Una de aquellas tantas aventuras vividas de verdad había sido precipitar el divorcio de la ex funcionaria de Estado Julia Urquidi Illanes, colaboradora en el Palacio Quemado del dictador Hugo Banzer y después en el Ministerio de Minas y Petróleo del líder minero. El marido boliviano, temeroso de las represalias del ‘Control Político’ que pudiera ejercer el amante minero, optó por la separación amistosa y la repudiada por el exilio voluntario hacia Lima, buscando el auxilio espiritual de su familia boliviana-peruana, especialmente de su hermana Olga.
El ‘enfant-terrible’
Y en Lima la malmaridada vio que su sobrino el ‘Cholito’ Mario, ‘enfant-terrible’ de la casa, estaba crecido. Julia lo había dejado cuando tenía seis años y ella 20, una diferencia de 14 años. Ahora lucía orgullosamente sus años avanzados, estudiaba en la universidad Filosofía y Letras y dirigía un programa informativo de radio Panamericana. Por ese tiempo su contendor era el experimentado radialista boliviano Raúl Salmón con su esposa la Doctora Corazón de radio América de La Paz. Raúl Salmón residía en Lima. Mario Vargas Llosa en su novela autobiográfica Doña Julia y el escribidor lo toma como personaje con el nombre de Pedro Camacho.
Confiesa Julia Urquidi en su afamada biografía Lo que Varguitas no dijo (Julia Urquidi Illanes, Lo que Varguitas no dijo, Editorial Khana Cruz, Biblioteca Popular Boliviana de Última Hora, La Paz, Bolivia, 1983) que su sobrino a los seis años “era un niño debilucho, engreído y antipático, toda la familia vivía alrededor de él y él tenía conciencia de su privilegiada situación y sabía cómo aprovecharla… Desde niño supo sacar ventaja de quienes le querían. Era un niño verdaderamente insoportable. Confieso que, a escondidas de su madre y de sus abuelos, en más de una ocasión le di mis buenos coscorrones y uno que otro jalón de orejas. Reaccionaba mirándome con sus grandes ojos; aunque no decía nada, era como si me tuviera miedo”.
“Además, Mario desarrollaba una singular e ingenua maldad infantil” —sigue confesando Julia Urquidi—. “Recuerdo que había en la casa un niño, Orlando, a quien la abuelita adoraba, tendría poco menos de un año y comenzaba a dar sus primeros pasos y cada vez que ‘el niño de la casa’ pasaba por su lado y lo veía agarradito a la pared y en muy frágil equilibrio, le daba un disimulado empujón y lo tiraba al suelo. La escena se repetía las veces que Orlando trataba de levantarse, y lo hacía Mario con una cara tal de inocencia, que nadie hubiera pensado y menos creído que era él quien lo empujaba”.
“Recuerdo, asimismo, el espectáculo que se organizaba en las tremendas horas de almuerzo de Marito —como se lo llamaba familiarmente—; eran los peores momentos del día; no le gustaba nada, y tanto su mamá como abuelitos y tíos danzaban en círculos ofreciéndole el mundo entero para que comiera algo; a veces me aburría de toda esta comedia, le daba un tirón de orejas, diciéndole: ‘Chiquillo malcriado, si quieres comes, o si no, lo dejas’. Felizmente nunca me vieron hacerlo. Ya que cuando se caía jugando y pegaba el primer chillido, toda la familia corría despavorida a ver lo que había pasado al ‘tesorito de la casa’. En ese entonces Marito tendría unos 9 años y yo, 20”.
El nacimiento de Patricia
“Por esa misma época nació Patricia (actual esposa del Premio Nobel), hija de mi hermana Olga y prima hermana de Marito. Éste sintió unos celos exagerados, pues mi hermana vivía en casa de sus suegros y la nueva niña (y futura esposa de su primo hermano) le quitó en algo su lugar de privilegio y ‘el trono del Rey de los Caprichos’”.
“Recuerdo que cuando Olga se preparaba para ir a la clínica, para dar a luz a Patricia, Mario (el futuro esposo) se había trepado a un árbol frente al dormitorio; en uno de esos momentos miró hacia arriba y ahí estaba Marito en lo más alto, mirando todo lo que sucedía en la habitación. De un solo grito le hice bajar del estupendo mirador que había encontrado.”
Lo que resalta en las confesiones de Julia Urquidi Illanes es mostrar la cualidad congénita de hombre perverso que alienta su sobrino Mario Vargas Llosa. Su innata génesis. Su originaria mala índole. Ahí está la herencia del padre encerrado en la conspiración del silencio. Nadie habla ni quiere hablar de él.
La leyenda del beso
“Una noche que íbamos al cine en un destartalado taxi, me abrazó y me besó, lo que esperaba yo desde hacía tiempo, pero no por eso dejó de sorprenderme, pues no me atrevía ni siquiera a insinuarlo. Cuando pudo hablar, me dijo: ‘Julita, me parece mentira, es algo maravilloso’. A partir de ese día vivíamos esperando el momento de volver a vernos. Nadie conocía nuestro romance, salvo Nancy, una prima hermana de él, y, lógicamente, Javier. A ellos no pudimos ocultárselos. Con Mario sabíamos que, por mi condición de mujer divorciada y mayor que él, tendríamos a toda la familia en contra, lo que en parte era lógico…”.
La familia llegó a saber de aquel idilio camandulero. Y decide separarlos, pero Julia y Mario deciden casarse, y huyen de la casa llevando consigo un joven testigo, Javier, quien trabaja en radio Panamericana. Llegan a Chincha y el Alcalde que está borracho no quiere casarlos. Contratan dos habitaciones: una para Julia y otra para Javier y Mario. A la hora de la verdad, al despedirse en la puerta de la habitación de tía Julia, le abrazó muy fuerte, le besó muchas veces con una pasión que hasta ese momento era desconocida ya que el galán era tímido. Y Julia, mujer experimentada, conocía cómo tratar a los hombres. El joven le suplicó:
‘Negrita, no me botes, déjame a tu lado; para mí, tú ya eres mi mujer; no me eches, por favor; mañana, sea como sea, nos casaremos, no tienes por qué preocuparte de nada, por favor, te adoro, te necesito conmigo, Negrita…’ Y… se quedó conmigo. Anticipábamos, apenas nuestra noche de bodas, sin que antes se hubiera producido, como ya lo dije, la más pequeña insinuación de una entrega, a pesar del gran amor que sentíamos el uno por el otro.”
“Y de esa manera el Cartucho perdió su virginidad. Se impuso la astucia femenina de Eva sobre Adán. Mario Vargas mordió la manzana de Eva en aquel manzanar que era el hotelito de Chincha y se produjo su dulce y doloroso desgoznamiento. Entró por primera vez en el cuerpo de una mujer que no era virgen, pero él sí. ¡Tierra, tierra! Como el descubridor Cristóbal Colón a un mundo nuevo para plantar en tierra firme su estandarte. El pajarito de Arequipa había encontrado su nido”.
La vida de Vargas Llosa es una novela en sí misma
Y se produjo el escándalo, reclamando la doncellez de la víctima como en las tradicionales familias criollas de origen español, esta vez involucradas de Arequipa, Lima, Cochabamba y Antofagasta. No se podía esperar otra cosa del adolescente Vargas Llosa, El Deseado como Fernando VII, estudiante universitario militante de izquierda. Vivía del auxilio público con becas y el socorro rojo. Apareció el boom de la literatura latinoamericana y él contribuyó con La ciudad y los perros. Después cambiaría su destino por la derecha vergonzante. Hoy convertido en otro afortunado Judas peruano. Es el nuevo Eudocio Ravines de La Gran Estafa. Su violento padre le buscaba para pegarle cinco balazos y la tenebrosa Policía de Lima, a Julia Urquidi por corruptora de menores.
En efecto, cuando la pareja retornó a la capital hubo recriminaciones de toda índole. La mayor sentencia manifestada fue que ese acto matritense de Chincha fracasaría pronto, no duraría ni seis meses porque el aprendiz de marido era ‘una guagua’ mimada y tía Julia replicaba sinceramente que lo que a ella le interesaba eran los seis meses o año de felicidad junto a su sobrino-marido que no tenerlo nunca. Gozar de su mágico chupete Ama Llamirina. Mario Vargas Llosa no era ningún matungo, tenía buenas cualidades físicas.
Ante la persecución del iracundo padre de Mario, Julia huyó a Antofagasta, donde residía su madre. Antes de la partida, la pareja pasó su tercera noche de bodas juntos, Julia Urquidi declara: “Pasamos la noche llorando por las injusticias que se cometían con nosotros, ¿por qué no nos dejaban vivir nuestra vida? Era tanta la angustia y desesperación de Mario que perdió el conocimiento en un ataque de nervios…”.
La resurrección literaria ante el fracaso político
Llorar y llorar. Mario Vargas Llosa no fue la primera vez que lloró en público al recibir el premio de Estocolmo el viernes 10 de diciembre de 2010. ¡Peligrosamente hipersensible, la derecha tiene que cuidarlo con los mimos a los que lo tiene ya acostumbrado! A estas situaciones de ver llorar en público nos tenía acostumbrado en Bolivia el dictador llamado general del pueblo René Barrientos. Especialmente en aquella ocasión cuando su convención partidaria lo eligió candidato a vicepresidente de la República y conoció a su futuro suegro trucho, el doctor Galindo.
¿Y ahora por qué lloró en Estocolmo el exitoso escritor en su alocución emocionada hasta llegar a la majadería? La derecha en el mundo está llorando que da pena y no es por su amor a Magdalena… En la concesión de los premios Nobel nunca se había llegado a aquella situación. Por ejemplo que lloren a mares, delante del rey, Jean-Paul Sartre o Thomas Man. ¿Qué mariconada de Mario es ésta? Pero, quién sabe si el arequipeño lloró por los sucesos de Haití en los que la falsa democracia se hizo mezcolanza extraña y ridícula con la cólera de un pueblo de desgraciados negros que siguen sufriendo lo indecible? ¿O por el terrible desequilibrio ecológico que ha ocasionado el sistema capitalista al mundo entero? Nada de eso, la mera verdad fue otra. Un pobre y ridículo espectáculo promovido por su prima hermana y esposa, sucesora de tía Julia, Patricia. Toda una rabieta al decirle que él servía solamente para escribir y nada más y nada menos. Consumado inútil. ¿Para hacer aquel papelón en Estocolmo había vivido tanto? C
Cuánta razón tuvo Patricia al denunciar a su esposo y primo hermano su inutilidad manifiesta. ¡Lo único que sabes es escribir! Naturalmente, el inservible hipersensible se sintió agredido, ofendido en su amor propio en vísperas de consumar su más cara aspiración: ¡Premio Nobel! En vano por envidias infundadas había destrozado a puñetazos el rostro de Gabriel García Márquez. Esta vez Vargas Llosa optó por el sendero luminoso de las lágrimas que rechaza pesadumbres, adversidades y dolores. Pero ciertas veces también pueden confundirse con lágrimas de cocodrilo.
Hay un proverbio español que dice: “Castiga a tu mujer cada mañana. Si tú no sabes por qué, ella lo sabe”. También hay otro que dice: “Pégale con ganas a tu mujer para que la sopa tenga más gusto”. Estas sentencias del machismo criollo tienen un cauce que desemboca en el proverbio quechua: “Donde hay makanaku hay munanaku”, que quiere decir donde hay pendencia hay cariño.
¡Patricia: grita menos fuerte, los vecinos pueden oírte! Mario Vargas Llosa, Premio Nobel de 2010, está condenado a llorar por siempre lágrimas de piedad.
París, Francia, 8 de diciembre de 2010.
“Lo que resalta en las confesiones de Urquidi es mostrar la cualidad congénita de hombre malo de Vargas Llosa…”
“Peligrosamente hipersensible, la derecha tiene que cuidarlo con los mimos a los que lo tiene acostumbrado…”
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