Sus lecturas y su curiosidad intelectual -que la mantiene en constante movimiento- se forjaron en su barrio, Vila Alianza, donde se habían reubicado en los ’60 a familias de las favelas del sur de Río de Janeiro. En la biblioteca de la Iglesia Católica, al calor de la Teología de la Liberación pero con una enorme cantidad de libros fundantes a su alrededor empezó a buscar su campo de estudios e intervención política. Formó parte desde muy joven del movimiento negro y escribió su primer libro, La deuda impagable -ahora editado en español por Tinta Limón-, en inglés. Fue traducido por estudiantes al portugués y su actualidad está totalmente vigente 20 años después. Con un pensamiento fractal que cuestiona los modos de pensar capitalistas, insiste en que el colonialismo no es sólo una deuda moral sino también y sobre todo, económica. Entrevista con una filósofa movida por el deseo.
La deuda impagable, editado por Tinta Limón en su nueva colección Travesía/s, es la primera obra de esta magnífica filósofa, un libro clave traducido al castellano por Florencia Carrizo. A través del concepto de “deuda impagable”, este trabajo propone un ejercicio práctico y filosófico navegando por dos preguntas: ¿Cómo se hereda la obligación de la deuda y por qué no corresponde pagarla?
Partiendo de la literatura de Octavia Butler, Ferreira Da Silva indaga por qué en esa doble temporalidad -herencia y futuro- la deuda logra tramar la sujeción colonial y una maquinaria incesante de apropiación de riqueza colectiva. A su vez, expone cómo la colonialidad y la racialidad siguen siendo centrales para la acumulación de capital, como sucedió en la crisis hipotecaria de 2008 en Estados Unidos donde quienes perdieron sus casas fueron, sobre todo, parte de la población afroamericana.
La racialidad redefine continuamente los resultados contemporáneos de la extracción y de la expropiación, argumentadas una y otra vez, como “defecto moral” de las poblaciones que no son blancas y que no son europeas. De este modo, el capital financiero global debe leerse como la actualización permanente del valor total expropiado de tierras y trabajo. De aquí se desprende un programa político: no pagar y exigir la devolución del valor de las tierras y el trabajo que han sido arrebatados por dispositivos que nunca han dejado de lado la “violencia total”.
El trabajo de Ferreira Da Silva es altamente filosófico y poético. Explica con distintos registros cómo el texto moral de la colonialidad esconde la importancia económica de lo colonial. Una advertencia importante para las modas que quieren dividir las opresiones de la violencia económica y hacer de cada lucha un nicho aparte. Para eso hace un trabajo minucioso sobre la arquitectura jurídica que sostiene los principios de libertad e igualdad, verdaderas claves de obliteración y ocultamiento de la violencia colonial. Su escritura es no plana, busca hacer justicia con el modo de pensamiento fractal que le interesa. Sobre todo, contraponiendo un “mundo ordenado” del “entendimiento” -lógica del capital-, contra lo que llama un “mundo implicado” desde el cual se ignoran los pilares ontológicos y epistémicos que recrean la subyugación racial.
Su apuesta, sus registros de trabajo y el compromiso político -marcas sensibles en sus preocupaciones- son componentes decisivos de lo que entendemos como una travesía vital y del pensamiento. La conversación que sigue tuvo lugar pocas horas después de la segunda vuelta electoral en Brasil, con el resultado confirmado del triunfo de Lula. En una versión más extensa, funciona de prólogo a su libro.
Hace poco estuviste en Brasil presentando Homo modernus. Para uma ideia global de raça (Cobogó, 2022), la versión en portugués de Towards a global idea of race que es tu tesis doctoral publicada en inglés en 2007 por la Universidad de Minnesota. ¿Qué significa presentar ese libro hoy, en el Brasil de mediados de 2022, en el marco de la vuelta de Lula a la presidencia del país y con las expectativas que se ponen en juego?
–Terminé de escribir ese libro en 2002, el año en que Lula fue electo por primera vez. Luego, por diversos problemas, se demoró su edición en inglés y ahora aparece la edición en portugués. Lo interesante y lo curioso es que hoy me dicen incesantemente: “¿Cómo escribiste ese libro hace 20 años y dice todo lo que está pasando ahora?”. En realidad durante ese período de veinte años (2002-2022) fue emergiendo el lector de ese libro, las personas a las que les interesa leerlo. Esas personas, o ese interés, en el Brasil de 2007 no existía. Pero esta emergencia no se debe a que la situación en Brasil se haya modificado radicalmente, porque lamentablemente no es el caso. Tiene que ver con los 20 años de políticas de acciones afirmativas en educación y con los 20 años de Puntos de cultura desarrollados por los gobiernos del PT. Estas políticas abrieron una brecha, tanto dentro como fuera de la academia, para una población que jamás hubiera tenido acceso a las siempre aristocráticas universidades brasileñas. Entonces, tanto las políticas de acción afirmativa como los Puntos de cultura crearon un espacio intelectual para la población negra, para la población indígena, para la población mestiza y, en términos más generales, para la población económicamente desposeída. Estas son las personas que hoy están interesadas en el libro.
Además, ahora las mismas personas que están pensando la lógica de la obliteración, o que están estudiando la cuestión racial en Brasil (que fue lo que yo hice hace 20 años) están aquí, abren el libro y por eso mismo este cobra sentido. Otro ejemplo podrían ser lxs artistas brasileñxs, que escribieron el prefacio a la edición en portugués de La deuda impagable, el libro que ahora ustedes presentan en castellano. En efecto, Michelle Mattiuzzi y Jota Mombaça, son también parte de esa generación de menores de cuarenta años. Por otra parte, La deuda impagable, vale la pena destacarlo, es mi primer libro traducido al español y circuló en portugués traducido por dos estudiantes, Amilcar Parcker y Pedro Daher.
En La deuda impagable ofrecés una suerte de recorrido por parte de tu vida y decís: “Hice una tesis de maestría, después hice una tesis de doctorado, me mudé de Brasil a Estados Unidos…”. Pero nos interesaba ir un poco hacia atrás, antes de la maestría, y preguntarte: ¿Dónde ubicás tu interés o atracción por la filosofía y por la praxis política, que son las dos líneas que están muy presentes en tu libro?
–Bueno, todo empezó con la Teología de la Liberación. Yo empecé a participar del grupo de adolescentes de la Iglesia Católica en mi barrio, la Vila Aliança, que es un complejo habitacional construido por el gobierno federal a comienzos de los años 60 para reubicar a las familias que vivían en algunas favelas de la zona sur de Río de Janeiro, como el Morro do Pasmado, en Botafogo, donde yo nací. Para que tengan una idea de este tipo de complejo habitacional del que estoy hablando, Vila Aliança fue construida al mismo tiempo que la Cidade de Deus. En los años 70 tuvimos la suerte de tener un padre progresista, Don Bruno, como párroco de la Iglesia Católica de la Vila Aliança. En ese momento, la iglesia creó grupos de madres, de mujeres, de adolescentes, etc.; todas comunidades de base, pero bastante distintas a las de la zona rural. Yo lideraba el grupo de adolescentes que se preparaban para hacer la confirmación. Los grupos estaban organizados como grupos de formación para líderes comunitarios y cada grupo tenía unx adolescente que era líder. La iglesia tenía una biblioteca fantástica donde se podían leer los textos de la iglesia progresista, los textos de Medellín, todos esos materiales. Leí a Gramsci en esa biblioteca, pero había realmente de todo: libros de Marx y Biblias. Rápidamente, ni me acuerdo cómo, me volví la líder del grupo de mi cuadra. Y eso significaba que recibía los textos para estudiarlos y para pasárselos a las demás personas, a lxs otrxs adolescentes. También teníamos talleres de formación, que estaban dedicados a la historia de la clase obrera en el mundo, a la historia de la clase obrera brasileña, a la historia del Brasil contemporáneo. Recibí esta formación en la iglesia siendo una adolescente y a partir de ahí continué.
Y te despertó una pasión política e intelectual…
–Estaba muy interesada, muy involucrada, era una “buena soldada”, pero había un problema. En una conversación con el padre Bruno, le dije que la historia de la Santísima Trinidad no tenía ningún sentido y le hice todas las preguntas posibles. Él me respondió que era una cuestión de fe. Ahí me di cuenta de que yo no tenía fe y se lo dije. Políticamente quería estar ahí, participar de la Iglesia donde fui formada, pero me faltaba la fe. Así que abandoné la iglesia. Tenía 16 o 17 años y ya para ese entonces estaba organizando varias cosas y formaba parte de la Asociación de habitantes de Vila Aliança. En ese momento fui reclutada por el PCdB (Partido Comunista do Brasil): teníamos un local en mi barrio y me nombraron secretaria política, lo que significaba que tenía acceso a la lectura de documentos del partido. Estuve afiliada al partido por dos años, en 1980 y 1981. Por entonces el PT no existía como tal, apenas estaba surgiendo. Y leía aquellos documentos del año 62, leía a Marx, leía a Stalin, y pensaba: ¿Qué es esto? No me convencía la idea de hacer la revolución burguesa en Brasil, construir la democracia y que la revolución venga después. Así que estuve dos años en el Partido Comunista y lo abandoné. Esta otra iglesia tampoco me interesó. Me interesaba el proyecto, pero me faltaba fe.
Ese momento coincidió con mi ingreso a la universidad, comencé a estudiar Ciencias Sociales, entré en la Universidad Federal de Río de Janeiro (UFRJ) para cursar la carrera ahí. Fue allí que me vinculé con el movimiento negro y empecé a tener participación en el PT, en sus inicios (años 1982, 1983, 1984).
Cuando te acercaste a participar del movimiento negro, ¿qué grupos u organizaciones existían? ¿Funcionaban dentro de las facultades o en los barrios?
–Los grupos que estaban surgiendo se vinculaban con grupos de investigación, como el Instituto de Pesquisa das Culturas Negras, el IPCN, que era el espacio donde nos reuníamos y organizábamos eventos, todo el mundo daba conferencias ahí. Participaban Januário Garcia, Paulo Roberto dos Santos, Amauri Mendes Pereira, Lélia Gonzalez, Beatriz Nascimento. Fue un momento en el que poetas y escritores se hicieron más visibles. Había muchos hombres, era un espacio con muy pocas mujeres: Lélia, Beatriz, Helena Theodoro. También estaba Abdias do Nascimento, que había llegado del exilio. Había algunas personas de San Pablo, una persona que era joven como yo, Vilma Reis, que ahora está haciendo carrera política en Salvador. Había un grupo de trabajo con André Rebouças y, en Niterói, Claudia Nascimento. Marlene Cunha, que falleció en 1988, era una de las pocas personas muy activa en los movimientos negros que estaba estudiando en la universidad.
Este recorrido por tu biografía intelectual por momentos se superpone con las trayectorias de algunxs de lxs líderxs indígenas de la União das Nações Indígenas [Unión de las Naciones Indígenas], que se desarrolla más o menos al mismo tiempo. ¿Ustedes tenían conocimiento de que se estaba organizando la União das Nações Indígenas?
–Sí, lo sabíamos, pero teníamos ese conocimiento, sobre todo, a través de la iglesia que publicaba documentos al respecto. Leía a Dom Pedro Casaldáliga y otros autores misioneros que estaban involucrados en los territorios de Araguaia y Altamira, trabajando con la Teología de la Liberación. Desde comienzos de los años 80, y hasta la mitad de esa década, los movimientos sociales estaban muy separados. Pero esa situación comenzó a cambiar un poco a fines de esa década, en el marco de una serie de movilizaciones que impulsaban reformar la Constitución a partir de una “Asamblea Constituyente”. Pero, precisamente por la forma en que aquellos sujetos políticos estaban constituyéndose, la movilización indígena era excluida de esa movilización general, quedaba muy distanciada de la agenda de las luchas. Y ahí sucedió algo que, para mí, fue muy importante. Yo estaba finalizando mis estudios de grado y comenzando a hacer la maestría y, en ese momento, en el Instituto de Filosofía y Ciencias Sociales de la UFRJ, existía un laboratorio de investigación social que estaba compuesto por grupos de trabajo con estudiantes de grado, de posgrado y profesorxs. Entonces había un grupo que estudiaba “clase”, otro que estudiaba “raza”, había un grupo de mujeres, había un grupo de antropólogxs que traían una perspectiva indígena; y todos estos grupos estaban conectados con los movimientos sociales y con el PT. Yo era co-coordinadora del núcleo de estudios afrobrasileños y en torno a la “raza”. Y una de las cosas que hacíamos era organizar eventos, charlas y conferencias con sindicalistas, profesores, estudiantes, activistas del movimiento negro. Se creaban recursos para la circulación de los movimientos a través de estos núcleos. También fundamos el comité para la campaña de Benedita da Silva cuando se postuló para diputada federal. Usábamos nuestro tiempo pagado por la beca de estudio de “iniciación científica” de la CAPES para hacer campaña política, estaba todo muy junto, muy relacionado. Cuando llegué a Estados Unidos no entendía cómo era posible no hacer política dentro de las universidades, me resultaba absurdo.
Otra cosa que nos interesa preguntarte es cómo definís tu método de trabajo. Vos decís que hacés filosofía. En un momento, hablás de experimentación poética. Más recientemente, sabemos que trabajás con cartas astrales, que nos interesa mucho que nos cuentes. Entonces, la pregunta es: ¿cómo se vinculan esos distintos métodos, están asociados a distintos momentos de tu trabajo de investigación filosófica o política?
–No es una pregunta fácil de responder, porque creo que con los años fui desarrollando un método que hoy no sabría cómo presentarlo. Yo respondo a lo que está frente a mí, si es que aquello que está frente a mí activa mi curiosidad intelectual, si abre un punto de interrogación que me obliga a explorarlo.
Comencé a estudiar astrología cuando tenía 15 años. Tomé prestado un libro de astrología de una compañera de la escuela y nunca más se lo devolví, lo tengo hasta hoy. Y la razón por la cual me interesé fue porque en esa época teníamos que hacer cálculos. Existían las efemérides, las condiciones de los planetas, pero a la hora de hacer el mapa astral había que hacer cálculos matemáticos para localizar el planeta. Me pasaba horas y horas haciendo cálculos, aprendiendo y jugando con las matemáticas, con el objetivo de hacer los mapas astrales de las personas. Y un poco después, en los años 80 en Río de Janeiro, todo el mundo en mi entorno tiraba tarot.
Sin embargo, empecé a escuchar más sobre su práctica en los 90 en Estados Unidos. En el año 95 fui a hacer una consulta de tarot y la persona que hizo la lectura me sugirió que tal vez fuese interesante que lo estudiara para mí misma y para otras personas. A partir de ahí empecé, sumé al tarot como práctica junto con la astrología. Luego, en 2008, fui a hacer un tratamiento de Reiki y la persona que me hizo el tratamiento me dijo: “Ah, tal vez vos puedas estudiar Reiki y hacerte a vos misma y atender a otras personas”. Entonces hice la iniciación. Cuando me encontré con Valentina Desideri por el año 2011, decidimos trabajar juntas. Fue un momento interesante porque yo estaba viviendo en Londres y estaba un poco cansada de la academia, quería hacer otras cosas y empecé a hacer cursos. Hice unos cursos de medicina con plantas, otro de anatomía, otro de biología. Estaba por empezar otra carrera cuando nos dimos cuenta con Valentina de que juntas podíamos desarrollar una práctica artística. Así fue como hicimos primero los Poethical Readings y después The Sensing Salon.
Una desconfianza continua a un sólo tipo de saber…
–Estos diferentes órdenes de cosas se unieron en un momento de crisis personal, en un momento en el que yo tenía una cátedra de Ética en la carrera de Business and Management en la Queen Mary University of London. Esto fue después de la Primavera Árabe, después del Occupy Wall Street, fue en un momento medio extraño en el que, para mí, el trabajo académico no estaba a la altura. Fue entonces que comencé a hacer estas prácticas artísticas. Pero durante los últimos años todo eso cambió mucho y estamos haciendo cosas diferentes. Por ejemplo, junto con la Teia de Solidaridade da Zona Oeste de Río de Janeiro y la Periferia Segue Sangrando, de Grande São Paulo, que son grupos de mujeres que intervienen en estas comunidades periféricas, estamos haciendo cursos de formación y entrenamiento de Reiki para las activistas, para mantener su bienestar físico, mental, emocional, e intelectual al tiempo que participan de la lucha política. Sobre todo porque estas personas, las activistas negras e indígenas de las regiones rurales y urbanas desposeídas están agotadas, tanto por la indiferencia y ataques directos del gobierno de Bolsonaro como por su ineficacia y criminal negligencia durante la pandemia.
En suma, di una vuelta muy rara. Si me preguntan cómo sucedió todo esto no sé bien qué responder, solo que mi curiosidad se activa cuando alguien me invita a hacer alguna cosa. Cuando digo “sí” las cosas suceden. Me parece que con el tiempo desarrollé el deseo, pero no el método.
También trabajaste con películas, ¿verdad?
–Sí. Un buen ejemplo son las películas que hice con Arjuna Neuman. Las películas están explícitamente conectadas con mi investigación académica pero, al mismo tiempo, debido a los sonidos, a las imágenes –y obviamente a la colaboración con Arjuna– me permiten cosas que no podría hacer a través de la escritura. En las películas esta falta de método me beneficia, porque ahí es donde algunas cosas salen y suceden de otra manera. Y las personas captan lo que aparece sin necesariamente tener que hacer ese trabajo más extenso, mucho más tedioso y difícil que implica escribir. Porque, ¿cómo se escribe para ir contra tu propia corriente? ¿Cómo se escribe contra la práctica filosófica, que es la práctica que estás emulando, que estás usando?
¿Cómo se vincula tu la crítica de la colonialidad y racialidad del poder con la idea de “mundo implicado” y de la “no separabilidad”?
–Mi argumento es que la colonialidad es un modo de gobernanza, es una modalidad jurídica que opera en la acumulación de modo particular, aunque junto con el trabajo asalariado. Del mismo modo que la esclavitud, es una relación jurídica que opera en la acumulación junto con el trabajo asalariado. En esta relación, el concepto clave es el de igualdad jurídica, más que de igualdad económica. Por su naturaleza distinta dentro de las relaciones sociales, la colonialidad y la esclavitud no forman parte de la igualdad jurídica, no forman parte del pensamiento, sino como dato adicional. Y esta es la condición principal para un análisis del capitalismo como un modo de producción completamente diferente de otros. Para mantener la coherencia, esta distinción jurídica tiene que estar siempre presente. Pero la colonialidad y la racialidad no pueden aparecer como elementos de orden jurídico. El capitalismo depende tanto del orden jurídico liberal del body politic como de ese orden jurídico violento que es la colonialidad.
Y esa violencia colonial es una constante, que hoy continúa operando, por ejemplo, para facilitar la extracción de minerales en el continente africano. En el Congo, esa guerra interminable es la operación de mecanismos de violencia que no interfiere, pero sí facilita, la extracción de cobre o de otras commodities. En Brasil, el gobierno de Bolsonaro legalizó como si nada el crimen de la extracción de minerales. No solo permitiendo la extracción en tierras indígenas, sino también al permitir que mineros amenacen y aterroricen territorios indígenas. Esto es una decisión jurídica, es el Estado el que decide, ya que nosotrxs no podemos interferir porque no podemos cambiar las leyes, y nos limitamos a apoyar las campañas contra estas leyes que facilitan la extracción. Para mí esta es una variación, pero es muy similar a la colonialidad, porque la colonialidad es una modalidad jurídica de un ejercicio de gobernanza a través de la violencia total.
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