Recientemente, la escritora colombiana Piedad Bonnett publicó en El Espectador una columna de opinión titulada «Antisemitismo». La lectura del texto arroja dos posibles conclusiones: o bien la autora adhiere plenamente al sionismo como proyecto ideológico, histórico y colonial, o bien demuestra un desconocimiento atrevido y casi vergonzoso sobre el tema.

Por un lado, al nombrar el horror que está viviendo Gaza bajo el ataque israelí como una «guerra», Bonnett reproduce el marco ideológico de la derecha mundial militarista y belicista que apoya y financia la colonización de Palestina, la limpieza étnica y, por lo tanto, el genocidio. Por otro lado, la definición de antisemitismo que toma prestada en su artículo es una construcción teórica amañada que favorece la propaganda del sionismo y la contención de la mirada crítica sobre los acontecimientos históricos, pues niega el origen semita de grupos poblacionales no judíos, como es el caso de los árabes, es decir, el mismo pueblo palestino sobre el que Israel ejerce el genocidio.

El problema con esto es que la reproducción mecánica y fuera de contexto de ciertas definiciones impide el reconocimiento y la comprensión de lo que hay más allá de la superficie. Bonnett desconoce o niega la historia de la formación colonial de lo que hoy es llamado «Israel» —hasta ellos mismos se dicen colonos— así como las diferentes luchas de liberación de los pueblos oprimidos del mundo y su legítimo derecho a la defensa (e incluso a la rebelión armada, como ocurrió a finales del siglo XVIII y principios del XIX en América Latina y El Caribe, solo para traer un ejemplo cercano).

El artículo en cuestión acude a la legitimación de la barbarie al señalar que el horror que vemos diariamente desde nuestras pantallas comenzó el 7 de octubre del 2023… Como si Gaza no estuviera bloqueada hace más de quince años y como si el proyecto de colonización sionista sobre Palestina no hubiese sido declarado hace más de un siglo con la publicación de El Estado Judío de Theodor Herzl, en los primeros congresos sionistas o cuando el mandato británico otorgó a los sionistas el dominio sobre una tierra que no les pertenecía para establecer allí su proyecto de un Estado nacional judío (ver, por ejemplo, la Declaración Balfour).

Tal arbitrariedad en la definición conceptual y temporal de lo que la escritora denomina «guerra» no es un simple abuso del lenguaje. Es la defensa de un proyecto colonial o es el desconocimiento de más de un siglo de colonialismo en Palestina. Es necesario, en este contexto, no ignorar la instrumentalización que realizan los sionistas sobre el holocausto judío, lo cual es, a todas luces, reprochable. De hecho, un episodio bastante turbio y soterrado de la historia del Estado colonial de «Israel» es su cercanía con el nazismo; al respecto, puede consultarse el Acuerdo Haavara, el pacto entre nazis y sionistas. Basta darle una mirada a la conformación histórica de «Israel» para sentir verdaderas náuseas.

Bonnett sostiene, en otra parte de su artículo, que el problema obedece al gobierno de ultraderecha de Benjamín Netanyahu. Afirmar esto es, de nuevo, omitir de manera conveniente la historia del proyecto de colonización sionista, el cual ha garantizado su supervivencia por medio de la represión y del control sobre los territorios y los cuerpos palestinos; esto es, el genocidio y ecocidio en Palestina, señalado recientemente por el historiador colombiano Renán Vega Cantor.

Ahora bien, algunas frases que definen los planes de quienes institucionalizaron lo que se conoce como el Estado de «Israel», como es el caso de su ideólogo Theodor Herzl, el ex Primer Ministro David Ben-Gurión o la ex Primera Ministra Golda Meir, dan verdadero escalofrío. Así que no, el problema no es el gobierno de ultraderecha de Netanyahu, sino el sionismo trasnacional. Considerar que el problema se resuelve, de manera ornamental, con el nombramiento de otra bancada de gobierno, implica desconocer la naturaleza militarista y genocida de Israel y sus estrategias de supervivencia… o es limpiar y, por extensión, ser cómplice de los crímenes de un régimen de muerte y terror. En todo caso, lo que deberíamos estar gritando —en todas partes y con voz muy fuerte— es que se ponga fin inmediato a la ocupación.

El último elemento que queda por agregar es que lo más facilón y complaciente con colonialismo sionista y lo que más favorece su legitimación es condenar a Hamás y a los demás grupos de la resistencia armada palestina, como lo ha hecho Bonnett y tantas otras personalidades de la farándula «intelectual» de Colombia y del mundo.

Esta condena a la resistencia palestina —que es, reitero, el legítimo derecho que tienen todos los pueblos oprimidos del mundo, incluso si esa defensa implica la lucha armada— refleja la reproducción de la mentalidad colonial, pues considera aceptable la relación de dominación y la negación de posibilidad que tiene el oprimido de levantarse contra su opresor. Reprobar la lucha armada de los milicianos y milicianas de Hamás es vaciar de contenido político la resistencia palestina; señalar que se trata de un grupo terrorista es condenar a la soledad a un pueblo que clama por justicia social, la cual solo se conseguirá con su liberación y soberanía.

Decir, sin mayor asomo de malicia ni de vergüenza, que la resistencia palestina es terrorismo constituye la banalización de las historias de vida de las y los palestinos. Tal afirmación es una burla descarada a un pueblo que lucha por no desaparecer ante los ojos de millones de personas que miran con pasividad las pantallas, como si asistiera a cualquier otro espectáculo televisado. No creas, estimada lectora, que la producción artística y cultural —así como sus personalidades— se han liberado del poder colonial e imperialista.