Por: Homar Garcés
Aunque hayan sido desestimados por diversos motivos en el transcurso de la historia humana, los sectores populares de nuestra América podrían ser capaces de conjugar un tipo de socialismo comunal (cuya práctica es, además, ancestral y sobrevive, hasta el presente, en diferentes modalidades) con la visión de una gran nación democrática.
Esta conjugación implica un proceso continuo de edificación de esta nación democrática, la cual tendría que fundarse en el reconocimiento de las identidades multinacionales (o pluralidad cultural) presentes en su territorio, algo equivalente a lo promovido y conseguido constitucionalmente por Evo Morales, siendo presidente constitucional de Bolivia. Su comprensión supone la necesidad, además, de descontruir los paradigmas dominantes, aquellos que, a pesar de la gesta independentista, nos tienen aún atados al pensamiento eurocentrista.
Las expectativas de desarrollo de la civilización -difundidas a partir del afianzamiento de la visión eurocentrista con el estallido de la Revolución Francesa de 1789- establecieron una imagen lineal del desarrollo histórico de los modos de producción, lo que, de alguna manera, reforzaran Marx y Engels en el Manifiesto Comunista al decretar que las diferentes luchas de clases del pasado (incluyendo las de su época) desembocarían «en una transformación revolucionaria de la sociedad entera o en la destrucción común de las clases en lucha». Tales expectativas, en el caso de nuestra América, confluyeron en la búsqueda de reconocimiento de quienes, desde la época del colonialismo hispano, fueran segregados y condenados a un estado permanente de explotación y miseria. En el presente, las mismas abarcan diversas luchas, en apariencia divergentes, pero que desembocan en unos objetivos centrales que apuntan al logro de mayores y efectivos derechos democráticos, sin exclusiones de ningún tipo.
Sin embargo, la construcción consciente de la historia -transformando la totalidad de las condiciones políticas, económicas y sociales existentes- resulta una cuestión extraña o ajena al común de la gente, o como algo que no buscan ni anhelan desempeñar, inmersos en una visión estática de la misma, de la cual solo podrían ser simples espectadores, sin conflictos qué superar, en tanto, los sectores dominantes (tocados por la gracia de Dios) estarán llamados a ejercer el poder, según su gusto y avidez. Esto permite el trasplante de géneros de existencia social de los que difícilmente se sustraen las personas, llegando a admitirlos ya sea por inercia, por pereza intelectual o por mera conveniencia. Es el resultado de la ideología dominante. Frente a ésta, no basta el simple discurso. Hace falta que la práctica lo acompañe, en un proceso que no termina de construcción y deconstrucción, de cambio e innovación, que permita a los sectores populares ejercer el poder soberano que les corresponde, sin que exista condicionamiento institucional ni traba alguna.
El cambio de las estructuras vigentes, herederas del pensamiento eurocentrista, no podría llevarse a cabo mientras haya una burocracia habituada a asumir el poder y a tomar decisiones en nombre del pueblo, haciendo caso omiso a sus derechos y a su soberanía; convencida de ser la única autorizada para hacer y deshacer, según su conveniencia. Se debe tener presente que, para conservar su poder, esto es, la posesión o usufructo del Estado, la burocracia corporativa requiere ejercer sin cuestionamiento ni impedimento el monopolio ideológico que justifique ante las masas populares el ejercicio de este poder en su nombre; lo que imposibilita que surja -con toda su carga subversiva- un socialismo comunal, lo que sería el resultado histórico de sus acciones y de sus propuestas centrales. Por eso, si éste es el propósito fundamental de una revolución de carácter socialista, se debe dar paso a una crítica unitaria de la sociedad, de tal modo que no existan posibilidades de revertir las demandas colectivas en función de paliativos, reformas o pactos convenidos con los sectores hegemónicos, lo que no tendrá mayores efectos en las causas y en las estructuras que coaccionaron a los sectores populares y les negaron espacios de igualdad y de dignidad por mucho tiempo.
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