Por: Byron Clark
Internet es la vida misma. Con esta frase comenzaba un artículo publicado en The Atlantic la mañana después del asalto al Capitolio del 6 de enero de 2021 en Washington.
“Internet es la vida misma” fue probablemente la mayor enseñanza de la década de 2010. La Primavera Árabe de 2011 fue nuestra primera lección. La juventud de toda África del Norte y Oriente Medio protagonizó manifestaciones para protestar contra el coste de la vida, el desempleo endémico y los regímenes autoritarios a que estaba sometida, organizándose en gran medida a través de las redes sociales.
En aquel entonces, algunas gentes de izquierdas en Occidente mostraron su desdén ante la idea de que un movimiento de masas en el Sur global estuviera apoyándose en sitios web estadounidenses. Aunque sería un error menospreciar la labor organizativa presencial en todos estos países por parte de los sindicatos, las comunidades relacionadas con las mezquitas y los clubes de fútbol, la importancia de internet se puso de manifiesto cuando el gobierno egipcio respondió a la agitación social bloqueando el acceso a la red.
En 2012, el dibujante de historietas jordano Omar Abdallat ganó el Concurso de Primavera de Viñetas, organizado por Radio Netherlands Worldwide y el festival de cómics neerlandés Stripdagen Haarlem, que ofrecía a jóvenes dibujantes árabes una oportunidad para compartir su punto de vista sobre la Primavera Árabe con un público mundial. La viñeta de Abdallat, titulada Tuit de libertad, muestra un pájaro de color azul, que recuerda el logotipo de Twitter, escapando de una jaula en forma de estatua militar, en clara referencia al poder de las redes sociales.
La red social, llamada en su apogeo Web 2.0, se desarrolló en parte a partir de tecnologías ideadas para ayudar al movimiento antiglobalización. Varios de los primeros ingenieros de Twitter eran veteranos de Indymedia, la red abierta de publicaciones de colectivos activistas de periodistas que surgió tras el Carnaval Contra el Capital de 1999 y las protestas en Seattle contra la Organización Mundial del Comercio. Indymedia comenzaba a declinar al mismo tiempo que crecían las redes sociales que le sucedieron.
Aunque la izquierda antiglobalización se considera una de las tempranas usuarias asiduas de internet, gracias a la posibilidad que ofrece de publicar sin pasar por el filtro de los medios tradicionales, la extrema derecha ya estaba allí desde antes. “Ninguna plataforma para fascistas” solo pasó en los últimos años a considerarse una demanda de la izquierda radical, ya que durante gran parte de la historia de posguerra la consigna reflejaba la política habitual de todos los medios de comunicación de gran tirada. Los fascistas se percataron de que internet podía ofrecerles la plataforma que se les negaba antes incluso de que la mayoría de la gente supiera qué es internet.
En julio de 1985, el Washington Post informó de que un chico de diez años de edad, de Pittsburgh, “sentado en su dormitorio, conectó el ordenador de su casa con una línea telefónica y marcó el número de otro ordenador que se hallaba a casi 250 kilómetros de distancia, en Virginia Occidental”. Muy pronto la pantalla de su terminal se llenó de mensajes como “La Causa contra el Holocausto”, que afirmaba que el Holocausto de la población judía en la segunda guerra mundial era un engaño. Stormfront, que había comenzado como un servicio de boletines informativos en la época anterior a la red, se lanzó como sitio web en 1995 por parte del exlíder del Ku Klux Klan Don Black, dando la palabra a los supremacistas blancos en un foro de debates en que los participantes podían compartir su odio entre ellos.
Las pioneras de internet eran personas que creían que estaban creando algo increíble, una tecnología que iba a subvertir el poder de los Estados y promover una economía del conocimiento postindustrial (y tal vez incluso poscapitalista). Inspirándose en el antiestatismo de la contracultura de la nueva izquierda en las décadas de 1980 y 1990, elaboraron lo que los teóricos de los medios de comunicación Richard Barbrook y Andy Cameron calificaron de la ideología californiana en un ensayo de 1995. Barbrook y Cameron señalaron correctamente los fallos de una visión del mundo que abogaba por el libre intercambio de ideas en una utopía virtual despolitizada y deshistorizada:
[P]retenden utilizar las tecnologías de la información para crear una nueva democracia jeffersoniana en que todas las personas serán capaces de expresarse libremente en el ciberespacio. Sin embargo, al defender este ideal aparentemente admirable, estos tecnoadeptos reproducen al mismo tiempo los rasgos más atávicos de la sociedad estadounidense, especialmente los que se derivan del amargo legado de la esclavitud.
Aunque fue bien recibido en algunos ámbitos, Gary Kamiya Kamiya, de Salon, afirmó que el ensayo planteaba la “ridícula tesis académico-marxista de que el libertarismo high-tech representa de alguna manera el recrudecimiento del racismo”.
El adolescente que fundó el sitio web 4chan (hacia 2004) no albergaba nobles ideas sobre utopías ciberespaciales: la ideología californiana se había esfumado. La ristra de foros de debate anónimos apenas mostraba signos de moderación, manteniendo una actitud de todo vale. Dale Beran, en su libro de 2019 “It Came from Something Awful: How a Toxic Troll Army Accidentally Memed Donald Trump into Office” (Vino de algo terrible: cómo un ejército tóxico de trolls elevó a Donald Trump a la presidencia), sitúa la emergencia de 4chan en el contexto de una visión del mundo que surgió en Occidente tras el colapso de la Unión Soviética, un tiempo en que se extendió la creencia de que el capitalismo perduraría para toda la eternidad y las contraculturas anteriores fueron cooptadas en campañas de marketing.
A resultas de ello, las contraculturas que esperaban resistir frente a la cooptación en la década de 1990 recurrieron al nihilismo como estrategia de supervivencia. Se convirtieron en casi nada, en entidades carentes de un sistema de valores, dejando vacía la casa de su mente, su moral y sus deseos de manera que no quedara nada que robar. Y esta indiferencia entumecida complementaba una indiferencia entumecida ante la política, en respuesta al llamado fin de la historia.
La subcultura que se desarrolló en 4chan fue una carrera nihilista hacia el abismo, en palabras de Beran “se convirtió en un lugar en que la gente alcanzaba nuevos mínimos”. La base de usuarios de 4chan estaba formada por hombres jóvenes económicamente marginados que a menudo se autoidentificaban como ninis, concepto derivado de un acrónimo empleado en las estadísticas británicas para designar a personas que no estudian ni trabajan [NEETs: not in education, employment or training]. Escapar del mundo yendo a los videojuegos y otras aficiones un tanto ñoñas.
4chan engendró el colectivo hacktivista Anonymous, que inicialmente se dedicó a atacar a la Iglesia de la Cienciología y tuvo un papel en la Primavera Árabe y en Occupy Wall Street, un movimiento que abanderó la causa del 99 % frente al 1 % de las personas que poseen la mayor parte de la riqueza del mundo. Durante un breve periodo pareció que los jóvenes económicamente desempoderados, desde los parados de África del Norte hasta los ninis de Norteamérica, estaban unidos en una misma causa. Pero esto no duraría mucho.
El tablón de mensajes políticamente incorrecto de 4chan, /pol/, que se incorporó al sitio en 2011, “sirvió de plataforma para el extremismo de derechas” y “llama la atención por su extenso contenido supremacista blanco, antisemita, antimusulmán, misógino y anti-LGBT”, según un párrafo cargado de citas del artículo de la Wikipedia dedicado al tablón.
Después de Stormfront y sus predecesores, /pol/ fue otro ejemplo de la quiebra de la ideología californiana. En su libro Cyberracism, publicado en 2009, la socióloga Jessie Daniels escribió: “el estudio empírico demuestra cada vez más que la gente acude a internet, incluso a espacios de solo texto, no en busca de alguna utopía libertaria incorpórea, sino para participar en la construcción y afirmación de identidades raciales corpóreas, y que estas identidades, a su vez, vienen configuradas por relaciones de poder”.
Los hombres jóvenes que utilizaban 4chan habitualmente, tanto si era /pol/ específicamente como otros tablones del sitio, en los años en que declinaba la influencia de Occupy Wall Street y Anonymous, se radicalizaron creando un nuevo movimiento: el acoso coordinado a mujeres en la industria del videojuego y ámbitos afines como el periodismo de videojuegos. Estos hombres desempoderados habían buscado refugio en el escapismo, y cuando comenzó a cundir la crítica feminista y su influencia en la producción de juegos lo vieron como una intrusión en uno de los pocos espacios masculinos que quedaban.
“Puedes activar ese ejército”, dijo Steve Bannon a un biógrafo. Bannon era, en tiempos del Gamergate, presidente de Breitbart News, un sitio web que él una vez calificó de “la plataforma para la derecha alternativa”, para pasar a ser más tarde el consejero principal de Donald Trump y estratega jefe de la Casa Blanca. Vio el potencial del ejército de hombres jóvenes enojados. “Acceden a través de Gamergate o cualquier otro y luego abrazan la política y siguen a Trump.”
Tras la elección de Trump parecía que internet seguiría intoxicando las mentes de la gente. QAnon, una estrambótica teoría conspiratoria que postulaba que Donald Trump tumbara el aparato de Estado profundo ‒las instituciones de EE UU que supuestamente protegían a una camarilla de élite que recogía una producto químico llamado adrenocromo de niñas y niños secuestrados‒ comenzó en 4chan en 2017 con un cartel anónimo cuyo autor decía que era funcionario del gobierno. La conspiración se trasladó después a 8chan, un clon de 4chan con todavía menos moderación, pero se extendió ampliamente gracias a los algoritmos de recomendación de contenidos de las redes sociales, a través de influyentes en grandes plataformas como YouTube y Facebook. En 2018, Jessie Daniels afirmó que el ascenso de la derecha alternativa era “tanto la continuación de una dimensión racista de siglos de antigüedad en EE UU como parte de un ecosistema mediático emergente impulsado por algoritmos”.
Este es el caso no solo en EE UU, sino también en el mundo occidental más amplio. Aunque no fue el primero ni el último de los actos violentos de la derecha alternativa, el atentado terrorista en Christchurch in 2019 lo confirmó. Una atrocidad cometida por un hombre radicalizado a través de 4chan y YouTube que colgó su manifiesto en 8chan y retransmitió en vivo su ataque a través de Facebook.
El atentado dio pie a la Cumbre del Llamamiento de Christchurch para la Acción (Christchurch Call to Action Summit, más comúnmente llamada Christchurch Call), una cumbre política impulsada por la entonces primera ministra de Nueva Zelanda, Jacinda Ardern, y que tuvo lugar en París apenas dos meses después del ataque a las mezquitas. Copresidida por el presidente francés, Emmanuel Macron, y por la propia Ardern, la cumbre pretendía “unir a países y empresas tecnológicas en un intento de poner fin a la posibilidad de utilizar las redes sociales para organizar y promover el terrorismo y el extremismo violento”.
Un total de 17 países firmaron originalmente el acuerdo no vinculante, con la notable ausencia de EE UU durante la presidencia Donald Trump (más tarde, EE UU se unió al llamamiento con Joe Biden de presidente). Ocho grandes compañías tecnológicas, que forman parte del Foro Global de Internet para contrarrestar el Terrorismo (Global Internet Forum to Counter Terrorism, GIFCT), también suscribieron la propuesta. En mayo de 2024, Christchurch Call pasó a ser una fundación, que ahora recibe el apoyo de filántropos y es independiente de cualquier gobierno.
Al final, 56 gobiernos y 19 empresas adoptaron 25 compromisos. El entorno de internet ha cambiado algo; se han modificado algoritmos para reducir la propagación de narrativas tóxicas y ha habido una mayor proliferación de intervenciones destinadas a usuarios y usuarias en riesgo de radicalización. Sin embargo, los retos siguen estando ahí, como por ejemplo lo que el director de Christchurch Call, Paul Ash, calificó de “sistemas de información gravemente degradados” en su discurso en la conferencia de la Asociación Internacional para la Investigación de Medios y Comunicaciones (International Association for Media and Communication Research, IAMCR) en Christchurch en julio.
Twitter, cuyo propietario es actualmente Elon Musk y ha pasado a denominarse X, ha sido durante mucho tiempo un caladero de noticias falsas, y bajo Musk la degradación se ha acelerado. “Pocos actos recientes han contribuido más a convertir una red social en una plataforma segura de desinformación, extremismo y propaganda a favor de un régimen autoritario que los cambios introducidos en Twitter desde que lo compró Elon Musk en 2022”, escribió Hammond-Errey, director del Programa de Tecnologías Emergentes en el Centro de Estudios de Estados Unidos de la Universidad de Sydney en 2023.
Musk ha readmitido a usuarios que habían sido excluidos de la plataforma tras la insurrección del 6 de enero y colabora regularmente con la extrema de recha europea, incluidas figuras relacionadas con el autor del atentado de Christchurch. Ha dado crédito a ideas conspiranoicas, incluida la narrativa sobre el Gran Reemplazo. Toda esperanza de que el “absolutismo de la libertad de expresión” que profesaba Musk en 2022 beneficiaría igualmente a la izquierda se ha evaporado. Además de los estudios que demuestran que la plataforma está actualmente más inclinada a la derecha, Musk ha dejado claro que su idea de libertad de expresión no es realmente absoluta. Ha calificado el término cisgénero de insulto y limitado la visibilidad de los tuits que lo usan. Asimismo, ha declarado que la consigna “desde el río hasta el mar” y el término “descolonización” son de hecho “claros llamamientos a la violencia extrema” y que su uso “dará pie a la suspensión”. Twitter, o X, como insiste Musk en llamarlo, parece estar ahora a mil años luz de los tiempos en que Omar Abdallat dibujara su Tuit de libertad.
¿Y qué hay ahora del antifascismo digital? Existen alternativas a Twitter, y Mastodon, con su sistema de instancias federadas descentralizadas, parece ser, al menos en teoría, un modelo ideal. Sin embargo, usuarios tecnológicamente menos avezados han tenido dificultades para sacar provecho de la plataforma y han establecido normas en algunas instancias que hacen que los nuevos usuarios se sientan poco gratos. Bluesky, que utiliza una arquitectura similar a la de Mastodon, pero se considera más fácil de usar, ha sido adoptada más ampliamente. Estas plataformas, no obstante, son nichos que cuentan con 1,8 y 5,9 millones de usuarios y usuarias, respectivamente, frente a los quinientos millones de Twitter (o los 3.900 millones de las plataformas de Meta). Unirse a estos sitios puede parecer el equivalente en línea al abandono de una sociedad que se desmorona para ir a formar una comuna en pleno campo. Sin embargo, con esto en mente, los ejemplos de Anonymous, Gamergate y QAnon demuestran que los movimientos influyentes pueden comenzar en espacios nicho. Hasta ahora hemos visto muchos más ejemplos reaccionarios que progresistas.
Aunque económicamente marginados, muchos hombres (predominantemente jóvenes y blancos) han sido reclutados para apoyar a la extrema derecha (pensemos en el “ejército” de Bannon), otros grupos, marginados no solo económicamente, a menudo se autoorganizan. Incluso la gente que potencialmente podría ser atraída por movimientos reaccionarios parece abierta a alguna alternativa genuinamente de izquierda si está disponible. Cuando las encuestas mostraban un riesgo real de que el Rassemblement National llegara al poder en Francia este año, varios partidos de la izquierda francesa formaron el Nuevo Frente Popular (NFP; nombre que hace referencia al Front Populaire del periodo de entreguerras).
El NFP se presentó con un programa que incluía el aumento de los salarios del sector público y de las prestaciones sociales, un incremento del 14 % del salario mínimo y la congelación de los precios de los alimentos básicos y de la luz. El programa se financiaría mediante la reintroducción de un impuesto sobre las grandes fortunas, la cancelación de una serie de ventajas fiscales para los ricos y el incremento del impuesto sobre la renta de las personas con los mayores ingresos.
El NFP ha recibido el apoyo de los grupos étnicos minoritarios de Francia y ha puesto en práctica formas creativas de hacer política. Miembros del Front Électronique, formado por artistas, DJ y promotoras de la industria musical, han organizado debates en vivo a través del servicio de streaming Twitch, así como conciertos gratuitos, además de lanzar un álbum para recaudar fondos, titulado Siamo Tutti Antifascisti Vol.1, que según ellas y ellos es un “llamamiento a las armas”. Entre los 1.200 miembros del grupo figuran músicos como Le Kaiju y Sujigashira, de Grand Replacement Records, un colectivo que apoya a artistas de las diásporas del Sur global y cuyo nombre se mofa de la conspiración xenófoba promovida por la derecha fascista.
El éxito de la alianza de izquierdas ha sido un éxito y ahora constituye el grupo con más escaños del parlamento. El Rassemblement National es el tercero. Aunque lo ideal sería que no contara con ningún diputado o diputada, ahora tenemos un ejemplo histórico muy reciente de un movimiento de izquierda basado en principios que ha frenado el ascenso del fascismo. Es posible que si se aplica el programa del NFP, la extrema derecha no lo tendrá tan fácil para convencer al electorado de que el problema radica en la inmigración, las comunidades LGBTQIA+ o una vaga idea de wokeness.
Además de construir una verdadera alternativa de izquierdas, “Ninguna plataforma para los fascistas” sigue siendo un objetivo razonable. Incluso los absolutistas de la libertad de expresión deberían ser capaces de admitir que el derecho a expresarse libremente no significa que lo que se expresa sea promovido algorítmicamente y dirigido hacia una audiencia que de no ser por eso no lo seleccionaría. Meta, cuya propia investigación interna reveló que el algoritmo de Facebook recomendaba grupos extremistas a usuarios y usuarias que acababan uniéndose a esos grupos, limita ahora el alcance de todo contenido político, un enfoque que lógicamente hace que las plataformas de Meta resulten menos útiles para todo proselitismo político en línea. Twitter/X es cada vez más una plataforma en que Elon Musk promueve su propia visión del mundo conspiranoica y todo intento de arrebatar la plataforma a la influencia de la extrema derecha es probablemente una causa perdida mientras él siga al mando.
YouTube, propiedad de la matriz Alphabet, parece haber resuelto su problema de radicalización algorítimica, o incluso su problema más amplio de propensión al extremismo. La solución podría estribar en el aumento del poder del personal en la industria de las redes sociales. En una declaración publicada tras los actos violentos del 6 de enero de 2021 por la Unión de Trabajadores de Alphabet (AWU, Alphabet Workers Union), que forma parte del sindicato de Trabajadores de la Comunicación de EE UU, se afirma lo siguiente:
Los trabajadores y trabajadoras de Alphabet se organizaron previamente frente a la negativa persistente de la empresa a tomar medidas efectivas para eliminar el odio, el acoso, la discriminación y la radicalización de YouTube y otras plataformas operadas por Alphabet, sin resultado alguno. Avisamos a nuestros jefes de este peligro, pero hicieron la vista gorda o formularon promesas vacuas, y los resultados han sido suicidios, asesinatos masivos, violencia por todo el mundo, y ahora un intento de golpe de Estado en el Capitolio de EE UU.
Apoyar el concepto de “ninguna plataforma para los fascistas” significa apoyar el derecho de los trabajadores y trabajadoras a negarse a crear y mantener plataformas para fascistas. Los propietarios de estas plataformas se han mostrado reacios a impedir su uso por parte de la extrema derecha, o incluso, en el caso de Twitter, lo favorecen abiertamente. La declaración del personal de Alphabet continúa con estas palabras: “YouTube debe dejar de ser un medio de reclutamiento y opresión fascistas. Todo lo que no sea eso supone consentir la violencia mortal, de Gamergate a Charlottesville, de Christchurch a Washington, D.C.”
Los sueños utópicos de los primeros tiempos de internet estaban equivocados, pero esto no significa que no pueda ser algo mejor que la perpetua máquina fascista que a veces parece ser actualmente. Existe otra visión del futuro; no el futuro soñado por los seguidores de la ideología californiana, sino el que hemos podido atisbar en las acciones de las y los manifestantes norteafricanos en 2011, los y las hacktivistas progresistas de Anonymous, las artistas del Front Électronique y la militancia sindical de la AWU. Una internet mejor es posible, porque después de todo internet es la vida misma.
Texto original: Fightback Newsletter
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