Una entrevista con
Carlo Galli
El gobierno de Giorgia Meloni pisotea las más básicas normas democráticas. Esto no se debe únicamente a las raíces fascistas de su partido, sino que es el punto final de un largo proceso que ha puesto las decisiones económicas clave fuera del control popular.
Romaric Godin [1]
¿Qué significa realmente el hecho de que la extrema derecha gobierne en Italia? En un libro publicado a principios de este año, La destra al potere. Rischi per la democrazia? (La derecha en el poder: ¿un riesgo para la democracia?), el politólogo y exdiputado Carlo Galli intenta comprender qué es lo verdaderamente original del gobierno de Giorgia Meloni, para entender qué amenaza real supone para la democracia italiana.
En su opinión, lo que él denomina «derecha» —que fuera de Italia podría llamarse más bien «extrema derecha»— no es ni la heredera directa del fascismo ni una forma tradicional de conservadurismo. Los planes de Meloni para el cambio constitucional incluyen la introducción del llamado premierato (transferir el poder de los partidos y el parlamento a las manos del primer ministro) pero no marcan un nuevo régimen. Se trata más bien de un movimiento que se alimenta de los miedos de la sociedad para asegurar el poder a un gobierno con un objetivo primordial: defender los intereses del capital.
El actual gobierno de extrema derecha no implica una toma del poder por parte del fascismo. Pero es, en cierto sentido, la última fase política de la crisis del neoliberalismo, que conduce a una democracia degradada, lo que Galli denomina «posdemocracia». En este sentido, la nueva derecha italiana es un peligro para una democracia ya debilitada por décadas de reformas neoliberales. Como dice el autor a Romaric Godin en esta entrevista, el gobierno de Meloni «ha acelerado todas las peores dinámicas que ya estaban en marcha».
RG
Tu tesis es que la derecha italiana no es una continuación del fascismo, sino más bien una especie de conservadurismo ecléctico. Pero tampoco dices que no sea peligrosa.
CG
Para mí, el fascismo es esencialmente un movimiento que hace un uso sistemático de la violencia, que tiene un ideal jerárquico y lo mueve el deseo de alejarse de la alternativa entre socialismo y liberalismo [económico]. La derecha italiana actual es burguesa y reduce el liberalismo a su nivel más mínimo, es decir, el neoliberalismo. Cree que toda la riqueza la crea el mercado y no tiene la menor intención de cambiar la sociedad. No propone ningún modelo alternativo de civilización. Por supuesto, dentro de estos movimientos hay personas que han sido neofascistas o posfascistas. Pero ninguna tiene como objetivo reinstaurar el fascismo, ni mucho menos.
Esta derecha del siglo XXI sitúa a Italia al final de un movimiento que nos conduce a lo que podríamos llamar «posdemocracia». No inició este movimiento; no lo creó. Se trata de una dinámica que viene produciéndose desde hace treinta o cuarenta años. Fue iniciada por los gobiernos tecnocráticos, y los de centroizquierda la han continuado. Silvio Berlusconi, obviamente, aceleró el proceso.
La posdemocracia no es la abolición formal de la democracia. Sigue habiendo parlamento, elecciones y partidos políticos. Significa más bien que el poder real ya no reside en el parlamento, sino que se concentra en torno al gobierno y, en particular, a su líder. La derecha ve este proceso como irreversible y pretende llevarlo hasta el final. Al hacerlo, ni siquiera tiene la hipocresía de pretender que está dando un papel al parlamento. Considera que todos los poderes deben concentrarse en manos del Primer Ministro.
RG
¿Es por eso que considera que la principal reforma del gobierno Meloni es el proyecto de cambio constitucional conocido como «premierato», que se está debatiendo actualmente y que prevé la elección directa del jefe del gobierno?
CG
Es importante comprender que la posdemocracia ya está presente en Italia. Lo que hace la derecha con el premierato es poner negro sobre blanco en la Constitución. Pero hoy, el Primer Ministro tiene una relación directa con el pueblo a través de los medios de comunicación. Hay una especie de plebiscito diario que es confirmado por las urnas y formalizado por unas elecciones cada cinco años. El corazón del poder ya no reside en el Parlamento; hemos entrado en una nueva fase que ya no es el orden liberal-democrático del pasado.
Los grandes políticos de la Italia de la posguerra —Alcide De Gasperi, Aldo Moro, Amintore Fanfani— no obtenían su legitimidad de los medios de comunicación, sino del sistema de partidos. Este sistema desapareció en Italia en la década de 1990. Con esa desaparición se creó un vacío que fue llenado por los medios de comunicación en el rol de mediadores y por la concentración de poder en manos del jefe de gobierno. El gran salto a la posdemocracia lo dio, por supuesto, Berlusconi. Fue él quien introdujo este plebiscito diario, que ningún político italiano habría tolerado antes.
RG
¿Por eso el actual gobierno centra sus ataques en la libertad de prensa?
CG
La prensa escrita ya no es un medio de comunicación hegemónico; es un medio de élite. La gente ya no lee periódicos. La caída de las ventas lo demuestra. Ciertamente, una parte de la prensa es hostil a la derecha porque la comunidad periodística es «liberal» en el sentido anglófono, progresista, del término. Pero la confrontación directa no interesa a nadie. En Italia, la prensa es propiedad de los grandes capitalistas, que la tratan como una actividad secundaria destinada a facilitar su negocio principal. En consecuencia, la prensa escrita ya no tiene mucha influencia. Si los propietarios necesitan tener una posición no conflictiva con el gobierno, la prensa los seguirá.
Existen periódicos de oposición. Hay cuatro principales: La Repubblica y La Stampa, que pertenecen al grupo Gedi de la familia Agnelli, Domani, de escasa tirada, e Il Fatto Quotidiano, económicamente débil. Por lo que respecta a los dos primeros, estoy convencido de que todos se darán cuenta de que su oposición se hará gradualmente menos dura. El gobierno no tiene reparos en molestar a esta prensa, pero no creo que sea la derecha la que haya creado las difíciles condiciones que vive hoy el sector. Son más bien las condiciones culturales. La información a través de las redes sociales y la televisión es mucho más fácil de acceder para los ciudadanos.
En ambos frentes, la derecha está presente, y mucho. Es cierto que la televisión es un medio que llega sobre todo a las personas mayores, pero el control de la televisión —y de la radio— sigue siendo un punto clave para cualquier gobierno. La derecha tiene un gran apetito por los puestos en el consejo de administración de la radiotelevisión pública, la RAI. Así que ha dado a los puestos de la oposición una importancia secundaria, hasta el punto de que el Partito Democratico (de centroizquierda) se ha negado a participar en el juego. Esto es importante para la derecha porque cree en el poder comunicativo de la radio y la televisión, y como tales son medios que ayudan a construir apoyos.
Pero no hay que olvidar que, para los jóvenes, son las redes sociales las que construyen ese consenso. Y los partidos de la derecha italiana, ya sea la Lega o Fratelli d’Italia, tienen una fuerte presencia y están muy organizados en este tipo de medios. Para mí, esto es tan importante como controlar la radio y la televisión.
RG
¿Cuál es la realidad de la derecha en el poder en Italia?
CG
Hay tres razones que han apuntalado el éxito de la derecha, y en parte son contradictorias. La primera es el auge de las protestas desde hace unos veinte años. Estos movimientos tienen su origen en las contradicciones del paradigma neoliberal. Alrededor de diez millones de votos han pasado de un partido a otro con la mera promesa de cambio, y un partido se ha convertido de repente en el eje del juego político. Este fue el caso del Partito Democratico de Matteo Renzi, luego la Lega de Matteo Salvini, el Movimento Cinque Stelle de Beppe Grillo y, por último, Fratelli d’Italia de Giorgia Meloni.
La segunda razón es la demanda de seguridad. Gran parte de la opinión pública italiana está convencida de que vive en un mundo de inseguridad. Esto se refleja en la cuestión del orden público, donde la atención se centra en los inmigrantes, pero también hay una inseguridad económica fundamental. Ya no hay empleos fijos: la mayoría se han vuelto precarios o mal pagos. Ya no hay esperanza de un futuro estable ni creencia en el progreso, que en su día fue la base del éxito de la Democracia Cristiana durante la llamada Primera República de 1947-1993.
La tercera razón del auge de la derecha está en contradicción con la demanda de «más gobierno» implícita en la demanda de seguridad. Es una demanda de menos gobierno, que se traduce en un rechazo de la presión fiscal y de la burocracia. Estos sentimientos son objetivamente comprensibles, pero están manipulados por la derecha.
La derecha está utilizando estos tres factores, que son los que la llevaron al poder, para avanzar aún más hacia la «posdemocracia». No puede cumplir sus promesas económicas, especialmente la de bajar los impuestos. Tampoco puede cumplir sus promesas soberanistas; la derecha no es soberanista. El gobierno de Meloni se plegó a las posiciones de Bruselas y no hizo nada para oponerse a la lógica básica de la Unión Europea. Por ejemplo, aceptó el nuevo Pacto de Estabilidad y Crecimiento (que restringe el déficit). Tampoco mostró ninguna soberanía en el ámbito de los asuntos exteriores, donde adoptó una postura casi vergonzosamente atlantista sobre la situación en Oriente Próximo.
En definitiva, la derecha italiana no es más soberanista que fascista. Lo cierto es que el gobierno de Meloni ha acelerado todas las peores dinámicas que ya estaban en marcha. La primera de ellas es la desaparición de la esfera pública. Italia se ha convertido en un lugar donde solo hay individuos y ya no una sociedad articulada. Por sociedad articulada entiendo una sociedad en la que, por ejemplo, hay partidos y sindicatos implicados en los conflictos sociales. Ahora solo hay individuos atomizados y asustados. Y ese es el objetivo de la derecha: mantener esta fragmentación individualista de la sociedad.
Este individualismo no es el del individuo agresivo, triunfante, heroico o incluso emprendedor. No, es un individualismo asustado, aterrorizado, preocupado, de gente que quiere protección, exenciones fiscales y que la dejen ocuparse de sus propios problemas sin demasiadas complicaciones. Y la derecha alimenta y facilita este individualismo.
Por eso la derecha ha impulsado recientemente la ley de “autonomía diferenciada” para las regiones italianas: el objetivo es fomentar la fragmentación que se encuentra en el corazón de este pensamiento social. Es extraño, porque se trata de una derecha que no defiende la idea de unidad nacional. Eso es porque prefiere la división; es el partido de la división. No es casualidad que esta derecha italiana, que no hace mucha referencia a los intelectuales conservadores europeos, se inspire en Giuseppe Prezzolini, un intelectual de los primeros años del siglo XX que se definía a sí mismo como un escéptico. No creía en nada. Para él, solo existía la estrategia.
RG
Pero esta visión fragmentada va de la mano de un fuerte rechazo de la diversidad individual.
CG
Este particularismo individualista de la derecha no es un culto a la diversidad. Es cierto que no se han adoptado posiciones específicas contra las minorías raciales o sexuales. Pero las posiciones que sí se han tomado, se centraron en la llamada «cultura woke». Y esto también sirve para tranquilizar. Es una parte importante de la política de la derecha: mantener alejados a los inmigrantes y defender los «valores tradicionales», como la familia tradicional y la sabiduría tradicional. Es una defensa de la «normalidad» que ayuda a mantener el miedo basado en una supuesta amenaza a esta normalidad.
De hecho, una de las piezas legislativas más preocupantes que ha salido del gobierno de Meloni, después del premierato, es el proyecto de ley sobre seguridad, que aumenta las penas (previendo incluso penas de prisión) por manifestaciones, bloqueos o piquetes. Esta ley no se dirige específicamente contra las minorías, sino contra lo que queda de la esfera pública. El uso político del espacio público se prohíbe y se castiga duramente. Este es el núcleo de la política perseguida por la derecha: mantener la fragmentación preocupa a la gente.
RG
Entonces, si la derecha está completando este giro posdemocrático, ¿cómo podemos detenerlo?
CG
La derecha reproduce la crisis, la mantiene en marcha. Lo que hay que hacer es detenerla. Y para ello necesitamos construir una coalición creíble basada en ideas que apunten a resolver los problemas de forma realista. Los problemas existen y tenemos que abordarlos. Tenemos que restaurar el papel del Estado en la salud, la educación y la seguridad en el sentido más amplio. La derecha cree en la privatización, y por esa misma razón no será capaz de resolver estas cuestiones. Así que tenemos que construir una coalición política que crea en la función pública, en la intervención del Estado en la economía y en la sociedad.
Tenemos que creer que el Estado debe proporcionar seguridad, no solo fronteriza sino también interna, seguridad para las oportunidades vitales, que dé a la gente al menos una base de confianza en el progreso. Y no con palabras, sino con hechos. De lo contrario, la población seguirá volcándose hacia la derecha. Creo que todavía tenemos la capacidad de construir un consenso contra la derecha. Pero es cierto que el panorama de los partidos no parece preparado para avanzar en esa dirección.
Italia no es el único país que experimenta estas dificultades. Es el efecto de la crisis neoliberal que la derecha está prolongando y no resolviendo. El objetivo tiene que ser superar esta crisis, lo que presupone voluntad política, capacidad intelectual y credibilidad. Pero eso es justo lo que nadie tiene en este momento.
Tenemos que restablecer las perspectivas de vida de la gente mediante políticas concretas. Y si eso significa oponerse a las normas europeas, pongamos esa cuestión sobre la mesa. La derecha no cree en la intervención del Estado: responde a la crisis rompiendo el país. Si queremos recuperar la esperanza, debemos rechazar ese enfoque. Pero, al menos por ahora, el panorama de los partidos italianos no sugiere que eso vaya a ocurrir.
Sobre el entrevistador:
[1] Romaric Godin es periodista económico en Mediapart y autor de La guerre sociale en France, un estudio sobre las políticas neoliberales autoritarias de Emmanuel Macron.
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