«Scholz abandona a Lindner». Una frase breve pero de gran calado para los alemanes, después de tres años en los que el líder del Freie Demokratische Partei (FDP), Christian Lindner, viene imprimiendo un tono de austeridad a la coalición de gobierno. La ruptura entre el Canciller Olaf Scholz y el ministro de Hacienda Lindner tiene otras consecuencias trascendentales: un Gobierno paralizado, una moción de confianza en ciernes y nuevas elecciones, por cierto en plena crisis económica. La situación de la economía y los hogares va rumbo a empeorar aún más. No se vislumbra el final de la recesión en Alemania y, con la elección de Donald Trump justo el día antes de esta crisis de gobierno, asoman nuevas guerras comerciales en el horizonte.

La llamada coalición del semáforo —hasta esta semana formada por los socialdemócratas (SPD) de Scholz, los Verdes y el más pequeño FDP— se ha visto minada por lo mismo que la condenó desde el principio: el estado de las finanzas públicas. El freno a la deuda (una enmienda constitucional de 2009 que limita el déficit público a un ínfimo 0,35%) se mantuvo incluso bajo esta administración autodenominada «progresista», y no hubo subidas de impuestos a los multimillonarios que ayudaran a estabilizar el barco.

Al principio, la coalición pudo eludir el freno de la deuda utilizando varios trucos. Pero con el agravamiento de la crisis, una sentencia del Tribunal Constitucional Federal del pasado noviembre y la recesión en curso, la soga se tensó aún más. El Gobierno se vio prácticamente incapacitado para actuar. Solo podía tomar nuevas iniciativas que no costaran nada y pudieran generar ingresos fiscales (por ejemplo, los incentivos utilizados para motivar a los pensionistas o a los trabajadores a tiempo parcial a volver a trabajar o a trabajar más).

El resultado: todos los partidos de la coalición tuvieron que olvidarse de la mayoría de las promesas que habían hecho a los votantes antes de las elecciones de otoño de 2021. Los resultados también son miserables: el proyecto de prestaciones por el coste de vida conocido como Bürgergeld (literalmente «renta de los ciudadanos») está lleno de agujeros, la economía se tambalea, las infraestructuras se desmoronan y se han pospuesto los planes de prestaciones por hijos a cargo. Al mismo tiempo, los resultados de las encuestas de los tres partidos en el poder siguen cayendo, en beneficio de la oposición conservadora y de extrema derecha.

Freno a la deuda

La crisis culminó con una recesión prolongada y distintas declaraciones por parte del SPD, el vicecanciller Robert Habeck (de los Verdes) y el propio Lindner, en los que cada uno explicaba lo que les gustaría hacer de no ser por las limitaciones que supone la coalición para sus planes. Con un poco de voluntad política, la coalición probablemente habría podido llegar a un compromiso para mantenerse en el poder. Pero, según el Canciller Scholz, Lindner no estaba dispuesto a llegar a un acuerdo, a pesar de las concesiones de gran alcance que le habían ofrecido.

En el comunicado de despedida a su ministro de Finanzas, Scholz dijo: «No veo otro camino más que dar este paso para evitar daños a nuestro país». Sin duda fue una declaración contundente: de no conocer el historial de Scholz, podría pensarse que en realidad es un socialdemócrata. Los Verdes hicieron lo que se esperaba de ellos: en respuesta a la elección de Trump, pidieron más apoyo financiero para Ucrania.

Pocos minutos después, Christian Lindner intentó echar la culpa a los demás: el canciller había exigido en última instancia que se suspendiera el freno de la deuda, lo que significaría abrir la perspectiva de más endeudamiento público. Lindner dijo que no podría haber aceptado esto sin violar su juramento de cargo. «La frase clave de la declaración de Lindner era objetivamente, simplemente —casi conmovedoramente— errónea», conjeturó con razón el economista Jens Suedekum. Lindner propuso entonces a Scholz emprender juntos el camino de unas nuevas elecciones. Pero Scholz lo descartó. Todo estaba planeado (como demuestra, según Lindner, la declaración preparada por el canciller y el momento en que se produjo).

Por ello, Scholz debería aprovechar la ventaja de haber tomado la iniciativa política. Quien primero muestre algo de valentía tendrá más probabilidades de ser recompensado por los votantes, aunque puede que esto no sea suficiente.

Según el plan de Scholz, el Parlamento federal (Bundestag) debería celebrar un voto de confianza en su Gobierno en minoría el 15 de enero. Si pierde —como seguramente suceda, ya que ahora solo cuenta con el apoyo del SPD y los Verdes—, deberán celebrarse nuevas elecciones, presumiblemente en marzo. Según Scholz, antes de Navidad el Bundestag debería aprobar leyes como el ajuste de los tramos impositivos de las altas rentas para hacer frente a la inflación y la desgravación del impuesto de sociedades. Se trata de prioridades notables, cuando en su declaración de ruptura con Lindner el Canciller le acusó de pensar solo en los ricos.

Ahora Jörg Kuckies, hasta ahora Secretario de Estado en la Cancillería, asumirá el cargo de Ministro de Finanzas. Es miembro del SPD desde su adolescencia, pero también fue director de la oficina de Goldman Sachs en Fráncfort durante casi una década. Ha manifestado en repetidas ocasiones un gran interés público por las subvenciones industriales multimillonarias, que sin duda ayudó a negociar. Es el primer economista que ocupa el cargo de ministro de Economía en más de una década, y también el primero incapaz de contar con una mayoría en el Bundestag.

Campaña económica

Es probable que los próximos seis meses sigan siendo tan malos como antes para la mayor economía de Europa. Cualquier iniciativa legislativa requiere una mayoría que incluya al FDP de Lindner (algo difícilmente concebible) o una mayoría con los democristianos (solo posible si es de intención neoliberal). Los democristianos también se enfrentan al dilema entre mostrar «responsabilidad» o presionar a Scholz para que convoque elecciones anticipadas. Ya han anunciado ambas cosas, pero han descartado explícitamente el apoyo a un presupuesto de Scholz.

Es probable que esta situación se prolongue al menos hasta el segundo trimestre de 2025 y, en el peor de los casos, hasta la segunda mitad del año. En lenguaje llano, esto significa al menos otros seis meses de crisis económica y una enorme incertidumbre para todos los afectados. Las empresas pospondrán las inversiones y los ciudadanos agotarán sus ahorros. En el peor de los casos, el presidente entrante Trump introducirá nuevos aranceles contra la Unión Europea en enero. Si el Gobierno sigue paralizado, es probable que se dispare el desempleo y se produzca una turbulenta desindustrialización.

Esto también significa que la próxima campaña electoral federal, sea cuando sea en 2025, seguramente se librará en torno a los problemas económicos. En principio, este es un buen punto de partida para que la izquierda impulse un mensaje económico populista. Pero Die Linke carece de personal para ello: la política económica siempre ha tenido dificultades para ganar tracción en el partido, y con la marcha de Fabio De Masi (para unirse al partido de Sahra Wagenknecht, BSW) y la muerte el año pasado de Axel Troost, ha perdido a sus últimos economistas de referencia. El BSW tiene economistas, pero está poco interesado en defender un punto de vista alternativo. Construir un programa económico centrado en la clase trabajadora es una tarea vital si la izquierda quiere cambiar el curso actual de Alemania.