Por: Demian Paredes
Entre dos aniversarios, el de agosto, que recuerda su asesinato en 1940 –uno de los grandes crímenes políticos del siglo XX–, y el de octubre, con la Revolución rusa de 1917 –dirigida en tándem, con Lenin–, Ediciones IPS, junto a la chilena LOM, publica una obra clásica: la biografía de León Trotsky, compuesta por los volúmenes El profeta armado, El profeta desarmado y El profeta desterrado, de Isaac Deutscher.
El nombre de la trilogía, inspirado en un pasaje de El príncipe de Maquiavelo, alude a la buena fortuna y a la mala en el terreno político: “todos los profetas armados tuvieron acierto, y se desgraciaron cuando estaban desarmados”. Las armas de Trotsky fueron fundamentalmente las de la palabra, hablada y escrita, herramienta intelectual en la que se conjugaron la teoría y la acción política, anticapitalista y socialista, en el convulsionado siglo pasado que abrió el imperialismo con sus crisis, fascismos y guerras mundiales.
Cada libro relata acontecimientos internacionales y nacionales, analiza sus características y los pone en sintonía explicativa con el accionar (la mentalidad y la voluntad) de Trotsky, siguiéndolo desde la infancia y juventud, la formación de sus primeros pensamientos sociales, la política de los pequeños círculos de propaganda en la Rusia zarista –con folletos y artículos, ganando fama internacional con su apodo, “la Pluma”, por la notoria calidad de su escritura–, la cárcel, el destierro y luego el exilio, hasta la primera Revolución rusa de 1905 –donde surgieron los soviets, y él, con 26 años, era presidente del Soviet de soldados y obreros de Petersburgo–; la cárcel nuevamente, y la publicación de libros, como su primera versión de la “teoría de la revolución permanente”.
Sus intermitentes coincidencias y polémicas con mencheviques y bolcheviques (la socialdemocracia rusa), la Primera Guerra Mundial, y el retorno al país y el triunfo de 1917. La fundación de la Tercera Internacional y los fracasos de los procesos revolucionarios inmediatamente posteriores en el resto de Europa. El aislamiento del flamante Estado obrero, sus contradicciones sociales y económicas, su posterior burocratización y una lucha nuevamente desde el exilio por varios países (“el planeta sin visado” al que hicieron referencia los surrealistas) de más de tres lustros, por el internacionalismo, la democracia obrera, los soviets y la “revolución política” contra el estalinismo, hasta su asesinato por un sicario en el México de Cárdenas.
En verdad, Trotsky vivió toda clase de acontecimientos, de enorme magnitud, y sobre todos ellos teorizó y actuó, dejando documentada, narrada –ahí está su autobiografía, escrita a los 50 años, Mi vida– una obra y existencia sin par.
Los tres volúmenes, que suman 1.500 páginas y contienen unas 2 mil notas al pie, se basan en una amplia documentación, entre libros, revistas, diarios y otras publicaciones. Aparecidos originalmente en 1954, 1959 y 1963, fueron traducidos por la editorial mexicana ERA algunos años después. Habiendo transcurrido el tiempo, podría pensarse si no ha quedado la obra retrasada respecto a libros históricos publicados luego de la “autoimplosión” de la URSS en 1991.
Desde esta perspectiva, Deutscher cuenta en el prefacio de su última entrega que Natalia Sedova-Trotsky le habilitó para su investigación, dos años antes de su muerte, la llamada “sección sellada” de los archivos de su esposo, depositados en la Universidad de Harvard, que no podía abrirse hasta 1980, teniendo así acceso irrestricto a una amplia correspondencia privada y documentación a la que sólo algunos años después los “sovietólogos” de “Occidente” llegarían.
Esos “nuevos documentos” pos 91, sin embargo, de poco sirvieron a los “especialistas” conservadores y reaccionarios: Richard Pipes, Orlando Figes y Robert Service produjeron voluminosas obras sobre la URSS, Stalin, Lenin y Trotsky que solo les valieron críticas y polémicas por la deshonestidad y el desconocimiento –a niveles básicos– que demostraron, sin mejorar ni profundizar en ningún aspecto la comprensión de los procesos históricos y de aquellas personalidades, manteniendo antiguas tesis arbitrarias y caprichosas (“subjetivistas”, al nivel de hipostasiar sentimientos como la envidia, el rencor, el temor, o incluso, la “sed de sangre”). Por otra parte, libros hechos desde la izquierda, con sus inflexiones y acentos, como las biografías de historiadores como Pierre Broué o Jean-Jacques Marie, teniendo su valor, se han referenciado en mayor o menor medida en los de Deutscher.
Entre tantos episodios para destacar, se encuentra el del primer capítulo de El profeta desarmado, con Rusia tras la revolución con su economía y sociedad completamente devastadas. Y entonces ¿qué decirle a la población del país? Según Deutscher, comenzaron las bifurcaciones, donde sectores del partido gobernante y del Estado prefieren evitar la realidad y mentir, y sectores más “realistas”, Lenin y Trotsky entre ellos, eligen admitir los hechos y ser realistas ante las enormes dificultades de la destrucción de la doble posguerra (la mundial y la interna-civil de 1918-21).
Son momentos dramáticos, de gran tensión, donde las alturas épicas de los discursos y teorías de Trotsky no hallan suelo seguro bajo sus pies, posibilidades de realización, y sin embargo no desiste: tras haber puesto en pie un Ejército Rojo, analiza y discute las cuestiones económicas, lee y hace crítica literaria y cultural –la crítica a la vida cotidiana–, y analiza las contradicciones del régimen político: la relación dictadura proletaria-democracia obrera, partido-gobierno-Estado, etc. Describe Deutscher pormenorizadamente, en equilibrio dialéctico entre fuerzas objetivas y subjetivas, en sus mutuas influencias, fenómenos y cambios que van ocurriendo al interior del país, detallando con agudeza los múltiples factores que llevaron a la burocratización del Estado obrero ruso, y la lucha y la derrota de Trotsky ante Stalin.
Otro momento alto es el final de El profeta desterrado, donde se reconstruye el ataque del agente infiltrado Ramón Mercader a Trotsky, y los hechos posteriores, basados en gran medida en Vida y muerte de León Trotsky, un libro de Victor Serge –que merece ser reeditado–, en el que hay párrafos enteros entrecomillados que son de Natalia Sedova, declaraciones y recuerdos de ella. El ataque del sicario con su pico de alpinista, el combate feroz que le dio un Trotsky mortalmente herido pero lúcido, las horas de agonía y de intentar dejar un mensaje a sus partidarios, las últimas palabras a su compañera, y un final que no es tal. Se suceden investigaciones, declaraciones públicas, polémicas, y una movilización popular con sus propias expresiones, como el “Gran Corrido de León Trotsky”, de autor anónimo. Unas 300 mil personas desfilaron ante el féretro.
Deutscher, historiador y militante
Para el historiador Perry Anderson, Isaac Deutscher fue “uno de los grandes escritores socialistas del siglo”. En un texto publicado en Campos de batalla (1992), originalmente un prefacio para una recopilación póstuma de Deutscher, Anderson recuerda aspectos de la vida de quien naciera en Cracovia en 1907, en un país que sufrió las constantes presiones de Alemania y Rusia. “De niño creció en un ambiente en que era natural simpatizar con las tradiciones polacas del experimentalismo literario y la emancipación política”; “ingresó en el movimiento revolucionario polaco cuando todavía era adolescente, y se unión al PCP a comienzos de 1927”, donde se encontraban vivas las enseñanzas de Rosa Luxemburgo. “La tradición predominante en el medio político en el que militó era todavía la luxemburguista. De ella tomó su independencia moral, su espontáneo internacionalismo, su espíritu intransigente y revolucionario, un marxismo tan clásico en su familiaridad con la teoría del materialismo histórico (Luxemburg fue la primera marxista que criticó los esquemas de reproducción de El capital), como vigoroso en su conexión con la vida práctica del movimiento obrero”.
En un trabajo previo, Consideraciones sobre el marxismo occidental (1976), Anderson plantea que Deutscher es uno de los legítimos “herederos de Trotsky”, junto a Ernest Mandel y Roman Rosdolsky, quienes se ocuparon de temas de economía, política e historia, a diferencia de todo un sector intelectual que –sintetizando al extremo el argumento–, “bloqueado” por las condiciones históricas y políticas, se alejó de los “problemas de estrategia”, de las organizaciones políticas y sindicatos, y se dedicó a escribir sobre filosofía y estética, escindiendo teoría y práctica.
Por el contrario, Deutscher fue militante del Partido Comunista Polaco y luego miembro de la Oposición de izquierda, hasta su desacuerdo con la fundación de la Cuarta Internacional. En vísperas de la Segunda Guerra Mundial se exilió, y en Londres se desempeñó como periodista, comenzando su trabajo como historiador allí donde Trotsky lo dejó: Deutscher publicó, en 1949, su primer libro, Stalin. Una biografía política –Trotsky estaba escribiendo lo mismo al momento de su muerte–, al que sucederán otros trabajos y los “Profetas”. Planeaba armar una “trilogía mayor”, sumando una biografía de Lenin, trabajo que quedó inconcluso por su muerte, en 1967. Su compañera, Tamara Deutscher –quien durante el exilio fue colaboradora del historiador E.H. Carr–, lo asistió y fue fundamental en todas las labores de investigación en Harvard, en The Trotsky Archives, tal como aparece mencionado en las introducciones del segundo y tercer tomos de la trilogía.
Trotsky entre Padura y Netflix
Existe un “Trotsky cultural”, surgido de su interés “cosmopolita” en el arte, las ciencias y la cultura de su tiempo; por su agudo nivel de crítica literaria marxista, ni dogmática ni populista, antes y después de 1917, donde se destaca su libro Literatura y revolución (1924); por sus vínculos con artistas y escritores de la talla, por caso, de André Malraux –relación que terminaría en polémica y ruptura con el autor de La condición humana, novela inspirada en los trágicos acontecimientos de la segunda Revolución china de 1925-27– y por la escritura en colaboración con el máximo referente del surrealismo, André Breton, en vísperas de la Segunda Guerra Mundial, del Manifiesto por un arte revolucionario independiente, al que suscribió además el muralista Diego Rivera.
Alejado así de toda instrumentalización, de todo utilitarismo “de Estado” (de tipo estalinista, maoísta o el que fuere), Trotsky, como personalidad histórica y teórico de la cultura, superó los generalmente estrechos círculos de la militancia, luego de su muerte, interesando ampliamente a artistas, escritores e intelectuales. Del ámbito local, se puede mencionar a Tununa Mercado, Andrés Rivera y Martín Kohan, con sus novelas y relatos –Luis Franco hizo poesía, y Héctor Tizón optó por enfocarse en el asesino preso, en dos cuentos–, y las reflexiones de Eduardo Grüner, Horacio González y Noé Jitrik.
Pero, especialmente, un nuevo interés por Trotsky surgió desde el año 2009, con la publicación de El hombre que amaba a los perros, novela de Leonardo Padura. La calidad de su prosa, el excelente suspense de la narración, el perfil y las múltiples facetas de sus tres protagonistas (Trotsky, su asesino Ramón Mercader e Iván, un joven cubano que conocerá en una playa al agente de Stalin, décadas después del crimen), y el hecho de que fuera un autor residente en la misma isla –alguien que escribe “desde adentro”, con pleno “conocimiento de causa”–, llevó a que se leyera y recomendara ampliamente, también en la misma Cuba.
La novela contribuyó a correr un velo histórico, en diversos ámbitos, de donde surgieron toda clase de cuestiones: quién fue Trotsky, quién Stalin, qué fue y qué pasó con la URSS, con Cuba, y con todo el siglo XX. Cuál es el presente del capitalismo, y la posibilidad, o el futuro, de la utopía y la revolución, y de qué tipo podría/debería ser.
El “largo boom” de la novela de Padura masificó de varios modos la figura de Trotsky, con decenas y decenas de ediciones, traducidas a una veintena de idiomas. Y así como sus excelentes novelas –con y sin el detective Mario Conde– fueron llevadas a la realización audiovisual en cine y series –entre otras Regreso a Ítaca y Cuatro estaciones en La Habana–, Trotsky tuvo su propia “suerte”, y se produjo en Rusia una serie, con él como protagonista, emitida (en un extraño acuerdo, como si la Guerra Fría sí hubiera terminado) por Netflix desde 2019.
Ya el trailer muestra al revolucionario ruso completamente estereotipado, en una mezcla del sex-appeal de James Bond, el militarismo de Rambo y el metal indestructible de Terminator –haciendo las veces el famoso “tren blindado” de Trotsky–, y los disparos, las pasiones y explosiones, a pleno estilo hollywoodense. Así se transforma a un intelectual y político de gran relieve en un mero “superhéroe” de una producción de entretenimiento. Este “Trotsky”, un producto de distribución masiva vía streaming, fue repudiado por el mismo Esteban Sieva Volkov, nieto del revolucionario, junto al Centro de Estudios, Investigaciones y Publicaciones “León Trotsky” de Argentina y México, y una larga lista de intelectuales de izquierda de Europa y todo el mundo, quienes firmaron y difundieron una declaración donde, entre otras cosas, dicen: “¿Cuál es el objetivo de Putin de reflotar estas falsificaciones? ¿Por qué denigrar a los revolucionarios cuando Rusia avanzó en la restauración capitalista y nada parece oponerse a la nueva burguesía rusa ni a Putin que gobierna hace 18 años? ¿Por qué Netflix que llega a millones de personas en el mundo reproduce esta serie?”.
La polémica quedó servida, y ahora la trilogía de Isaac Deutscher puede sumarse al debate en torno a la verdad histórica, a lo ocurrido durante más de medio siglo de acontecimientos revolucionarios y contrarrevolucionarios, y al rol que le cupo a sus personalidades más destacadas.
Parafraseando a Deutscher, la herencia de Trotsky, apta para ser recuperada –con beneficio de inventario–, tras su derrota pasada, en el presente, podría ser una victoria.
Trotsky, el profeta desterrado*
La vida y la obra de Trotsky son un elemento esencial de la experiencia de la Revolución rusa e, indudablemente, de la sustancia de la civilización contemporánea. La singularidad de su destino y las extraordinarias cualidades morales y estéticas de su ejecutoria hablan por sí mismas y atestiguan la significación del hombre. No puede ser, sería contrario a todo sentido histórico, que una energía intelectual tan poderosa, una actividad tan prodigiosa y un martirio tan noble no hayan de tener ricas consecuencias a la larga. Ese es el material del que están hechas las leyendas más sublimes e inspiradoras, sólo que la leyenda de Trotsky se compone de principio a fin de hechos registrados y verdades comprobables. En ella, ningún mito revolotea sobre la realidad, sino que la realidad misma se eleva a la altura del mito.
Tan copiosa y espléndida fue la carrera de Trotsky, que cualquier parte o fracción de ella habría bastado para llenar la vida de una personalidad histórica sobresaliente. De haber muerto a la edad de 30 ó 35 años, poco antes de 1917, Trotsky habría ocupado su lugar en un mismo nivel con pensadores y revolucionarios rusos como Bielinsky, Herzen y Bakunin, como su descendiente e igual marxista. Si su vida hubiese terminado en 1921 o después, más o menos en el mismo momento en que murió Lenin, habría sido recordado como el jefe de Octubre, como el fundador del Ejército Rojo y su caudillo en la guerra civil, y como el mentor de la Tercera Internacional que habló a los trabajadores del mundo con el vigor y la brillantez de Marx y con acentos que no se habían vuelto a escuchar desde los días del Manifiesto Comunista (fueron necesarias varias décadas de falsificación y calumnia estalinistas para empañar y borrar esa imagen suya en la memoria de dos generaciones).
Las ideas que él expuso y la obra que realizó como jefe de la Oposición de 1923 y 1929 constituyen la suma y la sustancia del capítulo más trascendente y dramático en los anales del bolchevismo y el comunismo. Trotsky actuó como protagonista de la controversia ideológica más grande del siglo, como iniciador intelectual de la industrialización y la economía planificada, y por último como portavoz de todos aquellos que resistieron, dentro del Partido Bolchevique, el advenimiento del estalinismo. Aun cuando él no hubiera sobrevivido al año de 1927, habría dejado tras de sí un legado de ideas que no podría ser destruido ni condenado al olvido permanente, el legado por el cual muchos de sus seguidores se enfrentaron al pelotón de fusilamiento con su nombre en los labios, un legado al que el tiempo va añadiendo pertinencia y peso.
Además de todo esto están sus ideas, escritos y luchas y andanzas del período narrado en el presente volumen. Hemos reseñado críticamente sus fiascos, falacias y errores de cálculo: su fiasco con la Cuarta Internacional, sus errores en cuanto a las posibilidades de la revolución en el Occidente, sus confusiones en cuanto a las reformas y la revolución en la URSS, y las contradicciones del “nuevo trotskismo” de sus últimos años.
También hemos examinado aquellas de sus campañas que ahora han quedado plena e incontrovertiblemente justificadas: sus esfuerzos magníficamente previsores, aunque vanos, por despertar a los obreros alemanes, a la izquierda internacional y a la Unión Soviética frente al peligro mortal del ascenso de Hitler al poder; sus críticas constantes a los horrendos abusos de poder por parte de Stalin, de las cuales las menos enérgicas no fueron las relativas a su dirección de los asuntos económicos, especialmente en la colectivización; y su titánica lucha final contra las Grandes Purgas. Aun los epígonos del estalinismo, que todavía hacen todo lo posible por mantener a raya el fantasma de Trotsky, admiten por implicación que en esas grandes cuestiones él tenía la razón: todo lo que al cabo de tantos años ellos mismos han logrado hacer, con todo el valor que el Stalin difunto ha inspirado en ellos, es un eco deformado de las protestas, acusaciones y críticas de Trotsky contra Stalin.
*Fragmento del tercer volumen de la obra de Isaac Deutscher publicado por Ediciones IPS.
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