Por: Ben Burgis
Los defensores del capitalismo a menudo lo justifican destacando las virtudes del mercado. Pero el capitalismo no se define por la existencia de mercados sino por la dominación de los trabajadores por parte de los capitalistas.
El video ensayo comienza con citas enfrentadas de la activista medioambiental Greta Thunberg y del candidato independiente a la presidencia de los Estados Unidos Robert F. Kennedy. Ella dice: «El capitalismo nos matará a todos». Él dice: «Los mercados libres nos salvarán a todos». Pero, sugiere suavemente la narradora, ambas son fuentes poco fiables. Afortunadamente, ella está aquí para desmontarlo todo.
El vídeo de Sabine Hossenfelder, física teórica alemana y comunicadora científica de gran talento, ya fue visto casi medio millón de veces. Los socialistas de izquierda que esperaban a la camarada Sabine se llevarán una decepción. Su vídeo se titula «El capitalismo es bueno. Déjame explicarte».
Es una elección de tema extraña. El popular canal de YouTube de Hossenfelder suele tratar temas como la materia oscura, la posibilidad teórica de viajar en el tiempo o la discusión sobre si la interpretación de muchos mundos de la mecánica cuántica tiene algún sentido.
Por lo que puedo decir como lego, ella está haciendo un trabajo valioso en esos vídeos. Me encantaría que más científicos encontraran formas claras de comunicar y corregir conceptos erróneos sobre sus áreas de especialización.
Pero cuando pasa de desacreditar memes erróneos sobre física cuántica a intentar desacreditar a los críticos del capitalismo, se pierde todo su compromiso con el rigor. Ella actúa de manera razonable en varios momentos a lo largo del vídeo, como cuando se enfrenta a la retórica de Thunberg y Kennedy, pero la calidad de los argumentos subyacentes se parece menos a Carl Sagan que a Jordan Peterson. Es un compendio de argumentos comunes que la gente utiliza en defensa del capitalismo cuando realmente no se tomó el tiempo de escuchar a ninguno de los críticos del sistema.
Dato curioso: ¡El dinero existía mucho antes del capitalismo!
Hossenfelder dedica los primeros minutos del vídeo a hablar de las razones por las que utilizar el dinero como medio universal de intercambio es más eficiente que utilizar un sistema de trueque. Pero, ¿qué tiene que ver esto con el tema del vídeo? El dinero existió a lo largo de miles de años de feudalismo, antiguas sociedades esclavistas y sistemas político-económicos no capitalistas.
Más adelante en el vídeo, refuerza su argumento a favor del capitalismo con una referencia despectiva a «las naciones que aún no lo utilizan, como Corea del Norte, Cuba y Laos», que nos dice que no son «lugares en los que uno querría vivir». Puede que sea así, pero todos ellos son lugares en los que la gente utiliza moneda —el won norcoreano, el peso cubano y el kip laosiano— para comprar y vender productos.
Para ser justos, Hossenfelder parece ser consciente de que las transacciones de mercado existieron antes del capitalismo e incluso después (allí donde fue reemplazado localmente por otros sistemas). Ella dice que el capitalismo en sí mismo surge cuando se agrega «una persona o institución que proporciona capital a aquellos que quieren iniciar un nuevo negocio».
Esto se acerca un poco más, pero aún está bastante lejos. Hossenfelder parece haber confundido la categoría más acotada de los financistas con el concepto más amplio de capitalista. El capital financiero es sin duda una parte importante de las economías capitalistas típicas. Pero la definición de «capitalista» que propone Hossenfelder implica que no estaríamos viviendo bajo el capitalismo si todos los dueños de negocios hubieran conseguido sus fondos iniciales de otras maneras —por ejemplo, mediante una herencia, ahorrando su salario, ganando juegos de poder de alto riesgo o asaltando bancos.
Los críticos del capitalismo suelen distinguirlo de otros sistemas, como el feudalismo o el socialismo, hablando de lo que Karl Marx llamó «relaciones de producción». La relación entre un señor feudal y un campesino es una forma de relación de producción; la relación entre un patricio romano y sus esclavos es otra, y la relación entre capitalistas y trabajadores es una tercera.
La única frase que hace referencia a Corea del Norte, Cuba y Laos es la única mención en el vídeo de dieciséis minutos de Hossenfelder de cualquier alternativa posible al capitalismo. De manera aún más sorprendente, solo hay una mención de una crítica al capitalismo que no sea la de Greta Thunberg, de veinte años. Y esta única frase es también la única en todo el vídeo que hace referencia al concepto de clase.
Ella dice:
El capitalismo tiene muy mala reputación desde que Marx afirmó que se trata simplemente de apoderarse de los «medios de producción» y «explotar a la clase trabajadora». Por supuesto, había algo de verdad en sus temores, porque algunas cosas salieron muy mal durante la revolución industrial, pero esa es otra historia.
Los más de un millón de suscriptores de su canal no saben qué significan realmente ninguna de las frases citadas. Pero lo que implica lo que dice aquí y más adelante en el vídeo es que «explotar» a la clase trabajadora solo significa «maltratarla», y que esto fue resuelto posteriormente por el Estado regulador.
El punto real de Marx es que, bajo el capitalismo, hay una clase de personas que poseen los medios de producción —desde fábricas y granjas hasta restaurantes y tiendas de comestibles— y una clase mucho más grande de personas que no tienen una forma realista de ganarse la vida, excepto alquilando su fuerza de trabajo a los capitalistas. Esto significa que, ya sea que hablemos de la Inglaterra victoriana o de la Suecia de la década de 1970 (en muchos sentidos, la cúspide de los estados de bienestar socialdemócratas en la historia de la humanidad hasta hoy), sigue existiendo una profunda asimetría de poder entre trabajadores y capitalistas.
La regulación, los sindicatos y un estado de bienestar pueden suavizar algunos de los aspectos más horribles de esa asimetría de poder, pero ni siquiera grandes dosis de los tres pueden eliminarla. La mayoría de la población activa sigue obligada por lo que Marx llamó la «compulsión muda» de la necesidad económica a pasar la mitad de sus horas de vigilia, la mayoría de los días de la semana, siguiendo órdenes de jefes no elegidos.
«Explotación» se refiere a la extracción involuntaria de un «excedente» producido por una clase en beneficio de otra. Bajo el feudalismo, señalaba Marx, esa extracción ocurría a plena vista. Los siervos podían tener su propia pequeña parcela de tierra que se les permitía trabajar parte del tiempo, pero había períodos específicos en los que se les obligaba a cultivar los campos del señor.
Bajo el capitalismo, la explotación se disfraza bajo la forma legal de un acuerdo voluntario entre partes iguales (es decir, entre los que en El Capital Marx como los dueños el dueño del dinero y los dueños de la «fuerza de trabajo», quienes tienen la capacidad de trabajar durante cierta cantidad de horas). Pero, al final del día, en el capitalismo los trabajadores siguen sin tener una alternativa realista más que desprenderse de buena parte de lo que producen. Hay una parte del día en la que trabajan para generar productos o servicios equivalentes a lo que se les adelantó como salario, y otra parte en la que trabajan para enriquecer al patrón. Así, por ejemplo, parte del dinero generado por la actividad de los trabajadores en los depósitos de Amazon termina pagando el cohete de Jeff Bezos.
Los trabajadores pueden ir a trabajar para otro capitalista, pero la estructura básica del acuerdo será la misma. Si quieren tener un trabajo y no mendigar en las calles, vivir en el bosque o depender de la asistencia social el mayor tiempo posible, tienen que aceptar este acuerdo.
Hossenfelder hace un gran alarde al atribuir al capitalismo el impulso de la innovación científica. El ejemplo en el que se centra —el desarrollo de la medicina— está especialmente mal elegido, dado el enorme papel que desempeña la inversión estatal en la investigación médica, incluso en los ultracapitalistas Estados Unidos.
Pero la idea general de que el capitalismo impulsa el desarrollo tecnológico (lo que Marx llamó desarrollo de las «fuerzas productivas») es absolutamente correcta. Las primeras páginas del primer capítulo del Manifiesto Comunista son pura poesía en prosa sobre este punto exacto. Donde Marx y Hossenfelder difieren es en la cuestión de si el capitalismo es lo mejor que la humanidad puede hacer al respecto —si la elección es entre capitalismo y Corea del Norte— o si es posible que los trabajadores y las comunidades gestionen los medios de producción de forma colectiva y democrática, permitiendo así que la humanidad en general se beneficie de la abundancia de alta tecnología que generó el capitalismo.
¿Capitalismo, Corea del Norte o…?
Cualquiera que haya oído hablar del embargo de seis décadas que Estados Unidos le impuso a Cuba —que casi todos los países del planeta nos suplican anualmente que levantemos en las resoluciones de las Naciones Unidas, por razones humanitarias— o, por ejemplo, de la guerra de Vietnam, podría tener alguna idea de que no todos los problemas que aquejan a Cuba y Laos son producto de defectos innatos en sus sistemas económicos.
Para decirlo en términos que un científico debería poder entender, a estos experimentos económicos no se les permitió exactamente proceder en condiciones de laboratorio. Esto es cierto incluso en el país con el modelo político más profundamente indeseable de los tres que ella enumera. Estados Unidos bombardeó Corea del Norte tan intensamente durante la Guerra de Corea que algunas estimaciones sitúan las bajas en el 15 por ciento de la población.
Dicho esto, sería una tontería culpar de todo lo que aqueja a estas sociedades —en algunas de las cuales, por cierto, preferiría vivir antes que en otras— a factores externos. Sus sistemas tienen defectos muy reales. Pero Hossenfelder está dispuesta a considerar una variedad de formas diferentes de capitalismo, y a lo largo de su vídeo culpa al capitalismo de los fallos medioambientales y de otro tipo de la vida real por no haber sido «establecido» correctamente, con suficiente regulación o con regulaciones suficientemente inteligentes. ¿Por qué no está dispuesta a considerar de manera similar posibles tipos alternativos de socialismo?
La objeción más obvia a las sociedades que enumera, o a ejemplos estructuralmente similares en términos generales como la Unión Soviética, es que eran o son políticamente autoritarias. Uno de los principales valores que inspiró a los socialistas a lo largo de las generaciones es el deseo de más democracia de la que existe bajo el capitalismo. Nos gusta tanto la democracia que queremos extenderla al lugar de trabajo y a las decisiones económicas a gran escala, del tipo que actualmente toman los ricos directores ejecutivos que solo rinden cuentas a sus accionistas. En países como la URSS, los trabajadores no tenían más voz institucionalizada en lo que sucedía en las fábricas u oficinas que sus homólogos en el Occidente capitalista, y las decisiones a gran escala las tomaban burócratas no electos.
También había problemas reales de eficiencia económica, especialmente en lo que respecta a alinear las prioridades de producción con las preferencias específicas de los consumidores, que no pueden reducirse simplemente a la falta de democracia. Incluso si hubiéramos añadido una prensa libre y elecciones multipartidarias a la estructura básica de la economía soviética —de modo que el partido que ganara cada elección pudiera nombrar al jefe de la oficina estatal de planificación—, no veo muchos motivos para pensar que eso habría eliminado las frustraciones cotidianas de los consumidores en los supermercados soviéticos.
Podría ser que, al menos en esta fase de la historia, no sepamos cómo organizar una economía moderna eficiente sin algunos mecanismos de mercado del tipo que le faltaban a la URSS. Pero eso no significa que necesitemos relaciones de propiedad capitalistas que privan de derechos a la mayoría de la población en el lugar de trabajo y crean una pequeña élite de capitalistas con un poder político desmesurado.
¿Por qué no tener, por ejemplo, un sistema en el que la «institución» que «proporciona capital a quienes quieren poner en marcha un nuevo negocio» sea un banco estatal, que solo proporcione capital a colectivos de trabajadores con mecanismos de democracia interna? Esto seguiría proporcionando mecanismos de mercado donde se necesitan. Mientras tanto, las «alturas dominantes» de la economía, como la energía, las finanzas y el transporte, podrían pasar a ser de propiedad pública. Sectores como la sanidad y la educación podrían sacarse por completo del mercado y ofrecerse como bienes públicos, gratuitos como servicios, como de hecho ya lo son, en cierta medida, en las democracias sociales existentes.
Mi amigo Mike Beggs aportó algunas ideas detalladas sobre la posible logística de un modelo de este tipo aquí. (Revelación completa: estoy coescribiendo un libro con Beggs y Bhaskar Sunkara para desarrollar este modelo). Alguien tan inteligente como Hossenfelder bien podría tener buenas objeciones a este modelo que nos harían reflexionar. Pero para plantearlas, tendría que hacer algo para lo que no ha mostrado ninguna inclinación: tendría que buscar a críticos del capitalismo y preguntarnos qué pensamos.
«Pero eso es otra historia»
Alo largo del vídeo, Hossenfelder desestima las preocupaciones sobre el medio ambiente u otras externalidades con la frase «esa es otra historia». Nunca parece pensar que una de las principales motivaciones de las críticas al capitalismo es la consideración de que todo es la misma historia.
En otras palabras, hay al menos dos razones para pensar que los horizontes a largo plazo de la izquierda deberían ir más allá de reformar el capitalismo con mejores regulaciones o un estado de bienestar más grande para trascender por completo las relaciones de propiedad capitalistas. Una es filosófica: no creemos que sea justo o razonable que algunas personas tengan que alquilarse a los capitalistas mientras otras personas pueden vivir del trabajo de otros.
Pero la otra razón es práctica. Hemos observado que, allí donde se lograron reformas importantes en el pasado, estas se vieron erosionadas o incluso revertidas por los esfuerzos de la clase capitalista políticamente poderosa. Como dijo una vez la teórica marxista Rosa Luxemburg, las reformas son importantes, pero un movimiento obrero cuyos horizontes a largo plazo se limiten a la reforma acaba siendo como Sísifo en la mitología griega: empujando perpetuamente una roca cuesta arriba para que vuelva a rodar hacia abajo.
Esto ya es bastante malo cuando se trata de reformas que eliminan formas de miseria humana totalmente evitables. Pero es potencialmente catastrófico cuando se trata de las cuestiones medioambientales que parecen ser uno de los únicos problemas del capitalismo que Hossenfelder consideró. Si no quitamos el poder de las manos de los capitalistas que están dejando que su insaciable sed de ganancias destruya el planeta, nuestra propia supervivencia como especie puede estar en riesgo.
Ben Burgis
Ben Burgis es profesor de filosofía y autor de Give Them An Argument: Logic for the Left. Es presentador del podcast Give Them An Argument.
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