Algunas casas de las afueras de París, esta semana, aparecieron marcadas con estrellas de David. La prolijidad con la que fueron estampadas en las fachadas aleja la idea del impulso y hace pensar en una suerte de instalación perversa, tan perversa como en poco tiempo se volvió esta parte del mundo a la que no somos ajenos.
La iconografía nazi comenzó a circular globalmente asimilada con atributos positivos, cuando la Otan decidió jugar su ajedrez expansivo usando a Ucrania. Aguilas, serpientes, cabezas rapadas, tipografía goebbeliana. Todo un campo semántico visual que hasta entonces masivamente causaba rechazo comenzó a regresar, pero en una escena invertida.
Ucrania a la sazón estaba gobernada por un comediante que actuaba de manera muy parecida a como actúa como presidente. De hecho, su partido político se llama como su serie, Servidor del Pueblo. La gira mundial de Zelensky, las notas a los comandos ucronazis, la legitimación no ya ucraniana sino otantista de Stephen Banderas, la ropa de fajina, las armas y los tatuajes nazis.
Zelensky y su esposa posando a las órdenes de Annie Leiwovicz para Vogue, estetizando la guerra. El campo semántico cambió: ya esos tatuajes y esos símbolos no se asociaban con los campos de concentración del Holocausto, ni con las pilas de cadáveres raquíticos de las fosas comunes nazis, sino con la lucha anticomunista. Eran presentados como víctimas, o como “luchadores por la libertad contra la invasión rusa”.
Cuando pensamos cómo es posible en la Argentina este zafarrancho de mafiosos y fascistas tan cerca del poder político que dicen detestar, cuando los vemos instalados en los medios, cuyos periodistas se acomodan a absolutamente todo y han perdido toda narrativa racional, hay que abrir el foco. Todo lo que describí más arriba, y que no suelo ver que se asocie en los análisis que circulan, me parece interesante. Porque el proyecto de las incubadoras de ultraderechas es parte de la puja por el nuevo orden mundial, y ese proyecto incluye reflotar los totalitarismos del siglo XX pero en un clímax inédito de daño. Están dispuestos a ir a la guerra contra todas las especies. Hoy Hitler para ellos fue un tipo con coraje que “exterminó lo que había que exterminar”. (“Bajó la inflación”, acotan economistas desinhibidos).
Es paradójico, porque son tiempos de paradojas, pero parte del mismo proyecto de orden mundial es Israel. Y es atroz, pero en Gaza se aplica la lógica de odio y exterminio de todas las ultraderechas de una manera insoportablemente literal. Una masacre terrorista abominable como la de Hamas se contesta con una masacre mucho más grande todavía, y a cargo no de un grupo terrorista sino de un Estado. Pero otra vez: la dialéctica del odio llevado a su grado extremo y ahora con los niños como blanco obvio. La espiral de crueldad es ascendente.
Estados Unidos tampoco quiere perder su hegemonía en esta región, como ya lo adelantó unas cuantas veces la comandanta Richardson. Eso significa, en el contexto de estas elecciones, apropiarse de nuestros recursos naturales.
Occidente, en su manotazo de ahogado, no recuerda. Occidente borra y reescribe la historia para generar un presente condicionado por su propia narrativa. Los nazis son los que luchan por la libertad, no los rusos, que derrotaron a los nazis. Los rusos son comunistas e invasores, así que no son incluidos ni en los campeonatos de tenis ni son programadas en Europa las obras de Tchaikovsky. Rusia ya no es comunista, pero eso no le importa a nadie. ¿Qué tendrá que ver este desequilibrio moral y emocional de Occidente con que florezcan desquiciados que ametrallan escolares o se postulan como presidentes?
La parte del mundo en la que vivimos está tan en disputa como Africa o Medio Oriente. Las instituciones globales como la ONU o la OEA están destartalándose. Este desquicio trumpista tiene hasta el ingrediente del vínculo con el porno y con el narco. La conducción es de buitres. Su masa de votantes atraviesa esta enorme crisis económica que siguen abonando las guerras, con una vulnerabilidad extrema. En las bases del proyecto de ultraderechas está la cultura del siervo, el que la única libertad que tiene es la de odiar a otro cosificado que se propone exterminar.
El anarcocapitalismo necesita totalitarismos, no democracia. Es de idiota seguir preguntando si Macri o Milei son democráticos. Lo paradójico es que energúmenos que seguramente terminarían con el voto obtengan ese poder de las urnas. Y si pueden hacerlo, es porque vivimos inmersos en un dispositivo de mensajes permanentes, intermitentes y repetitivos que aprovechan la crisis para abonar el odio. Hitler hoy está mucho más cerca del sentido común de mucha gente, está más travestido, más maquillado. Es parte de un juguete político maligno que tiene por objetivo una acumulación definitiva de la riqueza, y que para lograrlo está dispuesto a “que estalle”.
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