Por: Salvador López Arnal
“Persiste un agujero negro en el marxismo a la hora de enfrentar la cultura de masas y la nueva cultura mediática”
Francisco Sierra Caballero es catedrático de Teoría de la Comunicación de la Universidad de Sevilla. Director de la Sección de Comunicación y Cultura de la Fundación de Investigaciones Marxistas (FIM), en la actualidad, preside la Unión Latina de Economía Política de la Información, la Comunicación y la Cultura (ULEPICC) y es miembro activo de la RED TRANSFORM de la UE, y de la Asociación Española de Investigación en Comunicación (AE-IC). Autor, entre otras obras, de Políticas de Comunicación y Educación. Crítica y Desarrollo de la Sociedad del Conocimiento (2006) e Introducción a la Comunicología (2019).
Permítame centrarme de entrada en el título y subtítulo de su nuevo libro. Cuando habla de comunicación, ¿cómo deberíamos entender este concepto?
Básicamente como un proceso dialéctico de mediación social. Ahora, las definiciones de este campo de estudios son dispares y en exceso diversas pues estamos ante un ámbito tan vasto como complejo que comprende tanto procesos sociales como elementos naturales, que implica procesos físicos (pensemos en la fotografía y la óptica, o actualmente la realidad virtual) como culturales y antropológicos. Tratar de cerrar una definición unívoca y objetiva, aceptada sin reparos por la academia, ha sido hasta la fecha un empeño condenado a priori al fracaso. La Comunicología, de hecho, es, en la historia de las ciencias, una disciplina de menos de un siglo de historia. Todavía tiene por delante una agenda de investigación por resolver, más aún en un contexto de creciente determinación de la vida por los flujos de información. Pero respondiendo a su pregunta podríamos decir, desde la perspectiva estructuralista y las reflexiones de Lévi-Strauss sobre intercambio simbólico, que la comunicación, en términos materialistas, es un proceso de intercambio simbólico para la cooperación y la reproducción social.
¿Y cómo podemos saber que un proceso de intercambio simbólico tiene como finalidad la cooperación social y la reproducción? De hecho, muchos intercambios simbólicos no parecen tener esas finalidades. ¿Qué serían entonces? ¿Procesos de incomunicación o de manipulación?
Esta es justamente la contradicción o trasfondo de toda mediación, en un sentido antropológico, la tensión o dialéctica entre comunicación como cooperación o la lógica de la competencia y el dominio. Desde una perspectiva materialista hemos de procurar el acceso, la construcción de lo común, la comunicación como liberación, pero en la cadena productiva, como en el campo social, existe la disputa y captura del capital, sea económico, o simbólico, en el sentido de Bourdieu. Las mediaciones que manipulan o, lejos de contribuir a la autonomía, reproducen las brechas y desigualdades por la voluntad de dominio o control deben ser impugnadas como incomunicación. Y en ese universo estamos. Paradójicamente, vivimos en la sociedad más interconectada y, a su vez, bajo el control de la desinformación y la guerra psicológica.
Habla en el subtítulo de “Teoría crítica”. ¿Se está refiriendo estrictamente a las teorías y conceptos de la Escuela de Frankfurt?
Directamente. Hay un antes y un después de la Escuela de Frankfurt. Podríamos decir que Adorno y Horkheimer fundan la escuela crítica en comunicación sentando las bases de lo que décadas después denominamos Economía Política de la Comunicación, al definir los medios informativos como industria cultural. Ello hizo posible que empezáramos a prestar atención a las lógicas fordistas de producción de los contenidos simbólicos, apuntando además la centralidad del factor subjetivo en la nueva forma de reproducción ideológica del capitalismo maduro con la pulsión libidinal que alimenta la cultura de masas y que hizo posible, no lo olvidemos, el ascenso del fascismo en la Europa de entreguerras. Estamos pues, en cierto sentido, ante el primer proyecto sólido de resolución y abordaje científico de lo que Dallas Smythe denominara el agujero negro del marxismo. Posteriormente, de Benjamin a Oskar Negt, pasando por Habermas o Boris Groys, han sido numerosos los aportes en esta tradición que han contribuido a situar el estudio de los medios más allá del proceso informativo a la hora de ilustrar la racionalidad que domina el proceso general de mediación social.
¿Y por qué ha sido marginal en el seno de las tradiciones marxistas estos estudios? ¿Por qué ese agujero negro al que ha hecho referencia?
Hay numerosas razones. Pero permítame centrarme solo en dos aspectos, a mi juicio muy determinantes. Una es que los medios son americanos y la teoría de los medios ha sido históricamente colonizada por la investigación administrativa o funcionalista de Estados Unidos, que ha irradiado sus modelos, aportes y agendas de investigación tanto en Europa como en todo el continente americano, además de Asia y Oceanía. Pero, por otra parte, es necesario reconocer que en la tradición marxista ha persistido una lectura positivista, que ha limitado toda interpretación sobre los medios y la ideología a un mero epifenómeno del modo de producción, de la economía política, marginando, como consecuencia, los estudios sobre la superestructura y el rol de los medios y de la información. De ahí, como cuestionaba Dallas Smythe, la persistencia de un agujero negro en el marxismo a la hora de enfrentar la cultura de masas y la nueva cultura mediática.
¿Qué debemos entender por mediación social?
La mediación es el proceso de representación del acontecer en términos de mediación cognitiva. Somos relato y los medios median, en el sentido de construir formas representacionales sobre la vida cotidiana que, lógicamente, conforman nuestro imaginario y visiones del universo social. Digamos, en suma, en términos del profesor Manuel Martín Serrano, que la mediación social es un proceso tanto de determinación del conocimiento del mundo, por medio de los relatos de los medios de comunicación colectiva, como de mediación estructural conforme a la producción social de la comunicación que operan las industrias culturales en el capitalismo. A partir de ellas, las audiencias conforman sus modelos de referencia y reproducción, sus mitologías, en el sentido de Barthes, y confabulaciones entre la formación social y la estructura de clases y su refracción ideológica.
Cuando habla de medios, ¿a qué medios de comunicación o de incomunicación-intoxicación está haciendo referencia? ¿Se incluyen los llamados “medios alternativos”? ¿Y las llamadas nuevas tecnologías?
En Comunicología, hacemos habitualmente una distinción entre medios convencionales (prensa, radio, televisión…) y nuevas tecnologías. Si bien es cierto que llevamos hablando de nuevas tecnologías desde el advenimiento de la informática. Muchas décadas ya, ahora que con el presente continuo de la cultura informativa hemos perdido la perspectiva histórica. Pero lógicamente cuando hablamos de medios, o de nuevas tecnologías podemos concebir diferentes formas de organización. Se ha instalado en la ideología dominante que los medios son privados, es lo natural para garantizar la independencia y el pluralismo, se nos dice, pero la realidad es otra. La historia de los medios es la creciente concentración en grandes emporios corporativos como los de Rupert Murdoch lo que, como consecuencia, se traduce en la apropiación privada al servicio de los intereses capitalistas, esto es, la pérdida de toda pluralidad e independencia, salvo la de los accionistas y socios mayoritarios. Frente a este sentido común hoy dominante, cabe advertir que podemos tener medios públicos bajo titularidad del Estado, pero también medios comunitarios o ciudadanos, gestionados por la sociedad civil organizada, como incluso experiencias de autogestión informativa por los profesionales como hemos conocido en la antigua Yugoeslavia o actualmente con la emergencia de medios cooperativistas. Convendría por lo tanto matizar que cuando formulamos una crítica marxista a los medios de referencia, lo hacemos al modelo de apropiación privada o corporativa que históricamente se ha impuesto en la comunicación moderna a partir, especialmente, del primer tercio del siglo XX. Pocos conocen por ejemplo que en el origen de las grandes networks como NBC en Estados Unidos, estaban las escuelas, comunidades locales, iglesias y otros actores que concebían la comunicación como servicio público. Los intereses económicos y la lógica de valorización capitalista dinamitaron a partir de 1932 esta forma autónoma de comunicación. Y hoy la PBS, la red pública de radiodifusión en Estados Unidos, es prácticamente marginal e irrelevante, pese a su calidad.
El prólogo de su libro lleva la firma de Armand Mattelart, el director (si no ando errado y entre mil cosas más) de una película sobre el golpe de Pinochet y secuaces que dejo profunda huella en muchos de nosotros, “La Spirale”. ¿Por qué ha elegido a Mattelart como prologuista?
Sería bueno volver a revisar “La espiral” pensando en Venezuela y, en general, el cine de Chris Marker. Una otra forma de pensar y hacer la comunicación. Para nosotros, la obra de Armand es justamente eso, pensar al revés, confrontar el proceso semiótico de inversión del fetichismo de la mercancía. Para la generación que nos formamos en pleno auge del neoliberalismo, Mattelart ha sido un referente intelectual que no solo ha mantenido vivo el compromiso social en nuestro campo de conocimiento, sino que además ha ido avanzando nuevas herramientas para la crítica de la comunicación, desde sus genealogías sobre la modernidad y la mediación a hoy día la crítica de la sociedad de vigilancia en las redes. Que prologue el libro es hasta natural para quien fue pionero desde los setenta en avanzar elementos para una crítica marxista de la comunicación y aún hoy siempre viene alentando proyectos de reconstrucción de la escuela crítica como ULEPICC (www.ulepicc.org) o trabajos como el nuestro de aportación a la teoría marxista en comunicación y cultura. De hecho, es un honor que haya aceptado hacer el prólogo y un orgullo compartir amistad por muchos años con Michèle y Armand. Son un ejemplo de integridad y de dedicación abnegada a la investigación como trabajo por la liberación, sea en favor de los movimientos emancipatorios en América Latina, en el Foro Social Mundial o contribuyendo con nuevos aportes a la crítica de la dominación informativa.
Lo hemos comentado de pasada pero permítame que insista. Hace usted numerosas referencias a la comunicología, una ciencia aplicada de lo común. ¿Nos puede aproximar un poco más a este concepto?
En primer lugar, convendría advertir que, pese a lo que hemos aceptado como sentido común, la comunicación no es lo que convencionalmente denominamos medios de comunicación colectiva. En su cuarta acepción, la RAE define la comunicación como unión, no solo como transmisión de señales. Aunque no es muy apropiada, por cierto, la definición que hace la Academia de la Lengua, debe ser por la inteligencia de Pérez Reverte, ya en su significado normativo presupone principios como el de reciprocidad. Si vamos a la etimología latina, sabemos además que la palabra remite al sustantivo latino “munis” que, de acuerdo al filósofo Roberto Esposito, presupone un sentido de deber u obligación, de puesta en común, lo que hace posible la vida en comunidad. De acuerdo con mi colega brasileño, Muniz Sodré, la Comunicología es una ciencia aplicada de lo común, en la medida que su objeto es, indefectiblemente, un problema de dialéctica del don, de compartir, de construir “communis”. En los estudios de Ciencias de la Comunicación, ha prevalecido sin embargo una lectura cibernética, lineal, informacionista, que concibe la comunicación como difusión de contenidos, una lectura, diríamos en términos marxistas, distributiva y poco o nada productiva. Si, de acuerdo con Pierre Dardot y Christian Laval, el reto del siglo XXI es pensar lo común, retomar esta otra visión de la comunicación se antoja determinante en nuestro tiempo, pues de lo contrario reeditaremos visiones saintsimonianas que ya Armand Mattelart ha cuestionado en “Inventar la comunicación” e “Historia de las ideas y las estrategias”. Apuntar, en suma, a esta otra concepción implica pensar la comunicación no como un problema de medios sino como una cuestión de mediaciones, una visión más dialéctica y menos positivista e instrumental, tal y como se puede observar en el origen de la sociedad industrial con los herederos de Comte o, actualmente, en los discursos sobre la llamada Sociedad de la Información.
Pero cuando habla de ciencia aplicada de lo común, ¿a qué refiere aquí el término común?
A lo que nos constituye como sujetos y actor social. Desde el lenguaje que compartimos al patrimonio inmaterial que nos define, como cultura popular, como imaginario, como parte, en fin, de una colectividad. En este proceso, la comunicación une, vincula, reúne, media, y es ese repertorio simbólico compartido, lo que constituye la esencia y objeto de estudio de la Comunicología.
“Fundamentos marxistas de teoría de de la comunicación” es el título de la primera parte de su ensayo. ¿Cuáles han sido los principales autores de la tradición que han hecho aportaciones en este campo? Cita, por ejemplo, a un autor, Juan Carlos Rodríguez, muchas veces olvidado, injustamente olvidado.
Hablábamos antes de la Escuela de Frankfurt, que es determinante en la fundación de la escuela crítica en comunicación, pero también conviene recordar que en la historia del pensamiento tenemos los aportes de Gramsci al estudio de la cultura popular y otros autores que normalmente no son considerados en la Comunicología como Bertolt Brecht. En este último caso, por ejemplo, pocas veces los investigadores en comunicación citan sus reflexiones sobre la radio como sistema de comunicación o, por el contrario, como se impuso en Estados Unidos con las networks, la radiodifusión como sistema de distribución de contenidos. Ahora, fundamentalmente, Brecht nos aporta un método de análisis de lo real y, en sus escritos sobre teatro, apunta elementos a propósito del efecto V para deconstruir la representación de la cultura de masas como ideología. En esta línea, Juan Carlos Rodríguez es un maestro y autor ejemplar. Su obra, aún en el ámbito de la teoría literaria, da pautas para pensar qué es el inconsciente ideológico y cómo se reproduce socialmente a partir de la producción textual las relaciones de dominio en el plano simbólico. Cuando uno lee “Literatura de pobre” o, especialmente, “Teoría e historia de la producción ideológica”, un trabajo excepcional, podemos encontrar elementos basales para la construcción de una teoría marxista de la comunicación y la cultura. Es una lástima, por lo mismo, el escaso reconocimiento que ha tenido su contribución incluso en la tradición marxista. Creo que la universidad española y la academia están en deuda con él. Tenemos pocos teóricos relevantes en nuestro país, pero algunos como Juan Carlos Rodríguez son de una singularidad y potencia que bien merecen una lectura detenida y seguir aprendiendo de sus aportes para avanzar en el conocimiento de la mediación social. Por ello, vindicamos la vigencia y actualidad del trabajo sobre la ideología que hizo en vida.
Ya que hablamos de ideología, ¿cómo debemos entender este polisémico concepto?
Desde el punto de vista de la comunicación, hemos de entender la ideología como representación invertida, deformante y productiva, como dispositivo que modula imaginarios, emociones y la acción social. Es decir, la ideología no es solo reproducción conforme a la noción canónica del principio marxista sobre el fetichismo de la mercancía. Hemos de retomar también tradiciones como la semiótica para comprender el juego que los medios y las mediaciones despliegan en nuestra cultura, por ejemplo, con el principio de inversión y pensar la dimensión performativa del lenguaje, nuclear hoy en el activismo digital y los nuevos movimientos sociales. A lo largo del libro insistimos por ello en aportes como los de Brecht y lecturas sobre las imágenes como las de Jameson y Didi-Huberman.
Tomemos un descanso si le parece
De acuerdo, descansemos.
Nota: Una versión parcial de esta entrevista se publicó en El Viejo Topo de septiembre de 2021.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
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