre la composición de clase del Klan parece correcto en su mayor parte, exagera la hostilidad de la organización hacia las grandes empresas. Los barones del robo más importantes no se unieron al grupo, pero sí lo hicieron muchos miembros privilegiados de comunidades de todo el país, incluidas influyentes élites económicas y políticas. Algunos líderes del Ku Klux Klan se jactaban de atraer a los ciudadanos más prominentes. Por ejemplo, pocos meses después de que William Simmons realizara una importante campaña de reclutamiento a finales de 1920, se vio «inundado de cartas procedentes de todas las secciones del condado, muchas de ellas de hombres que ocupan altos cargos en los asuntos de la nación, y algunas de ellas de líderes tanto del partido demócrata como del republicano, en las que expresaban su creencia en los verdaderos objetivos y propósitos del Ku Klux Klan». Los miembros del Ku Klux Klan, por ejemplo, hablaban bien de Henry Ford, el rico, poderoso y antisemita fabricante de automóviles.
Por lo general, los miembros del Ku Klux Klan se ponían del lado de los empresarios en las disputas industriales y mostraban gratitud por sus posturas en varias cuestiones morales. El miembro del Ku Klux Klan de Filadelfia Paul Winter, por ejemplo, honró a «los mayores grupos industriales del país» por su trabajo a favor de las leyes de prohibición. Y los intelectuales del Klan veían la acumulación de riqueza como un signo inequívoco de supremacía blanca. Lothrop Stoddard, miembro del Klan y prolífico autor de libros populares entre los racistas, lo señaló explícitamente en 1922: «La cantidad de riqueza amasada por el mundo blanco en general y por Europa en particular desde principios del siglo XIX es sencillamente incalculable». Presumiblemente, Stoddard no creía que sus camaradas del Ku Klux Klan tuvieran que conformarse con ser propietarios de pequeños negocios y tener un estatus pequeñoburgués.
Y lo que es más importante, en sus visitas de reclutamiento los más conoci mejores ciudadanos dos organizadores itinerantes, como Kleagles, se dirigieron primero a los residentes más ricos de las distintas comunidades. Normalmente no se trataba de los Ford o los Rockefeller, pero formaban parte de las clases dirigentes locales. Según las palabras de un crítico del Klan de 1924, los organizadores buscaban a los «»: «el banquero y el comerciante de la Cámara de Comercio». El hecho de que el Klan se organizara de arriba hacia abajo cuestiona la idea de que fuera una organización verdaderamente populista. ¿Se veían a sí mismos los gordos banqueros como «populistas reaccionarios»?
Tal vez sí. O tal vez sólo querían que los demás los percibieran así. Sea como fuere, el Ku Klux Klan no fue la primera organización antisindical que utilizó un lenguaje populista para ocultar sus intereses de clase. Dos décadas antes, la Citizens’ Industrial Association of America, [Agrupación Ciudadana de Industriales de los Estados Unidos, CIAA por sus siglas en inglés], formada por empresarios, banqueros, abogados, líderes religiosos, políticos y trabajadores antisindicales, surgió para luchar contra el «problema laboral» y promover el sistema de relaciones industriales de tienda abierta [práctica antisindical por la que los empleadores no le exigen a los trabajadores ser miembros de un sindicato como condición para ser contratados o mantener su empleo]. Llevaron a cabo su trabajo político, extralegal y de relaciones públicas bajo el lema «Para la protección de la gente común». Décadas más tarde, el Mago Imperial Evans, haciéndose eco del lenguaje empleado por esta generación anterior de activistas antiobreros de todas las clases, prometió ayudar a la «gente común» a restablecer «el control de su país». El uso de la retórica populista por parte de la CIAA, su juramento de confidencialidad, los ataques ocasionales de «vigilantes» [individuos o grupos que asumen roles de vigilancia, seguridad o justicia fuera del marco legal] contra sindicalistas y activistas de izquierda y los éxitos en la creación de sucursales en regiones de todo el país ponen en duda la afirmación de MacLean de que el Klan «fue el primer movimiento de vigilantes nacional, sostenido y autoconscientemente ideológico de la historia estadounidense». Sencillamente, no lo fue.
De hecho, muchos miembros del Klan eran también miembros de la CIAA. Recientemente, el historiador Kenneth Barnes mostró el modo en que las coaliciones de la Asociación Ciudadana y los miembros del Klan emplearon prácticas vigilantes para destruir una huelga de dos años organizada por los empleados del Missouri and Northern Arkansas Railroad entre 1921 y 1923. Estas horribles actividades incluyeron campañas de expulsión, palizas y el secuestro y ahorcamiento en un puente del huelguista Ed C. Gregor en 1923. Los hombres de la CIAA y del Klan del Noroeste de Arkansas no establecían distinciones claras entre empresas de distinto tamaño, unificados por su odio a la militancia obrera y, en esencia, actuaban como el ala vigilante de esta corporación ferroviaria.
Resulta difícil imaginar un escenario en el que los miembros del Ku Klux Klan del noroeste de Arkansas —o los radicados prácticamente en cualquier otro lugar— albergaran un deseo similar de lanzar campañas sostenidas para aplastar a los inversores de Wall Street o a los jefes de las empresas. Sus violentos impulsos antiobreros eran visiblemente mucho más fuertes. De hecho, desde los bosques de Maine hasta los muelles de California, los miembros del Ku Klux Klan utilizaron diversas formas de coerción política y brutalidad justiciera, como establecer coaliciones con líderes electos, organizar grandes marchas, lanzar redadas de secuestros y participar en palizas colectivas. El objetivo era intimidar, derrotar y, en última instancia, silenciar a los activistas de la clase trabajadora y a los políticos radicales de todas las etnias y razas.
Al igual que los activistas empleadores en el movimiento tienda abierta, el Ku Klux Klan de la década de 1920 sirvió a los intereses capitalistas tanto con palabras como con hechos. En ambos casos, estas organizaciones de interclasistas se jactaban de atraer a los «mejores ciudadanos». Un número desproporcionado de personas de clase media, incluidos los propietarios de pequeños lugares de trabajo, se unieron a estas organizaciones principalmente porque superaban en número a los miembros de la clase extremadamente rica. Los hombres blancos protestantes de clases media y alta participaron y lideraron organizaciones reaccionarias porque querían ley y orden en sus comunidades, así como autoridad y estabilidad en sus lugares de trabajo.
Revisitando el Segundo Klan en 2024
Si Maclean pudiera retroceder en el tiempo, admite que habría indagado «más profundamente en el apoyo de las élites al Klan». Para ello sería necesario reconocer que los responsables políticos del Ku Klux Klan estaban considerablemente más cerca de la clase dominante que de las clases trabajadoras, aunque la organización reclutara a personas de todas las clases. Hoy entiende que numerosos «hombres blancos protestantes ricos y poderosos vieron entonces (y ven ahora) ventajas en apoyar un movimiento así, aunque no suscribieran a todas sus ideas».
Y este no es el único aspecto que revisaría. Consciente de la reciente popularidad de los estudios sobre el colonialismo de los settler [colonos], MacLean afirma que habría llevado «más lejos el análisis del racismo del Ku Klux Klan» examinando el desplazamiento y genocidio de los pueblos originarios. Además, identificando el poder de las influencias reaccionarias de la actualidad, «se habría centrado más en la mecánica de» los pintorescos organizadores del Ku Klux Klan, personas que compartían similitudes con personalidades mediáticas de la derecha actual como Sean Hannity, Tucker Carlson y el difunto Rush Limbaugh. Por último, MacLean plantea que habría relacionado los rituales aparentemente anticuados del Ku Klux Klan con la política de género. Estos rituales, escribe, «tenían un propósito: tranquilizar a los hombres que se sentían incómodos sobre su posición en una sociedad y una cultura cambiantes».
MacLean identifica muchos signos preocupantes en los años posteriores a la publicación de su libro. Desde su publicación, los estallidos populistas de extrema derecha salpicaron periódicamente a la sociedad: el auge del movimiento miliciano y el atentado de Oklahoma City en 1995, la aparición y popularidad del movimiento Tea Party y del actual movimiento MAGA inspirado por Donald Trump. MacLean escribió su nuevo prefacio justo antes del segundo triunfo electoral de Trump, una señal de que las ideas populistas de derechas siguen atrayendo a un gran número de estadounidenses, en su mayoría de clase media (y cada vez más de clase trabajadora). «Los hombres con túnicas blancas y capuchas son pocos y están lejos entre sí —escribe— pero las creencias, las acusaciones y los impulsos asociados a su causa están de vuelta».
Sin embargo, MacLean es optimista y anima a los lectores a relacionarse con las primeras formaciones derechistas como el Ku Klux Klan «para comprender y contener mejor a sus descendientes en nuestros días». Tiene razón: prepararnos para combatir y, en última instancia, aplastar a los populistas reaccionarios y enemigos de clase de hoy nos exige consultar libros como Behind the Mask of Chivalry.
Traducción: Pedro Perucca
Comentario