«En cuanto al vagabundeo que me hace comenzar tres cosas a la vez, no inquietaros, es un método» ( Nuevas flores del mal)
El poeta francés, Charles-Pierre Baudelaire (París, 1821- 1867) abrió las puertas a la modernidad no solamente con su quehacer poético sino también con sus opiniones estéticas, y hasta por su forma de vida. Ahora se presenta en Acantilado un libro digno de elogio, por su carácter completo, su rigor, sin obviar la cuidada edición y selección de textos y traducción de José Ramón Monreal: «Escritos sobre arte, literatura y música», que pone al alcance del lector en castellano la totalidad de los textos estético del autor de Las flores del mal. La obra va acompañada de unas notas que casi ocupan cien páginas, amén de un orientador índice onomástico. Es de celebrar, no me privo de repetirlo si es caso, ya que anteriormente únicamente había algunas publicaciones dispersas e incompletas en su parcialidad sobre los temas críticos y estéticos.
Más allá de su poesía, sin lugar a dudas lo más conocido de su obra, su labor como crítico y como analista del mundo cultural de su tiempo, es un caudal que no ha cesado de iluminar posturas posteriores, en un amplio abanico de temas que no se quedan en las lindas, o no tanto, flores sino que penetran en la vida, en asuntos propios de la existencia de los humanos; sin dejar de lado que a través de los materiales reunidos se conoce al autor, no pocas claves de sus obras más relevantes, además de los tiempos que le fueron dados vivir. Su papel fue el propio de bisagra que unía el pasado con el presente que apuntaba al futuro: de ahí que se haya habado de el como un moderno antimoderno; como dice Giovanni Macchia en su sabroso Prólogo: «el profeta mira al propio tiempo distraídamente (como pendiente de lo que vendrá). Él no se limitó a observarlo: lo vivió con dolor y con amor, con la razón y con el alma, como “intelectual” que debe ser consciente de lo que está sucediendo a su alrededor, y como poeta, Extrayendo un motivo más de drama o de protesta que de elegía». Si Arthur Rimbaud prescribía que había que ser absolutamente moderno, Baudelaire lo fue.Ya se vislumbraba la irrupción de la técnica en el terreno del arte y en su reproducción que posteriormente, y en su onda, ahondaría Walter Benjamin en lo que hace a la reproducción fotográfica, además de la inspiración sobre la figura del flâneur, que le llevó a patear los pasajes de la capital del Sena. Señalaba Baudelaire estos signos cambiantes a la vez que no se privaba de mostrar que le repateaban…en la ciudad moderna que no cesaba de recorrer dejando constancia de toda la fauna humana que por ella deambulaba ocupando un papel creciente en su diversidad. Ese entre dos, ha señalado alguien con razón le asemeja a los momentos que vivimos al darse un cambio en lo que hace a los soportes y sistemas en lo referente al mundo del arte y su reproducción: pantallas, videos, y otras virtualidades que parece que van dejando fuera de juego a los dispositivos que hasta ahora imperaban de manera total.
La mirada crítica e intempestiva del autor tomaba por objeto todo lo que se movía en el mundo del arte, en sus diferentes expresiones, y en la vida misma de los humanos, y así en el volumen que roza las mil páginas vemos dicha mirada omniabarcante e incisiva, ejerciendo sus derechos a la crítica, a la contradicción, hasta los límites del sinsentido…siempre en un balanceo entre el con y contra, acercándose en momentos al grito y mirándose a sí mismo, en su drama y su alegría, a través de los otros, colándose algunos deslices poéticos, de su propia poética, como no podía ser de otro modo. De todo ello podemos hallar en los diversos ensayos y artículos que contiene el volumen: desde las Críticas de arte que se detienen en los salones de 1845 y de 1846 (se entrecruzan la vida, las reflexiones además de los aspectos descriptivos: así en la pintura del segundo de los nombrados se pregunta para qué la crítica, respondiéndose que el camino es que esta sea divertida y poética huyendo de la frialdad y algebraica) en los que se toma el pulso al gusto y a los temas en boga de la época, visitando igualmente la Exposición universal de 1855, en donde señala la presencia de la idea de progreso en el terreno de las bellas artes, los desplazamientos con atención especial a Ingres y a Delacroix. Dentro de esta primera parte, se da cabida a un ensayo acerca de la esencia de la risa, que seguro que no disgustaría al mismísimo Henri Bergson, y una visita al salón de 1859 en la que asoman algunos temas esenciales en su visión: sobre la figura del artista moderno, la fotografía, el paisaje, etc., retratando más tarde algunas exposiciones y murales, y los cambios del gusto en las artes plásticas, mostrando alguna indicación metodológica, al referirse a la Danza macabra de Ernest Christophe: «que me sea permitido, por abreviar, citar un fragmento rimado en el cual no he tratado de ilustrar, sino de explicar el placer sutil contenido en esta figura» …y su vida como filtro de su mirada: «muy jóvenes, mis ojos llenos de imágenes pintadas o grabadas no han podido nunca saciarse , y creo que los mundos podrían acabar antes que yo me convierta en iconoclasta»; concluye este primer apartado ofreciendo la figura que ocupa el pintor en la vida moderna, «quien amoroso de la vida universal entra en medio de la muchedumbre como en una inmensa reserva de electricidad», textos en donde además de centrarse en el artista, no ignora otras figuras como las de la mujer, el dandy, el militar, o…algunas pinceladas sobre el maquillaje y los diferentes tipos de mujer.
Se pasa en la parte siguiente a la Crítica literaria, en la que se presenta una amplia variedad de textos, muchos de ellos artículos aparecidos en la prensa hexagonal, en los que se puede comprobar su mirada afilada a la hora de enfocar algunas obras de su época: de Flaubert, de su admirado Théophile Gautier, sin privarse en algunos juicios duros y rotundos con respecto a algunos de sus contemporáneos, así Hugo, del que deja claramente expuesto que no le gustó de ninguna de las maneras Los miserables. Ofrece igualmente consejos a los jóvenes literatos, y unos retratos de algunas de las obras señeras de Edgar Allan Poe, de las que escribió sus prólogos y al que tradujo sin descanso, y a través de las que, en lectura especular, vemos al propio crítico en su vida, en sus gozos y lamentos…«este inmortal instinto de lo Bello que nos hace considerar la tierra como una visión general, como una correspondencia del Cielo»
En lo que hace a la Crítica musical nos encontramos con Richard Wagner, y su Tannhäuser, destacando la parte voluptuosa y orgiástica. Concluyendo el volumen con unos Escritos póstumos, en donde se mezclan opiniones acerca de artistas y obras de la época, de las que se extraen fogonazos -de iluminaciones hablaría Walter Benjamin- acerca de los gustos, modas y variaciones de aquellos tiempos….con muestras de un asombro entusiasmado con respecto a los lienzos de Delacroix, en los que se rozaba el cielo reflejado en la tierra, en lagos de sangre obsesionados de malos ángeles,/ Sombreados por el tronco de abetos siempre verdes…
Comentario