Por: Mario Goloboff
En 1942, en Yenán, punto final de la Larga Marcha, en medio de la guerra de resistencia contra la invasión del Japón, y lejos de las zonas dominadas por el Kuomintang (el inseguro aliado), se forjaba el futuro de la revolución china. Yenán era el centro de irradiación de donde habría de partir, años después, el impulso para destruir el anciano régimen semicolonial y construir la Nueva Democracia, y convergían en él las vanguardias combatientes, obreros y campesinos armados y muchos intelectuales desprendidos de otras clases. Mao (o Mao Zedong, como se dice ahora), quien era ya el dirigente máximo de ese proceso, impartía sus enseñanzas y doctrinas, abordando los temas más espinosos, entre los que estaban los del arte y la literatura, para un pueblo preocupado más que nada por el hambre y el analfabetismo, en una China que estaba llegando a los quinientos millones de habitantes.
En tres reuniones celebradas durante el mes de mayo del año ‘42, Mao Tse-Tung, político ante todo, sostenía que era indispensable tener “un ejército cultural para unirnos y para derrotar al enemigo” y que “este ejército cultural ha cobrado forma en China y ha ayudado a la revolución china en el proceso de reducir paulatinamente el dominio así como de debilitar la influencia de la cultura difundida en China por la clase feudal y la burguesía compradora, cultura adaptada a la agresión imperialista”. El objetivo de estas reuniones, señalaba, “es adecuar el arte y la literatura en el conjunto de la máquina revolucionaria como partes componentes, para hacer de ellas un arma poderosa que una y eduque al pueblo, para atacar y aniquilar al enemigo con un solo impulso y un solo propósito”.
El punto de partida es la situación bélica en que se encuentran, y el papel de los combatientes y de los aliados. Respecto del público, distingue los lugares y las zonas dominadas por el Kuomintang de Shangai y las grandes ciudades, donde hay “un público propio del arte y la literatura revolucionarios”, estudiantes, empleados de oficina y dependientes de comercio. En las zonas dominadas por el Kuomintang, “desde la iniciación de la Guerra de Resistencia, ese público se ha ampliado hasta cierto punto; pero fundamentalmente esos núcleos continúan siendo lo principal, puesto que el gobierno ha mantenido apartados de la literatura y el arte revolucionarios a los obreros, los campesinos y los soldados”. En las bases propias, sostiene, es totalmente diferente: “Aquí, el público del arte y la literatura se compone de obreros, campesinos, soldados y activistas o cuadros revolucionarios. Hay estudiantes también, pero se diferencian de los estudiantes de viejo cuño, en el hecho de que son o excuadros o cuadros en cierne”. Estos “quieren libros y periódicos si saben leer y escribir, y asistir a representaciones de obras, contemplar pinturas y grabados, cantar canciones o escuchar música, si no saben leer ni escribir”.
La voluntad del dirigente es sobre todo pedagógica. Reflexiona: “Nuestros artistas y escritores deben trabajar en su propio campo, que es el arte y la literatura, pero su deber primordial consiste en comprender y conocer bien al pueblo. ¿Cómo se comportaron a este respecto en el pasado? Yo diría que fueron incapaces de conocer bien al pueblo, incapaces de comprenderlo, y permanecieron como héroes sin espacio para desplegar su heroísmo”. /// “¿Qué fueron incapaces de comprender?”, se pregunta didáctico, socráticamente. Y responde, yendo al que considera el núcleo del problema: “Fueron incapaces de comprender el lenguaje, vale decir, carecieron de un adecuado conocimiento del rico y vivo lenguaje de las masas del pueblo”.
Como él mismo dice, “una vez resuelta la cuestión de “a quién servir”, surge la cuestión de “cómo servir””. Adecua pues la formulación: “¿Debemos dedicarnos a la elevación o a la popularización?”. “Hay que poner énfasis en la elevación”, dice, “pero es erróneo hacerlo desequilibradamente, aisladamente y excesivamente”. Así, sostiene que “una obra artística o literaria es, ideológicamente, el producto del cerebro humano al reflejar la vida de una sociedad. La literatura y el arte revolucionarios son los productos cerebrales de escritores y artistas revolucionarios que reflejan la vida del pueblo”.
Frente a su reiterada invocación de la creatividad se pregunta cuál es la posición a asumir respecto del arte del pasado. ¿Qué hacer con la obra de “antiguos y extranjeros”? Aquí, conocida la experiencia de la lucha de Lenin contra el Proletkult y las corrientes estéticas de la Rusia revolucionaria que querían abolir las obras del pasado para crear un arte nuevo, Mao, considerando que la cultura del proletariado era heredera de la suma de conocimientos alcanzados por la humanidad toda, afirma: “Debemos tomar posesión de todo el bello legado artístico y literario, asimilar de él todo lo que es beneficioso para nosotros, y debemos alzarlo como un ejemplo cuando intentamos elaborar la materia prima artística y literaria”.
Resumiendo certeramente estas declaraciones de Mao, el filósofo español-mexicano Adolfo Sánchez Vázquez, en su Estética y marxismo, expone que aquél “reitera el carácter ideológico del arte, reafirma la necesidad de subordinar el arte y la literatura a la política, deduce de esto la exigencia de que acepten la dirección y el control del partido, establece dos criterios: político y artístico con la supeditación del segundo al primero, y resuelve el problema de las relaciones entre el arte y las masas conjugando su popularización con su elevación”. Dichas declaraciones, que fueron formuladas en medio de la guerra (nacional y revolucionaria), revelan el sentimiento de la necesidad de un arte ideológico y político de servicio.
Esta política continuó hasta hoy (salvo el paréntesis “que se abran cien flores”, que duró oficialmente unos diez años, hasta la Revolución Cultural). Así lo confirma la “Carta de felicitación por el 70º aniversario de grupos nacionales de escritores y artistas” (julio, 2019) donde se sostiene que “el desarrollo de la literatura y el arte es una causa importante del Partido y el pueblo, y el frente literario y artístico es un frente vital del Partido y el pueblo”. Carta en la que Xi Jinping los exhortó a “unir y a encabezar a escritores y artistas de todo el país para documentar, escribir y ensalzar la nueva era, esforzarse por crear obras sobresalientes que hagan justicia a los tiempos, el pueblo y la nación, y hacer mayores aportaciones para el cumplimiento de los dos objetivos centenarios y la realización del sueño chino de la revitalización nacional”.
Aunque todo ello, suponemos, con menos vigor y mayor elasticidad que antes, dado los cambios producidos en China y la culta personalidad de Xi, su máximo dirigente actual, quien se luce citando en los encuentros a sus autores preferidos, Hemingway, cuando visitó Cuba, Maupassant, Molière y al Stendhal de Rojo y negro, cuando se vio con Emmanuel Macron, o el Fausto, de Goethe, cuando estuvo con Angela Merkel. Un connaisseur…
Mario Goloboff es escritor, docente universitario.
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