Por: Oscar Ranzani
Filósofo, psicólogo e historiador, intentó comprender -muchas veces mirando el pasado- las exclusiones y discriminaciones de la sociedad que le tocó vivir. Tres importantes investigadores de su obra, Edgardo Castro, Christian Ferrer y Hugo Vezzetti, analizan la importancia de su legado intelectual.
A 40 años de su muerte ¿qué vigencia tiene el pensamiento de Foucault? Página/12 consultó a tres importantes investigadores sobre su obra. Edgardo Castro es doctor en Filosofía por la Universidad de Friburgo (Suiza), profesor titular de Filosofía en la Universidad de Buenos Aires y de Historia de la Filosofía contemporánea en la Universidad de San Martín. Es, además, investigador del Conicet. Christian Ferrer es ensayista y sociólogo, profesor en la carrera de Ciencias de la Comunicación de la Facultad de Ciencias Sociales (UBA). Hugo Vezzetties licenciado en Psicología, profesor Titular Consulto de la Universidad de Buenos Aires e Investigador Principal (jubilado) del Conicet. Fue interventor y decano normalizador de la Facultad de Psicología de la UBA durante la transición democrática, entre 1984 y 1986.
“En todo autor siempre se puede distinguir entre lo que dijo y el cómo o el porqué lo dijo, es decir, entre sus tesis y su método. En ambos niveles podemos hablar de una vigencia de su pensamiento”, señala Castro. “Foucault, como se dice hoy, ha instalado tanto temas como modos de abordarlos. Para citar algunos, la relación entre política y cuerpo, entre libertad y seguridad, la cuestión de la sexualidad, la problematización de las formas sociales y no solo políticas de ejercicio del poder y la cuestión del decir verdadero (la parresia)”. Para Castro esta vigencia emerge, sobre todo, cuando se dejan de lado las imágenes estereotipadas del autor, los clichés sobre su pensamiento con función doctrinal, tanto a favor como en contra. “Pienso, por ejemplo, para referir solo una, a la cuestión de la verdad. Cuando se deja de repetir la simplificación según la cual Foucault reduce la verdad al poder, emerge la vigencia de un pensamiento que también busca pensar la fuerza de la misma verdad, del decir verdadero, en este caso, opuesta al poder”.
Más allá de todos los cambios que separan esta época de aquella en la que vivió Foucault, Castro piensa que todavía compartimos, al menos en parte, un mismo horizonte político o, en otros términos, que “no hemos todavía abandonado ese horizonte que tomó forma a partir del 68, atravesado por tendencias y manifestaciones antitotalitarias y antiautoritarias”. “Basta pensar, por ejemplo, a los temas tan actuales, entre nosotros al menos, del libertarismo. El libertarismo como movimiento político es, de hecho, una de esas ideologías de los 70 que se proponían una sociedad sin Estado e incluso contra el Estado. La creación del partido libertario en EE.UU. es de 1971. Estas cuestiones tan vigentes hoy en día, porque no hemos todavía abandonado ese horizonte, han sido parte de las preocupaciones teóricas de Foucault. Y esto explica su vigencia. Así, por ejemplo, ha habido y hay interpretaciones liberales de Foucault y también libertarias, sobre todo en el ámbito anglosajón, y, por supuesto, otras que se les oponen, mayormente en el ámbito latinoamericano y europeo, sobre todo italiano. En fin, una problemática bien vigente, que da lugar a un interesantísimo debate”, explica el especialista.
La entrada en la Argentina
Ferrer considera que en la Argentina la época de mayor impacto de Foucault fue la década del 90. “En Argentina, el Foucault que llegó fue el que está asociado a la crítica del poder. No es casualidad que a fines de los 80, cuando se salió de la dictadura, los lectores hayan encontrado en Foucault una crítica al autoritarismo, aunque la crítica al poder que estableció Foucault es mucho mayor, pero en Argentina fue leído contra la dictadura. Y en la década del 90 todavía fue leído también contra los abusos del poder, como el gobierno de Menem”, subraya Ferrer. “Tenía que ver con la salida de la dictadura y también con una nueva forma de crítica al poder que tanto podía criticar al autoritarismo militar, como también al nazismo, a la democracia, y al liberalismo, a la vez. Es decir, es una forma nueva de pensar el poder”. Pero Ferrer se pregunta cuál era el enemigo de Foucault en la Argentina en la década del 80-90. “La socialdemocracia, pues toda esta gente quería acceder al poder. En cambio Foucault, al hacer esa crítica tan radical y al poner al poder como una especie de ejercicio circulante y no como un bien o una mercancía que hay que alcanzar y que está en lo alto en la pirámide, estaba en otro lugar”, plantea Ferrer.
Los cursos de Foucault
La cátedra impartida por Foucault en el Collège de France, que fue titulada “Historia de los sistemas de pensamiento” fue inaugurada el 30 de noviembre de 1969, en sustitución de la titulada “Historia del pensamiento filosófico”, que dictó Jean Hyppolite hasta su muerte. La asamblea de profesores del Colegio eligió a Foucault el 12 de abril de 1970, cuando este tenía 43 años. A excepción del año sabático que tomó en 1977, dio clases desde diciembre de 1970 hasta su muerte en junio de 1984. Todos los cursos que brindó Foucault en el Collège de France fueron publicados en la Argentina en trece obras voluminosas y con una cuidada edición a cargo de la editorial Fondo de Cultura Económica.
El poder
Teorías e Instituciones Penales es el título que Foucault dio al curso que dictó en el Collège de France entre noviembre de 1971 y marzo de 1972. Fue la primera vez que teorizó la cuestión del poder, tema que lo iba a ocupar hasta la publicación de Vigilar y castigar, en 1975. Allí plantea una idea muy radical y muy problemática para el pensamiento general en la Argentina, según Ferrer, porque lo que plantea es que “la historia ha sido violencia, que no es otra cosa la historia que una lucha entre débiles y fuertes, donde los débiles no son mejores que los fuertes”. “En segundo lugar, porque plantea que la historia no va a terminar la violencia; es decir, que la historia no es más que la sucesión de sucesivas dominaciones de unos sobre otros y así va a seguir porque es la dinámica del poder la que impone eso. Y, tercer punto, lugares que habitamos, como fábricas, oficinas, taller, hogar, escuela (en todos sus niveles, primario, secundario, universitario, posgrado), clínicas psiquiátricas, hospitales todas devienen de un molde primigenio que es la prisión; o sea, lo que llama el panóptico”, explica Ferrer. Este molde primigenio no desaparece, a pesar de que no funciona según sus objetivos. “Si el objetivo es integrar al delincuente, o al criminal, o al infractor, dentro de la sociedad, no se cumple. Todos los saben. Entonces, la pregunta es por qué sigue existiendo”, se interroga Ferrer. Y brinda su análisis: “En una sociedad capitalista, donde se producen bienes, lo que la persona quiere proteger son sus bienes y propiedades. Resulta que viene un señor que se aprovecha de eso y se lo lleva, que lo llamamos ladrón, criminal. Por lo tanto, se le castiga su improductividad. Hasta tanto la sociedad no cambie la imagen que tiene, que es básicamente estar sostenida sobre la economía, siempre va a haber prisión”.
En las trece clases de La sociedad punitiva, dictadas durante el primer trimestre de 1973, Foucault examinó el modo en que se forjaron las relaciones de la justicia y la verdad que presiden el derecho penal moderno. Allí se preguntó acerca de lo que las liga a la aparición de un nuevo régimen punitivo que aún domina la sociedad contemporánea. Ferrer no cree que Foucault se proponga ir más allá del sistema carcelario para adentrarse en la propia sociedad capitalista, porque “el sistema carcelario es capitalista”. “Como dije antes, la prisión es el molde perfecto de todas las otras instituciones que Foucault llama de encierro, o de ortopedia social. Es decir,la prisión funciona como modelo perfecto de lo que es la fábrica, la oficina, el hogar, la escuela, y si lo llevamos a nuestros días, la ciudad misma, como está permanentemente siendo vigilada por cámaras de seguridad urbana, o bien la red de internet que está siendo rastreada al instante por algoritmos que detectan peligros. Obviamente, Foucault no conoció internet ni tampoco la multiplicación de cámaras de seguridad, pero en última instancia es un gran panóptico. Además, castigar produce goce. Le produce goce a la policía, al Estado. Si no puede uno castigar directamente le pide a un intermediario que castigue por él: fiscales, jueces, policías, abogados, políticos.
Más allá de la antipsiquiatría
El curso El poder psiquiátrico, dictado entre noviembre de 1973 y febrero de 1974, mantiene una relación de continuidad con trabajos anteriores. Es una continuación, al menos en términos históricos, de Historia de la locura en la época clásica. “La Historia de la locura culmina hacia finales del siglo XVIII; El poder psiquiátrico parte de acá y se despliega a lo largo del siglo XIX. Pero es una continuación con rupturas. Por ejemplo, acerca de la relación ente familia y asilo. En la Historia de la locura, la familia era el modelo de la institución asilar moderna; en El poder psiquiátrico ya no es así. La sociedad disciplinaria ha sustituido a la familia en este rol. La relación entre violencia y poder también se ha roto. Una continuación, entonces, pero con importantes desplazamientos teóricos”, advierte Castro.
Vezzetti subraya que en El poder psiquiátrico, Foucault va más allá de cuestionar las prácticas de la psiquiatría. “El cuestionamiento de las prácticas de la psiquiatría estaba en esos años, y fue lo que se llamó la antipsiquiatría, en Europa, en Inglaterra y en Italia, sobre todo. Antes de eso, en Historia de la locura, él había mostrado cómo en la experiencia de la locura y, por lo tanto, la experiencia de la psiquiatría, había un núcleo fundamental para pensar el desarrollo de la psicología, e incluso del psicoanálisis. Por lo tanto, va más allá de la impugnación de la práctica”, explica Vezzetti, quien destaca que Foucault va a pensar que hay saberes sobre el sujeto que tienen que indagarse a partir de las figuras de la sin razón, de la razón extraviada o de la locura. “Entonces, la locura revela un pensamiento sobre el sujeto, en ese caso, sobre el sujeto psíquico”, destaca Vezzetti.
El curso Los anormales, dictado entre enero y marzo de 1975, prolonga los análisis que Foucault realizó desde 1970 a la cuestión del saber y el poder: poder disciplinario, poder de normalización, biopoder. Con una gran cantidad de fuentes, Foucault enfocó el problema de esos individuos peligrosos a quienes, en el siglo XIX, se denominaban “anormales”: los monstruos, los incorregibles y los onanistas. “En la figura del anormal hay toda una visión sobre cómo se construye un cierto paradigma de normalidad”, señala Vezzetti. “Y ahí hay cuestiones que tienen que ver con la dimensiones en las que la medicina se junta con el derecho. El trabaja mucho esa relación: de qué manera el anormal aparece también como una figura que debe ser delimitada y, de alguna manera, controlada o perseguida por el derecho, y con la moral”, agrega Vezzetti.
Otra política
Nacimiento de la biopolítica, el curso que dictó Foucault entre enero y abril de 1979, se puede pensar como una continuidad del curso del año anterior, Seguridad, territorio, población. Luego de mostrar que la economía política marcó en el siglo XVIII el nacimiento de una nueva razón gubernamental, Foucault inició el análisis de las formas de esa gubernamentalidad liberal. Dice Castro:”Nacimiento de la biopolítica es una analítica del neoliberalismo, de sus diferentes formas. Foucault se interesa no solo en lo que nosotros llamamos neoliberalismo, la Escuela de Chicago o la Escuela austríaca, también, y de manera particular, en el ordoliberalismo alemán. Liberales alemanes y austríacos se encuentran en muchos temas enfrentados. Por ejemplo, mientras los austríacos sostienen la espontaneidad del orden económico, para los ordoliberales alemanes, no hay mercado sin Estado. En Nacimiento de la biopolítica, Foucault se ocupa de estas cuestiones, de la fobia de Estado, de lo que denomina gubernamentalidad de partido (la subordinación del Estado al partido o al jefe del partido) y luego pasa a los neoliberalismos estadounidenses”.
La muerte real escrita y la real
El coraje de la verdad fue el último curso que Foucault dictó: entre febrero y marzo de 1984. Murió el 25 de junio. En esas clases, dio una suerte de testamento filosófico. “El coraje de la verdad continúa la historia de la parresia iniciada en el curso del año precedente. El tema de la muerte es recurrente en la exposición de Foucault. Pero, en mi opinión, hay un momento en que adquiere una particular intensidad, sobre todo cuando se lo lee retrospectivamente. Se trata de las páginas en las que se ocupa de la muerte de Sócrates. Hacia el final de la lección del 22 de febrero de 1984, luego de haber hecho una lección sobre la muerte de Sócrates, Foucault afirma, es algo que todo profesor de filosofía (se define curiosamente en estos términos) tiene que hacer. Y concluye en esa lengua que amaba desde sus tiempos de estudiante, cuando redactaba composiciones en latín, “salvate animam meam”, salva mi alma”, subraya Castro.
Michel Foucault fue uno de los pensadores más influyentes del siglo XX. Luego, la historia lo tomó de la mano.
El Foucault que viene
Foucault se ha vuelto una cantera inagotable. A las publicaciones en vida del autor, se sumó, a partir del 1997, la edición póstuma de sus cursos en el Colegio de Francia, en Bélgica y en EE.UU. Hace unos diez años, la Biblioteca Nacional de Francia adquirió los Fondos Foucault, unas 37 mil páginas inéditas que, a partir del 2018, han dado lugar a una nueva etapa en las ediciones: la de sus inéditos. En lengua francesa ya han aparecido casi una decena de volúmenes. En lengua castellana ya han aparecido por Siglo XXI Editores: La sexualidad y El discurso de la sexualidad (2019), Ludwig Binswanger y el análisis existencial (2022) y La cuestión antropológica (2024). Seguirán próximamente El discurso filosófico y el Nietzsche de Foucault, aparecido hace apenas algunas semanas.
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