Por: Jacopo Custodi
En Italia, los trabajadores industriales están abandonando la izquierda. Como en otros países, no representan a toda la clase trabajadora, pero la pérdida de su apoyo debería preocupar profundamente a la izquierda italiana.
«¡Defendemos a los trabajadores mejor que la izquierda caviar!». En su campaña para las elecciones regionales de noviembre en Emilia-Romaña y Umbría, la primera ministra italiana Giorgia Meloni quiso destacar la conexión de su partido con la gente común. Argumentó que su coalición está «arraigada en el corazón de la sociedad, lejos de los salones VIP y de los lobbies de la izquierda radical-chic». Aunque los programas de debate televisivos puedan hacer parecer que la llamada «izquierda de salón» es influyente —le dijo Meloni a sus partidarios—, cualquier político que visite un mercado verá cómo «el pueblo» apoya a su gobierno.
Esta retórica no es nueva: los políticos de extrema derecha de Italia la utilizaron a menudo en su batalla cultural contra la izquierda. Se presentan como defensores de un supuesto pueblo tradicionalista y trabajador que se opone a una élite aislada en sus progresistas torres de marfil. Esta élite, en su narrativa, abarca desde el moderado Partido Demócrata de centroizquierda hasta los activistas de extrema izquierda y los centros sociales okupa. De esta manera, la derecha italiana desarrolló su propio lenguaje de política de clases, definiéndolo en términos de preferencias culturales en lugar de alguna relación con la producción. Términos como «izquierda caviar», «izquierda de salón», «izquierda ZTL» (en referencia a los caros centros históricos de las ciudades donde se aplican zonas de tráfico restringido, o ZTL), «comunistas Rolex» e «izquierda radical-chic» se popularizaron ampliamente a través de la retórica de la extrema derecha, desde Meloni hasta el líder de la Lega, Matteo Salvini. Estas expresiones estaban tan arraigadas en su ascenso al poder que ahora son familiares en el lenguaje cotidiano de los italianos.
Esto es, sin duda, propaganda. Es una narrativa calculada y efectiva creada por la extrema derecha para presentarse como fresca y atractiva, adoptando las costumbres, el lenguaje y la cultura de los italianos de a pie, para aparecer como «uno de ellos». Esta imagen, sin embargo, contrasta fuertemente con la realidad: En primer lugar, el gobierno actual mantiene excelentes relaciones con la élite capitalista italiana (y también con sus homólogos extranjeros, como indican los lazos de amistad de Meloni con Elon Musk). En segundo lugar, bajo el gobierno de Meloni, las condiciones materiales de la clase trabajadora italiana siguieron deteriorándose, junto con la calidad de los servicios públicos que la benefician principalmente, como el transporte público y el sistema de salud.
Sin embargo, como suele ocurrir con los discursos políticos, por mucho que exploten, distorsionen o alteren los hechos, tiene una raíz en ellos. Al despojarlos de toda hipocresía y de un encuadre engañoso, se revela un problema real y apremiante: el desalineamiento de clase. En pocas palabras, esto describe la creciente tendencia de los individuos de clase trabajadora a alejarse de una alineación política con la izquierda, a pesar de su papel histórico como voz política de esta misma clase. Si la derecha fue capaz de desarrollar una narrativa de clase basada en la cultura, es precisamente porque la política de clase de izquierda se replegó.
Esta cuestión suscitó una atención y un debate crecientes entre la izquierda en varios países, desde Francia hasta Estados Unidos. Cobró renovada importancia durante las recientes elecciones estadounidenses, en las que Donald Trump amplió aún más su apoyo entre los votantes de bajos ingresos. Como señaló acertadamente Jared Abbott, el desalineamiento de clase para la izquierda representa «el definitorio desafío político de nuestro tiempo». En Italia también es un gran desafío: en las últimas décadas la izquierda se distanció cada vez más de su base electoral histórica de clase trabajadora, dejando un electorado desorientado que la derecha pudo conquistar parcialmente.
Sin embargo, este tema tiende a recibir poca atención en los círculos activistas de izquierda de Italia. Algunos se apresuran a negar esta realidad, centrándose en segmentos menores de la clase trabajadora que siguen inclinándose hacia la izquierda —como los trabajadores precarios del conocimiento, como veremos en breve— o enfatizando casos específicos de sinergia entre la izquierda militante y los trabajadores de fábrica radicalizados. Si bien estos ejemplos, como el caso de la antigua fábrica GHN, son significativos y encomiables, difícilmente reflejan el panorama nacional más amplio.
Otros pueden no negar de plano el desalineamiento de clase, pero aun así evitan consciente o inconscientemente comprometerse con ella. Esto probablemente se deba a que la desconexión de la izquierda con la clase trabajadora se convirtió en un punto de unión para la derecha, que logró apropiarse de esta narrativa y enmarcarla a su favor. No es casualidad que, aunque el término «desalineamiento de clase» carezca de un equivalente establecido en el idioma italiano, no falten expresiones asociadas a este fenómeno provenientes de sectores afines a la derecha, como hemos visto. Esto puede haber creado una creciente reticencia de la izquierda a abordar el tema, ya que ahora evoca una narrativa dominada por los puntos de discusión y los valores de la derecha.
Como era de esperar, algunas figuras de izquierda se fueron desplazando gradualmente hacia la derecha, precisamente al interiorizar esta narrativa derechista omnipresente. Un buen ejemplo es Marco Rizzo, exlíder de un pequeño Partido Comunista (uno de los múltiples contendientes por este nombre), que ahora se alía con grupos minoritarios de extrema derecha y figuras católicas ultraconservadoras, en nombre de una supuesta hostilidad popular hacia la élite progresista.
La izquierda tiene razón al no creer en la distorsionada narrativa de la derecha sobre el desalineamiento de clase y al distanciarse de quienes sí se lo creyeron, como Rizzo. Sin embargo, esto no debería llevarnos a pasar por alto cómodamente el tema, simplemente porque se popularizó de una manera que suena como de derecha. Peor aún, no debería dar lugar a una negación autoconfortante basada en contraejemplos loables pero poco representativos.
En otras palabras, aunque es aconsejable no quedar atrapados en el marco de la derecha, la izquierda italiana no puede permitirse negar o ignorar el problema por completo. El desalineamiento de clase es un problema real y urgente que exige una reflexión estratégica por parte de quienes, desde la izquierda, pretenden conseguir un amplio apoyo de la clase trabajadora.
El voto invisible
Un elemento clave de esta historia que la derecha olvida conscientemente es que los votos de la clase trabajadora que pierde la izquierda no se trasladan necesariamente a la derecha sino que, más a menudo, dan lugar a la abstención. Por ejemplo, en las elecciones generales italianas de 2022, el 49,4 % de las personas con un estatus económico «bajo» (1 en una escala del 1 al 5) no votaron o se negaron a elegir (presentaron una papeleta en blanco), en comparación con solo el 27,5 % de las personas con un estatus económico «alto» (5 en la misma escala). En las elecciones europeas de 2024 en Italia, este abstencionismo de las personas con un nivel económico bajo alcanzó la asombrosa cifra del 75,7 %. En lugar de abandonar la «izquierda woke y centrada en la élite» para unirse a la «derecha concreta y centrada en las personas», como sugiere su narrativa, los trabajadores con bajos ingresos simplemente —y de forma drástica— abandonaron la política por completo.
Uno de los grandes puntos fuertes de la política de clase de izquierda era su capacidad para empoderar a los trabajadores, fomentando un sentido de poder de clase con visión de futuro. Esto se basaba en su éxito a la hora de lograr reformas colectivas que mejoraban la vida de los trabajadores y en su capacidad para crear asociaciones y organizaciones moldeadas por la vida de la clase trabajadora y su visión del mundo. Aunque en gran medida hoy la izquierda perdió esta capacidad, no es algo que la derecha haya logrado reproducir, ni parece dispuesta a intentarlo.
Como se mencionó anteriormente, en noviembre de 2024 se celebraron elecciones regionales en Emilia-Romaña, una región históricamente de izquierda, y en Umbría, que había estado gobernada por la derecha. En ambos casos, los candidatos de Meloni fueron derrotados, lo que pone en entredicho las afirmaciones de su campaña sobre un apoyo popular cada vez mayor. Sin embargo, lo que resulta especialmente llamativo es la participación electoral: 46,4 % en Emilia-Romaña y 52,3 % en Umbría. Esto representa un descenso del 21,3 % en el primer caso y del 12,4 % en el segundo en comparación con las respectivas elecciones anteriores. Esto sucedió a pesar de que se le permitió a la gente votar en dos días, un plazo más largo que suele favorecer una mayor participación. Aunque no se dispone de datos específicos sobre la demografía de los votantes, no es difícil imaginar qué parte de la población se quedó en casa.
¿Una izquierda para los educados?
Al hablar del desalineamiento de clase, debemos considerar un factor adicional y crucial: el nivel de educación y el capital cultural distintivo que proporciona. La educación se convirtió en un factor clave para predecir el comportamiento electoral, y en muchas elecciones europeas los niveles más altos de educación están cada vez más vinculados a las preferencias de izquierda. El economista francés Thomas Piketty incluso acuñó el término «izquierda brahánica» para describir una izquierda cada vez más dependiente de individuos con un alto nivel de educación y pertenecientes a la élite cultural. La educación no es necesariamente un buen indicador de ingresos o clase, y equipararlos puede dar lugar a conclusiones erróneas. Los sistemas de estratificación contemporáneos presentan correlaciones más débiles entre las jerarquías, lo que significa que un alto estatus cultural no siempre se alinea con la riqueza económica, y viceversa.
Esto fue evidente en la primera vuelta de las elecciones francesas de 2024. Entre las personas con bajos ingresos (aquellas que ganan menos de 1250 euros al mes), el Rassemblement National (RN) de Marine Le Pen obtuvo resultados ligeramente mejores que el Nouveau Front Populaire (NFP) de izquierda, pero el margen fue estrecho: 38 % para el RN frente al 35 % para el NFP. Ambos obtuvieron mejores resultados entre los votantes de bajos ingresos que entre el electorado general (34 % para RN, 28,1 % para NFP). Sin embargo, cuando observamos el nivel de educación, la diferencia se vuelve sorprendente: entre las personas sin educación secundaria (bachillerato), el apoyo a RN se disparó al 49 %, mientras que el de NFP cayó al 17 %. En cambio, entre los que tenían una licenciatura (bac+3), el NFP no solo lideró con el 37 % de los votos, sino que lo hizo con una ventaja sustancial de 15 puntos sobre RN y el Ensemble de Emmanuel Macron, cada uno con un 22 %.
En Italia, los partidos de derecha superaron colectivamente a los de izquierda entre los votantes de bajos ingresos en las elecciones europeas de junio de 2024, aunque por muy poco. Entre los votantes del tramo económico más bajo, el amplio campo de la derecha obtuvo el 48 % de los votos, frente al 47 % de todos los partidos de izquierda. Solo en el tramo económico medio-bajo la derecha tuvo una ventaja importante: el 52 % frente al 42 % de la izquierda. Sin embargo, las diferencias se amplían mucho cuando se analiza la educación. Entre las personas sin educación secundaria, la derecha tenía una ventaja de 59 % contra 37 %. Por el contrario, entre las personas con un título universitario, la izquierda dominaba, obteniendo el 61 % de los votos frente al 34 % de la derecha.
Lo que surge, entonces, no es solo una disminución en la capacidad de la izquierda para atraer votantes de clase trabajadora, sino, lo que es más significativo, una división cada vez más profunda en las preferencias electorales dentro de la propia clase trabajadora, según el nivel educativo. Los trabajadores manuales y poco cualificados se inclinan cada vez más por la abstención o los partidos de derecha, mientras que los trabajadores del conocimiento apoyan en gran medida a la izquierda.
Este problema también está estrechamente relacionado con el activismo y los perfiles de los candidatos. Hoy en día, las filas de activistas de izquierdas incluyen un número desproporcionadamente grande de personas con un alto nivel de estudios pero con movilidad descendente en comparación con su representación dentro de la clase trabajadora. La misma tendencia es evidente entre los candidatos, ya que los que tienen estudios superiores dominan abrumadoramente muchos partidos de izquierda contemporáneos.
Por ejemplo, según mis estimaciones a partir de los currículos de todos los candidatos de la coalición de izquierda italiana Alleanza Verdi e Sinistra (AVS) en las elecciones europeas de 2024, el 80,6 % tiene un máster o equivalente (cinco años de educación universitaria), mientras que solo el 14 % de los italianos en general lo tiene, una cifra que probablemente bajaría aún más si nos centramos únicamente en la clase trabajadora de Italia. Esta disparidad pone claramente de manifiesto un grave problema con la representación del electorado de clase trabajadora con el que la izquierda pretende comprometerse. Como era de esperar, en las elecciones europeas, AVS obtuvo el 11 % entre los que tenían una licenciatura, pero solo el 3 % entre los que no tenían un certificado de fin de estudios. Sin embargo, parece obvio que los candidatos de la izquierda deben representar a la clase trabajadora en toda su diversidad, no solo a su segmento más educado.
Universalismo progresista y de sentido común
La educación complica, por tanto, las cuestiones estratégicas en torno al desalineamiento de clase. El reto no es solo construir una política de izquierda que resulte atractiva para la clase trabajadora, sino también garantizar que resuene entre sus diversos miembros, con distintos niveles educativos. Esto requiere centrarse en cuestiones compartidas por la población trabajadora en general, a pesar de las diferentes experiencias vitales moldeadas por los distintos niveles educativos, como la inseguridad laboral, el aumento de los precios de los alquileres, la disminución de los servicios públicos como la sanidad y los salarios que no siguen el ritmo de la inflación.
Aunque la era del populismo de izquierda en Europa puede haber desaparecido, una lección crucial perdura: gran parte de su éxito electoral provino de su capacidad para fomentar una identidad común en torno a objetivos progresistas claros y compartidos que trascendían las inevitables diferencias entre las personas. Independientemente de las políticas en cuestión, incluidas aquellas que benefician principalmente a determinados grupos minoritarios, parece crucial enmarcarlas desde una perspectiva unificadora y universalista, es decir, como propuestas que contribuyen a la mejora de la sociedad en su conjunto. Eso significa fomentar un sentido de identificación compartida que trascienda las diferencias particulares, incluso sin negar su existencia.
Para elaborar un mensaje que resuene en toda la clase trabajadora, independientemente del nivel de educación, parece esencial utilizar un lenguaje y una forma de enmarcar las cosas que se basen en el sentido común y sean accesibles para todos. Si un proyecto de izquierda se apoya demasiado en una retórica cargada de teoría, registros lingüísticos complejos y etiqueta política, solo llegará a las personas que conozcan este vocabulario y estas formas.
Esto crea barreras para las personas que carecen del capital cultural para navegar por códigos y convenciones culturales tan especializados. Evidentemente, esto no implica que debamos dejar de producir reflexiones políticas profundas o análisis complejos. Simplemente subraya lo obvio: el lenguaje y el registro cultural siempre deben adaptarse al contexto colectivo y a la audiencia. Una conferencia académica no es un mitin político, y viceversa.
Este debate sobre el lenguaje, la estética y los símbolos también pone de relieve la importancia que tiene para la izquierda el hecho de recurrir de manera progresista a referencias culturalmente resonantes y arraigadas en el país, lo que Antonio Gramsci denominó «nacional-popular». No es una tarea sencilla, y en los últimos años la derecha italiana se destacó por apropiarse de la identidad y la pertenencia nacionales, impregnándolas de sus propios valores tradicionalistas y excluyentes. Sin embargo, por difícil que sea, este sigue siendo un objetivo estratégico importante, ya que las clases populares, especialmente las que tienen niveles de educación más bajos, tienden a estar más «nacionalizadas» en su proceso de culturalización. Esto significa que son más receptivas a los símbolos, códigos y referencias de la nación, en comparación con las personas con niveles educativos más altos, que tienden a ser culturalmente más cosmopolitas.
El desalineamiento de clase es un problema que debe afrontarse de frente, prestando especial atención al desafío que plantean los diferentes niveles educativos. Sin embargo, hay motivos para la esperanza: también hay excepciones al desalineamiento de clase en Europa, de las que la izquierda italiana puede aprender, tanto de los partidos mayoritarios de centroizquierda como de los movimientos de izquierda más radicales. Por ejemplo, la centroizquierda española tiene su mayor apoyo antre los sectores de menores ingresos, sin que el Partido Socialista Obrero Español, en el poder, sea una fuerza «culturalmente conservadora». Lo mismo ocurre con la estrella en ascenso de la izquierda radical europea, el Partido del Trabajo de Bélgica, cuyo apoyo crece en las zonas de bajos ingresos y disminuye en las de ingresos más altos.
La izquierda necesita urgentemente estrategias para comunicarse de manera más efectiva con toda la clase trabajadora y representar a todos sus segmentos dentro de sus filas. Esto debe lograrse sin sucumbir a la narrativa de la derecha que crea una falsa división entre la gente común conservadora y los progresistas privilegiados. Aunque no es una tarea fácil, es fundamental. Esos esfuerzos podrían detener el desalineamiento de clase y allanar el camino para recuperar a los votantes de la clase trabajadora de la abstención o el atractivo de la derecha.
Comentario