Este es un extracto de Major Corrections: An Intellectual Biography of Sebastiano Timpanaro, ahora disponible en Verso Books.
Para Sebastiano Timpanaro, la política fue uno de los grandes principios organizadores de su vida. Tras su entrada en el Partido Socialista Italiano (PSI) en 1947, siguió siendo un marxista acérrimo y comprometido durante más de cincuenta años, hasta el final.
Por supuesto, hubo compresiones y rarefacciones, fluctuaciones y aplanamientos a lo largo del camino; períodos de mayor o menor actividad tanto dentro como fuera de los partidos oficiales de la izquierda italiana, y evoluciones de postura en sintonía con los rápidos cambios en la política internacional que sacudieron a la segunda mitad del siglo XX. A medida que surgían nuevos problemas, como la crisis ecológica, Timpanaro tomaba nota y reconsideraba sus posiciones.
Pero menos notable que los ocasionales matices e inflexiones de su política en este período es el hecho de su continuidad. Desde finales de la década de 1970 en adelante, un momento en el que antiguos camaradas marxistas radicales abandonaban en masa el barco socialista y comunista, la política básica de Timpanaro apenas cambió. Un marxismo profundamente sentido lo guiaba como su estrella polar.
Entrar en el PSI
Cuando Timpanaro entró en el PSI después de la Segunda Guerra Mundial, la organización no gozaba de la misma salud que en su apogeo (cuando, en las elecciones generales de 1919, obtuvo casi un tercio de los votos). Pero seguía siendo el principal partido de izquierda de Italia, superando por poco al Partido Comunista Italiano (PCI) en las elecciones de 1946. También era un partido muy diferente en términos de contenido político y conducta en comparación con lo que sería en 1964, cuando Timpanaro finalmente se fue al recién creado Partido Socialista Italiano de Unidad Proletaria (PSIUP).
En comparación con el PCI, en esta organización había una democracia partidaria y una libertad de discusión notablemente mayores, dos cosas que se convertirían en obsesiones en el imaginario político de Timpanaro en los años venideros. Había menos compromiso con los partidos centristas y de derecha, y menos sumisión a la Unión Soviética; además de un acento audaz en el internacionalismo y una resistencia principista al imperialismo y al colonialismo, una herencia directa de la postura del PSI contra la Primera Guerra Mundial «burguesa».
Tan importante como este contenido político fue la demografía política del partido. Todavía había una fuerte presencia obrera en el PSI cuando Timpanaro se unió. Esto cambiaría en los años y décadas siguientes a medida que el PCI monopolizara cada vez más la representación de la clase trabajadora. Pero el partido al que se unió Timpanaro no era un partido de intelectuales; era un partido con raíces activas y sólidas en el movimiento obrero.
A finales de la década de 1940, el PSI se encontraba en una encrucijada existencial, ya que se esforzaba internamente por resolver su relación con el PCI, que era un aliado o rival natural, dependiendo de a quién se le preguntara en el partido. Se formaron dos corrientes principales: los autonomistas, que presionaban por una mayor independencia de los comunistas, y los unitarios, que querían mantener la unidad de acción con ellos.
En las elecciones generales de 1948, la unidad de acción siguió siendo la política oficial del PSI bajo el entonces líder Pietro Nenni, que presidió el partido en su alianza estratégica con el PCI: el Frente Democrático Popular. Pero esta alianza dio al ala autonomista del PSI, bajo Giuseppe Saragat, una excusa para separarse en el Partido Socialista de los Trabajadores Italianos (PSLI).
Si Timpanaro no era un fanático de Nenni, estaba aún más lejos del ala derecha del PSI, liderada por el reformista Saragat. Pero lo que permitió a Timpanaro y a sus compañeros revolucionarios practicar su política enérgicamente dentro del PSI durante ese crucial período de finales de los 40 fue el papel de liderazgo que se le dio a Lelio Basso, en cuya facción izquierdista Timpanaro activó como un miembro de base hasta que Basso lideró la escisión del PSIUP en enero de 1964. La salida de Saragat en 1947 abrió un espacio crucial para Basso en la dirección; por lo que ocupó el cargo de secretario del partido durante dos años, hasta el congreso de Génova de 1949.
La facción de Timpanaro estuvo así representada en los más altos niveles de la dirección partidaria durante estos dos años dorados; pero a partir de 1950, el camino empezó a ser más accidentado. Basso se oponía firmemente al estalinismo que veía infiltrarse en el PSI, lo que le granjeó un favor desigual (en el mejor de los casos) de las altas esferas del partido a lo largo de la década de 1950. Fue en estas condiciones formativas cuando Timpanaro desarrolló su profunda aversión al estalinismo y a la burocratización.
Giro a la izquierda
En 1956, la invasión soviética de Hungría abrió una brecha en la alianza central de la vieja izquierda italiana. El PSI pudo haber elegido el lado correcto de la historia al oponerse a las acciones soviéticas en 1956 (mientras que el PCI las defendía), pero esto dejó al PSI abierto a colaboraciones aún más desagradables con sectores políticamente a su derecha. La dirección del partido a finales de los años cincuenta y principios de los sesenta se inclinó cada vez más hacia una relación de complicidad con el partido católico centrista, los Demócratas Cristianos (DC).
Los artículos y cartas de Timpanaro de finales de los 50 y principios de los 60 están llenos de quejas sobre esta estrategia del PSI de cortejar al DC. Le molestaban especialmente las sugerencias de diluir el marxismo de la organización para conformar al catolicismo. Pero también se acumulaban otras preocupaciones: la doble amenaza de corrientes en ascenso, estalinista por un lado y socialdemócrata por el otro; el liderazgo del partido representando solo a una facción, los nenianos, y el periódico del partido, Avanti, expresando únicamente esa perspectiva; el abandono de una política de oposición en favor de una estrategia de inserción en la corriente dominante liderada por la DC; y, finalmente, el hecho de que el PSI se limitara a respaldar la mejora en los niveles de vida impulsada por el auge económico.
Para la facción de izquierda del PSI de Timpanaro, ahora parecía bloqueado un camino hacia el futuro que se propusiera actuar sólo desde dentro del partido. La solución fue el camino probado y comprobado de la izquierda italiana: una escisión. A principios de 1964, Timpanaro se unió a un éxodo relativamente modesto de parte de la facción de izquierda del PSI al nuevo PSIUP, dirigido por Lelio Basso. Así comenzó la década de mayor intensidad en la actividad militante de Timpanaro, girando en torno a los puntos álgidos de la política de izquierda italiana que fueron los años 1968 y 1969.
Al principio, Timpanaro se mostró bastante pesimista sobre las perspectivas del PSIUP. Sin embargo, ya desde marzo de 1964 la situación había comenzado a mejorar, bajo el influyo del ingreso al partido algunos pesos pesados sindicales. La moción inicial del partido trataba de minimizar la distancia entre la dirección y la base, manteniendo todas las reuniones abiertas al conjunto de los camaradas, no solo a la dirección ejecutiva. Estas cuestiones de gobernanza del partido —democracia directa, apertura, transparencia— aparecían como las más urgentes después de la frustrante experiencia del PSI.
Pero también había una serie de otras cuestiones políticas que se instalaban en la agenda del partido en este período: la cuestión de la nueva clase trabajadora y de cómo debía estar representada; la lucha por la educación estatal laica; la oposición a la OTAN y el apoyo activo a las luchas antiimperialistas en Oriente Medio, América Latina y el sudeste asiático. De hecho, fue precisamente esta labor antiimperialista la que provocó la detención de Timpanaro y otros compañeros en una manifestación en 1965 contra la participación de Estados Unidos en Vietnam, así como la presencia más cercana de bases militares estadounidenses en la costa entre Pisa y Livorno.
El PSIUP tuvo un inicio intenso y consumió gran parte del tiempo de Timpanaro. Por supuesto, no todo fue homogéneo; los conflictos internos del PSIUP no tardaron en aparecer. El principal cisma estructural se produjo entre los tradicionalistas y los innovadores dentro del partido, que se correspondía aproximadamente con una división entre la dirección nacional y las secciones provinciales. La dirección nacional mantenía vínculos políticos muy activos con los dos principales partidos tradicionales de izquierda, el PCI y el PSI.
La queja habitual de Timpanaro aquí, al igual que con el PSI, era que esto creaba dinámicas de sumisión y miedo a criticar a la URSS. Timpanaro se identificaba rotundamente con las secciones locales y provinciales del PSIUP porque la política del partido a ese nivel era mucho más independiente y abiertamente crítica con la Unión Soviética. En cierto sentido, la facción del PSIUP conocida como «innovadores provinciales» simpatizaba de forma natural con las fuerzas emergentes que más tarde se conocerían como la Nueva Izquierda.
Crítica comprensiva
Como bien formula Luca Bufarale, el enfoque de Timpanaro hacia las fuerzas emergentes de 1968 y la Nueva Izquierda —organizaciones como Lotta Continua— fue de «crítica comprensiva». Desaprobaba enfáticamente a las corrientes voluntaristas e idealistas que conformaban su discurso político, lo que dio lugar, para Timpanaro, a una visión del mundo más filosófica que económico-social. Esto, a su vez, generó un intelectualismo excesivo y un lenguaje pretencioso que resultaba ininteligible para el trabajador medio.
Al mismo tiempo, Timpanaro identificó una escasez de disciplina intelectual en la prometedora generación de la Nueva Izquierda: confundían «hacer un lío» con «hacer la revolución», pero también su menefreghismo ideológico — su deliberado «no me importa una mierda» sobre cuestiones vivas en el marxismo, y su falta de conciencia respecto de su propio posicionamiento ideológico dentro de la tradición marxista.
Aunque Timpanaro tenía sus reservas respecto de los crecientes alborotadores de organizaciones como Potere Operaio y Lotta Continua, también compartía muchas de sus convicciones políticas. Se oponía por temperamento a cualquier tipo de autoritarismo, ya fuera en los órganos del Estado burgués (como la burocracia, el sistema legal, el ejército, la escuela, incluso la familia patriarcal), o en su propio campo, en el partido mismo.
También se oponía totalmente al aprovechamiento capitalista de los salarios desiguales para explotar y dividir a los trabajadores, otro tema de debate de la Nueva Izquierda a finales de los años sesenta. De hecho, las diferencias, si es que las hubo, entre Timpanaro, partidario del PSIUP, y la Nueva Izquierda no estaban tanto en el contenido político como en el método de lucha y la visión del mundo. Timpanaro seguía viendo al partido en sí como el vehículo central de la política, a pesar de sus defectos, y cualquier cosa más allá de él era vista con un tinte de caos indisciplinado.
Sin embargo, en términos de la acción política cotidiana a finales de los 60, Timpanaro vivió una existencia armoniosa con las luchas de la Nueva Izquierda, principalmente orientadas a los lugares de trabajo. Timpanaro vivió la política de 1968 y el «otoño caliente» de 1969 en su lugar de trabajo, la editorial florentina La Nuova Italia. La condición de Timpanaro como trabajador medio le dio verdaderas credenciales como «militante de base», que más tarde reconocería como algo crítico para su autodefinición política.
Florencia era un centro de la industria editorial italiana en este período, por lo que había muchas oportunidades para la organización de todo el sector. A principios de la década de 1970, Timpanaro se asoció con otros correctores de estilo como Vittorio Rossi y Franco Belgrado, y asumió un papel activo en la organización de huelgas y piquetes con otros trabajadores de las editoriales florentinas. El lugar de trabajo de Timpanaro le proporcionó el contexto del mundo real para poner en práctica sus principios del PSIUP.
Un marxista sin rumbo
El año 1972 fue especialmente brutal para el PSIUP. En las elecciones generales de 1968, el PSIUP había obtenido un considerable apoyo electoral, con alrededor de 1,5 millones de votos. En 1972, consiguieron apenas la mitad. El drástico colapso electoral provocó la huida de gran parte de los dirigentes al PCI y al PSI y, según Timpanaro, las posiciones pro-PCI de esos dirigentes fueron sobre todo las que provocaron la crisis.
Timpanaro decidió quedarse en el PSIUP, pero tenía que producirse algún tipo de renovación. En diciembre de 1972, el nuevo PSIUP se unió al Movimiento Político de los Trabajadores para formar el Partido de Unidad Proletaria (PdUP). Timpanaro tenía la ligera sensación de que esta nueva entidad política, purgada de los fuertes vínculos con el PCI y el PSI que habían dejado al PSIUP paralizado y subordinado, podría empezar a actuar como el anti-PCI que Timpanaro quería que fuera su partido.
Por desgracia, las cosas no cambiaron mucho. La sumisión al PCI no habría sido necesariamente un problema si la política del PCI hubiera seguido honrando remotamente sus orígenes comunistas. Sin embargo, se estaban desviando cada vez más hacia la derecha. Aunque el PCI, bajo su nuevo líder Enrico Berlinguer, estaba abandonando los vínculos con la Unión Soviética en favor del «eurocomunismo», este reajuste de la política exterior no estaba correlacionado en absoluto con un giro a la izquierda a nivel nacional.
Esta fue la era del gran «compromiso histórico», una cooperación abierta entre el PCI y la DC propuesta por primera vez por Berlinguer en 1973. Sus frutos políticos completos se cosecharon solo en 1976, cuando se formó el primer gobierno de solidaridad nacional, una coalición de la DC y su socio menor, el PCI.
Aquí comenzó realmente el más pesado de los «Años de Plomo» italianos (anni di piombo), un periodo marcado por la crisis económica, unos niveles de desempleo paralizantes y actos de resistencia violenta de la extrema izquierda (por ejemplo, el secuestro y asesinato del político y ex primer ministro Aldo Moro), con atrocidades terroristas aún peores de la derecha neofascista (por ejemplo, el atentado con bomba en la estación de tren de Bolonia de 1980, en el que murieron ochenta y cinco personas).
En 1976, lo peor estaba aún por llegar, pero Timpanaro ya había tenido suficiente. El «compromiso histórico» fue una mancha para la izquierda italiana, y en el PdUP ya no quedaba una oposición significativa a él. Ese año, Timpanaro decidió abandonar el PdUP y, con ello, la política partidaria organizada de una izquierda a la que había servido con lealtad durante casi treinta años, para no retornar jamás. Ahora era un marxista a la deriva.
Poner las cosas en su sitio
La labor política de Timpanaro en los años 80 y 90 —su etapa de ser, como lo llama Luca Bufarale, un «socialista y ecologista sin partido»— se desarrolló en gran medida a nivel cultural. Continuó escribiendo sobre política aunque, a primera vista, no pareciera ser el tema principal. En 1984, escribió un libro impresionante sobre una obra literaria muy oscura de finales del siglo XIX: la novela inédita recientemente descubierta del socialista de finales del siglo XIX Edmondo De Amicis, titulada Primo Maggio (Primero de Mayo).
El libro es un acto maravillosamente lúcido de Timpanaro para «poner las cosas en su sitio», haciéndonos ver el serio contenido político de un libro que había sido inmediatamente descartado como una pieza de sentimentalismo fallido de un autor nacionalista molesto y anodino al estilo de los programas escolares. Pero que Timpanaro abordara este tema en un momento tan político no fue casualidad. Al evocar y reafirmar los fundamentos del socialismo de la Segunda Internacional, Timpanaro buscaba reconectar y renovar su compromiso con sus raíces.
Un hermoso pasaje del libro reflexiona sobre el destino actual de la izquierda a través de figuras paralelas, los caminos recorridos y no recorridos por ciertos camaradas como Lucio Colletti. Colletti, un contemporáneo directo de Timpanaro, había sido en su día un marxista tan acérrimo como él, aunque discreparan en ciertas cosas. Pero una vez que Colletti diagnosticó un componente irremediable de G. W. F. Hegel que envenenaba el marxismo para siempre, se convirtió a la democracia burguesa.
Para Timpanaro, los aciertos y errores filosóficos y económicos de Karl Marx (demasiado hegeliano, o el hecho de que la tasa de ganancia no estuviera cayendo como se predijo) no hicieron nada esencial para invalidar el marxismo. La esencia del marxismo era una oposición profundamente sentida a un sistema injusto de ganancias y explotación. Mientras ese sistema existiera, el marxismo era la única forma de responder con principios a su brutalidad. Il socialismo es un libro hermoso porque Timpanaro vuelve a defender el socialismo científico, pero también, en el proceso, permite que la emoción mantenga la llama del marxismo encendida a medida que la luz se vuelve cada vez más tenue.
Los escritos explícitamente políticos de Timpanaro continuaron apareciendo, junto a otros indirectamente políticos, a lo largo de los años 80 y 90. Y aunque este fue un período de consolidación y retorno hacia el final de su vida, también fue un período de crecimiento y cambio. Las contribuciones recopiladas en Il verde e il rosso. Scritti militanti, 1966-2000 (El verde y el rojo: Escritos militantes, 1966-2000) muestran un creciente enfoque, a partir de la década de 1980, en la crisis ecológica, el «verde» del título del volumen.
En su libro On Materialism, Timpanaro se había inclinado hacia la imagen de Frederick Engels del enfriamiento de la Tierra tras la explosión del sol para mostrar que Engels era consciente de los límites físicos que, en última instancia, se impondrían al cosmos y a los seres humanos que lo habitan. Timpanaro y Engels rechazaron la perspectiva antropocéntrica en favor de la visión histórica a largo plazo.
Timpanaro admitió más adelante que esta imagen del fin del mundo le había atormentado y obsesionado mucho antes de encontrarla en Engels; incluso de niño, le quitaba el sueño. Este límite era una propiedad material del universo, y eso ya daba bastante miedo. Pero lo que Timpanaro descubrió en los años setenta y ochenta fue que el fin del mundo también era una propiedad y una conclusión lógica del capitalismo, y que este fin del mundo llegaría mucho antes que la muerte del sol.
La guerra nuclear era una amenaza; pero la más grave, la que Timpanaro consideraba más probable que se materializara en un futuro no muy lejano, era la autodestrucción lenta de la especie humana a través de los procesos inherentes del capital de degradación ambiental y agotamiento de recursos. La revelación fue energizante para un Timpanaro envejecido porque le proporcionó un nuevo razonamiento para derrocar el capitalismo.
Los socialistas no solo luchaban por la liberación de la humanidad, sino por su propia supervivencia en la Tierra. El fin del mundo fue despojado de sus cualidades abstractas como consecuencia de la naturaleza finita del universo. En su lugar, se le dio el rostro de un enemigo claro y presente, un agente político censurable, el mismo al que Timpanaro había estado combatiendo toda su vida: el capital.
Rojo y verde
¿Fue esto, entonces, un cambio político? Se trataba más bien de una nueva forma de plantear el problema, no de un cambio sustancial. La historia del «verde y el rojo» no es una historia de cambio de rojo a verde, un abandono del color del socialismo por un ecologismo liberal como el que experimentarían muchos de sus antiguos camaradas, como Adriano Sofri de Lotta Continua. En realidad, es la historia de la adquisición de un razonamiento de color verde para el rojo.
Timpanaro fue mordaz con las vagas formulaciones liberales del problema medioambiental, que no lograron situar ese problema directamente en la puerta de las grandes empresas contaminantes y del propio sistema capitalista. Para Timpanaro, no podía haber verde sin rojo. El rojo era el principio fundamental que no podía abandonarse. Y la crisis medioambiental no había hecho más que subrayar otra razón, aún más existencialmente urgente, de por qué esto era así. En otras palabras, el verde se convirtió, al final de la vida de Timpanaro, en otra forma de volver a comprometerse con el rojo.
La activa vida política de Timpanaro abarcó toda la segunda mitad del siglo XX, desde el apogeo del impulso italiano hacia el socialismo y el comunismo que le siguió a la Segunda Guerra Mundial, hasta el mundo postsoviético y el nuevo orden neoliberal de la década de 1990. Por supuesto, hubo una evolución en sus posiciones sobre diversos temas durante este tiempo.
Pero la base de su pensamiento y práctica política —antistalinismo, leninismo intransigente y simpatía por León Trotsky, un odio constitucional a todas las formas de autoritarismo en el partido o la sociedad, creencia en el debate libre, un desprecio concomitante por el PCI, la certeza de la necesidad de un materialismo científico adecuado en una época de dilución del marxismo bajo la influencia de otras distracciones ideológicas— se mantuvo firme e inquebrantable en todo momento.
Traducción: Pedro Perucca
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