Por: Franco Casanga
Este libro escrito por la antropóloga estadounidense Anna Lowenhaupt Tsing fue publicado originalmente en inglés en 2015, hoy por fin contamos con una traducción al castellano gracias a la magnífica edición de la editorial Capitán Swing.
Gran parte del contenido de La Seta del fin del mundo pertenece a artículos científicos de años anteriores que son fruto de una larga investigación que utiliza diversos saberes etnográficos, económicos, históricos y ambientales. Un libro multidisciplinar como pocos que apuesta con toda su fuerza heurística a explorar nuevos caminos para comprender los ensamblajes entre las prácticas humanas y no-humanas sin desatender sus implicaciones políticas y ecológicas. No se trata de un ensayo al uso del pensamiento crítico, dicho de otra manera: no intenta convencernos de lo mal que está el mundo, ni de impactarnos con terribles datos sobre el calentamiento global, ni tampoco de echarle las culpas de todo a nuestros inútiles gobernantes políticos. En esta obra, Tsing más bien busca ofrecernos historias de supervivencia, de inteligencia ecológica, reflexiones y estrategias que vislumbran aquí y ahora nuevos abordajes que nos ayuden a desapegarnos del desastroso progreso capitalista.
¿Cómo es posible que una investigación sobre unas setas (llamadas matsutake) pueda iluminarnos nuevas ideas frente a los desafíos civilizatorios que tenemos por delante como sociedad? Este primer pensamiento al empezar el libro realmente puede exasperarnos debido a la distancia que subyace entre el objeto de estudio y esos retos globales. ¿En qué sentido podría ayudarnos una investigación de este tipo? Para Tsing: «La predisposición del matsutake a brotar en paisajes devastados nos permite explorar la ruina en la que se ha convertido nuestro hogar colectivo». El matsutake no es cualquier seta, tiene la particular capacidad de crecer en bosques alterados por los humanos a la vez que nutre a los árboles a desarrollarse en suelos inhóspitos, pero aparte de sus sorprendentes cualidades biológicas, explicitadas al detalle por la autora, el matsutake puede ser un alimento y también un valioso símbolo de amistad, una mercancía y también un don.
La primera parte del libro es una breve introducción y presentación de los temas que vendrán a continuación: crítica del progreso, la etnografía multisituada y la importancia del abordaje histórico en toda su extensión. A partir de la segunda parte, el libro comienza a abrirse a la metodología multidireccional que defiende su autora. A través de un recorrido minucioso por las cadenas globales del comercio, nuestra antropóloga nos va enseñando los ecosistemas que confluyen en los encuentros entre una seta, el ser humano y sus múltiples entornos («conjuntos», según Tsing). Por aquí desfilan los campamentos de trabajadores precarios que subsisten sobre economías informales en los bosques del pacífico noroeste de los Estados Unidos; se analizan las memorias de migrantes exiliados, refugiados, los sueños de libertad entrelazados con el comercio al detalle de las setas; historias de vida que la autora describe con suma delicadeza y que buscan en el lector no acostumbrado a trabajos antropológicos abrir una perspectiva integral no reductible a factores económicos.
Pata Tsing, negar la diversidad de prácticas y lugares no mercantilizados que aún configuran nuestras vidas es un absurdo. En nuestro día a día no siempre estamos comprando o vendiendo cosas, la mayoría de nuestros afectos o cuidados no cotizan en el mercado. No hay una sola libertad dictaminada por el mercado, existen muchas otras experiencias de libertad que perviven al margen y dentro de los procesos de mercantilización, tal como demuestra la autora a través de los recolectores de matsutake. Pero ¿cómo «rescatar» esos valores y capacidades de los cuales depende el capitalismo para su supervivencia? Para Tsing, el capitalismo está repleto de zonas grises, lugares «pericapitalistas», donde prácticas humanas y no humanas son «rescatadas» por el sistema para sus propios fines. Esta «acumulación de rescate», dice, se realiza mediante las cadenas de suministro que traducen sistemas de valores entre prácticas capitalistas y no capitalistas. Esta «traducción» es una operación compleja, equívoca, repleta de rituales contradictorios, que, según la antropóloga, consiste en convertir en elementos inventariados los bienes adquiridos en otros contextos culturales. La observación de la cadena de suministros permitiría iluminar esos lugares y hábitos oscurecidos por el discurso de la emprendeduría capitalista. «Cada parcela de medios de subsistencia tiene su propia historia y dinámica, y no existe una necesidad automática de argumentar conjuntamente, prescindiendo de las diversas perspectivas derivadas de parcelas distintas, sobre los desmanes de la acumulación y el poder», señala Tsing.
Así, mientras en la segunda parte del libro se centra en los actores humanos de los procesos sociales y mercantiles del matsutake, en la tercera parte la trama gira sobre el paisaje, los bosques, en el diseño involuntario de los ecosistemas que resisten el embate de la explotación, todo ello en su interacción interespecífica (o también llamada etnography multispecies). Como señala Tsing, «la capacidad de forjar mundos no se limita a los humanos», y añade, «en la medida en que los relatos de progreso van perdiendo fuerza, se hace posible tener una mirada distinta». Esta es básicamente la tesis cada vez más aceptada en el mundo científico del fin de la excepcionalidad humana en el estudio de la vida y sus procesos en tiempos del antropoceno.
Como también han estudiado y divulgado otros investigadores desde la antropología (Philippe Descola, Eduardo Viveiros, Donna Haraway, entre otros), este cambio de paradigma en el estudio de las dinámicas socionaturales necesita de una nueva relación superadora de la dicotomía moderna entre la naturaleza y la cultura, un reconocimiento de una nueva ontología donde la especie humana no se entienda como una excepción sino como parte de otras especies capaces de crear mundos. En los vestigios de la modernidad también hay capacidad humana y no humana de reinventar las condiciones de posibilidad de otras formas de hacer, trabajar o relacionarse. «Aquí -señala Tsing- los organismos no tienen que mostrar su equivalencia humana (como agentes conscientes, comunicadores intencionales o sujetos éticos) para que se los tenga en cuenta». En los capítulos de esta parte, la antropóloga prosigue su trabajo entre la etnografía y la historia natural, expone una compleja comparativa entre la gestión forestal de diversos lugares de distintos países (desde Oregón en Estados Unidos hasta la región central del Japón, pasando por Yunnan, en China, y Laponia, en Finlandia) por donde el matsutake pivota como agente productor y reproductor. «Más que establecer comparaciones -aclara Tsing-, lo que aquí me interesa son las historias a través de las cuales los humanos, el matsutake y el pino crean bosques». Estos, quizás, son los capítulos más densos del libro, ya que Tsing no se conforma con registrar a todos los actores de los «paisajes perturbados» sino que, también, se explaya en las diversas historias locales (aunque no son puramente locales) que conforman las relaciones, imaginarios (científicos y profanos) y políticas que influyen en la vida de los bosques.
Sin duda La seta del fin del mundo es un libro extraño y fascinante a la vez. Extraño por su propia audacia expositiva que mezcla diversos géneros, narrativas y conocimientos situados. Fascinante es por su capacidad de iluminarnos conexiones imprevistas, sorprendentes, entre vidas humanas y no humanas. También es de señalar la reivindicación que hace la autora, hacia el final del libro, de tomar partido por una investigación más colectiva, plural, empoderadora, como alternativa a la actual mercantilización del saber académico. Lo que no queda tan claro en el libro es cómo sería posible que este conocimiento tan altamente especializado (el científico) se deje contaminar por las experiencias y los movimientos populares más allá del propio mundo editorial académico. Todo y que Tsing logra con creces su objetivo ecológico de mostrar nuevos enfoques hacia nuestro entorno, la plasmación institucional de estas tentativas aún brillan por su ausencia. De todas maneras, esto no desmerece el libro, más bien debería inspirar a seguir investigando y trabajando en esta perspectiva de transformación.
Franco Casanga, graduado en Filosofía. Miembro del Colectivo Akelharre.
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