Por: Arundhati Roy
La escritora y activista Arundhati Roy ha sido galardonada con el Premio PEN Pinter 2024, un galardón anual creado por [la asociación británica de escritores] PEN en memoria del dramaturgo Harold Pinter. Poco después de que se le notificara el premio, Arundhati Roy anunció que iba a donar la parte que le correspondía del dinero del premio al Fondo de Ayuda a la Infancia Palestina. Nombró al escritor y activista británico-egipcio Alaa Abd el-Fattah «Escritor Valiente» con quien compartía su premio. Reproducimos a continuación su discurso de aceptación del premio, que pronunció el 10 de octubre de 2024 en la Biblioteca Británica.
Muchas gracias, miembros del PEN británico y miembros del jurado, por honrarme con el Premio PEN Pinter. Me gustaría empezar anunciando el nombre del Escritor Valiente de este año al que he elegido para compartir este premio (1) .
Un saludo, Alaa Abd El-Fattah, escritor valiente y mi compañero en este galardón. Esperábamos y rezábamos para que fueras liberado en septiembre, pero el gobierno egipcio decidió que eras un escritor demasiado maravilloso y un pensador demasiado peligroso para ser liberado todavía. Pero estás con nosotros en esta sala. Eres la persona más importante que hay aquí. Escribiste desde la cárcel “mis palabras perdieron todo su poder y, aun así, siguieron brotando de mí. Todavía tengo voz, aunque solo la puedan escuchar unas pocas personas”. Te escuchamos, Alaa, muy atentamente.
Saludos también para ti, mi querida Naomi Klein, amiga tanto de Alaa como mía. Gracias por estar aquí esta noche, significa todo para mí.
Saludos a toda las personas que estáis aquí y también a aquellas que quizá son invisibles para este maravilloso público, pero para mí son tan visibles como cualquier otra persona en esta sala. Me refiero a mis amigos y compañeros que están encarcelados en India (abogados, académicos, estudiantes, periodistas) Umar Khalid, Gulfisha Fatima, Khalid Saifi, Sharjeel Imam, Rona Wilson, Surendra Gadling, Mahesh Raut. Me dirijo a ti, amigo Khurram Parvaiz, una de las personas más extraordinarias que conozco y que hace tres años que estás en la cárcel, y también a ti, Irfan Mehraj y a las miles de personas encarceladas en Cachemira y en todo el país cuyas vidas han quedado destrozadas.
Cuando Ruth Borthwick, Presidenta del PEN británico y del jurado del Premio Pinter, me escribió por primera vez sobre este honor, me dijo que el Premio Pinter se concede a un escritor o escritora que ha intentado definir “la verdad real de nuestras vidas y nuestras sociedades” con “una determinación intelectual inquebrantable, férrea y feroz”. Son palabras que tomadas del discurso de Harold Pinter al aceptar el Premio Nobel.
La palabra “inquebrantable” me hizo detenerme un momento, porque me considero una persona que casi siempre se estremece.
Me gustaría detenerme un poco en esta idea de “estremecerse” y “ser inquebrantable”. El propio Harold Pinter es quien mejor puede ilustrarlo:
«A finales de la década de 1980 estuve en una reunión en la embajada de Estados Unidos en Londres.
El Congreso de Estados Unidos estaba a punto de decidir si entregaba más dinero a los Contras en su campaña contra el Estado de Nicaragua. Yo era miembro de una delegación en nombre de Nicaragua, pero el miembro principal de la delegación era un sacerdote llamado John Metcalf. El jefe del cuerpo diplomático estadounidense era Raymond Seitz (entonces número dos del embajador y después embajador él mismo). El padre Metcalf dijo: “Señor, estoy a cargo de una parroquia en el norte de Nicaragua. Mis feligreses construyeron una escuela, un centro de salud, un centro cultural. Hemos vivido en paz. Hace unos meses una fuerza de la Contra atacó la parroquia. Lo destruyeron todo: la escuela, el centro de salud, el centro cultural. Violaron a enfermeras y maestras, asesinaron a médicos, de forma absolutamente brutal. Actuaron como salvajes. Por favor, exija al gobierno estadounidense que retire su apoyo a esta escandalosa actividad terrorista.
Raymond Seitz tenía muy buena reputación de ser un hombre racional, responsable y muy sutil. Era muy respetado en los círculos diplomáticos. Escuchó, hizo una pausa y luego habló con cierta gravedad. “Padre”, dijo, “le voy a decir una cosa. En la guerra siempre sufren las personas inocentes”. Hubo un silencio sepulcral. Le miramos atentamente. No se estremeció».
Recuerden que el presidente Reagan calificó a los Contras de “equivalente moral de nuestros Padres Fundadores”, una expresión que sin duda le gustaba mucho. La utilizaba también para calificar a los muyahidines afganos respaldados por la CIA, que después se transformaron en los talibanes. Y estos son los talibanes que gobiernan actualmente en Afganistán después de librar una guerra de veinte años contra la invasión y ocupación estadounidense. Antes de los Contras y de los muyahidines hubo la guerra de Vietnam y la inquebrantable doctrina militar estadounidense que ordenaba a sus soldados “matar a todo lo que se moviera”. Si leen los Papeles del Pentágono y otros documentos sobre los objetivos de guerra de Estados Unidos en Vietnam, podrán recrearse con algunas discusiones acaloradas e impávidas acerca de cómo cometer un genocidio: ¿es mejor matar a la gente directamente o hacer que mueran lentamente de hambre? ¿Qué parecería mejor? El problema al que se enfrentaban los compasivos jerarcas del Pentágono era que, a diferencia de los estadounidenses,que, según ellos, quieren “vida, felicidad, riqueza, poder”, los asiáticos “aceptan estoicamente […] que se destruya su riqueza y se pierdan vidas”, y obligan a Estados Unidos a llevar su “lógica estratégica hasta su culminación, que es el genocidio”. Una terrible carga que hay que soportar sin estremecerse.
Y aquí estamos ahora, al cabo de todos estos años, en pleno genocidio desde hace más de un año, el inquebrantable y televisado genocidio actual de Israel y Estados en Gaza, y ahora en Líbano, en defensa de una ocupación colonial y de un Estado de apartheid. Por el momento, oficialmente han muerto 42.000 personas, la mayoría de ellas mujeres, niños y niñas. Esta cifra no incluye a quienes murieron gritando bajo los escombros de edificios, de barrios, de ciudades enteras, ni a aquellas personas cuyos cuerpos no se han recuperado todavía. Un reciente estudio de Oxford afirma que Israel ha matado a más niños y niñas en Gaza que en el mismo periodo de tiempo de cualquier guerra de los últimos veinte años.
Para disipar su culpa colectiva por su indiferencia durante los primeros años de un genocidio, el cometido por los nazis al exterminar a millones de personas judías europeas, Estados Unidos y Europa han allanado el terreno para que se cometa otro.
Como cualquier Estado que ha llevado a cabo una limpieza étnica y un genocidio a lo largo de la historia, los sionistas (que se consideran “el pueblo elegido”) empezaron en Israel por deshumanizar a la población palestina antes de expulsarla de su tierra y asesinarla.
El primer ministro [israelí] Menachem Begin calificó a la población palestina de “bestias de dos patas”, Yitzhak Rabin la calificó de “saltamontes” a los que “se podía aplastar” y Golda Meir dijo que “no existe eso del pueblo palestino”. Winston Churchill, el famoso luchador contra el fascismo, afirmó: “No admito que el perro que está junto al pesebre acabe teniendo derecho al pesebre, aunque haya estado allí echado mucho tiempo” y a continuación declaró que una “raza superior” tenía finalmente derecho al pesebre. Una vez que estas bestias de dos patas, saltamontes, perros y personas inexistentes fueron asesinadas, limpiadas étnicamente y recluidas en guetos, nació un nuevo país y se celebró como “una tierra sin pueblo para un pueblo sin tierra”. El provisto de armas nucleares Estado de Israel iba a servir a Estados Unidos y a Europa de puesto de avanzada militar y de puerta de acceso a las riquezas y recursos naturales de Asia Occidental, una magnífica coincidencia de fines y objetivos.
El nuevo Estado fue apoyado sin vacilaciones ni titubeos, armado y financiado, mimado y aplaudido, sin importar los crímenes que cometía. Creció como un niño mimado en un hogar acomodado cuyos padres sonreían orgullosos mientras él cometía atrocidad tras atrocidad. No es de extrañar que hoy considere que se puede jactar abiertamente de estar cometiendo un genocidio (al menos los Papeles del Pentágono eran secretos. Hubo que robarlos. Y filtrarlos). No es de extrañar que parezca que los soldados israelíes han perdido todo el sentido de la decencia. No es de extrañar que inunden las redes sociales de vídeos depravados de ellos mismos ataviados con la lencería de mujeres a las que han asesinado o desplazado, vídeos de ellos mismos imitando a personas palestinas moribundas y a niños heridos o a presos torturados y violados, imágenes de ellos mismos viendo volar por los aires edificios mientras se fuman un cigarrillo o bailan al son de la música que escuchan con sus auriculares.
¿Qué puede justificar lo que está haciendo Israel?
Según tanto Israel y sus aliados como los medios de comunicación occidentales, la respuesta es el ataque de Hamas a Israel el 7 de octubre de 2023. El asesinato de civiles israelíes y la toma de rehenes israelíes. Según ellos, la historia asunto empezó hace solo un año.
Esta es, pues, la parte de mi discurso en la que se espera que hable con evasivas para protegerme a mí misma, proteger mi “neutralidad” y mi prestigio intelectual. Esta es la parte en la que se espera que entre en la equidistancia moral y condene a Hamas, a los demás grupos militantes de Gaza y a su aliado Hezbollah en Líbano por matar civiles y tomar rehenes. Y que condene a la población de Gaza que celebró el ataque de Hamas. Una vez hecho esto, todo es más sencillo, ¿verdad? Y es que todo es horrible, ¿qué le vamos a hacer? Vámonos de compras…
Me niego a entrar en el juego de la condena. Quiero ser muy clara. No diré a personas que están oprimidas cómo deben resistir a esa opresión ni qué aliados deben tener.
Cuando el presidente estadounidense Joe Biden se reunió con el primer ministro Benjamin Netanyahu y con el gabinete de guerra israelí durante una visita a Israel en octubre de 2023, afirmó: “No creo que haya que ser judío para ser sionista, y yo soy sionista”.
A diferencia del presidente Joe Biden, que se califica a sí mismo de sionista no judío, y que inquebrantablemente financia y arma a Israel mientras este comete crímenes de guerra, no voy a declararme o definirme de ninguna manera que se aleje de mis escritos. Soy lo que escribo.
Soy muy consciente de que, siendo la escritora que soy, la no musulmana que soy y la mujer que soy, me resultaría muy difícil, quizá imposible, sobrevivir mucho tiempo bajo el gobierno de Hamas, Hezbollah o el régimen iraní. Pero no se trata de eso aquí. De lo que se trata es de concienciarnos acerca de la historia y las circunstancias en las que Hamas, Hezbollah o el régimen iraní llegaron a existir. De lo que se trata es de que en este preciso momento están luchando contra un genocidio que se está llevando a cabo. Se trata de preguntarnos si una fuerza de combate progresista y laica se puede levantar contra una máquina de guerra genocida. Porque, cuando todas las potencias del mundo están contra ellos, ¿a quién pueden acudir sino a Dios? Estoy segura de que en sus propios países hay personas detractoras de Hezbollah y del régimen iraní que se hacen oír, algunas de las cuales también languidecen en las cárceles o se han enfrentado a consecuencias mucho peores. Sé que algunas de sus acciones (el asesinato de civiles y la toma de rehenes por parte de Hamas el 7 de octubre) constituye crímenes de guerra. Con todo, no se puede equiparar esto y lo que Israel y Estados Unidos están haciendo en Gaza, en Cisjordania y en Líbano. El origen de toda la violencia, incluida la violencia del 7 de octubre, es la ocupación por parte de Israel de la tierra palestina y su sometimiento de la población palestina. La historia no empezó en 7 de octubre de 2023.
Yo les pregunto: ¿quién de las personas que estamos en esta sala se sometería por su propia voluntad a las humillaciones a las que durante décadas se ha sometido a la población palestina de Gaza y Cisjordania? ¿Qué medios pacíficos no ha intentado utilizar el pueblo palestino? ¿Qué compromiso no ha aceptado, aparte del que les exige arrastrarse de rodillas y humillarse?
Israel no está librando una guerra en defensa propia, está librando una guerra de agresión. Una guerra para ocupar más territorio, para endurecer su aparato de apartheid y redoblar su control de la población palestina y de la región.
Desde el 7 de octubre de 2023, además de las decenas de miles de personas a las que ha matado, Israel ha desplazado muchas veces a la mayoría de la población de Gaza. Ha bombardeado hospitales. Ha puesto deliberadamente en su mira y asesinado a médicos, trabajadores humanitarios y periodistas. Se está matando de hambre a toda una población y se pretende borrar su historia. Todo esto cuenta con el apoyo moral y material de los gobiernos más ricos y poderosos del mundo. Y de sus medios de comunicación (incluyo aquí a mi país, India, que suministra a Israel tanto armas como miles de trabajadores). Esos países e Israel no son muy diferentes. Solo en el último año Estados Unidos ha gastado 17.900 millones de dólares en ayuda militar a Israel. Así pues, ya está bien de mentir afirmando que Estados Unidos es un mediador, que está influyendo para moderar las cosas o, como dijo Alexandria Ocasio-Cortez (a la que se considera de extrema izquierda dentro de la política estadounidense dominante), “Estados Unidos trabaja incansablemente para lograr un alto el fuego”. Quien participa en el genocidio no puede ser mediador.
Ni todo el poder y el dinero del mundo, ni todas las armas y la propaganda pueden seguir ocultando la herida que es Palestina, la herida por la que todo el mundo, incluido Israel, se desangra.
Los sondeos demuestran que la mayoría de la ciudadanía de aquellos países cuyos gobiernos hacen posible el genocidio que está llevando a cabo Israel han dejado muy claro que no están de acuerdo. Hemos visto esas manifestaciones de cientos de miles de personas, incluida una joven generación de personas judías que están hartas de que se las utilice, que están hartas de que se les mienta. ¿Quién hubiera imaginado que íbamos a vivir para ver el día en que la policía alemana detenía a ciudadanos y ciudadanas judías por protestar contra Israel y el sionismo, y los acusaba de antisemitismo? ¿Quién hubiera pensado que, al servicio del Estado de Israel, el gobierno estadounidense iba a atentar contra su principio fundamental de la libertad de expresión prohibiendo las consignas a favor de Palestina? Con unas pocas honrosas excepciones, la supuesta estructura moral de las democracias occidentales se ha convertido en un nefasto hazmerreír para el resto del mundo.
Cuando Benjamin Netanyahu esgrime un mapa de Asia Occidental en el que se ha borrado Palestina e Israel se extiende desde el río hasta el mar, se le aplaude como a un visionario que se desvive por hacer realidad es sueño de una patria judía. Pero cuando personas palestinas y sus partidarios corean “Desde el río hasta el mar, Palestina será libre”, se les acusa de estar pidiendo explícitamente el genocidio de la población judía.
¿De verdad lo está pidiendo? ¿O se trata de una idea enfermiza que proyecta sus propias tinieblas en otros? Una idea que no puede aceptar la diversidad, que no puede aceptar la idea de vivir en un país junto a otras personas, en igualdad de condiciones, con los mismos derechos, como hacen todas las demás personas del mundo. Una idea que no se puede permitir reconocer que las y los palestinos quieren ser libres, como lo es Sudáfrica, como lo es la India, como lo son todos los países que se han librado del yugo del colonialismo. Unos países que son diversos, profundamente y puede que incluso fatalmente imperfectos, pero libres. ¿Acaso cuando la población sudafricana coreaba su popular grito de guerra “¡Amandla!” (“¡poder para el pueblo!”) pedía el genocidio de las personas blancas? No, pedía que se desmantelara el Estado de apartheid, lo mismo que hacen las y los palestinos.
La guerra que ha empezado ahora será atroz, pero acabará desmantelando el apartheid israelí. El mundo entero sera entonces mucho más seguro para todos, incluidas las personas judías, y mucho más justo. Será como sacar una flecha de nuestro corazón herido.
Si el gobierno estadounidense retirara su apoyo a Israel, la guerra podría acabar hoy mismo, las hostilidades podrían acabar al instante. Los rehenes israelíes podrían ser liberados, los presos palestinos podrían ser puestos en libertad. Las negociaciones con Hamas y las demás partes interesadas palestinas que inevitablemente deben seguir en guerra podrían, en cambio, tener lugar ahora e impedir el sufrimiento de millones de personas. Es muy triste que la mayoría de la gente considere que es una propuesta ingenua e irrisoria.
Para terminar, permíteme, Alaa Abd El-Fatah, citar tu obra sobre la cárcel, You Have Not Yet Been Defeated [Todavía no te han derrotado]. Pocas palabras he leído tan hermosas sobre el significado de la victoria y la derrota, y sobre la necesidad política de mirar honestamente a los ojos a la desesperación. Pocos textos he leído en los que un ciudadano se diferencie con esa prístina claridad del Estado, de los generales e incluso de las consignas de la Plaza:
“El centro es traición porque en él solo cabe el General […]. El centro es traición y nunca he sido un traidor. Creen que nos han empujado otra vez a los márgenes. No se dan cuenta de que nunca los dejamos, solo desaparecimos durante un breve lapso de tiempo. Ni las urnas ni los palacios o los ministerios o las cárceles, ni siquiera las tumbas son lo suficientemente grandes para contener nuestros sueños. Nunca buscamos el centro porque en él solo hay sitio para quienes abandonan el sueño. Ni siquiera la plaza era lo suficientemente grande para nosotros, de modo que la mayoría de las batallas de la revolución tuvieron lugar fuera de ella y la mayoría de sus heroínas y héroes permanecen fuera de marco”.
A medida que el horror al que estamos asistiendo en Gaza, y ahora en Líbano, se intensifica a toda velocidad hasta convertirse en una guerra regional, sus verdaderos héroes y heroínas permanecen fuera de marco. Pero luchan porque saben que un día, desde el río hasta el mar, Palestina será libre.
Lo será.
Estad atentos a vuestro calendario, no al reloj. Así es como las personas, no los generales, las personas que luchan por su liberación miden el tiempo.
Arundhati Roy (nacida el 24 de noviembre de 1961) es una novelista, activista y ciudadana del mundo india. En 1997 ganó el Premio Booker por su novela El dios de las pequeñas cosas. Arundhati Roy nació en Shillong, Meghalaya, su madre es cristiana siria keralita y su padre hindú bengalí, de profesión plantador de té. Pasó su infancia en Aymanam, Kerala, y fue a la escuela en Corpus Christi. A la edad de 16 años dejó Kerala para ir a Delhi, donde empezó a vivir como una sin techo y vivió en una diminuta cabaña con techo de hojalata dentro de los muros de Feroz Shah Kotla y se ganó la vida vendiendo botellas vacías. Después empezó a estudiar arquitectura en la Escuela de Arquitectura de Delhi, donde conoció a su primer marido, el arquitecto Gerard Da Cunha. El dios de las pequeñas cosas es la única novela que ha escrito Roy. Desde que ganó el Premio Booker Prize, se ha centrado en escribir sobre temas políticos, entre los que se incluyen el proyecto de la presa de Narmada, las armas nucleares de la India y las actividades en India de la corrupta empresa eléctrica Enron. Es una persona destacada del movimiento antiglobalización/altermundista y una crítica vehemente del neoimperialismo. En respuesta a las pruebas nucleares de India en Pokhran (Rajastán), Roy escribió El final de la imaginación, una crítica de la política de proliferación nuclear del gobierno indio. Esta obra se publicó en su colección The Cost of Living [El coste de la vida], con la que también luchó contra los proyectos generalizados de presas hidroeléctricas en los estados [indios] centrales y occidentales de Maharashtra, Madhya Pradesh y Gujarat. Desde entonces se dedica exclusivamente a la no ficción y a la política, y ha publicado otras dos colecciones de ensayos, además de trabajar por causas sociales. En mayo de 2004 recibió el Premio de la Paz de Sydney por su labor en campañas sociales y su defensa de la no violencia. En junio de 2005 participó en el Tribunal Mundial sobre Iraq. En enero de 2006 fue galardonada con el premio Sahitya Akademi por su colección de ensayos El álgebra de la justicia infinita, pero lo rechazó.
Nota de la traductora:
(1) La persona ganadora del Premio PEN Pinter comparte cada año su premio con una escritora o escritor valiente que haya sido perseguido por expresar sus creencias.
Texto original: https://znetwork.org/znetarticle/no-propaganda-on-earth-can-hide-the-wound-that-is-palestine-arundhati-roys-pen-pinter-prize-acceptance-speech/
Traducido del inglés para Rebelión por Beatriz Morales Bastos
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