Sólo trato de entender la presencia y vigencia de la conciencia de una situación signada por la decadencia y derrumbe del régimen colonial español, y por el auge e irrupción violenta del novedoso e impetuoso imperialismo estadounidense. El aviso de Martí estaba posibilitado por haber vivido en lo que él llamó “las entrañas del monstruo”, y por ello haber desentrañado los peligros de tal monstruo significaba para “Nuestra América”. La idea es hurgar un poco en los orígenes de un proceso transformador tan discutido y trascendente como la revolución cubana. Pienso que es imprescindible conocer los antecedentes históricos e ideológicos de ese movimiento, y un paso fundamental en ese sentido es la lectura de la obra de Martí y su accionar revolucionario.
José Martí nació en La Habana el 28 de enero de 1853, de padres españoles; al siguiente año se produjo la primera propuesta de Estados Unidos a España para comprar Puerto Rico. También en 1854 se dio un intento anexionista encabezado por el catalán Ramón Pinto, de acuerdo con la junta cubana en Estados Unidos.
En 1862, Martí conoció de cerca los horrores de la esclavitud y juró, ante el cadáver de un esclavo ahorcado, “lavar con su vida el crimen” (Versos Sencillos, XXX). Seis años después se dio un proceso de agudización interna, se acentuó la exclusión de los cubanos de la administración pública. El conflicto se expresó en el Grito de Yara, fue cuando se inició la Guerra de los Diez Años y se declaró la abolición de la esclavitud por Carlos Manuel de Céspedes. Los insurrectos en 1869 incendiaron Bayamo, mientras que España respondió con una guerra de exterminio que provocaron más emigraciones a los Estados Unidos. Es el momento de los primeros escritos patrióticos de Martí: el editorial de “El Diablo Cojuelo”, el poema dramático “Abdalá” publicado en “Patria Libre”; escribió el soneto “¡10 de Octubre!” en el periódico manuscrito estudiantil “El Siboney”. El 21 de octubre de 1869 fue encarcelado y acusado de infidencia, sentenciado a 6 años de presidio político; en el presidio trabajaba 12 horas diarias en las canteras de San Lázaro, con grilletes en el pie, en el mismo año es indultado. Apenas tenía 16 años.
En 1871 se le deportó a España y en Madrid publicó “El Presidio Político en Cuba”. Es el año en que son fusilados ocho estudiantes de medicina por la fuerza española de ocupación. Junto con otros cubanos ofreció honras fúnebres a los fusilados y repartieron una hoja impresa redactada por Martí.
Entre 1876 y 1877 su produjeron algunos momentos claves en la vida de Martí. En el campo independentista se asomaban divisiones; emergía la revolución liberal en Honduras con Marco Aurelio Soto y Ramón Rosa a la cabeza, en donde hubo presencia de varios connotados exilados cubanos y dominicanos como José Joaquín Palma, Máximo Gómez, Antonio Maceo y Tomás Estrada Palma; en Guatemala Martí se entrevistó con el Presidente Justo Rufino Barrios, aquí fue nombrado profesor de literatura en la Escuela Normal, catedrático de literatura francesa, inglesa, italiana, alemana y de historia de la filosofía, en la Universidad de San Carlos.
La guerra de los diez años concluyó en 1878 y Martí llegó a La Habana para ser elegido, al siguiente año, como vicepresidente del Club Central Revolucionario. El 17 de septiembre de 1789 es detenido por conspirador y otra vez es deportado a España. Luego se embarcó hacia Norteamérica, llegando a Nueva York el 3 de enero de 1880.
En 1881 llegó a Caracas, donde lo primero que hizo fue visitar la estatua de Bolívar. Desde 1886 envió correspondencia para los periódicos “El Partido Liberal” de México y “La República” y “La Paz” de Honduras, colaboró con “El Economista Americano” de Nueva York. Más de 20 periódicos de todo el continente reproducían sus artículos que se publicaban en “La Nación” de Buenos Aires.
En 1891, en la reunión de los clubes de emigrados, resolvieron fundar el Partido Revolucionario Cubano; al siguiente año, el 5 de enero, se aprobaron las bases y estatutos secretos del Partido.
Durante buena parte del siglo XIX se gestaron en los cubanos las tres principales posiciones no conformistas con el régimen colonial: el autonomismo, el anexionismo a los Estados Unidos y la independencia. La posición autonomista era una solución conciliadora, el autonomismo representó la entrega cínica y descarada al imperio en apogeo. La otra posición, la del desarrollo económico, la preparación cultural y política, en fin, el independentismo, era la de los cubanos que se consideraban preparados para tener su patria.
La lucha de Martí se expresó principalmente entre los años de 1871 y 1891; en ese período realizó continuos viajes de propaganda a Tampa y Cayo Hueso, lugares donde se concentró la actividad organizadora de los clubes revolucionarios. El partido revolucionario era una realidad desde marzo de 1892, en ese período apareció el primer número del órgano del partido: “Patria”, redactado casi siempre en su totalidad por Martí. En 1893 coincidió con Rubén Darío, de paso para Buenos Aires y París. Darío decía que “nunca ha encontrado, ni en Castelar, un conversador tan admirable. Era armonioso y familiar, dotado de una prodigiosa memoria, y ágil y pronto para la cita, para la reminiscencia, para el dato, para la imagen”.
Hasta 1895, Martí desplegó una intensa actividad en la preparación de la guerra contra España. El 26 de febrero, él y Máximo Gómez, recibieron la noticia del alzamiento general de Cuba; el 25 de marzo ambos firmaron el Manifiesto de Montecristi. El documento expuso que “un pueblo libre… sustituirá sin obstáculo, y con ventaja, después de una guerra inspirada en la más pura abnegación… al pueblo avergonzado donde el bienestar sólo se obtiene a cambio de la complicidad… con la tiranía”; “Es la guerra sana y vigorosa… es suceso de gran alcance humano… la confirmación de la República Moral en América” . Es decir, Martí adivinó un doble propósito en la guerra liberadora: derrotar el yugo español y evitar caer en manos del nuevo imperio que él conocía, por haber vivido en sus entrañas; o como dijo en su carta a Manuel Mercado, en 1895: “viví en el monstruo, y le conozco las entrañas: y mi honda es la de David”.
El 11 de abril de 1895, después de varios intentos desembarcó en Cuba, en un sitio de la costa sur de oriente llamado Playitas. El 5 de mayo se reunió en consejo con los generales Gómez y Maceo y otros oficiales, fue nombrado Mayor General del Ejército Liberador. Penetraron en la jurisdicción de Guantánamo, encontrándose con las fuerzas de Maceo, que acaban de derrotar a tropas españolas. Junto con Máximo Gómez redactaron la circular a los jefes conocida como “Política de Guerra”, inspirada en la tesis de la guerra sin odio. El 19 de mayo después de arengar a la tropa, cayó mortalmente herido en la acción de Dos Ríos, cuando apenas tenía 42 años, sin que los cubanos pudieran rescatar su cuerpo, que fue conducido a Santiago de Cuba. Al enterrarlo, el coronel español Ximénes Sandoval dijo: “Nadie que se sienta inspirado de nobles sentimientos debe ver en estos yertos despojos un enemigo, sino un cadáver. Los militares españoles luchan hasta morir; pero tienen consideración para el vencido y honores para los muertos” .
LA PALABRA Y EL HOMBRE.
Una de las referencias más notables en Martí, en su estilo, en su forma de decir, es la sencillez que recuerda lo clásico; y se encuentra como sustancia de su palabra, en la obra lírica, periodística, en la propaganda y promoción de la guerra de liberación, un carácter nativamente ético, moralizador, en un sentido transformador.
Domingo Faustino Sarmiento hablando sobre Martí decía que: “En español nada hay que se parezca a la salida de bramidos de Martí… Deseo que le llegara a Martí este homenaje de mi admiración por su talento descriptivo y por su estilo de Goya”. Martí consideraba como sus maestros a Goya y a los genios literarios del siglo de oro español como Quevedo. Esto ayudó a crear una obra que no es portadora de mitos, de fantasías, de su mundo interior o de símbolos ocultos, sino de una pasión por lo hispanoamericano y de un impulso profético y redentor; que nos transporta necesariamente a un momento que trasciende a lo estrictamente literario: el de la moralidad intransigente; también a una ética que no tiene que ver con las normas implantadas, sino que estaba basada en el amor a la patria independiente. Patria concebida con dos fronteras: el Río Bravo y la Patagonia por momentos oprimida y atrasada. Martí expresó que “cuando no se disfruta de la libertad, la única excusa del arte y su único derecho para existir es ponerse al servicio de ella. ¡Todo al fuego, hasta el arte, para alimentar la hoguera¡”.
Su intransigencia se muestra como un valor ético y estético ya que contiene los valores de fidelidad y participación. Su forma sencilla de expresar un mundo originó una retórica elaborada tal y como es la naturaleza. Cuando lo motiva algo externo manifestado en la crónica periodística, el estilo tiene que encarnarlo mediante la participación efectiva: de ahí la gran variedad de “estilos” presentes en Martí. Si el asunto es la propia intimidad, la forma irrumpe libremente desde la raíz, entera, súbita, acumulada, y con el menor número de palabras posibles, como norma de concreción y sencillez, que no excluye, como él mismo advirtió, la abundancia natural.
En el año de 1889, Martí comentó la exhibición de pinturas del ruso Vereschagin, exclamó ante el espectáculo del régimen zarista de explotación, la infamia en que vivía aquel “pueblo espantado y deforme: ¡La justicia primero, y el arte después¡”. En otros apuntes agregó que “en los países donde se padece, el caracolear con la mera fantasía es un delito público. La inteligencia se ha hecho para servir a la patria. Y lo que no sirve para esto, hasta que toda la justicia no sea cumplida, fustigada y echada sea del cerco, como un perro ladrón”. El discurso de Martí se convirtió en arma de lucha que invitaba a luchar contra el supuesto desarrollo generado en el norte civilizado.
La palabra política, independentista o literaria de Martí, era en cualquier circunstancia un instrumento educador de primerísimo orden, y la educación que le interesaba era la que condujera al hombre hispanoamericano a ser dueño de sí mismo, universal y libre por su cultura, autóctono por sus valores, lúcido ante todos los peligros, fraterno para todos los hombres de buena voluntad. Pensaba Martí que los indios y los negros “lejos de constituir cuerpos extraños a nuestra América por no ser “occidentales”, pertenecen a ella con pleno derecho: más que los extranjerizos y descastados “civilizadores”. Es desde 1883 que Martí denunció “el pretexto de que la civilización, que es el nombre vulgar con que corre el estado actual del hombre europeo, tiene derecho natural de apoderarse de la tierra ajena, perteneciente a la barbarie, que es el nombre que los que desean la tierra ajena dan al estado actual de todo hombre que no es de Europa o de la América europea”
La identificación permanente con los dolores y virtudes de la raza negra en América, “con los pobres de la tierra”, y con el esplendor destruido de las culturas indígenas, están en la raíz de su profundo americanismo literario, cuestión que le posibilitó la oportunidad de sentirse espiritualmente mestizo, hermano del esclavo, del preso y del paria; para él “la esclavitud de los hombres es la gran pena del mundo”. Además, es un ejemplo de conjugación de la palabra con la vida y no presentó ninguna disociación entre ambos momentos. Una vez dijo: “No hay letras que son expresión, hasta que no haya esencia que expresar en ellas. Ni habrá literatura hispanoamericana, hasta que no haya Hispano América”. Es decir, en Martí se traduce el paradigma de lo que ha de ser nuestra literatura cuando la libertad y la creación, el trabajo y sus productos, la justicia y el arte, puedan realmente coincidir y fundirse. Ese será, dice Vitier, “una literatura descolonizada, autóctona, libre y universal, dueña de la imaginación como de la realidad, cuyo centro sea el hombre entero y nuevo, trabajador y artista, amoroso y justiciero: el hombre americano por el que claman como armas vibrantes todas las palabras de José Martí”.
Desde el momento en que hizo la distinción entre “civilización”y “barbarie” como enfrentamiento de dos mundos, Martí advirtió que a pesar de existir otros países libres, el más grande es Hispano América, porque es nuestro y ha sido más infeliz, la América en que nació Juárez. A partir de esa concepción se despliega el resto de su pensamiento, todo por la necesidad de hacer filas “para que no pase el gigante de las siete leguas”.
EL ARTE Y LA POLITICA
En muchos admiradores y críticos de Martí existe la intención de crear un mito de su figura, lo colocan como puramente esteta, refinado poeta o brillante ensayista; o solamente como hombre a quien circunstancialmente la vida lo puso frente a una situación que no podía soslayar. También, después de muerto y con la frustración de la república mediatizada, se dio inicio a un proceso de enclaustramiento y de iconización de su ideario. Martí es todas esas cosas y tendría que entendérsele en esa múltiple dimensión.
De Martí puede decirse que no era solamente un literato, o un político, ni siquiera un filósofo; tampoco se le puede encasillar en alguna corriente de pensamiento ya que sus ideas se fueron construyendo según lo plantearon las necesidades de su realidad. Poseedor de una obra abundante cuya parte principal estuvo dedicada a la prosa política y a la acción revolucionaria. Supo de las ideas liberales y del movimiento literario romanticista. Desde inicios del siglo XIX el romanticismo en América sirvió para proponer ideales, estilos y actitudes distintas a los de la época colonial; se trató entonces de cohesionar intereses comunes y algunas señas de identidad en los intelectuales criollos de aquél momento. A finales del XIX ese movimiento se fusionó con el realismo, el naturalismo y el modernismo, y la versión americana de esas corrientes literarias se combinó con el interés de forjar los Estados modernos y con la construcción de las identidades nacionales. Se elaboró un instrumento político que en algunos escritores significó deterioro de la calidad literaria y que en el caso de Martí resultó en una elevada producción en la poesía, la novela, el teatro, el periodismo, el ensayo, la crítica literaria y en la práctica política. Incluso, puede afirmarse que su estilo y profundidad es del mismo calibre de cualquier clásico de la literatura universal. Hay una expresión de Martí que retrata a cabalidad su visión acerca del lugar de la literatura en el ambiente del artista, decía: “Acercarse a la vida –he aquí el objeto de la literatura- ya sea para inspirarse en ella; -ya para reformarla conociéndola”.
En él están presentes todos esos elementos artísticos y, lo más importante, fue el haber combinado esa actividad literaria con la práctica revolucionaria, con el trabajo organizador del Partido Revolucionario Cubano que dirigió la guerra de independencia, ese fue uno de sus más grandes creaciones políticas. Tal actividad fue concebida como el trabajo cultural fundamental de los pobres de la tierra, a la base de esa labor estaba la tesis de que la política eficaz no era posible si se dejaba de lado los valores y los ideales más elevados de la humanidad. Supo sintetizar el arte con la acción política, por ello proclamó que “La literatura de nuestros tiempos es ineficaz, porque no es la expresión de nuestros tiempos… Hay que llevar sangre nueva a la literatura”. Y esa sangre nueva consistía en la autenticidad individual y social dispuesta a lograr la dignificación del hombre y la superación del sistema colonial y esto se podría lograr, según Martí, rescatando lo antiguo cuando sea bueno y creando lo nuevo cuando sea necesario, “no tocar una cuerda, sino todas las cuerdas –No sobresalir en la pintura de una emoción, sino en el arte de despertarlas todas-“. En su opinión la dirección de la guerra era un mandato social por el bien de todos y no para lograr poder material y privilegios.
Su vigencia se explica conociendo su trayectoria como pensador de transición en dos sentidos: en primer lugar, participó activamente en la lucha independentista contra el colonialismo español y, en segundo lugar, inició una reacción bastante radical para su tiempo, contra la emergencia del expansionismo norteamericano. Esa situación lo acerca a nuestro tiempo y su vigencia es más fuerte en la medida en que muchas transformaciones sociales siguen pendientes. Esa coyuntura signada por la independencia de España y el nacimiento de Estados Unidos como gran potencia, es experimentada por Martí y frente a ella asume una postura que lo colocó más allá del liberalismo de su tiempo. Esto es fundamental para entender las ideas políticas de Martí, que no sólo son productos teóricos sino el fruto de problemas concretos.
Algunos puntos de contacto con los pensadores liberales fueron la necesidad del poder civil, la lucha contra los elementos medievales en América, el anticlericalismo entre otros. En su etapa liberal sus ideas giraron en torno al problema de lo que debe ser un régimen liberal, cuyo modelo era los Estados Unidos. Coincidió con los liberales del siglo XIX al hablar de la necesidad de una ruptura ideológica con España y estaban de acuerdo en que había existido independencia de la corona española, pero nunca de España. Por ello insistió en que abandonar la herencia española significaba un proceso largo, penoso y gradual. Decía: “no podemos mudar el mundo en Cuba, ni injertarnos de un vuelco político, la naturaleza angelical; ni esperar que, al día siguiente de la expulsión del gobierno de España quede Cuba purgada de los defectos del carácter que, pus a pus, nos fue ingiriendo con su sangre autoritaria y perezosa; ni hemos de resolver de un golpe los problemas acumulados por la labor de siglos, y sostenida por la condición egoísta y vanidosa de la naturaleza humana”. Pero a partir de su vida en los Estados Unidos, entre 1885 y 1891, Martí superó el ideario liberal y desarrolló un pensamiento más radical, en especial por su temprano antiimperialismo y por ponerse al lado de los “pobres de la tierra”, al dedicarse también a elaborar una teoría coherente de la personalidad latinoamericana, ajena al modelo anglosajón tan querido por los pensadores liberales de su tiempo. Con él nace la valoración positiva del hombre americano y de su tierra y su constante reiteración de “Nuestra América”. Rechazó lo que atentaba contra lo genuino de nuestros pueblos y aceptó valores que se adaptasen a nuestro espíritu; por ello planteó: “Injértese en nuestras Repúblicas el mundo; pero el tronco ha de ser el de nuestras Repúblicas. Y calle el pedante vencido; que no hay patria en que pueda tener el hombre más orgullo que en nuestras dolorosas Repúblicas americanas”.
Es posible que la idea más constante en la obra de Martí sea la necesidad de la libertad. Su noción de ese ideal no era una esencia absoluta sino algo existente en la práctica social, una manifestación de la realidad humana. Se trataba, pues de buscar valores en la realidad efectiva y en su devenir como un despliegue de la cultura en y por el hombre. Cuando Rubén Darío conoció sus “Versos Libres” afirmó que eran “Versos de métrica libre, producidos por un hombre de libertad” y de esa obra el mismo Martí dijo que eran nacidos de “grandes miedos, o de grandes esperanzas, o de indómito amor de libertad, o de amor doloroso a la hermosura, como riachuelo de oro natural, que va entre arena y aguas turbias y raíces, o como hierro caldeado, que silba y chispea, o como surtidores candentes”. Pero la libertad aquí no es una simple idea más bien es el valor irrenunciable y fundamental de la condición humana, que puede lograrse por la vía de la literatura y de la práctica revolucionaria.
Seguramente este es el momento cumbre en la vida de Martí, cuando conjugó el arte y la política con la lucha liberadora de su pueblo, a mi criterio esta es su obra maestra, en donde deja de lado su individualidad para fundirse en una tarea de creación colectiva. Y esto no fue producto de una inspiración repentina sino que mantuvo una coherencia consistente y prolongada desde la adolescencia hasta el momento de su muerte.
A partir del 26 de julio de 1953 es que en el hombre humanísimo que es Martí se descubre otra faceta de su legado: aparece como responsable intelectual del asalto al Cuartel Moncada, primer jalón de la llamada segunda independencia de América, y también como el literato creador de un arte al servicio de la lucha independentista; arte, además, revestido de formas clásicas pero intencionalmente dirigido. Su objetivo fue fundirse con la lucha popular, servir al pueblo desde su más alta dimensión artística. Su voz es acción cuando decía que un “orador brilla por lo que habla; pero definitivamente queda por lo que hace. Si no sustenta con sus actos sus frases, aún antes de morir viene a tierra, porque ha estado de pie sobre columnas de humo” . La palabra y la acción deben, pues, sustentarse en base firme, en la realidad circundante y a favor de las reivindicaciones de su pueblo, absolutamente alejada de la torre de marfil del viejo artista, tomando en cuenta la vida preñada de conflictos sociales y traduciendo en la obra artística tal complejidad.
Como esa libertad de crear depende de un marco social adecuado en donde pueda expresarse, asumió tal situación en forma de compromiso, en forma de guerra de liberación. Otra vez acción y arte compenetrados mutuamente, arte para la acción, arte como guía del pueblo. Decía que en la poesía hispanoamericana o cubana, no se distinguen diferencias entre ellas ya que puede llamarse hondureña o argentina; decía, pues que “en nuestra poesía, no teniendo aun alcance determinado el pensamiento religioso, ni el político, y entorpecido y azorado el pensamiento moral; -no pudiendo sacrificar en altares conocidos; – sacrifiquemos en uno que jamás perece, porque lo vamos haciendo nosotros mismos, con nuestros cuerpos y con nuestros dolores; – el de la historia”. Así va dejando la semilla de un arte continental, de una producción artística extendida por toda la Hispano América, aunque apunta que “las levitas son todavía de Francia, pero el pensamiento empieza a ser de América. Los jóvenes de América se ponen la camisa al codo, hunden las manos en la masa, y la levantan con la levadura de su sudor. Entienden que se imita demasiado, y que la salvación está en crear. Crear es la palabra de pase de esta generación. El vino, de plátano; y si sale agrio, ¡es nuestro vino ¡” . Se nota que es contemporáneo, hombre nacido en otro siglo pero de nuestra época, otra vez contemporáneo.
También intentó fundar la literatura en la ciencia, “lo que significa introducir el estilo y el lenguaje científico, que es una forma de verdad distinta de la ciencia, sino comparar, imaginar, aludir y deducir de modo que lo que se escriba permanezca, por estar de acuerdo con los hechos constantes y reales”. Su norte constante fue tratar de elevar la conciencia cubana del entonces a una altura estética adecuada, que permitiera apropiarse de la creación artística sin caer en la simplificación mecánica. De ahí que manifestara que “adoro la sencillez pero no la que proviene de limitar mis ideas a este o aquel círculo o escuela, sino la de decir lo que veo, siento o medito con el menor número de palabras posibles, de palabras poderosas, graficas, enérgicas y armoniosas”, para “conocer y fijar la realidad; componer en molde natural, la realidad de las ideas que producen o apagan los hechos, y la de los hechos que nacen de las ideas; ordenar la revolución del decoro, el sacrificio y la cultura de modo que no quede el decoro de un solo cubano, ni la revolución inferior a la cultura del país”.
LA IDENTIDAD DE NUESTRA AMERICA
Cuando inician los movimientos independentistas en América Latina se empezó a notar la importancia de lo que llamamos identidad; sin usar tal expresión, el asunto fue entrevisto por los próceres independentistas como Morazán, Bolívar y Martí. Esto se convertiría en un ideario político fundamental en toda la región.
El cubano incondicional de los ideales de Morazán y Bolívar, se esforzó por continuar ese proyecto y en exaltar sin reservas a esas figuras. Del centroamericano decía que su aspiración era “Derribar obstáculos, fundir pueblos y elaborar una nación potente”. Martí proponía que Bolívar todavía tenía que hacer en América, y tiene bien claro que la independencia es para formar un hombre continental, original, y que ese proceso obedece a una necesidad interna; a la letra decía que “la independencia en América venía de un siglo atrás sangrando; ni de Rousseau ni de Washington viene nuestra América, sino de sí misma”, proceso inacabado, cuando recordando a los próceres y presintiéndose a sí mismo arguyó que Bolívar vería adolorido “La procesión terrible de los precursores… van y vienen los muertos por el aire, y no reposan hasta que no está su obra satisfecha”.
En su ensayo “Nuestra América”, Martí les reclamó a sus contemporáneos positivistas y les antepuso su orgullo americano a “Estos nacidos en América, que se avergüenzan, porque llevan delantal indio, de la madre que los crió, y reniegan !bribones¡ de la madre enferma”; les reclama su extranjerismo a esos “desertores que piden fusil en los ejércitos de América del Norte” a esos “increíbles del honor que lo arrastran por el suelo extranjero”. Ironizó contra los soberbios americanos de pluma fácil y palabras de colores que quieren regir pueblos originales con modelos anglosajones y va definiendo su proyecto liberador cuando afirma que “con los pueblos oprimidos había que hacer causa común, para afianzar el sistema opuesto a los intereses y hábitos de mando de los opresores”.
Las costumbres de los opresores no fueron sepultadas con la independencia, continuaron a la sombra, se respaldaron en el positivismo y en el auge económico, que ayudaron a establecer los nuevos Estados democráticos y los viejos ideales de igualdad y libertad en las condiciones impuestas por el capital extranjero. Alternativa opuesta al proyecto martiano que propuso como respuesta a “un gobierno que tenía por base a la razón; la razón de todos en las cosas de todos… El problema de la independencia no era el cambio de formas, sino el cambio de espíritu”. Es la lucha por constituir al hombre auténtico, liberador, opuesto al hombre colonizado, no sólo el de abajo sino también el de las elites del poder, dibujado por Martí cuando manifestó que “éramos una máscara, con los calzones de Inglaterra, el chaleco parisiense, el chaquetón de Norteamérica y la montera de España”. Semejante definición no lo desalentó, más bien lo ayudaron a encontrar salidas al afirmar que “las levitas son todavía de Francia pero el pensamiento empieza a ser de América”. También descubrió varios peligros en la formación de nuestra América, como el espíritu entreguista en muchos, pero hay otro mayor y más decisivo que cualquiera, es “el desdén del vecino formidable, que no la conoce, es el peligro mayor”, y para los que han ocultado tal situación, la del imperialismo en expansión, para los “pensadores de lámpara” que recalientan razas de librería pide condena, no literaria, textualmente dijo: “los pueblos han de tener una picota para quien los azuza a odios inútiles, y otra para quien no les dice a tiempo la verdad”.
El ideal de los próceres fue la unidad continental al margen de las potencias, de Estados Unidos e Inglaterra. Esa fue la gran aspiración de Bolívar, Morazán y Martí. A la sombra de esa unidad se forjaría la conciencia americana, era la intención para enfrentar los retos de la época contemporánea, tal vez fue pensada para una realidad imaginada, pero es una utopía completamente preñada de posibilidad.
Finalmente es bueno anotar que el 25 de febrero de 1895, en la República Dominicana y junto con Máximo Gómez, hicieron público el documento llamado “Manifiesto de Montecristi”, en donde se concentran las ideas del nacionalismo propuesto por Martí como ser: la denuncia del sistema colonial, el sentimiento antiimperialista, el llamado a la voluntad nacional y la defensa del mestizaje cultural. En abril de ese año desembarcó en Cuba como jefe supremo del movimiento independentista. Murió el 19 de mayo de 1895, a los 42 años, combatiendo contra los españoles en un lugar llamado Boca de Dos Ríos. Su impacto político ha sido reconocido en su patria tanto así que en la Constitución de 1976, en su preámbulo está la siguiente frase de Martí: “Yo quiero que la ley primera de nuestra República sea el culto de los cubanos a la dignidad plena del hombre”. Esa es la tarea que dejó a las actuales generaciones de Cuba y de Nuestra América: respetar la dignidad plena del hombre.
28 de enero de 2011.
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