Entrevista con: Quinn Slobodian
La extrema derecha actual consigue combinar la defensa de la libertad económica con la pseudociencia sobre las jerarquías naturales de raza e inteligencia. El historiador Quinn Slobodian explica cómo se pueden encajar estas ideas.
Quinn Slobodian se consolidó como uno de los más agudos historiadores intelectuales del neoliberalismo. En libros como Globalists: The End of Empire and the Birth of Neoliberalism (Globalistas: el fin del imperio y el nacimiento del neoliberalismo) y Crack-Up Capitalism: Market Radicals and the Dream of a World Without Democracy (Capitalismo del colapso: radicales del mercado y el sueño de un mundo sin democracia), presenta al neoliberalismo como una ideología cuya característica esencial consiste en proteger al capital de las consecuencias adversas de la democracia.
En su último libro, Hayek’s Bastards: Race, Gold, IQ, and the Capitalism of the Far Right (Los bastardos de Hayek: raza, oro, coeficiente intelectual y el capitalismo de la extrema derecha), sostiene que el auge de la derecha contemporánea —tanto en su vertiente tecnoliberal como en la más autoritaria— no puede entenderse sin tener en cuenta el giro que en la década del 90 tomaron los pensadores neoliberales hacia la naturaleza y la ciencia como baluartes contra las demandas de justicia social y acción afirmativa. Explica cómo ese «darwinismo social», que a veces se convierte en un «apocalipsis» absoluto, está detrás de diferentes miembros de la internacional reaccionaria, desde el discípulo de Murray Rothbard, Javier Milei, hasta el partido alemán Alternativa para Alemania (AfD).
En una entrevista para Jacobin, Bartolomeo Sala le preguntó a Slobodian sobre esta formación ideológica, que él identifica como el extraño producto del final de la Guerra Fría, así como sobre el efecto que tiene como como animadora de la administración Trump y de los partidos de extrema derecha a nivel internacional.
BS
Quería empezar pidiéndote que describas, en pocas palabras, el concepto central del libro. En distintos pasajes, se remarca su carácter contraintuitivo. Por ejemplo, la relación de la nueva derecha con el neoliberalismo se describe no como una «reacción» sino como una «anticipación». Y, de manera similar, en la conclusión del libro se caracteriza a figuras como Milei no como «disidentes», sino como «animadores fanáticos» del neoliberalismo. ¿Hasta qué punto es apropiado considerar al libro como una genealogía del presente? ¿Qué tópicos trillados intentaba disipar?
QS
Creo que el libro pretendía corregir esta narrativa que se hizo muy común después de 2016 con Donald Trump y el Brexit, en la que la extrema derecha se entendía como una respuesta y una crítica a los excesos de la globalización neoliberal.
Se suponía que estos actores de la extrema derecha buscaban algún tipo de protección social o blindaje de las poblaciones frente a las dinámicas de competencia. Pero mi libro muestra que muchos de los líderes destacados de la extrema derecha eran en realidad capitalistas radicalizados que buscaban acelerar esas mismas dinámicas de competencia y rivalidad de una nueva manera.
El contexto que analizo es el final de la Guerra Fría. Con la muerte del comunismo de Estado, existía la preocupación de que el enemigo hubiera cambiado de forma y de rostro porque los neoliberales y los conservadores seguían sintiendo que había un gran Estado, que había demandas de justicia social y que los progresistas no habían muerto con la Unión Soviética.
Así que a partir de la década de 1990, la gente de derecha, tanto en el campo neoliberal como en el más conservador cultural, comenzó a centrarse en nuevos enemigos, como feministas, antirracistas y ecologistas. Gran parte de la extrañeza del momento actual, en el que la derecha está obsesionada con el marxismo cultural y lo woke, creo que se debe a esta transformación tras la caída del Muro de Berlín.
BS
¿Por qué, entonces, el título de Hayek’s Bastards?
QS
Es una indicación del hecho de que algunos de los principales intelectuales que perfilo en el libro eran miembros del movimiento intelectual neoliberal organizado. Formaban parte de un grupo relativamente pequeño de personas que se reunían regularmente en la Sociedad Mont Pelerin para debatir las diferentes formas en que el capitalismo debía defenderse contra sus adversarios, incluyendo a la democracia.
El propio Friedrich Hayek tenía una comprensión cambiante de la naturaleza humana y de la naturaleza de los mercados. Muchas de las personas sobre las que escribo en el libro simplemente llevaron sus ideas al siguiente nivel. La evolución cultural se convirtió en evolución biológica. Los rasgos de mercado dentro de las poblaciones se convirtieron en ideas de inteligencia, deficiencia y ciencia racial.
Así que son «bastardos» en el sentido de que son la descendencia intelectual de Hayek, pero creo que lo están malinterpretando y llevando su trabajo en direcciones que él mismo no habría tomado.
BS
Creo que el libro se siente como extremadamente actual por razones que son bastante obvias. Al mismo tiempo, se siente como una continuación orgánica de tus libros anteriores, Globalists y Crack-Up Capitalism. ¿Hasta qué punto consideras que el libro es independiente y en qué medida continúa el proyecto de los otros dos?
QS
Lo veo muy en continuidad con los dos libros anteriores e incluso casi como un final cronológico de los mismos.
Globalists tiene en cuenta el período comprendido entre el final de la Primera Guerra Mundial, concretamente el final del Imperio Austro-Húngaro, y la década de 1990. En aquel momento, este grupo de intelectuales neoliberales creía firmemente que se podían crear instituciones que estuvieran por encima del Estado y que englobaran a los mercados a través de la ley y el diseño estatal, todo lo cual culminó en la Organización Mundial del Comercio, por ejemplo; en otras palabras, la idea era garantizar ciertos derechos para el capital que anulaban la soberanía nacional.
Crack-Up Capitalism trataba sobre personas que no estaban satisfechas con ese modelo de ampliación y que, en cambio, buscaban oportunidades para reducir y salir de los acuerdos estatales existentes. Así aparece el romance con Hong Kong y los microestados como nueva solución a los obstáculos de la política de clases y los movimientos sociales, que se reavivó a finales de los 70, pero que realmente se aceleró en los 90 y 2000, con sueños tecnoliberales de ciudades autónomas y estados privados.
Hayek Bastards retoma el hilo donde lo dejó Crack-Up Capitalism. Este último comienza con la imagen de Peter Thiel en 2009 especulando sobre la necesidad de escapar por completo de la política y crear miles de nuevos estados y sistemas políticos. Pero el libro termina con Thiel en 2016 subiendo al escenario de la Convención Nacional Republicana y fusionando este proyecto político con el de Trump. La conclusión parece ser que es mucho más fácil hacerse con un estado existente que fundar uno nuevo.
Yo diría que el proyecto intelectual consiste en tratar de comprender una parte de esa ideología que ha llegado al poder en Estados Unidos, y la forma en que las personas que anteponen la libertad económica a todo lo demás pudieron encontrar aliados útiles en personas que creen en formas naturales de jerarquía como la raza, el género y la inteligencia. Así que sí, la trilogía nos lleva hasta el momento presente.
BS
¿Así que los tres libros son tres capítulos de una historia intelectual del neoliberalismo?
QS
El método ha sido un poco inusual, ya que me centré de forma muy limitada en este grupo de pensadores del movimiento neoliberal y los utilicé como una lente para observar tendencias más amplias.
Nunca intenté afirmar que existiera una especie de camarilla de titiriteros en Ginebra coordinando las leyes y políticas del mundo. Pero sí creo que esta mirada a ras del suelo sobre los intelectuales orgánicos del movimiento neoliberal puede resultar esclarecedora en cierto sentido. No pienso que la historia intelectual deba reemplazar a todos los demás enfoques analíticos, pero sí puede aportar una perspectiva.
Sin embargo, cosas como el actual proyecto de destruir el sistema de comercio mundial, el desmantelamiento del Estado federal, el ataque a las instituciones y la ecología de la investigación y el desarrollo en Estados Unidos, la autorradicalización de las élites de Silicon Valley y su alianza con los nativistas no pueden explicarse por simples incentivos estructurales. Tampoco es simplemente la locura encarnada. Tiene una coherencia intelectual muy extraña, pero que se puede trazar.
Pero una vez que hiciste esto, ¿qué hay que hacer al respecto? No lo sé, pero creo que es útil empezar a manejar las cosas.
BS
Entremos en el libro propiamente dicho. ¿Podría decirme más sobre lo que denominas como «nuevo fusionismo», es decir, el giro neoliberal hacia la naturaleza y la ciencia como forma de neutralizar el impulso «igualitario» que subyace a los movimientos por la justicia social en la década de 1990? ¿Y por qué es un punto de partida importante para entender la ideología de la extrema derecha actual?
QS
Bueno, hay una forma establecida de interpretar a la derecha estadounidense que se conoce como fusionismo, que sostiene que fue la reconciliación de los tradicionalistas cristianos con los libertarios del libre mercado en la década de 1950 lo que le dio al movimiento conservador estadounidense su forma y apariencia específicas.
Lo que noté fue que, a partir de la década de 1970, pero acelerándose realmente en los años 80 y 90, el debate dentro de los círculos neoliberales volvía cada vez más a ideas tanto de las ciencias duras, como de la biología, las ciencias sociales, la psicología cognitiva, la psicología evolutiva y la sociobiología. Estas personas discutían cómo podían utilizar a la ciencia para defender los argumentos neoliberales.
En la década de 1990, el gran éxito de un libro comoThe Bell Curve (La curva de campana) —escrito por un psicólogo de Harvard con un pensador libertario que permaneció en la lista de bestsellers del New York Times durante casi un año— me pareció un punto de inflexión. Si querías defender tu caso ante un público más amplio, y tal vez acercar al centro a tu posición, tenía sentido dejar de utilizar el lenguaje de Dios y Jesús y pasar al del ADN y la evolución.
Tras el auge de la llamada alt-right en 2016, la gente estaba muy confundida por lo que entendía como el regreso de la ciencia racial: existía la idea de que después del Tercer Reich, nadie volvería a tomarse en serio la idea de una jerarquía científica de los seres humanos. Pero lo que muestra mi libro es que la ciencia racial continuó en las sombras hasta que se le dio nueva credibilidad en las décadas de 1990 y 2000 por el aumento del prestigio de la genética, incluido el Proyecto Genoma Humano, y la neurociencia, con la idea de que la química cerebral determina el comportamiento y que la verdad de los seres humanos estaba escrita en su cuerpo y sus genes.
BS
El libro gira en torno a ciertas figuras y motivos. Por supuesto, se habla de Friedrich Hayek y Ludwig von Mises y de cómo los diferentes puntos de vista que tenían sobre por qué ciertas poblaciones son más adeptas al capitalismo de mercado que otras —y si eso es algo cultural o una diferencia que es más profunda y tal vez tenga que ver con esta composición genética— fueron adoptados por los libertarios y conservadores estadounidenses. Otra figura que yo definiría como fundamental, que casi actúa como un punto intermedio entre los austriacos y su descendencia bastarda, es Murray Rothbard, el padre del anarcocapitalismo. Si se trata de una narrativa con personajes y temas, ¿cómo se desarrolla esto en el libro? ¿Cuál es el arco de la historia que se está contando?
QS
Creo que el punto de partida es contraintuitivo, lo que me sorprendió un poco cuando me encontré con él. Y fue la sensación por parte de los intelectuales neoliberales de que en realidad no habían ganado la Guerra Fría.
Creo que mi suposición era que había un triunfalismo y una sensación de victoria tras la caída de la Unión Soviética. Pero el hecho de que a la semana de la caída del Muro de Berlín ya se hablara de nuevos enemigos, enemigos que se habían pasado a la clandestinidad y que de alguna manera se habían transformado de formas que eran esquivas, fue el inicio de una deriva complicada. Porque una vez que aceptas la idea de que el marxismo y el socialismo sobrevivieron, pero cambiando de rostro, entonces cualquier cosa puede ser marxismo y socialismo.
Creo que así es como podemos entender la fijación de la derecha con cosas como lo que llaman «marxismo cultural» o «ideología de género», como el nuevo enemigo de la humanidad. Como el adversario cambia continuamente de forma, se presta a una reinterpretación sin fin. Hay una cualidad paranoica en el término. Y la paranoia no tiene realmente límites, como muestro en el libro.
Así que creo que el arco narrativo proviene de un sentimiento por parte de los libertarios, y a menudo de los libertarios racistas, de que pueden contener a su enemigo de nuevas formas al fijarlo en jerarquías de inteligencia o desplegando los últimos hallazgos de la genética. Pero hacia el final del libro, con un capítulo dedicado a los fundamentalistas del oro («gold bugs») y a la obsesión de la extrema derecha con ese metal, aparece casi una sensación de desesperación o de rendición ante lo inevitable: una incapacidad para contener a sus enemigos y la idea de un colapso inminente, de un apocalipsis que ya no se puede evitar.
Creo que mucho de esto está detrás de la energía salvaje y caótica de la política en los últimos años, algo que trato de captar en la conclusión hablando de la figura de Javier Milei. Algo parecido podría decirse de Elon Musk, aunque en realidad no se había vuelto tan loco al momento de terminar el libro. Lo que reconozco es una especie de desesperación y una voluntad incontrolada de buscar remedios radicales en un momento de gran peligro. Y, como describí en el último capítulo, a menudo la técnica retórica del fundamentalista del oro es predecir un apocalipsis inminente y luego venderte inmediatamente el único medio que existe para protegerte de lo peor.
Creo que ese aceleracionismo es visible ahora mismo en la extrema derecha, ciertamente lo es en los Estados Unidos. Así que la pregunta de quién viene después de los bastardos es bastante embarazosa.
BS
Definitivamente. Me gustaría volver a esto. Pero retrocedamos un poco. Acaba de hablar de uno de los «tres núcleos duros» que se identifican como las obsesiones o mantras de esta nueva extrema derecha, a saber, su obsesión por el oro como «dinero duro» frente al dinero fiduciario volátil e insustancial. ¿Puede contarme más sobre los otros dos términos de la trinidad que se identifican en el libro, a saber, la «naturaleza humana programada» y las «fronteras duras»?
QS
Sí. Creo que la metáfora que utiliza Murray Rothberg a principios de la década de 1970 es útil, cuando habla de la «roca de la biología» que se interpone en el camino de las fantasías igualitarias.
Así que creo que debemos entender todo el libro como la descripción de una reacción violenta, pero no contra la globalización neoliberal sino contra los movimientos sociales de los años sesenta y contra el intento de rectificar las desigualdades históricamente arraigadas de raza, género y geografía global. La apelación a la biología fue retóricamente útil porque sugería que había algo más allá de la manipulación humana que impedía los esfuerzos sociales de transformación. Del mismo modo, la idea de que las diferentes capacidades y talentos estaban programados de diferentes maneras en las poblaciones haría quijotescos e imposibles los esfuerzos de reforma social que surgieron en la década de 1960.
Así que esa idea preconcebida acaba inmediatamente con gran parte del reformismo de la segunda mitad del siglo XX. Si observamos el funcionamiento del Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE, por sus siglas en inglés) y del gobierno de EE. UU. en este momento, podemos ver que se está convirtiendo en un programa político en el que se están atacando y eliminando todas las cosas diseñadas para rectificar las desigualdades históricas.
De ahí surge la cuestión de las fronteras duras, porque los debates sobre inmigración a menudo se enmarcan como debates sobre la comunidad y la cohesión social y la amenaza a la estabilidad y seguridad internas. Y lo que muestro en el libro es que si se piensa en las poblaciones como si tuvieran capacidades inherentes para la actividad económica, entonces también se puede crear un nuevo régimen de inmigración que deje entrar a algunas poblaciones porque se supone que son participantes más eficaces en el mercado, mientras que se deja fuera a otras porque se supone que son inevitablemente parásitos y dependientes de la asistencia social.
Ahora bien, esas dos cosas pueden funcionar juntas sin creer en el dinero duro o en la necesidad de desmantelar el sistema de moneda fiduciaria y de volver a las monedas respaldadas por metales preciosos. Pero en las formas más extremas de libertarianismo de derecha, las tres van juntas. La creencia de que la ciencia y la naturaleza dictan el orden se extiende también a los medios de almacenar valor e intercambiar mercancías, y el dinero también está sujeto a esta cientifización.
BS
Supongo que la cúspide de esto es lo que en el libro llamas «IQ-centrismo», la idea de que se puede tener una métrica de inteligencia en torno a la cual se debe organizar toda la sociedad y que encasilla a las personas en jerarquías rígidas. En el libro, utilizas el neologismo «neurocastas» para ilustrarlo.
QS
Creo que eso es algo que ayuda a entender la alianza, por lo demás improbable, de los tradicionalistas de derecha y los tecnoliberales de Silicon Valley. Puede reforzar un impulso hacia la segregación o la reproducción de la supremacía blanca. Pero para Silicon Valley, creo que el IQ funciona de forma un poco diferente y ofrece la perspectiva de ciertas formas de ingeniería social y la clasificación de las poblaciones según su mejor uso productivo.
Creo que, como ocurre con muchas cosas en la extrema derecha de hoy en día, no funciona porque tenga un objetivo común, sino porque hay ciertos lenguajes e ideas que pueden aglutinar muchos objetivos e imaginaciones diferentes del futuro.
BS
Como dijiste antes, tu libro se terminó antes del segundo mandato de Trump. Sin embargo, en muchos aspectos, este último parece la reivindicación o el punto final de la «larga marcha a través de las instituciones» de los nuevos fusionistas. Desde el descomunal papel de Elon Musk como «rey emprendedor» hasta la implementación de DOGE, de políticas contra la DEI (acrónimo de Diversidad, Equidad e Inclusión) y cualquier manifestación similar del «virus woke» y del «colectivismo» en acción, así como la detención ilegal y deportación de estudiantes y migrantes. Trump 2.0 se parece a la mezcla de libertarismo extremo y autoritarismo que se describe en el libro. ¿Hasta qué punto crees que eso es cierto?
QS
Creo que la forma en que la administración Trump se está desarrollando esta segunda vez muestra algunas diferencias bastante serias, en realidad, con la ideología que expongo en el libro. Yo diría que la aspiración de las figuras de Silicon Valley como Thiel, Marc Andreessen y Musk sería más bien una administración «neofusionista» que siga buscando los imperativos capitalistas de eficiencia y productividad mientras pisotea alegremente cualquier idea de igualdad humana o redistribución.
A finales de 2024, hubo un debate entre Musk y Vivek Ramaswamy con Steve Bannon sobre inmigración, en el que Bannon decía que debería haber una política de empleos estadounidenses para estadounidenses, y Musk y Ramaswamy decían que ciertos tipos de trabajos en tecnología requerían trabajadores altamente cualificados. Así que podríamos hacer deportaciones masivas mientras seleccionamos a esta clase escogida de trabajadores móviles de todo el mundo para conectarlos con sus empresas en Silicon Valley. Eso, para mí, fue un buen ejemplo de «nuevo fusionismo» en acción.
No se trataba simplemente de decir que hay un principio que se aplica a todos los seres humanos, sino que debemos diferenciar entre los individuos de mayor y de menor valor. Creo que la política de Trump sobre la tarjeta dorada, que le permitiría a la gente comprar la ciudadanía, sería otra expresión perfecta del tipo de cosas sobre las que escribo en el libro: fusionar la ciudadanía con el valor monetario de formas que serían completamente ilegibles para los fascistas de la vieja escuela. Uno no puede imaginar al Tercer Reich ofreciendo esta opción: ya sabes, un millón de marcos alemanes y te conviertes en ario.
BS
La idea de la nación como un mercado en el que compras tu ciudadanía por medio de tu talento innato o, si eso no es suficiente, con tu patrimonio neto…
QS
Al mismo tiempo, tal vez este sea el sesgo de la última semana más o menos, la política comercial que se está implementando y la actitud hacia la anexión de países y territorios adyacentes como Groenlandia, Canadá y Panamá esté bastante desfasada de una manera muy fundamental con cualquier genealogía del movimiento neoliberal. Porque si hay algo en lo que se basa el movimiento neoliberal es en que los estados deben estar subordinados a los mercados en algún nivel, y el poder económico debe prevalecer sobre el poder estatal. Los estados son muy importantes, esenciales, pero son servidores del capital, y creo que sobrepasar los límites de la soberanía nacional de una manera tan directa es practicar el tipo de política contra la que se formaron los neoliberales originales en la década de 1930.
BS
A diferencia de sus libros anteriores, Hayek’s Bastards está bastante centrado en Estados Unidos. Es cierto que, en el capítulo sobre los «gold bugs» y las personas que fetichizan al oro como inversión y pretenden un retorno al patrón oro, se habla largo y tendido de que Alternativa para Alemania se originó como una reacción conservadora-libertaria contra la Unión Europea y el euro. En la conclusión del libro, citas a hombres fuertes como Milei, Jair Bolsonaro, Nayib Bukele y Nigel Farage como iteraciones de esta agenda de extrema derecha vagamente definida. Sin embargo, en su mayor parte, se centra en un puñado de periodistas, académicos y miembros de grupos de reflexión estadounidenses.
¿Ves a esta ideología filtrándose en otros lugares? Por ejemplo, ¿en Europa? Estoy pensando en Fratelli d’Italia de Giorgia Meloni o en el Rassemblement National de Marine Le Pen, partidos posfascistas que, al menos en teoría, defienden discursivamente a la nación y que en su composición ideológica abrazan un mínimo de dirigismo y protección social, en lugar de proponer mercados libres y la ciencia como base de la desigualdad.
QS
Creo que, de manera más suave, Viktor Orbán sigue siendo un líder muy importante de esta mutación de la derecha posterior a la Guerra Fría. Es realmente alguien que en la Conferencia de Acción Política Conservadora y en otros lugares articuló con mayor claridad esta idea de que el marxismo no desapareció. Simplemente pasó a la clandestinidad y se transformó, por lo que aún debe ser erradicado, porque de alguna manera la Guerra Fría nunca terminó. Pero digo «más suave» porque también combina su política antiizquierda con cierta visión del asistencialismo social. Una política pronatalista muy fuerte, por ejemplo, y una cierta atención a lo que ellos llaman chovinismo asistencialista.
Y creo que eso llega más a las otras facciones de la derecha posfascista, especialmente en Europa. Siempre pensé que Marine Le Pen, e incluso Matteo Salvini y Meloni, representan una variante ligeramente diferente de la extrema derecha que a menudo está dispuesta a ser antiausteridad, a jugar con la idea de pagos directos en efectivo y con ciertos tipos de protecciones sociales, mientras que también apuestan a la competitividad y garantizan hospitalidad para el capital y las alianzas militares. Así que no diría que lo que describo en el libro capta perfectamente a la extrema derecha en todos los países.
Creo que hay una gran diferencia entre los conservadores que lideraron el Brexit y la AfD o la extrema derecha belga. Así que lo situaría en ese espectro, pero el libro no intenta dar una explicación única para todo lo que estamos viendo.
BS
En su reciente ensayo sobre Elon Musk para New statesman, escribes: «Tratar de entender las caleidoscópicas reglas del juego de Musk se convirtió en algo así como un deber cívico». ¿Es así como ves tu trabajo como «historiador de las malas ideas»? ¿Consideras a tu trabajo como algo inherentemente político, o simplemente estás tratando de trazar un mapa de las ideas de estos extremistas de extrema derecha por el bien de la erudición?
QS
Creo que la investigación académica requiere de un ecosistema que la sustente a un nivel básico: universidades, financiación para estudiantes de posgrado, aulas, bibliotecas. Uno de los aspectos realmente aterradores del momento actual es la suposición de que no es seguro que estas cosas persistan a medio plazo. En este momento hay un esfuerzo concertado en Estados Unidos para hacer imposible la práctica de la investigación académica tal y como la entendimos históricamente. Es realmente un esfuerzo para desfinanciar la educación superior.
Así que en épocas anteriores, cuando podíamos contar con una financiación de la investigación relativamente estable, con cohortes de estudiantes de posgrado y puestos de trabajo para esos estudiantes una vez que se graduaban, creo que era posible imaginar una especie de espacio autónomo. Sin embargo, debido a que la extrema derecha politizó la existencia de las universidades, creo que cualquier cosa que se haga en una universidad es ahora política de facto.
La universidad se está presentando como un posible objetivo a eliminar, o como una posible justificación para seguir estrangulando los recursos. Me gustaría imaginar que todavía estamos en un escenario donde la investigación autónoma es posible, pero creo que esa libertad, por ahora, desapareció.
Así que la elección de actuar políticamente dentro de la universidad no es algo que tengamos que hacer sino que es algo que se nos impuso. Creo que nuestro trabajo, por definición, forma ahora parte de una política controvertida, así que probablemente sea una buena idea empezar a pensar en ello de esa manera y asumir las consecuencias que conlleva.
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