Por: Marianela D´Aprile
El problema de la inteligencia artificial no es que los robots nos sustituyan en el trabajo, sino que nos hagan menos humanos.
Estuve pensando mucho en el artículo de Ted Chiang sobre la inteligencia artificial (IA) en el New Yorker. Su argumento básico es que la IA, ejemplificada por grandes modelos de lenguaje (LLM) como ChatGPT, que produce texto y modelos de texto a imagen como DALL-E, no puede hacer arte porque no es capaz de tomar las decisiones específicas y contextuales que toman los artistas usando sus años de conocimiento y experiencia. Hay una buena crítica sobre el marco de elecciones aquí, y yo más o menos doy por sentado que la IA no puede hacer arte (aunque puede hacer cosas que parezcan arte) y que no es probable que la gente que se preocupa por la artesanía y la prosa y la calidad de las palabras que van una tras otra ponga indicaciones en un LLM para escribir sus ensayos y poemas y libros.
Lo que es más interesante y vale más la pena considerar es por qué alguien podría querer utilizar un LLM para escribir algo, y en qué contexto. Alguien con un trabajo de oficina de cualquier tipo, alguien que tiene que producir listas e informes y cartas, podría encontrar en un LLM una manera de trabajar menos y disfrutar más de su tiempo. La lógica de la explotación laboral bajo el capitalismo implica que todos los trabajadores son tratados como widgets intercambiables, de lo que se deduce que alguien que tiene que sobrevivir en ese sistema podría utilizar una herramienta que le ayude a convertirse en un widget mejor y más eficiente con el mínimo esfuerzo y tiempo, de modo de disponer de más tiempo para hacer las cosas que realmente quiere.
Esto es bastante fácil de señalar y resulta difícil hacer algo al respecto. A las personas que ganan dinero, dinero, dinero, dinero con los resultados de los LLM no les importa que el informe resumido de final de trimestre haya sido redactado por inteligencia «artificial» y no humana. Y puede que a las personas que introducen palabras en el sistema y esperan a que elabore el informe tampoco les importe. Preferirían estar comprando por Internet o leyendo un libro o mirando las redes sociales o hablando con su compañero de trabajo o lo que sea. No pasa nada.
El problema es que los robots nos van a sacar primero de trabajos que no queremos hacer, pero no vamos a cosechar los beneficios de ese desplazamiento. No vamos a tener más tiempo para nosotros mismos por hacer nuestro estúpido trabajo de correo electrónico cincuenta veces más rápido con la IA y no nos van a pagar más porque seamos más eficientes. (David Graeber expuso este argumento hace más de una década en Bullshit Jobs).
Lo más probable —algo que quizá ya esté ocurriendo— y lo que considero trágico es que los robots nos sustituirán no sólo en un sentido práctico, es decir, en el trabajo, sino en el sentido de que nos harán menos humanos. Primero dependeremos de ellos en el trabajo, y luego para escribirle una carta a nuestro casero y finalmente estaremos tan fuera de la práctica del pensamiento que necesitaremos un LLM para redactarle un texto a nuestra novia (o como en ese anuncio de Google, para ayudar a nuestra hija a escribirle una carta a su atleta favorito). Nos ayudarán a eludir un proceso que no sólo nos hace mejores artistas o escritores sino, lo que es crucial, mejores personas.
Pensar bien, y la necesaria autorreflexión que lo acompaña y facilita, aumenta nuestra capacidad para cosas como la empatía, la generosidad y la solidaridad. Profundiza nuestra capacidad para sostener dos o más ideas contradictorias a la vez. Nos conecta con nosotros mismos para que podamos conectar con los demás. Nos hace más parte de la humanidad.
Por supuesto, el trabajo y el esfuerzo no son la cumbre de las oportunidades de pensamiento profundo. Pero la proliferación de los LLM está empeorando una situación ya de por sí desesperada, en la que la gente no tiene casi tiempo para pensar por sí misma, para hacer cosas satisfactorias, que profundicen en su capacidad de amar y sentir empatía y todo lo demás ya mencionado antes.
El empleo de estos modelos es profundamente antisocial no sólo porque corta la comunicación entre dos seres humanos sino también, y lo que es más importante, porque corta la comunicación con el yo y dentro del yo. Su uso fomenta una visión instrumentalista de la escritura e incluso del habla, del propio lenguaje, excluyendo la posibilidad de que podamos utilizar el lenguaje como medio de descubrimiento. Cuando un LLM escupe un texto basándose en una indicación, crea algo que parece un ensayo o un poema, pero que no puede ser ninguna de esas cosas, porque no comunica la verdadera conciencia de su creador sino simplemente su intención original. Cualquier escritor sabe que rara vez se hace lo que se pretendía.
La escritura, idealmente, es un medio a través del cual hacer expresable lo que de otro modo sería inexpresable, un medio a través del cual encontrar lo que de otro modo estaría oculto. Yo no puedo hablar como escribo; mis ideas son, en su mayor parte, inexpresables y, por tanto, desconocidas para mí en el habla. Creo que lo mismo ocurre con las personas que no se consideran escritores.
Hay algo valioso en ese pequeño misterio, algo que nos une a los demás y que hace que merezca la pena vivir y luchar por un mundo mejor. Sin ese misterio, dejamos de ser parte de la humanidad y nos convertimos en meros engranajes del sistema arbitrario y explotador que organiza nuestra vida laboral.
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